El primer argentino en lograrlo. Conoció todos los países del mundo: estuvo preso en Irak y fue secuestrado en Mauritania

A sus 32 años, Nicolás Pasquali se convirtió en el primer argentino en visitar los 193 países reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El 20 de febrero de 2025 pisó Corea del Norte, el último que le faltaba en su lista, convirtiéndose en el primer argentino en lograrlo y en el octavo más joven del mundo en alcanzar esta hazaña. Para conseguirlo, priorizó su pasión y curiosidad por entender el mundo en toda su diversidad, frente a los obstáculos que fueron apareciendo en el camino que, por cierto, no fueron pocos.
Nicolás explica que viajar es más que poner un pie en el territorio para agregarlo a una lista “de supermercado”. Conocer un país implica recorrerlo, escuchar a su gente, comprender sus tradiciones y ver el mundo desde la perspectiva local. Durante la travesía convivió con cientos de familias locales, probó comidas inimaginables, fingió pertenecer a ciertas religiones para sobrevivir, sufrió un secuestro en Mauritania y fue arrestado durante tres días en Irak.
Ahora, en charla con LA NACION, Nicolás Pasquali cuenta algunas de las aventuras que vivió en su particular travesía y cómo se siente tras haber alcanzado este logro.
—Nicolás, ¿cuándo descubriste esta pasión por conocer el mundo?
—De muy chico. En mi casa teníamos un gran globo terráqueo en el living, un día me acerqué y empecé a explorarlo. Me di cuenta que existían lugares de los que nunca había escuchado, como el Río Éufrates o el Tigris. En esa época se usaban mucho las enciclopedias por carta, así que fui a buscar si había alguna imagen o datos de esos lugares. Me voló tanto la cabeza ese ejercicio que, de ahí en más, siempre que llegaba del colegio giraba el globo, lo frenaba aleatoriamente con el dedo y me ponía a ver qué podía encontrar en la enciclopedia.
—¿Qué era lo que más te interesaba en ese ejercicio?
—No lo tenía tan claro pero me flasheaba conocer distintos tipos de culturas, poblaciones, paisajes y modos de vida. Me hacía preguntas como por qué en distintos lugares la gente tenía otros colores de piel… Son cosas que de chico, cuando uno quiere entender el mundo, generan intriga. Muchos de esos interrogantes terminaban a su vez en otras preguntas, y se alimentaba cada vez más mi curiosidad y ganas de ver personalmente lo que leía.
—¿Cómo tradujiste esa curiosidad en el objetivo concreto de viajar por el mundo?
—De chico era muy destacado en el tenis, a punto tal que competía en torneos muy importantes e hice mis últimos dos años de colegio virtuales para poder entrenar unas siete horas por día. Viajaba por Latinoamérica para las competiciones y me fascinaba, pero me di cuenta de que lo que más me gustaba era conocer los lugares, más que el deporte en sí. Un día, estando en secundaria, dije “vamos por todo” y me propuse ser el primer hombre en conocer todos los países del mundo. Después me di cuenta que ya existía gente que lo había hecho, así que me propuse ser el primer argentino en lograrlo. Y lo fui.
El comienzo de un largo camino
—¿Cuando lo empezaste a materializar?
—Durante las vacaciones de verano de la facultad, me fui de viaje a la casa de mi familia en Santa Fe. Mi primo tenía ganas de ir a Tucumán y me invitó. Le dije “dale” y nos subimos a un micro de larga distancia. Recorrimos Tucumán, Jujuy y Salta. Después de eso, mi primo se volvió, pero yo seguí solo. Recorrí Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, hasta llegar a Venezuela, donde tuve que emprender el regreso por conflictos políticos bajo la presidencia de Nicolás Maduro.
—¿Cómo fue esa primera experiencia siendo tan joven?
—Fue una aventura extraordinaria, aunque tuvo sus momentos duros. Un día me encontré en un barco de carga cruzando el Amazonas por una ruta muy usada por narcotraficantes para el tráfico de drogas. Como si fuese poco, nos despertaron los militares con ametralladoras pidiéndonos los documentos.
—¿Tu familia cómo se lo tomó?
—Mis papás estaban aliviados cuando volví. Imaginate que me fui por unos días a Tucumán y terminé recorriendo gran parte de Latinoamérica, para quedar varado en Venezuela con todos los aeropuertos cerrados. Llegué para arrancar las clases, aunque un mes tarde.
—¿Qué sentiste volviendo a algo tan rutinario como es una cursada universitaria?
