Llegó por la carne y las mujeres hermosas, se fue a su país pero volvió a Argentina y cuenta por qué la elige: “Tiene mucho más sentido acá”

Brujas había quedado lejos, muy lejos, Kristof Micholt pudo notarlo no solo por el cambio geográfico evidente en los paisajes y el idioma, sino por el caos en la ciudad. Ante él, Buenos Aires se presentó apabullante, en especial por el tráfico y la forma enloquecida de manejar de los taxis y colectivos, por momentos temeraria.
Había arribado a la Argentina con algo de español, pero de inmediato comprendió que de poco le servía. ¡No podía descifrar gran parte de las palabras! y quedó verdaderamente confundido (y sorprendido) con la pronunciación de la doble ele y la ye: “Ese famoso yeísmo me hacía escuchar todo como un gran she she she”, asegura Kristof entre risas, mientras cuenta su historia. “Recuerdo que un amigo me dijo: `Venite a Gallo Gallo, llamame cuando llegues…´ y no entendí nada”.
El sueño de tener una experiencia en Argentina: “Sabía que era una ciudad vibrante, con buena carne, mujeres hermosas y que se venía el Mundial…”
Cuando vivía en Brujas, Kristof no valoraba tanto su belleza. Hoy, cada vez que regresa a su lugar de origen, se conmueve ante su magia. Una emoción difícil de poner en palabras lo invade al reencontrarse con su familia y amigos, y ciertas preguntas insistentes emergen, inevitables: ¿Qué hubiera pasado si me quedaba en Bélgica? ¿Cómo sería mi vida hoy? Es allí cuando Kristof sacude sus pensamientos para conectarse con su presente: ahora vive en Argentina, un país que ama y que, en definitiva, le enseñó a valorar como nunca antes su propio lugar de nacimiento.
Pero muchos años antes, cuando Argentina era apenas un sueño por cumplir, Kristof no imaginaba de qué manera el país austral impactaría en su vida. A Buenos Aires llegó porque siempre había querido hacer un intercambio de estudios, lo único que lo había motivado realmente a la hora de elegir su carrera: “La verdad es que el Derecho no me entusiasmaba, pero tampoco sabía qué otra cosa estudiar”, dice.
Entre todas sus opciones disponibles para el intercambio, la capital argentina le había parecido el destino más exótico y lejano, y eso era lo que precisamente su espíritu necesitaba: “Sabía que era una ciudad vibrante, con buena carne, mujeres hermosas y que se venía el Mundial 2002. Quería vivirlo en un país con chances reales de salir campeón. Lamentablemente, Argentina quedó afuera en primera ronda, ¡así que me tuve que quedar veinte años más para cumplir esa meta!”, continúa entre risas.
Un amor en el camino, la decisión de quedarse y la misión imposible de obtener el DNI
El plan inicial era finalizar el intercambio en Argentina para luego emprender una vida nómade por los siguientes años; fantaseaba con viajar por el mundo como mochilero y trabajar como instructor de buceo en el camino. Sin embargo, una mujer argentina se cruzó en su camino y su salida del país empezó a desdibujarse en el horizonte.
Buenos Aires, de pronto, se había metido en su piel, así como aquella joven encantadora, y a partir de entonces, Kristof comenzó a escribir una historia inesperada en Argentina. No se trataba solo de un amor, en las calles porteñas el belga quedó sorprendido por la calidez y la informalidad de los argentinos: “Te tratan como a un amigo de toda la vida desde el primer encuentro”, dice. “Las reuniones son espontáneas y relajadas, lo cual me costó al principio porque venía de una cultura donde todo se agenda con días de anticipación”.
Y así, con la certeza de que ya no estaba de paso, Kristof comenzó su odisea para hallar un empleo que le permitiera quedarse a vivir en Argentina. A pesar del evidente aprecio de los argentinos por Europa y todo lo que tuviera que ver con la cultura europea, encontrar trabajo se transformó en una misión casi imposible: sin DNI sus movimientos estaban limitados.
