Creía que afuera algo más importante esperaba, tocó fondo, y regresó a Argentina para saldar su deuda: “Me cansé de escapar”

Felipe se fue de la Argentina a los 25, después de haber planificado en detalle su viaje durante dos años. Con tanta premeditación, ni él mismo pudo darse cuenta de que en realidad estaba elucubrando una huida. Si alguien le hubiera preguntado ¿por qué huis? habría mirado perplejo, y contestado que él siempre había sido curioso, que tan solo se iba a vivir una aventura y que en un año estaría de regreso.
La idea, de hecho, ni siquiera había sido de él, sino de su querida hermana, que años atrás se había ido a trabajar a Nueva Zelanda y le había contado maravillas de la vida en Australia. Y a él, que siempre le había gustado viajar, le pareció una excelente idea replicar su experiencia, ¿por qué no? Solo quedaba terminar la facultad y ahorrar fuerte para pagar la visa y los pasajes. Así lo hizo, y se despidió con tranquilidad de su familia y amigos, con la serenidad que provoca anunciar: `En un año vuelvo´.
Y entonces comenzó la huida.
Volver a empezar en Australia: ¿Y ahora qué?
El primer indicio llegó antes de irse, cuando en Felipe emergió la necesidad de no dejar nada atrás, aun a pesar de saber (o creer) que regresaría. Vendió todas y cada una de sus cosas, precisaba sentir la liviandad de un nuevo comienzo, sin cargas pasadas que lo llamaran en silencio.
Lo poco que quedó lo metió en una mochila y partió sin tener idea de lo que el futuro le podría deparar, pero deseoso de moverse, casi sacudir su vida: “Me fui también por una sensación de estancamiento, sentía que tenía cosas más importantes que vivir que el solo hecho de hacer carrera en un trabajo, casarme, y comprar una casa, había algo más importante que me estaba esperando”, reflexiona hoy mientras repasa su historia.
`¿Y ahora qué?´, se preguntó apenas pisó Melbourne. Tras un día entero de avión lo único que hubo fue incertidumbre. Felipe miró a su alrededor desconcertado, tenía que conseguir dónde vivir y un trabajo, todo en inglés y dominado por esa sensación de extrañamiento del recién llegado. Durante una semana no hizo nada, tan solo observó y buscó aclimatarse a un cambio tan radical, en especial por venir él de un pueblo de 5 mil habitantes del norte de Entre Ríos.
“Cuando me di cuenta ya estaba trabajando, fue todo muy rápido y sencillo, empecé a desarrollar una rutina, y terminé pasando siete meses muy cómodo con un trabajo muy agradable, hasta que por cuestiones de la visa me tuve que mudar al norte del país”, cuenta.
Atrapado en un pueblito libre
En el camino, sin embargo, el destino tuvo otros planes. Felipe se hallaba en medio de su traslado hacia su nuevo lugar, cuando la pandemia sorprendió al mundo. Inesperadamente, terminó en un pueblito en el medio de la nada, donde pronto consiguió un trabajo y fue capaz de llevar una vida corriente, alejado de todas las restricciones que se imponían por COVID.
Sin necesidad de irse del pueblo que lo había encontrado al azar, Felipe se sintió pleno, estaba a miles de kilómetros de su casa, en la Australia remota, solo y en medio de una pandemia mundial: “Pero estaba muy bien”, confiesa. “Sentía que si podía manejar una situación así podía hacer cualquier cosa, y así fue que perdí muchos miedos, y me animé, por primera vez, a ir tras la búsqueda de mis sueños”, continúa el argentino, quien había estudiado para ser chef, aunque cree que es una manera pretenciosa de llamar al cocinero: “Que es lo que realmente me considero”, asegura.
“Alrededor de un año después y cuando la pandemia estaba más controlada, me mudé a una isla en el noroeste australiano. Había hecho mucha investigación y parecía ser un lugar que tenía todo lo que quería: playas alucinantes, koalas, tortugas marinas, mucha naturaleza y tranquilidad. Fueron los mejores meses de mi vida, era como vivir en un sueño, trabajaba de mañana y a la tarde me iba con mis amigos a la playa, la única preocupación que tenía era llegar a tiempo para ver el atardecer”, relata.