—Sin dudas, fue un impacto. Al mes decidí cambiarme de carrera. Estaba estudiando Marketing, pero me di cuenta de que no era lo mío. Me pasé a Administración de Empresas porque quería entender cómo funcionaba el sistema financiero para poder generar ingresos que me permitieran seguir viajando. Eso mismo hice unos años más tarde y fue lo que me costeó toda esta aventura.
La figurita difícil: Corea del Norte
El pasado 20 de febrero, Nicolás visitó el último destino pendiente, cumpliendo el sueño de su vida a los 32 años: haber conocido todos los países del mundo. Pese a numerosos obstáculos y dudas de incluso sus seres más queridos, se convirtió en el primer argentino de la historia en alcanzar este récord. Para lograrlo, tuvo que conseguir ingresar a Corea del Norte, donde solo se puede entrar después de realizar largos trámites y recibir un permiso especial.
El régimen norcoreano es reconocido como uno de los más autoritarios del mundo, donde el sistema político está completamente dominado por un partido único y la figura de su líder supremo. El gobierno ejerce un control absoluto sobre la vida de sus ciudadanos, restringiendo el acceso a la información, limitando la libertad de expresión y reprimiendo cualquier disidencia. Tiene una política exterior de hermetismo casi absoluto y cuenta con grandes restricciones a las libertades individuales, representando un peligro constante para cualquier visitante durante toda su estancia.
—¿Cómo lograste entrar a Corea del Norte?
—Apliqué presentando toda la documentación necesaria, que era mucha… También me ayudaron desde Most Traveled People, por ser mi único destino restante. Se tomaron un tiempo para investigarme y finalmente me aceptaron como parte de un programa que están desarrollando, en el que buscan abrirse al turismo.
—¿Cuándo supiste que te habían aceptado?
—Estaba tomando vino en el balcón y me llamó un representante d e la agencia para avisarme que me habían asignado un permiso de ingreso que sólo duraría 72 horas. Armaron un grupo de 12 turistas de distintos países que estaban en una situación similar a la mía. Fue una locura esa llamada, estaba totalmente en otra secuencia pero me puse a buscar vuelos, agarré mi bolso y me fui sin dudarlo un minuto.
—¿Cómo era la dinámica durante el viaje?
—Teníamos una agenda preestablecida y no nos podíamos apartar de eso. Si te decían “acá no sacás foto”, no la sacabas. Todo lo que hacíamos estaba milimétricamente planificado. Tenían un relato claro de lo que querían mostrar, basado en la imagen e impresión que quieren generar en el resto del mundo.
—¿Cuán distinto se vive allá?
—Hay algunas cosas en común y otras muy distintas. Lo que más grafica la diferencia es una anécdota del viaje: nos llevaron a un jardín de infantes y los chicos, cuando les preguntamos por sus sueños a futuro, nos contestaron que de grandes quieren ser militares para servirle a su líder. A un compañero del grupo, que era alemán, lo felicitaron por ser compatriota de Hitler, a quien consideran un héroe. Eso te habla mucho del adoctrinamiento que impera y de una visión particular no solo del presente, sino también de toda la historia.
Hacer posible lo imposible
Nicolás comparte que, cuando contaba su objetivo, muchos lo trataban de “loco”. Incluso algunos amigos y familiares dudaron por momentos de sus capacidades o le pidieron que tenga cuidado con todos los riesgos que representa semejante travesía. Aún así, él fue sorteando uno por uno cada obstáculo económico, logístico y psicológico.
—¿Qué se siente haber cumplido el principal sueño de toda tu vida?
—Fue una sensación indescriptible. Saber que soy el primer argentino en lograrlo y el octavo más joven del mundo me llena de orgullo. Pero más allá del récord, lo más valioso son las experiencias que viví y las personas que conocí en el camino.
—¿Creíste en algún momento que no ibas a poder?
—No. Siempre me mantuve en que lo iba a lograr, y así ocurrió.
—¿Cómo financiaste todos estos viajes?
—Fue un esfuerzo enorme. Ahorré durante años repartiendo volantes, trabajé en un banco, di clases de tenis entre 12 y 14 horas los fines de semana y, si me sobraba tiempo, hacía hasta de Uber. Nada de ese capital me lo gastaba, llevaba pilones de efectivo al banco para depositarlos. En mi tiempo muerto del trabajo en el banco me armaba una cartera de inversiones, aplicando todo lo que aprendí en la carrera y en algunos cursos de finanzas.