Por fortuna, Kristof obtuvo un empleo en una agencia de viajes gracias a sus idiomas y su insistencia, y más tarde, cuando su pareja se consolidó, contrajo matrimonio y obtuvo el DNI.
Una pasión, un final y un regreso a Bélgica que trajo una revelación: “Decidí volver a vivir a Argentina”
Durante los siguientes años, Kristof trabajó en turismo, organizando viajes a medida para belgas y holandeses, primero en una agencia y luego a través de su propio sitio web. A la par, un suceso mágico sacudió una vez más su vida: se sumergió y descubrió el fascinante mundo del teatro en Buenos Aires, vivo, activo y participativo en todas sus expresiones y géneros. Atraído por el Stand Up, empezó a dedicarse a él con una pasión inédita.
Pero no todo era un lecho de rosas para Kristof. Las cosas con su pareja no funcionaban, una nueva encrucijada se presentó ante él, y el camino elegido fue el divorcio. Fue allí que el belga puso en duda su estancia en Argentina hasta que, finalmente, decidió regresar a Bélgica.
Volver a casa fue una caricia al corazón, pero para Kristof ya nada era lo mismo. Buenos Aires ya era parte de él y había algo más: el Stand Up se había transformado en algo esencial para su vida y allí, en su rincón europeo, no encontraba ni el público ni la emoción adecuada para llevar la actividad a cabo.
“Decidí volver a vivir a Argentina y hoy me dedico por completo al Stand Up y la escritura”, cuenta. “Buenos Aires tiene un público muy activo y apasionado por el teatro, y el Stand Up tiene un lugar importante dentro de esa escena. En mi show Sí, mi amor, hablo de temas de pareja y de mis experiencias como extranjero en Argentina, y eso tiene mucho más sentido acá que en Bélgica. Es algo que sería casi imposible allá, donde el público para este tipo de propuestas es mucho más reducido”.
“Después de volver en 2014, conocí a Marina, quien se convertiría en la madre de mis hijas, que hoy tienen 5 y 8 años. Con ella abrimos el teatro y hacemos shows juntos. Aunque nos separamos hace unos años, seguimos trabajando juntos y nos llevamos bien”, agrega Kristof, quien ya hace siete años que abrió el Stand Up Club, en Recoleta, un espacio que le despierta orgullo y donde se presenta todos los viernes y sábados junto a Marina Tanzer.
“En relación a los vínculos, en Argentina tuve que aprender a ser más directo. Acá muchas mujeres esperan cierta picardía verbal, algo que en Bélgica no siempre es bien recibido. Ese contraste me obligó a ajustar mi forma de relacionarme”, revela. “Cuando llegué varios hombres argentinos me repetían con una mezcla de orgullo y advertencia: `Las argentinas son muy lindas, pero complicadas´. Y, como tampoco tengo una relación sencilla con mi mamá y mi hermana, pensé: quizás las mujeres son complicadas en todos lados”.
“Lo que sí puedo decir, desde mi experiencia personal es que las argentinas son más lindas, más sensuales y más apasionadas que las belgas. Y eso desde el primer momento me fascinó”.
El lugar que se transforma en hogar: “Admiro profundamente la resiliencia de los argentinos”
Más de veinte años transcurrieron desde que Kristof pisó Argentina por primera vez y dieciocho desde que vive en suelo porteño de manera permanente. Allá a lo lejos, cuando Argentina era tan solo una ilusión, jamás imaginó que algún día tendría hijas argentinas y que se transformaría en un comediante y escritor en el sur del mundo.
Ya no tiene problemas para entender cuando le dicen `llamame cuando llegues´: tanto el yeísmo como los modismos locales hoy forman parte de su habla coloquial, donde estas costumbres como tantas otras están naturalizadas.
Bélgica, ahora más apreciada, está cerca de su corazón siempre, al igual que su mejor amigo de la vida, David, y sus padres: su papá, de hecho, lo visita cada año en Buenos Aires y juntos disfrutan de la vibrante ciudad con sus claroscuros.