El riesgo de abandonar el paraíso: “Uno siempre vuelve a donde fue feliz, dicen”
Hoy Felipe cree que tal vez fue muy ambicioso, allí, en el paraíso, estaba poseído por los buenos estímulos y abrazó con fuerza la energía que traía para seguir viaje hacia un destino totalmente diferente y que despertaba su curiosidad: Italia, donde tenía intenciones de tramitar su ciudadanía.
Alcanzar su cometido no fue sencillo, y aunque logró su objetivo, su viaje sacudió todos sus cimientos, que poco a poco empezaron a mostrar sus debilidades: “Fue muy duro, un cambio brutal, pasé de 100 a 0 en semanas”.
Tras tiempos oscuros, de pronto sintió que necesitaba volver a sus afectos, a su tierra. Regresó a la Argentina y la recorrió, abrazó a los suyos y pasó tiempo con ellos, pero no fue suficiente, no lo llenaba, se había acostumbrado a la soledad: tanto bullicio lo agobiaba.
“Decidí volver a Australia, fui con otras expectativas y mi experiencia fue totalmente distinta. Ni bien llegué estaba decidido a buscar un trabajo que me ofreciera una sponsor para poder acceder a una residencia permanente, Australia es el país de las oportunidades, si te esmerás en conseguir algo lo vas a obtener, ahí rige la ley del esfuerzo. Me fui a Sídney, suponiendo que iba a ser más sencillo conseguir lo que buscaba, pero no fue así, no por falta de oportunidades, sino por una falta interna de motivación, no lograba conectar con mi deseo. Un poco frustrado y ya corto de ahorros, decidí volver a la isla. Uno siempre vuelve a donde fue feliz, dicen”.
La isla y el intento de replicar la felicidad: ¿dónde estaba esa `cosa más importante´ que supuestamente me estaba esperando ahí afuera?”
En la isla, alejado de los fantasmas, por un tiempo todo fue felicidad. La residencia permanente en Australia estaba casi descartada y decidió que lo único que quedaba era relajarse y disfrutar del día a día. Felipe trabajaba lo justo para pagar sus gastos, ahorrar lo mínimo y aprovechar al máximo su tiempo al aire libre: “Mirando tortugas comer algas en la playa, haciendo snorkel entre los corales o saliendo de caminata a ver koalas trepados en los eucaliptos”, rememora.
Fueron buenos tiempos, aunque no fue lo mismo. Los amigos que Felipe había hecho en el pasado ya no estaban y él ya no era el mismo. Sin embargo, sus hermanas y cuñados habían decidido mudarse a Australia por una temporada y vivieron juntos en la isla, donde el joven los introdujo al estilo de vida.
“Todo estuvo tranquilo, pero internamente sentía que algo no estaba bien, tenía una fuga en algún lugar que evitaba que me sintiese realmente pleno, sentía que estaba mirando mi vida a través de un vidrio esmerilado, me estaba sintiendo estancado otra vez, como me sentía antes de empezar. Si bien no era consciente en ese momento, por dentro pensaba que todo había sido un fracaso, había pasado por mil cosas y al final volvía al inicio, a sentirme de la misma manera, ¿dónde estaba la felicidad? ¿Dónde estaban las tardes de atardeceres mágicos? ¿Dónde estaba esa `cosa más importante´ que supuestamente me estaba esperando ahí afuera?”.
La caída al infierno y la llave para armar el rompecabezas
¿Dónde queda lo que estoy esperando? La pregunta seguía danzando en la cabeza de Felipe, cuando sus hermanas se mudaron a Sídney y él decidió seguirlas. Allí fue donde todo terminó por derrumbarse. Tan perdido como antes, apenas llegó su cuerpo se brotó por completo, la acumulación de estrés y ansiedad reprimidos les pasaban factura. Por fortuna, consiguió un hogar entero para él y toda su familia y allí, con la tranquilidad de la ausencia de extraños, se sintió seguro para tocar fondo: “Y así estuve por meses, con una depresión tremenda, sin trabajar ni salir de la casa”, confiesa.