—¿Esos ahorros resistieron los viajes?
—Si, porque yo vivía de los rendimientos que me daba la cartera. No gastaba los ahorros sino que calculé todo de modo tal que pueda viajar sólo con las ganancias mensuales. Cuando estaba en países más baratos, como algunos de África, podía dejar mis ahorros en inversiones mas seguras. Pero estando en Europa necesitaba mas plata así que subía el riesgo de los activos. Siempre digo que tenía que elegir entre mi seguridad personal o financiera.
—¿Cuál fue el momento en que más miedo pasaste?
—Hubo muchos, pero uno que destaco fue cuando me secuestraron en Mauritania. Estábamos con un amigo francés en un auto alquilado y levantamos a un grupo que estaba haciendo dedo. Como es algo que yo suelo hacer, siempre que puedo intento ayudar a quienes están en la misma, pero en este caso resultaron ser parte de una reconocida organización terrorista extremista que prefiero no nombrar. Instantáneamente pusieron sus banderas en las ventanas del auto y nos retuvieron durante tres días. Fue una experiencia aterradora, pero logramos escapar.
—Debe haber sido algo traumático…
—Sí, pero años más tarde volví al mismo lugar. No dejé que el miedo me detuviera. De hecho, en mi segunda visita redoblé la apuesta y me subí al tren más peligroso del mundo. Esto es parte de mi personalidad: siempre busco superar los límites.
El Tren del Hierro en Mauritania transporta el mineral desde Zouérat hasta Nouadhibou, atravesando el desierto de Sahara, y es uno de los más largos y extremos del mundo. Sus vagones abiertos exponen a los viajeros a temperaturas extremas, viento y polvo tóxico del mineral. Presenta un gran riesgo de caídas mortales (por no estar preparado para pasajeros), hay amenazas de ataques terroristas y la falta total de servicios hace que el viaje sea extremadamente peligroso.
—¿Algo de tu personalidad busca, en cierto punto, el riesgo?
—Sin lugar a dudas, soy así desde chico y en todos los aspectos de mi vida. Hasta cuando me dedicaba al tenis, siempre era de arriesgar por placer. Muchas veces ya tenía un partido asegurado y, en lugar de jugar a lo seguro, decidía experimentar. Me gusta la adrenalina, me mantiene vivo.
Las experiencias
—¿Hay alguna validación oficial de tu recorrido?
—Sí, Most Traveled People es la empresa que valida estos récords. Tienen un ranking de personas que han visitado todos los países. Para verificarlo, tuve que enviar fotos de mi pasaporte, comprobantes de vuelos, consumos con tarjetas de crédito y otros documentos. Es un proceso riguroso, pero necesario para asegurarse de que todo es real.
—¿Qué fue lo más raro que comiste?
—Cerebro de mono, sin saberlo. Estábamos en China, en un bodegón con un amigo, y me dijo que me iba a sorprender con un plato sorpresa. Terminé de comer y no sentí nada muy extraño, pero a la salida me contó qué era y vomité en medio de la calle.
—¿Cuál de todos los países del mundo elegirías?
—Argentina, sin dudas.
—¿Y por fuera de la Argentina?
—Irak. Me impactó mucho la generosidad de su gente, incluso a pesar de haber estado preso cuando pensaron que era un agente de inteligencia extranjera, algo que a muchos les dejaría cierto rencor.
—Actualmente parece caerse la hegemonía globalista iniciada en los años 90´ y haber un auge de los nacionalismos de exclusión. ¿Cómo ves la creciente xenofobia después de haber convivido con tantas culturas distintas?
—Mucho viene del desconocimiento. Todo lo que pueda decir se resume en una frase: si todos tuviésemos un amigo de ese país del que hablamos boludeces, no las hablaríamos. En cierto punto es el miedo a lo distinto, pero si algo aprendí es que somos todos humanos y hay buena gente en todas las culturas.
—¿Qué sigue ahora? No pareces el tipo de persona que se va a quedar acostada en un sillón…
—Quiero hacer un documental contando mis experiencias. Me gustaría que todos aquellos que no pueden viajar también conozcan las culturas, personas y cosmovisiones a las que me acerqué viajando. Además, quiero servir de ejemplo para cualquiera que tenga un sueño y sepa que lo puede lograr con la dedicación y planificación suficiente. Si hay algún productor leyendo, ¡estoy abierto a propuestas!