“Siento que los argentinos son más abiertos que los belgas, pero en ambos países la amistad tiene un valor muy fuerte. Bélgica tiene excelente calidad de vida: salud pública, educación accesible, seguridad. Pero el clima es una gran desventaja. No es que llueva tanto, pero el cielo gris es muy frecuente y eso pesa. Argentina tiene más sol, pero también una inestabilidad económica que te obliga a adaptarte todo el tiempo”, reflexiona Kristof, quien es autor de Un belga en Argentina, donde cuenta su historia de cómo llegó al país colmada de anécdotas desopilantes.
“Cada visita a Bélgica tiene esa sensación de haberme quedado en el pasado. La gente cambió, creció, envejeció… y yo me perdí partes importantes de ese proceso. Es como dormirse en medio de una película y despertarse después: tratás de seguir el hilo, pero sabés que hay partes que ya no vas a recuperar. Eso me genera una mezcla de nostalgia y desubicación”, continúa pensativo. “En este camino aprendí que el lugar donde naciste no necesariamente es el lugar que vas a sentir como hogar. Para mí, ese lugar terminó siendo Buenos Aires. No sé si me quedaré para siempre, pero por ahora sé que acá es donde quiero estar”.
“Admiro profundamente la resiliencia de los argentinos, su capacidad para levantarse una y otra vez frente a cada crisis. Disfruto del idioma, de su musicalidad, y sobre todo de la creatividad que tienen para inventar palabras, expresiones y hasta insultos. Y lo más importante: acá encontré mi vocación. Hacer reír a la gente a través del humor y los libros, es algo que no sé si hubiera descubierto si me hubiera quedado en Bélgica”, concluye.
*
Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
Brujas había quedado lejos, muy lejos, Kristof Micholt pudo notarlo no solo por el cambio geográfico evidente en los paisajes y el idioma, sino por el caos en la ciudad. Ante él, Buenos Aires se presentó apabullante, en especial por el tráfico y la forma enloquecida de manejar de los taxis y colectivos, por momentos temeraria.
Había arribado a la Argentina con algo de español, pero de inmediato comprendió que de poco le servía. ¡No podía descifrar gran parte de las palabras! y quedó verdaderamente confundido (y sorprendido) con la pronunciación de la doble ele y la ye: “Ese famoso yeísmo me hacía escuchar todo como un gran she she she”, asegura Kristof entre risas, mientras cuenta su historia. “Recuerdo que un amigo me dijo: `Venite a Gallo Gallo, llamame cuando llegues…´ y no entendí nada”.
El sueño de tener una experiencia en Argentina: “Sabía que era una ciudad vibrante, con buena carne, mujeres hermosas y que se venía el Mundial…”
Cuando vivía en Brujas, Kristof no valoraba tanto su belleza. Hoy, cada vez que regresa a su lugar de origen, se conmueve ante su magia. Una emoción difícil de poner en palabras lo invade al reencontrarse con su familia y amigos, y ciertas preguntas insistentes emergen, inevitables: ¿Qué hubiera pasado si me quedaba en Bélgica? ¿Cómo sería mi vida hoy? Es allí cuando Kristof sacude sus pensamientos para conectarse con su presente: ahora vive en Argentina, un país que ama y que, en definitiva, le enseñó a valorar como nunca antes su propio lugar de nacimiento.
Pero muchos años antes, cuando Argentina era apenas un sueño por cumplir, Kristof no imaginaba de qué manera el país austral impactaría en su vida. A Buenos Aires llegó porque siempre había querido hacer un intercambio de estudios, lo único que lo había motivado realmente a la hora de elegir su carrera: “La verdad es que el Derecho no me entusiasmaba, pero tampoco sabía qué otra cosa estudiar”, dice.