Felipe decidió retomar terapia y, de a poco, los días amanecieron más claros. Al tiempo volvió a trabajar, fue capaz de despejar su mente y volver a una rutina. Un año después, ya más estable, siguió viaje solo hacia lo desconocido. Se sumergió en la naturaleza y la tranquilidad de Tasmania, sur de Australia, donde trabajó en un lodge ubicado en un parque nacional icónico.
“Volví a conectar con la naturaleza, estaba rodeado de montañas, de demonios de Tasmania, ornitorrincos y todo tipo de marsupiales, en el invierno con la nieve me sentía en una película de Disney, y las noches despejadas se podían llegar a ver auroras australis. La experiencia que tuve en ese lugar fue increíble, pasar diez meses en el medio de la nada fue tan desafiante como gratificante. Me llevó su tiempo pero pude volver a sentirme entero, a sentirme en control”.
Y cuando se sintió en control, Felipe por fin despertó del todo y supo qué debía hacer.
Dejar de escapar: “No importa cuántas herramientas uno tenga en la vida, si no las podés utilizar no te sirven de nada”
En los primeros años de nuestra infancia normalmente nos educan según las convicciones de las personas que se unieron en el camino para formar una familia. Dependiendo de las posibilidades, ellos deciden en qué barrio vamos a vivir y a qué colegio vamos a asistir y, por ende, nos insertan a su voluntad en el entorno en el cual nos vamos a mover durante nuestros años de formación. Por todas estas razones cada uno de nosotros es construido; resulta inevitable que ese destino impuesto por terceros influya en nuestra visión de la sociedad y el mundo, así como en nuestros miedos, nuestras fortalezas, nuestras carencias y nuestras tendencias a la hora de trazar nuestro propio devenir.
Y ese mundo construido a veces esconde secretos, dolor, angustia y desesperanza. Así, un día despertamos con la sensación de que es tiempo de partir, dejar atrás la vida ordinaria digitada que sentimos ajena. Pero ¿se puede huir por siempre?
¿Qué pasa cuando es tiempo de volver a ese lugar del que huimos porque cargaba demasiadas heridas? En el regreso es donde suele comenzar la verdadera historia y, por ello, Felipe hoy se encuentra en Argentina, tras comprender que era tiempo de cerrar círculos a fin de construir el cuadro completo de su identidad.
“Tenía muchas ganas de volver, sentía que tenía muchas cosas pendientes, ahora estoy enfrentándome con muchas de ellas, me di cuenta de que al irme había escapado de muchas cosas que, en cierta manera, eran las que me habían empujado a irme: conflictos, relaciones, traumas, miedos”.
“Hoy les estoy haciendo frente, me cansé de escapar y también las ganas que tenía de regresar eran justamente de darle la cara a todo esto que me estaba esperando, porque también sabía que no se iban a ir a ningún lado. Estoy en plena etapa de planificación sobre mi futuro, sobre si irme o si quedarme y qué hacer con mi vida. Con muchas herramientas y tranquilidad, poniendo en práctica todo lo que aprendí estos años, pero a la vez con miedo y precaución”, continúa Felipe.
“Creo que el mayor aprendizaje de todo esto es que no importa cuántas herramientas uno tenga en la vida, si no las podés utilizar no te sirven de nada, y a la inversa también, a veces hace falta menos de lo que uno cree para hacer que las cosas funcionen. Hoy estoy en una etapa de introspección total, analizando a fondo quién soy y a dónde quiero ir, dándome todo el espacio y tiempo posible, no para armar un futuro perfecto o para conseguir algo grandioso, sino para estar más presente y vivir el día a día, entendiendo que lo que venga es lo que será, yo solo necesito estar conforme con mi presente, y si no me gusta, moverme y seguir intentando. Claramente, es más fácil decirlo que hacerlo, pero ahí vamos”.