A sus 32 años, Nicolás Pasquali se convirtió en el primer argentino en visitar los 193 países reconocidos por la Organización de las Naciones Unidas (ONU). El 20 de febrero de 2025 pisó Corea del Norte, el último que le faltaba en su lista, convirtiéndose en el primer argentino en lograrlo y en el octavo más joven del mundo en alcanzar esta hazaña. Para conseguirlo, priorizó su pasión y curiosidad por entender el mundo en toda su diversidad, frente a los obstáculos que fueron apareciendo en el camino que, por cierto, no fueron pocos.
Nicolás explica que viajar es más que poner un pie en el territorio para agregarlo a una lista “de supermercado”. Conocer un país implica recorrerlo, escuchar a su gente, comprender sus tradiciones y ver el mundo desde la perspectiva local. Durante la travesía convivió con cientos de familias locales, probó comidas inimaginables, fingió pertenecer a ciertas religiones para sobrevivir, sufrió un secuestro en Mauritania y fue arrestado durante tres días en Irak.
Ahora, en charla con LA NACION, Nicolás Pasquali cuenta algunas de las aventuras que vivió en su particular travesía y cómo se siente tras haber alcanzado este logro.
—Nicolás, ¿cuándo descubriste esta pasión por conocer el mundo?
—De muy chico. En mi casa teníamos un gran globo terráqueo en el living, un día me acerqué y empecé a explorarlo. Me di cuenta que existían lugares de los que nunca había escuchado, como el Río Éufrates o el Tigris. En esa época se usaban mucho las enciclopedias por carta, así que fui a buscar si había alguna imagen o datos de esos lugares. Me voló tanto la cabeza ese ejercicio que, de ahí en más, siempre que llegaba del colegio giraba el globo, lo frenaba aleatoriamente con el dedo y me ponía a ver qué podía encontrar en la enciclopedia.
—¿Qué era lo que más te interesaba en ese ejercicio?
—No lo tenía tan claro pero me flasheaba conocer distintos tipos de culturas, poblaciones, paisajes y modos de vida. Me hacía preguntas como por qué en distintos lugares la gente tenía otros colores de piel… Son cosas que de chico, cuando uno quiere entender el mundo, generan intriga. Muchos de esos interrogantes terminaban a su vez en otras preguntas, y se alimentaba cada vez más mi curiosidad y ganas de ver personalmente lo que leía.
—¿Cómo tradujiste esa curiosidad en el objetivo concreto de viajar por el mundo?
—De chico era muy destacado en el tenis, a punto tal que competía en torneos muy importantes e hice mis últimos dos años de colegio virtuales para poder entrenar unas siete horas por día. Viajaba por Latinoamérica para las competiciones y me fascinaba, pero me di cuenta de que lo que más me gustaba era conocer los lugares, más que el deporte en sí. Un día, estando en secundaria, dije “vamos por todo” y me propuse ser el primer hombre en conocer todos los países del mundo. Después me di cuenta que ya existía gente que lo había hecho, así que me propuse ser el primer argentino en lograrlo. Y lo fui.
El comienzo de un largo camino
—¿Cuando lo empezaste a materializar?
—Durante las vacaciones de verano de la facultad, me fui de viaje a la casa de mi familia en Santa Fe. Mi primo tenía ganas de ir a Tucumán y me invitó. Le dije “dale” y nos subimos a un micro de larga distancia. Recorrimos Tucumán, Jujuy y Salta. Después de eso, mi primo se volvió, pero yo seguí solo. Recorrí Chile, Bolivia, Perú, Ecuador y Colombia, hasta llegar a Venezuela, donde tuve que emprender el regreso por conflictos políticos bajo la presidencia de Nicolás Maduro.
—¿Cómo fue esa primera experiencia siendo tan joven?
—Fue una aventura extraordinaria, aunque tuvo sus momentos duros. Un día me encontré en un barco de carga cruzando el Amazonas por una ruta muy usada por narcotraficantes para el tráfico de drogas. Como si fuese poco, nos despertaron los militares con ametralladoras pidiéndonos los documentos.
—¿Tu familia cómo se lo tomó?
—Mis papás estaban aliviados cuando volví. Imaginate que me fui por unos días a Tucumán y terminé recorriendo gran parte de Latinoamérica, para quedar varado en Venezuela con todos los aeropuertos cerrados. Llegué para arrancar las clases, aunque un mes tarde.
—¿Qué sentiste volviendo a algo tan rutinario como es una cursada universitaria?
