Tiene 21 años, es bisnieta de una leyenda del tango y protagoniza la serie argentina más vista de Netflix

Carmela Rivero está rodeada de arte, incluso desde antes de su nacimiento. De hecho, lo considera su manera de estar en la tierra. Pertenece a una nueva generación de artistas que al mismo tiempo acarrea un apellido con mucha historia, puesto que su bisabuelo fue una leyenda del tango argentino. De Edmundo Rivero heredó la pasión por la música. Aprendió a tocar el piano a los cinco años y de su infancia no recuerda otra cosa que no sea bailar, disfrazarse, componer canciones y montar sus propios espectáculos. Si bien no llegó a conocerlo en persona, lo hizo a través de los relatos de su abuelo paterno, que también era músico, y de su padre, Edmundo ‘Pelu’ Rivero, que eligió la misma profesión. En los últimos años, viendo a su madre, la actriz Natalia Grinberg, empezó a picarle justamente el bichito de la actuación. Hoy, a los 21 años, protagoniza junto a Soledad Villamil, Juan Minujín, Alberto Ammann y Matías Recalt, Atrapados, la serie más vista de Netflix en la Argentina, pero que además tuvo impacto a nivel global.
“Me parece increíble y a la vez no termino de entender que yo estoy ahí, que lo hicimos y que ahora lo está viendo tanta gente”, reflexionó la actriz en un mano a mano con LA NACIÓN.
La vida de Carmela dio un giro de 180 grados desde que apareció en Atrapados, basada en la novela homónima de Harlan Coben, como Martina Schulz, una joven violinista que cursa sus estudios secundarios en Bariloche y que dentro de su cuarto lleva una vida completamente ajena para sus padres, subiendo videos a una plataforma de contenido para adultos. Su misteriosa desapareción tras una fiesta clandestina lleva a la periodista Ema Garay (Soledad Villamil) a una intensa investigación por encontrar la verdad.
En medio del furor por la serie, hoy Rivero está aprendiendo a manejar la popularidad, a recibir comentarios positivos — y otros no tanto — a través de las redes sociales y a que la gente la pare en la calle para hablarle de su personaje. Al mismo tiempo se enfoca en no descuidar sus estudios — cursa la carrera de Arte Dramáticas en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) — y se prepara para volver al escenario el 19 de abril con su compañía Vapor, dirigida por Cristian Drut, para protagonizar en el teatro Planta Inclán Cuentos y leyendas, del francés Joël Pommerat. Mientras tanto sigue buscando oportunidades con su grupo de música Seda y continua tramando su máximo sueño de lanzarse como solista con su propia música.
-¿Qué se siente abrir Netflix y encontrarte con que Atrapados, tu primer proyecto como protagonista? Es la serie más vista de la plataforma en la Argentina y además llegó a encabezar el Top 10 Global de series de habla no inglesa.
-Es re loco. Siento que son esas cosas que uno disocia un poco. Me parece increíble y a la vez no termino de entender que yo estoy ahí, que lo hicimos y que ahora lo está viendo tanta gente. Tengo la sensación de un niño que aprendió a nadar y ahora no puede parar de hacerlo. Tengo ese entusiasmo, esa alegría… Estoy muy contenta.
-La serie arranca con Martina Schulz tocando Las cuatro estaciones de Vivaldi y a partir de esa escena comienza a desarrollarse la historia. A simple vista es una adolescente que va al colegio y estudia música, pero en realidad tiene una parte extremadamente compleja que de a poco sale a la luz. ¿Cómo fuiste construyendo la historia de tu personaje?
-Trabajé mano a mano con María Laura Berch que es una coach de actores, lo cual para mí fue fundamental. Era mi segunda experiencia en cine [la primera fue la película El sueño de Emma de Germán Vilche], pero la primera como protagonista. Al principio tenía mucho vértigo y ella me ayudó a ir por partes. La particularidad de la serie fue que tuvimos mucho periodo de ensayo y de reuniones con los directores. Martina es un personaje complejo con muchas capas que está contado por la mirada de otros. Se la presenta en flashbacks contados por los personajes de Marcos (Juan Minujín) y Abril (Paula Thieberge), así que trabajamos a partir de eso.
-Para Atrapados tuviste que tocar el violín, ¿tenías alguna familiaridad con el instrumento o fue tu primer acercamiento?
-No, con el violín no. Tomé clases con Sara Ryan, que está en la serie también, durante varios meses. Yo tengo una base de teoría musical porque estudié piano desde los cinco hasta los 17 años [también toca el bajo, la guitarra y la batería, pero como hobby], y si bien el instrumento es otro, sabía leer partituras y cómo era el mundo del conservatorio. Fue un curso acelerado, en el que trabajamos principalmente la postura y cómo encarnar a una violinista de manera creíble. La verdad es que le tenía más miedo a las escenas del violín que a las de los videos que hace Martina en su cuarto para la plataforma.