*
Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com
Por Carina Durn
Felipe se fue de la Argentina a los 25, después de haber planificado en detalle su viaje durante dos años. Con tanta premeditación, ni él mismo pudo darse cuenta de que en realidad estaba elucubrando una huida. Si alguien le hubiera preguntado ¿por qué huis? habría mirado perplejo, y contestado que él siempre había sido curioso, que tan solo se iba a vivir una aventura y que en un año estaría de regreso.
La idea, de hecho, ni siquiera había sido de él, sino de su querida hermana, que años atrás se había ido a trabajar a Nueva Zelanda y le había contado maravillas de la vida en Australia. Y a él, que siempre le había gustado viajar, le pareció una excelente idea replicar su experiencia, ¿por qué no? Solo quedaba terminar la facultad y ahorrar fuerte para pagar la visa y los pasajes. Así lo hizo, y se despidió con tranquilidad de su familia y amigos, con la serenidad que provoca anunciar: `En un año vuelvo´.
Y entonces comenzó la huida.
Volver a empezar en Australia: ¿Y ahora qué?
El primer indicio llegó antes de irse, cuando en Felipe emergió la necesidad de no dejar nada atrás, aun a pesar de saber (o creer) que regresaría. Vendió todas y cada una de sus cosas, precisaba sentir la liviandad de un nuevo comienzo, sin cargas pasadas que lo llamaran en silencio.
Lo poco que quedó lo metió en una mochila y partió sin tener idea de lo que el futuro le podría deparar, pero deseoso de moverse, casi sacudir su vida: “Me fui también por una sensación de estancamiento, sentía que tenía cosas más importantes que vivir que el solo hecho de hacer carrera en un trabajo, casarme, y comprar una casa, había algo más importante que me estaba esperando”, reflexiona hoy mientras repasa su historia.
`¿Y ahora qué?´, se preguntó apenas pisó Melbourne. Tras un día entero de avión lo único que hubo fue incertidumbre. Felipe miró a su alrededor desconcertado, tenía que conseguir dónde vivir y un trabajo, todo en inglés y dominado por esa sensación de extrañamiento del recién llegado. Durante una semana no hizo nada, tan solo observó y buscó aclimatarse a un cambio tan radical, en especial por venir él de un pueblo de 5 mil habitantes del norte de Entre Ríos.
“Cuando me di cuenta ya estaba trabajando, fue todo muy rápido y sencillo, empecé a desarrollar una rutina, y terminé pasando siete meses muy cómodo con un trabajo muy agradable, hasta que por cuestiones de la visa me tuve que mudar al norte del país”, cuenta.
Atrapado en un pueblito libre
En el camino, sin embargo, el destino tuvo otros planes. Felipe se hallaba en medio de su traslado hacia su nuevo lugar, cuando la pandemia sorprendió al mundo. Inesperadamente, terminó en un pueblito en el medio de la nada, donde pronto consiguió un trabajo y fue capaz de llevar una vida corriente, alejado de todas las restricciones que se imponían por COVID.
Sin necesidad de irse del pueblo que lo había encontrado al azar, Felipe se sintió pleno, estaba a miles de kilómetros de su casa, en la Australia remota, solo y en medio de una pandemia mundial: “Pero estaba muy bien”, confiesa. “Sentía que si podía manejar una situación así podía hacer cualquier cosa, y así fue que perdí muchos miedos, y me animé, por primera vez, a ir tras la búsqueda de mis sueños”, continúa el argentino, quien había estudiado para ser chef, aunque cree que es una manera pretenciosa de llamar al cocinero: “Que es lo que realmente me considero”, asegura.
“Alrededor de un año después y cuando la pandemia estaba más controlada, me mudé a una isla en el noroeste australiano. Había hecho mucha investigación y parecía ser un lugar que tenía todo lo que quería: playas alucinantes, koalas, tortugas marinas, mucha naturaleza y tranquilidad. Fueron los mejores meses de mi vida, era como vivir en un sueño, trabajaba de mañana y a la tarde me iba con mis amigos a la playa, la única preocupación que tenía era llegar a tiempo para ver el atardecer”, relata.