—Sin dudas, fue un impacto. Al mes decidí cambiarme de carrera. Estaba estudiando Marketing, pero me di cuenta de que no era lo mío. Me pasé a Administración de Empresas porque quería entender cómo funcionaba el sistema financiero para poder generar ingresos que me permitieran seguir viajando. Eso mismo hice unos años más tarde y fue lo que me costeó toda esta aventura.
La figurita difícil: Corea del Norte
El pasado 20 de febrero, Nicolás visitó el último destino pendiente, cumpliendo el sueño de su vida a los 32 años: haber conocido todos los países del mundo. Pese a numerosos obstáculos y dudas de incluso sus seres más queridos, se convirtió en el primer argentino de la historia en alcanzar este récord. Para lograrlo, tuvo que conseguir ingresar a Corea del Norte, donde solo se puede entrar después de realizar largos trámites y recibir un permiso especial.
El régimen norcoreano es reconocido como uno de los más autoritarios del mundo, donde el sistema político está completamente dominado por un partido único y la figura de su líder supremo. El gobierno ejerce un control absoluto sobre la vida de sus ciudadanos, restringiendo el acceso a la información, limitando la libertad de expresión y reprimiendo cualquier disidencia. Tiene una política exterior de hermetismo casi absoluto y cuenta con grandes restricciones a las libertades individuales, representando un peligro constante para cualquier visitante durante toda su estancia.
—¿Cómo lograste entrar a Corea del Norte?
—Apliqué presentando toda la documentación necesaria, que era mucha… También me ayudaron desde Most Traveled People, por ser mi único destino restante. Se tomaron un tiempo para investigarme y finalmente me aceptaron como parte de un programa que están desarrollando, en el que buscan abrirse al turismo.
—¿Cuándo supiste que te habían aceptado?
—Estaba tomando vino en el balcón y me llamó un representante d e la agencia para avisarme que me habían asignado un permiso de ingreso que sólo duraría 72 horas. Armaron un grupo de 12 turistas de distintos países que estaban en una situación similar a la mía. Fue una locura esa llamada, estaba totalmente en otra secuencia pero me puse a buscar vuelos, agarré mi bolso y me fui sin dudarlo un minuto.
—¿Cómo era la dinámica durante el viaje?
—Teníamos una agenda preestablecida y no nos podíamos apartar de eso. Si te decían “acá no sacás foto”, no la sacabas. Todo lo que hacíamos estaba milimétricamente planificado. Tenían un relato claro de lo que querían mostrar, basado en la imagen e impresión que quieren generar en el resto del mundo.
—¿Cuán distinto se vive allá?
—Hay algunas cosas en común y otras muy distintas. Lo que más grafica la diferencia es una anécdota del viaje: nos llevaron a un jardín de infantes y los chicos, cuando les preguntamos por sus sueños a futuro, nos contestaron que de grandes quieren ser militares para servirle a su líder. A un compañero del grupo, que era alemán, lo felicitaron por ser compatriota de Hitler, a quien consideran un héroe. Eso te habla mucho del adoctrinamiento que impera y de una visión particular no solo del presente, sino también de toda la historia.
Hacer posible lo imposible
Nicolás comparte que, cuando contaba su objetivo, muchos lo trataban de “loco”. Incluso algunos amigos y familiares dudaron por momentos de sus capacidades o le pidieron que tenga cuidado con todos los riesgos que representa semejante travesía. Aún así, él fue sorteando uno por uno cada obstáculo económico, logístico y psicológico.
—¿Qué se siente haber cumplido el principal sueño de toda tu vida?
—Fue una sensación indescriptible. Saber que soy el primer argentino en lograrlo y el octavo más joven del mundo me llena de orgullo. Pero más allá del récord, lo más valioso son las experiencias que viví y las personas que conocí en el camino.
—¿Creíste en algún momento que no ibas a poder?
—No. Siempre me mantuve en que lo iba a lograr, y así ocurrió.
—¿Cómo financiaste todos estos viajes?
—Fue un esfuerzo enorme. Ahorré durante años repartiendo volantes, trabajé en un banco, di clases de tenis entre 12 y 14 horas los fines de semana y, si me sobraba tiempo, hacía hasta de Uber. Nada de ese capital me lo gastaba, llevaba pilones de efectivo al banco para depositarlos. En mi tiempo muerto del trabajo en el banco me armaba una cartera de inversiones, aplicando todo lo que aprendí en la carrera y en algunos cursos de finanzas.
