Diseño argentino: crearon un dispositivo que reduce efectos adversos de la radioterapia para el cáncer de cabeza y cuello

Un pequeño dispositivo diseñado por dos médicos argentinos ayuda a los pacientes con cáncer de cabeza y cuello a sobrellevar mejor las sesiones de radioterapia y evitar secuelas asociadas con el uso de elementos artesanales y no siempre tan seguros para inmovilizar la mandíbula y la lengua durante el tratamiento, como pueden ser un corcho y un bajalenguas de madera.
“Eso es bastante inestable”, coinciden al citar el ejemplo que conocen Cecilia Gadan, médica especialista en radioterapia, y Lucas Ritacco, coordinador de la Sección Cirugía Asistida por Computadora del Hospital Italiano. Ambos empezaron a trabajar en 2017 en la idea de dar con una mejor opción para una necesidad de los pacientes. Después de meses de diseño, pruebas y correcciones, con la pandemia de por medio, lograron dar con la forma y el material que buscaban para el primer depresor lingual para radioterapia hecho en el país.
El dispositivo, que fue aprobado por la Anmat, ya se utiliza en el Servicio de Terapia Radiante del Italiano. Está fabricado con un polímero (ácido poliláctico) que es biocompatible, biodegradable y resistente a la energía irradiada para destruir las células tumorales.
“La radioterapia en la cabeza y el cuello se utiliza para tratar tumores de la cavidad oral y nasofaríngeos, entre otros. Es la zona más compleja para irradiar porque por ahí comemos, respiramos y hablamos. Ahí también se ve la mayor toxicidad del tratamiento”, explica Gadan en diálogo con LA NACION.
Eso puede traducirse en inflamación de la mucosa oral (mucositis) con dolor, llagas y otras lesiones en boca, imposibilidad de alimentarse, pérdida de peso durante el tratamiento y, con esto, la posible interrupción del tratamiento. El efecto secundario que más refieren los pacientes es la sequedad bucal por una alteración de las glándulas salivales.
El nuevo dispositivo, según imaginaron, no solo debía asegurar la apertura de la mandíbula y mantener la lengua inmóvil mientras se irradia el sitio donde está el tumor, sino también facilitar la respiración durante la preparación en la mesa del equipo y el tratamiento. También debía ser más seguro.
La planificación de la radioterapia de cabeza y cuello incluye la preparación de una máscara termoplástica de inmovilización personalizada. El depresor se coloca en la boca y, luego, la malla con la que se crea un “molde” único que cada paciente usa hasta completar la cantidad de sesiones indicadas. El dispositivo diseñado por Gadan y Ritacco es reutilizable (hasta 30 sesiones) y descartable. El único mantenimiento que requiere es limpiarlo luego de cada aplicación.
Tiene un costo que estiman un 30% más económico que las versiones que se importan cuando está esa posibilidad –rondan los US$50 en otros países– y “el valor agregado” que demostró tener terminó convirtiéndolo en el primer producto hospitalario de TerraNova, la Unidad de Innovación y Vinculación Tecnológica del Hospital Italiano, según explican desde el área que dirige Waldo Belloso.
“Está orientado a proteger la lengua y la mucosa oral de pacientes que deben transitar sesiones de radioterapia de cabeza y cuello, al reducir potencialmente los efectos adversos asociados a la radiación, un problema para el cual hasta ahora no existían alternativas específicas”, indicaron desde esa unidad por escrito.
“Con el depresor logramos correr ciertas estructuras anatómicas de la dosis [de radiación] prescripta y esto vemos cómo colabora para reducir el riesgo de toxicidad asociada con la mucositis, que, hoy por hoy, es lo que más interrupciones del tratamiento causa. Al hacerlo, se da la chance de lograr o que se busca con la indicación de radioterapia que es eliminar las células del tumor”, resume la médica. “Pero en radioterapia, no solo importa la toxicidad del tratamiento que necesitamos sostener para alcanzar los resultados clínicos y por imágenes esperables, sino también cuál va a ser la calidad de vida de los pacientes a futuro –insiste Gadan–. Queremos que sigan sintiéndole sabor a la comida, mantengan el peso y vayan recuperándose. Esto es importante al hablar de la cronicidad del cáncer”.
Fue Gadan la que fue con una pregunta a su colega del hospital: ¿por qué no mejorar la manera artesanal con la que se trabaja en centros que conocía? Pusieron manos a la obra en 2017, interrumpieron por la pandemia de Covid y, luego, retomaron el desarrollo. Al comienzo, dedicaron horas y recursos propios, con dos años de pruebas en tomógrafos y modelos geométricos, errores y correcciones de formato, materiales y funcionalidad.