Entre todas sus opciones disponibles para el intercambio, la capital argentina le había parecido el destino más exótico y lejano, y eso era lo que precisamente su espíritu necesitaba: “Sabía que era una ciudad vibrante, con buena carne, mujeres hermosas y que se venía el Mundial 2002. Quería vivirlo en un país con chances reales de salir campeón. Lamentablemente, Argentina quedó afuera en primera ronda, ¡así que me tuve que quedar veinte años más para cumplir esa meta!”, continúa entre risas.
Un amor en el camino, la decisión de quedarse y la misión imposible de obtener el DNI
El plan inicial era finalizar el intercambio en Argentina para luego emprender una vida nómade por los siguientes años; fantaseaba con viajar por el mundo como mochilero y trabajar como instructor de buceo en el camino. Sin embargo, una mujer argentina se cruzó en su camino y su salida del país empezó a desdibujarse en el horizonte.
Buenos Aires, de pronto, se había metido en su piel, así como aquella joven encantadora, y a partir de entonces, Kristof comenzó a escribir una historia inesperada en Argentina. No se trataba solo de un amor, en las calles porteñas el belga quedó sorprendido por la calidez y la informalidad de los argentinos: “Te tratan como a un amigo de toda la vida desde el primer encuentro”, dice. “Las reuniones son espontáneas y relajadas, lo cual me costó al principio porque venía de una cultura donde todo se agenda con días de anticipación”.
Y así, con la certeza de que ya no estaba de paso, Kristof comenzó su odisea para hallar un empleo que le permitiera quedarse a vivir en Argentina. A pesar del evidente aprecio de los argentinos por Europa y todo lo que tuviera que ver con la cultura europea, encontrar trabajo se transformó en una misión casi imposible: sin DNI sus movimientos estaban limitados.
Por fortuna, Kristof obtuvo un empleo en una agencia de viajes gracias a sus idiomas y su insistencia, y más tarde, cuando su pareja se consolidó, contrajo matrimonio y obtuvo el DNI.
Una pasión, un final y un regreso a Bélgica que trajo una revelación: “Decidí volver a vivir a Argentina”
Durante los siguientes años, Kristof trabajó en turismo, organizando viajes a medida para belgas y holandeses, primero en una agencia y luego a través de su propio sitio web. A la par, un suceso mágico sacudió una vez más su vida: se sumergió y descubrió el fascinante mundo del teatro en Buenos Aires, vivo, activo y participativo en todas sus expresiones y géneros. Atraído por el Stand Up, empezó a dedicarse a él con una pasión inédita.
Pero no todo era un lecho de rosas para Kristof. Las cosas con su pareja no funcionaban, una nueva encrucijada se presentó ante él, y el camino elegido fue el divorcio. Fue allí que el belga puso en duda su estancia en Argentina hasta que, finalmente, decidió regresar a Bélgica.
Volver a casa fue una caricia al corazón, pero para Kristof ya nada era lo mismo. Buenos Aires ya era parte de él y había algo más: el Stand Up se había transformado en algo esencial para su vida y allí, en su rincón europeo, no encontraba ni el público ni la emoción adecuada para llevar la actividad a cabo.
“Decidí volver a vivir a Argentina y hoy me dedico por completo al Stand Up y la escritura”, cuenta. “Buenos Aires tiene un público muy activo y apasionado por el teatro, y el Stand Up tiene un lugar importante dentro de esa escena. En mi show Sí, mi amor, hablo de temas de pareja y de mis experiencias como extranjero en Argentina, y eso tiene mucho más sentido acá que en Bélgica. Es algo que sería casi imposible allá, donde el público para este tipo de propuestas es mucho más reducido”.
“Después de volver en 2014, conocí a Marina, quien se convertiría en la madre de mis hijas, que hoy tienen 5 y 8 años. Con ella abrimos el teatro y hacemos shows juntos. Aunque nos separamos hace unos años, seguimos trabajando juntos y nos llevamos bien”, agrega Kristof, quien ya hace siete años que abrió el Stand Up Club, en Recoleta, un espacio que le despierta orgullo y donde se presenta todos los viernes y sábados junto a Marina Tanzer.