El riesgo de abandonar el paraíso: “Uno siempre vuelve a donde fue feliz, dicen”
Hoy Felipe cree que tal vez fue muy ambicioso, allí, en el paraíso, estaba poseído por los buenos estímulos y abrazó con fuerza la energía que traía para seguir viaje hacia un destino totalmente diferente y que despertaba su curiosidad: Italia, donde tenía intenciones de tramitar su ciudadanía.
Alcanzar su cometido no fue sencillo, y aunque logró su objetivo, su viaje sacudió todos sus cimientos, que poco a poco empezaron a mostrar sus debilidades: “Fue muy duro, un cambio brutal, pasé de 100 a 0 en semanas”.
Tras tiempos oscuros, de pronto sintió que necesitaba volver a sus afectos, a su tierra. Regresó a la Argentina y la recorrió, abrazó a los suyos y pasó tiempo con ellos, pero no fue suficiente, no lo llenaba, se había acostumbrado a la soledad: tanto bullicio lo agobiaba.
“Decidí volver a Australia, fui con otras expectativas y mi experiencia fue totalmente distinta. Ni bien llegué estaba decidido a buscar un trabajo que me ofreciera una sponsor para poder acceder a una residencia permanente, Australia es el país de las oportunidades, si te esmerás en conseguir algo lo vas a obtener, ahí rige la ley del esfuerzo. Me fui a Sídney, suponiendo que iba a ser más sencillo conseguir lo que buscaba, pero no fue así, no por falta de oportunidades, sino por una falta interna de motivación, no lograba conectar con mi deseo. Un poco frustrado y ya corto de ahorros, decidí volver a la isla. Uno siempre vuelve a donde fue feliz, dicen”.
La isla y el intento de replicar la felicidad: ¿dónde estaba esa `cosa más importante´ que supuestamente me estaba esperando ahí afuera?”
En la isla, alejado de los fantasmas, por un tiempo todo fue felicidad. La residencia permanente en Australia estaba casi descartada y decidió que lo único que quedaba era relajarse y disfrutar del día a día. Felipe trabajaba lo justo para pagar sus gastos, ahorrar lo mínimo y aprovechar al máximo su tiempo al aire libre: “Mirando tortugas comer algas en la playa, haciendo snorkel entre los corales o saliendo de caminata a ver koalas trepados en los eucaliptos”, rememora.
Fueron buenos tiempos, aunque no fue lo mismo. Los amigos que Felipe había hecho en el pasado ya no estaban y él ya no era el mismo. Sin embargo, sus hermanas y cuñados habían decidido mudarse a Australia por una temporada y vivieron juntos en la isla, donde el joven los introdujo al estilo de vida.
“Todo estuvo tranquilo, pero internamente sentía que algo no estaba bien, tenía una fuga en algún lugar que evitaba que me sintiese realmente pleno, sentía que estaba mirando mi vida a través de un vidrio esmerilado, me estaba sintiendo estancado otra vez, como me sentía antes de empezar. Si bien no era consciente en ese momento, por dentro pensaba que todo había sido un fracaso, había pasado por mil cosas y al final volvía al inicio, a sentirme de la misma manera, ¿dónde estaba la felicidad? ¿Dónde estaban las tardes de atardeceres mágicos? ¿Dónde estaba esa `cosa más importante´ que supuestamente me estaba esperando ahí afuera?”.
La caída al infierno y la llave para armar el rompecabezas
¿Dónde queda lo que estoy esperando? La pregunta seguía danzando en la cabeza de Felipe, cuando sus hermanas se mudaron a Sídney y él decidió seguirlas. Allí fue donde todo terminó por derrumbarse. Tan perdido como antes, apenas llegó su cuerpo se brotó por completo, la acumulación de estrés y ansiedad reprimidos les pasaban factura. Por fortuna, consiguió un hogar entero para él y toda su familia y allí, con la tranquilidad de la ausencia de extraños, se sintió seguro para tocar fondo: “Y así estuve por meses, con una depresión tremenda, sin trabajar ni salir de la casa”, confiesa.