Geometría y 3D
Al frente del equipo de Cirugía Asistida por Computadora del hospital, Ritacco tenía más experiencia con la planificación interactiva y en 3D de intervenciones en pacientes con cáncer de hueso.
“Fue bastante disruptivo, pero en definitiva se trataba de lo mismo: analizar cambios de geometría y cómo eso afectaba al paciente. Si el depresor lingual era muy grande, podía causar arcadas. Si era muy chico, no cumplía su función –repasa–. Llegar al estado de bienestar con el diseño, que el paciente pudiera respirar sin inconvenientes durante la preparación y el tiempo de aplicación, nos llevó dos años. Al principio, no fue en el marco de una investigación, sino horas dedicadas a pulmón. Cuando fue cobrando forma y llegamos a la geometría óptima, vimos que funcionaba y necesitábamos buscar ‘socios’ para el prototipo y su aprobación regulatoria”.
Así le presentaron su dispositivo a Belloso y Anabela Jiménez, de TerraNova, el área de innovación del Italiano, para la última etapa, incluida la autorización de la Anmat y, con una empresa, la producción, el envoltorio y la comercialización.
El prototipo terminó guiando la medida final, que es universal para adultos. “Con imágenes médicas analizábamos cuánto se deprimía la lengua o cuánto se alejaba del lugar a irradiar –continúa Ritacco–. No es lo mismo un corcho que un dispositivo que permite respirar cómodamente, tragar saliva o morder el depresor, por ejemplo, durante cada sesión. Es agregar confort a una práctica en la que es necesario un sistema de inmovilización, con una máscara para poder fijar el cuello y los hombros a la camilla durante unos diez minutos. Al quedar el depresor lingual sujeto a la máscara, reduce el tiempo de preparación y es más seguro que otros recursos”.
En un año, en un centro de referencia, con alto volumen de pacientes con cáncer de cabeza y cuello, se llegan a necesitar entre 100 y 120 depresores linguales. “Queremos que este producto llegue a todos los lugares del país donde se hace radioterapia y, también, de países vecinos donde aún se usan elementos artesanales o más precarios”, finalizan Gadan y Ritacco.
Un pequeño dispositivo diseñado por dos médicos argentinos ayuda a los pacientes con cáncer de cabeza y cuello a sobrellevar mejor las sesiones de radioterapia y evitar secuelas asociadas con el uso de elementos artesanales y no siempre tan seguros para inmovilizar la mandíbula y la lengua durante el tratamiento, como pueden ser un corcho y un bajalenguas de madera.
“Eso es bastante inestable”, coinciden al citar el ejemplo que conocen Cecilia Gadan, médica especialista en radioterapia, y Lucas Ritacco, coordinador de la Sección Cirugía Asistida por Computadora del Hospital Italiano. Ambos empezaron a trabajar en 2017 en la idea de dar con una mejor opción para una necesidad de los pacientes. Después de meses de diseño, pruebas y correcciones, con la pandemia de por medio, lograron dar con la forma y el material que buscaban para el primer depresor lingual para radioterapia hecho en el país.
El dispositivo, que fue aprobado por la Anmat, ya se utiliza en el Servicio de Terapia Radiante del Italiano. Está fabricado con un polímero (ácido poliláctico) que es biocompatible, biodegradable y resistente a la energía irradiada para destruir las células tumorales.
“La radioterapia en la cabeza y el cuello se utiliza para tratar tumores de la cavidad oral y nasofaríngeos, entre otros. Es la zona más compleja para irradiar porque por ahí comemos, respiramos y hablamos. Ahí también se ve la mayor toxicidad del tratamiento”, explica Gadan en diálogo con LA NACION.
Eso puede traducirse en inflamación de la mucosa oral (mucositis) con dolor, llagas y otras lesiones en boca, imposibilidad de alimentarse, pérdida de peso durante el tratamiento y, con esto, la posible interrupción del tratamiento. El efecto secundario que más refieren los pacientes es la sequedad bucal por una alteración de las glándulas salivales.
El nuevo dispositivo, según imaginaron, no solo debía asegurar la apertura de la mandíbula y mantener la lengua inmóvil mientras se irradia el sitio donde está el tumor, sino también facilitar la respiración durante la preparación en la mesa del equipo y el tratamiento. También debía ser más seguro.