—¿Esos ahorros resistieron los viajes?
—Si, porque yo vivía de los rendimientos que me daba la cartera. No gastaba los ahorros sino que calculé todo de modo tal que pueda viajar sólo con las ganancias mensuales. Cuando estaba en países más baratos, como algunos de África, podía dejar mis ahorros en inversiones mas seguras. Pero estando en Europa necesitaba mas plata así que subía el riesgo de los activos. Siempre digo que tenía que elegir entre mi seguridad personal o financiera.
—¿Cuál fue el momento en que más miedo pasaste?
—Hubo muchos, pero uno que destaco fue cuando me secuestraron en Mauritania. Estábamos con un amigo francés en un auto alquilado y levantamos a un grupo que estaba haciendo dedo. Como es algo que yo suelo hacer, siempre que puedo intento ayudar a quienes están en la misma, pero en este caso resultaron ser parte de una reconocida organización terrorista extremista que prefiero no nombrar. Instantáneamente pusieron sus banderas en las ventanas del auto y nos retuvieron durante tres días. Fue una experiencia aterradora, pero logramos escapar.
—Debe haber sido algo traumático…
—Sí, pero años más tarde volví al mismo lugar. No dejé que el miedo me detuviera. De hecho, en mi segunda visita redoblé la apuesta y me subí al tren más peligroso del mundo. Esto es parte de mi personalidad: siempre busco superar los límites.
El Tren del Hierro en Mauritania transporta el mineral desde Zouérat hasta Nouadhibou, atravesando el desierto de Sahara, y es uno de los más largos y extremos del mundo. Sus vagones abiertos exponen a los viajeros a temperaturas extremas, viento y polvo tóxico del mineral. Presenta un gran riesgo de caídas mortales (por no estar preparado para pasajeros), hay amenazas de ataques terroristas y la falta total de servicios hace que el viaje sea extremadamente peligroso.
—¿Algo de tu personalidad busca, en cierto punto, el riesgo?
—Sin lugar a dudas, soy así desde chico y en todos los aspectos de mi vida. Hasta cuando me dedicaba al tenis, siempre era de arriesgar por placer. Muchas veces ya tenía un partido asegurado y, en lugar de jugar a lo seguro, decidía experimentar. Me gusta la adrenalina, me mantiene vivo.
Las experiencias
—¿Hay alguna validación oficial de tu recorrido?
—Sí, Most Traveled People es la empresa que valida estos récords. Tienen un ranking de personas que han visitado todos los países. Para verificarlo, tuve que enviar fotos de mi pasaporte, comprobantes de vuelos, consumos con tarjetas de crédito y otros documentos. Es un proceso riguroso, pero necesario para asegurarse de que todo es real.
—¿Qué fue lo más raro que comiste?
—Cerebro de mono, sin saberlo. Estábamos en China, en un bodegón con un amigo, y me dijo que me iba a sorprender con un plato sorpresa. Terminé de comer y no sentí nada muy extraño, pero a la salida me contó qué era y vomité en medio de la calle.
—¿Cuál de todos los países del mundo elegirías?
—Argentina, sin dudas.
—¿Y por fuera de la Argentina?
—Irak. Me impactó mucho la generosidad de su gente, incluso a pesar de haber estado preso cuando pensaron que era un agente de inteligencia extranjera, algo que a muchos les dejaría cierto rencor.
—Actualmente parece caerse la hegemonía globalista iniciada en los años 90´ y haber un auge de los nacionalismos de exclusión. ¿Cómo ves la creciente xenofobia después de haber convivido con tantas culturas distintas?
—Mucho viene del desconocimiento. Todo lo que pueda decir se resume en una frase: si todos tuviésemos un amigo de ese país del que hablamos boludeces, no las hablaríamos. En cierto punto es el miedo a lo distinto, pero si algo aprendí es que somos todos humanos y hay buena gente en todas las culturas.
—¿Qué sigue ahora? No pareces el tipo de persona que se va a quedar acostada en un sillón…
—Quiero hacer un documental contando mis experiencias. Me gustaría que todos aquellos que no pueden viajar también conozcan las culturas, personas y cosmovisiones a las que me acerqué viajando. Además, quiero servir de ejemplo para cualquiera que tenga un sueño y sepa que lo puede lograr con la dedicación y planificación suficiente. Si hay algún productor leyendo, ¡estoy abierto a propuestas!
Tiene 32 años y recorrió el mundo en búsqueda de nuevas culturas… y aventuras LA NACION