“En relación a los vínculos, en Argentina tuve que aprender a ser más directo. Acá muchas mujeres esperan cierta picardía verbal, algo que en Bélgica no siempre es bien recibido. Ese contraste me obligó a ajustar mi forma de relacionarme”, revela. “Cuando llegué varios hombres argentinos me repetían con una mezcla de orgullo y advertencia: `Las argentinas son muy lindas, pero complicadas´. Y, como tampoco tengo una relación sencilla con mi mamá y mi hermana, pensé: quizás las mujeres son complicadas en todos lados”.
“Lo que sí puedo decir, desde mi experiencia personal es que las argentinas son más lindas, más sensuales y más apasionadas que las belgas. Y eso desde el primer momento me fascinó”.
El lugar que se transforma en hogar: “Admiro profundamente la resiliencia de los argentinos”
Más de veinte años transcurrieron desde que Kristof pisó Argentina por primera vez y dieciocho desde que vive en suelo porteño de manera permanente. Allá a lo lejos, cuando Argentina era tan solo una ilusión, jamás imaginó que algún día tendría hijas argentinas y que se transformaría en un comediante y escritor en el sur del mundo.
Ya no tiene problemas para entender cuando le dicen `llamame cuando llegues´: tanto el yeísmo como los modismos locales hoy forman parte de su habla coloquial, donde estas costumbres como tantas otras están naturalizadas.
Bélgica, ahora más apreciada, está cerca de su corazón siempre, al igual que su mejor amigo de la vida, David, y sus padres: su papá, de hecho, lo visita cada año en Buenos Aires y juntos disfrutan de la vibrante ciudad con sus claroscuros.
“Siento que los argentinos son más abiertos que los belgas, pero en ambos países la amistad tiene un valor muy fuerte. Bélgica tiene excelente calidad de vida: salud pública, educación accesible, seguridad. Pero el clima es una gran desventaja. No es que llueva tanto, pero el cielo gris es muy frecuente y eso pesa. Argentina tiene más sol, pero también una inestabilidad económica que te obliga a adaptarte todo el tiempo”, reflexiona Kristof, quien es autor de Un belga en Argentina, donde cuenta su historia de cómo llegó al país colmada de anécdotas desopilantes.
“Cada visita a Bélgica tiene esa sensación de haberme quedado en el pasado. La gente cambió, creció, envejeció… y yo me perdí partes importantes de ese proceso. Es como dormirse en medio de una película y despertarse después: tratás de seguir el hilo, pero sabés que hay partes que ya no vas a recuperar. Eso me genera una mezcla de nostalgia y desubicación”, continúa pensativo. “En este camino aprendí que el lugar donde naciste no necesariamente es el lugar que vas a sentir como hogar. Para mí, ese lugar terminó siendo Buenos Aires. No sé si me quedaré para siempre, pero por ahora sé que acá es donde quiero estar”.
“Admiro profundamente la resiliencia de los argentinos, su capacidad para levantarse una y otra vez frente a cada crisis. Disfruto del idioma, de su musicalidad, y sobre todo de la creatividad que tienen para inventar palabras, expresiones y hasta insultos. Y lo más importante: acá encontré mi vocación. Hacer reír a la gente a través del humor y los libros, es algo que no sé si hubiera descubierto si me hubiera quedado en Bélgica”, concluye.
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Argentina Inesperada es una sección que propone ahondar en los motivos y sentimientos de aquellos extranjeros que eligieron suelo argentino para vivir. Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com . Este correo NO brinda información turística, laboral, ni consular; lo recibe la autora de la nota, no los protagonistas. Los testimonios narrados para esta sección son crónicas de vida que reflejan percepciones personales.
Cuando llegó a Buenos Aires por primera vez sabía que era una ciudad vibrante, con buena carne, mujeres hermosas; se enamoró, se separó y tras una larga estadía regresó a su país, pero hubo un factor clave que hizo volver y elegir Argentina para vivir LA NACION