La planificación de la radioterapia de cabeza y cuello incluye la preparación de una máscara termoplástica de inmovilización personalizada. El depresor se coloca en la boca y, luego, la malla con la que se crea un “molde” único que cada paciente usa hasta completar la cantidad de sesiones indicadas. El dispositivo diseñado por Gadan y Ritacco es reutilizable (hasta 30 sesiones) y descartable. El único mantenimiento que requiere es limpiarlo luego de cada aplicación.
Tiene un costo que estiman un 30% más económico que las versiones que se importan cuando está esa posibilidad –rondan los US$50 en otros países– y “el valor agregado” que demostró tener terminó convirtiéndolo en el primer producto hospitalario de TerraNova, la Unidad de Innovación y Vinculación Tecnológica del Hospital Italiano, según explican desde el área que dirige Waldo Belloso.
“Está orientado a proteger la lengua y la mucosa oral de pacientes que deben transitar sesiones de radioterapia de cabeza y cuello, al reducir potencialmente los efectos adversos asociados a la radiación, un problema para el cual hasta ahora no existían alternativas específicas”, indicaron desde esa unidad por escrito.
“Con el depresor logramos correr ciertas estructuras anatómicas de la dosis [de radiación] prescripta y esto vemos cómo colabora para reducir el riesgo de toxicidad asociada con la mucositis, que, hoy por hoy, es lo que más interrupciones del tratamiento causa. Al hacerlo, se da la chance de lograr o que se busca con la indicación de radioterapia que es eliminar las células del tumor”, resume la médica. “Pero en radioterapia, no solo importa la toxicidad del tratamiento que necesitamos sostener para alcanzar los resultados clínicos y por imágenes esperables, sino también cuál va a ser la calidad de vida de los pacientes a futuro –insiste Gadan–. Queremos que sigan sintiéndole sabor a la comida, mantengan el peso y vayan recuperándose. Esto es importante al hablar de la cronicidad del cáncer”.
Fue Gadan la que fue con una pregunta a su colega del hospital: ¿por qué no mejorar la manera artesanal con la que se trabaja en centros que conocía? Pusieron manos a la obra en 2017, interrumpieron por la pandemia de Covid y, luego, retomaron el desarrollo. Al comienzo, dedicaron horas y recursos propios, con dos años de pruebas en tomógrafos y modelos geométricos, errores y correcciones de formato, materiales y funcionalidad.
Geometría y 3D
Al frente del equipo de Cirugía Asistida por Computadora del hospital, Ritacco tenía más experiencia con la planificación interactiva y en 3D de intervenciones en pacientes con cáncer de hueso.
“Fue bastante disruptivo, pero en definitiva se trataba de lo mismo: analizar cambios de geometría y cómo eso afectaba al paciente. Si el depresor lingual era muy grande, podía causar arcadas. Si era muy chico, no cumplía su función –repasa–. Llegar al estado de bienestar con el diseño, que el paciente pudiera respirar sin inconvenientes durante la preparación y el tiempo de aplicación, nos llevó dos años. Al principio, no fue en el marco de una investigación, sino horas dedicadas a pulmón. Cuando fue cobrando forma y llegamos a la geometría óptima, vimos que funcionaba y necesitábamos buscar ‘socios’ para el prototipo y su aprobación regulatoria”.
Así le presentaron su dispositivo a Belloso y Anabela Jiménez, de TerraNova, el área de innovación del Italiano, para la última etapa, incluida la autorización de la Anmat y, con una empresa, la producción, el envoltorio y la comercialización.
El prototipo terminó guiando la medida final, que es universal para adultos. “Con imágenes médicas analizábamos cuánto se deprimía la lengua o cuánto se alejaba del lugar a irradiar –continúa Ritacco–. No es lo mismo un corcho que un dispositivo que permite respirar cómodamente, tragar saliva o morder el depresor, por ejemplo, durante cada sesión. Es agregar confort a una práctica en la que es necesario un sistema de inmovilización, con una máscara para poder fijar el cuello y los hombros a la camilla durante unos diez minutos. Al quedar el depresor lingual sujeto a la máscara, reduce el tiempo de preparación y es más seguro que otros recursos”.
En un año, en un centro de referencia, con alto volumen de pacientes con cáncer de cabeza y cuello, se llegan a necesitar entre 100 y 120 depresores linguales. “Queremos que este producto llegue a todos los lugares del país donde se hace radioterapia y, también, de países vecinos donde aún se usan elementos artesanales o más precarios”, finalizan Gadan y Ritacco.
Lo idearon dos médicos para reemplazar los elementos precarios utilizados para inmovilizar la lengua y la mandíbula durante el tratamiento; ya está disponible en el país LA NACION