Felipe decidió retomar terapia y, de a poco, los días amanecieron más claros. Al tiempo volvió a trabajar, fue capaz de despejar su mente y volver a una rutina. Un año después, ya más estable, siguió viaje solo hacia lo desconocido. Se sumergió en la naturaleza y la tranquilidad de Tasmania, sur de Australia, donde trabajó en un lodge ubicado en un parque nacional icónico.
“Volví a conectar con la naturaleza, estaba rodeado de montañas, de demonios de Tasmania, ornitorrincos y todo tipo de marsupiales, en el invierno con la nieve me sentía en una película de Disney, y las noches despejadas se podían llegar a ver auroras australis. La experiencia que tuve en ese lugar fue increíble, pasar diez meses en el medio de la nada fue tan desafiante como gratificante. Me llevó su tiempo pero pude volver a sentirme entero, a sentirme en control”.
Y cuando se sintió en control, Felipe por fin despertó del todo y supo qué debía hacer.
Dejar de escapar: “No importa cuántas herramientas uno tenga en la vida, si no las podés utilizar no te sirven de nada”
En los primeros años de nuestra infancia normalmente nos educan según las convicciones de las personas que se unieron en el camino para formar una familia. Dependiendo de las posibilidades, ellos deciden en qué barrio vamos a vivir y a qué colegio vamos a asistir y, por ende, nos insertan a su voluntad en el entorno en el cual nos vamos a mover durante nuestros años de formación. Por todas estas razones cada uno de nosotros es construido; resulta inevitable que ese destino impuesto por terceros influya en nuestra visión de la sociedad y el mundo, así como en nuestros miedos, nuestras fortalezas, nuestras carencias y nuestras tendencias a la hora de trazar nuestro propio devenir.
Y ese mundo construido a veces esconde secretos, dolor, angustia y desesperanza. Así, un día despertamos con la sensación de que es tiempo de partir, dejar atrás la vida ordinaria digitada que sentimos ajena. Pero ¿se puede huir por siempre?
¿Qué pasa cuando es tiempo de volver a ese lugar del que huimos porque cargaba demasiadas heridas? En el regreso es donde suele comenzar la verdadera historia y, por ello, Felipe hoy se encuentra en Argentina, tras comprender que era tiempo de cerrar círculos a fin de construir el cuadro completo de su identidad.
“Tenía muchas ganas de volver, sentía que tenía muchas cosas pendientes, ahora estoy enfrentándome con muchas de ellas, me di cuenta de que al irme había escapado de muchas cosas que, en cierta manera, eran las que me habían empujado a irme: conflictos, relaciones, traumas, miedos”.
“Hoy les estoy haciendo frente, me cansé de escapar y también las ganas que tenía de regresar eran justamente de darle la cara a todo esto que me estaba esperando, porque también sabía que no se iban a ir a ningún lado. Estoy en plena etapa de planificación sobre mi futuro, sobre si irme o si quedarme y qué hacer con mi vida. Con muchas herramientas y tranquilidad, poniendo en práctica todo lo que aprendí estos años, pero a la vez con miedo y precaución”, continúa Felipe.
“Creo que el mayor aprendizaje de todo esto es que no importa cuántas herramientas uno tenga en la vida, si no las podés utilizar no te sirven de nada, y a la inversa también, a veces hace falta menos de lo que uno cree para hacer que las cosas funcionen. Hoy estoy en una etapa de introspección total, analizando a fondo quién soy y a dónde quiero ir, dándome todo el espacio y tiempo posible, no para armar un futuro perfecto o para conseguir algo grandioso, sino para estar más presente y vivir el día a día, entendiendo que lo que venga es lo que será, yo solo necesito estar conforme con mi presente, y si no me gusta, moverme y seguir intentando. Claramente, es más fácil decirlo que hacerlo, pero ahí vamos”.
*
Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com
Por Carina Durn
“Sentía que tenía cosas más importantes que vivir que el solo hecho de hacer carrera en un trabajo, casarme, y comprar una casa; había algo más importante que me estaba esperando”, dice el protagonista de esta historia LA NACION