-A tu personaje lo atraviesan algunos temas cruciales para la sociedad como lo son el femicidio y el grooming, ¿qué fue pasando por tu cabeza a medida que la historia tomaba forma y abordaba estas temáticas? ¿Cómo lo ves hoy a la distancia considerando además el fuerte impacto que generó la serie?
-Me decís esto del impacto y me viene pasando que estoy experimentado algo completamente nuevo para mí, que es la reacción de la gente en la calle. Hoy cuando volvía de la facultad, me frenó una mujer y me dijo que había llorado mucho con mi personaje, cosa que nunca me hubiese imaginado.
-¿Y por qué creés que pasa?
-Creo que tiene que ver con la temática. Martina es una chica de 16, 17 años que tiene experiencias enormes y para mí lo interesante fue verlo con los ojos de ella; entender qué le pasaba y por qué era una chica correcta, cumplidora, buena hija y amiga y a la vez subía videos pornográficos a una plataforma. El desafío del actor es no juzgar al personaje, no intentar moralizar las cosas. Yo quería entender lo que le pasaba con la conciencia de ella, en su contexto y a esa edad. Intenté no ponerme ninguna camiseta, sino actuarla a ella y a sus circunstancias.
–Martina viaja de Bariloche a Buenos Aires y termina en un palco del Teatro Colón viendo una orquesta en vivo. Vos tocás el piano y cantás desde chica, y tu familia está lleno de músicos. Me imagino que fueron escenas movilizantes para grabar.
-Esas fueron de las últimas escenas que tenía, entonces estaba entre un poco triste porque se estaba terminado todo y a la vez completamente agotada. Con todas esas emociones llegué a la puerta trasera del teatro, me pusieron una pulsera y entré a los camarines. Son esas cosas de esta experiencia que me distraían un poco porque estaba en un sueño y de repente tenía que actuar. Cuando pisé el escenario dije: ‘No lo puedo creer’. Esas jornadas fueron impresionantes, la orquesta sonaba en vivo y en la primera toma que hicimos, yo no podía parar de llorar, me temblaba el cuerpo. Fue una sensación magnífica.
-Muy pocas personas pueden darse el lujo de decir que en su primer proyecto protagónico trabajaron con actores como Juan Minujín y Soledad Villamil.
-Igual que como en el Colón, eran cosas que me distraían porque estaba entre ser fan y al mismo tiempo actriz. La primera escena de la serie que filmé fue con Juan. Estaba nerviosa y tenía mucho miedo, pero él es tan buen compañero que me la hizo muy fácil. Una vez que estás actuando con él, decís “ok, estamos yendo, la surfeamos”. Es algo que arranca, que fluye.
-¿Y cómo fluyó?
-En los primeros diálogos me sentí bien, a salvo, pero porque él te sostiene en escena. Es una máquina de actuar, no sé qué hace ni cómo, pero era una cosa impresionante de ver. Para alguien que está empezando y que estudia esto fue una masterclass todo el tiempo. Hubo una escena que grabamos en hotel Panamericano en la que tuve miedo de cómo actuarla. Lo charlé con él y me dijo de encontrarnos en el lobby para trabajarla. Fuimos charlando y él me dijo cómo entendía la escena y para mí fue revelador entender cómo él analizaba una escena. Genuinamente, me ayudó un montón.
– ¿Y Soledad Villamil?
–Con Sole tuvimos muchas conversaciones sobre la vida. En el junket de prensa me dijo que en una entrevista es importante sentir que no te corre ningún reloj, que puede ser básico, pero para alguien como yo que está empezando a hacer entrevistas, tal vez no lo es. Me habló de respirar, de tomarme mi tiempo y de escuchar las preguntas y a mis compañeros. Fueron muy buenos consejos y ¡me los dio Sole Villamil! [dice entre risas].
-Venís de una familia de artistas, tu bisabuelo fue una leyenda del tango, tu abuelo músico, tu padre siguió el mismo camino y tu madre es actriz. Estímulos tuviste de sobra, pero al mismo tiempo pudiste haber elegido dedicarte a otra cosa. ¿Siempre te llamó la atención el arte?
-La verdad que sí. Es como el pelo que tengo o la forma de mi nariz, viene conmigo. Siempre tuve una sensación de que mi manera de estar en la tierra es haciendo arte. Es una pulsión que tengo y de chica también fue muy fomentada y alimentada y lo agradezco porque eso hace crecer cualquier cosa que uno traiga. Tenía un terreno completamente fértil para expandirme en todo eso que sentía que estaba en mí. Todo el tiempo estaba cantando, bailando, disfrazándome, actuando. Esa era mi manera de existir. Aunque siempre pensé que me iba a dedicar a esto, cuando terminé el colegio hice un cuatrimestre de Antropología porque quería saber qué era estudiar algo que no sea artístico. Pero la curiosidad me duró cinco minutos.
-Tu bisabuelo, Edmundo Rivero, fue una leyenda del tango. Aunque no llegaste a conocerlo personalmente [murió en 1986], ¿qué imagen fuiste construyendo de él a partir de los relatos que te contaron?
-Él es cultura. Mi familia paterna se encarga mucho de recordarlo todo el tiempo. Fui educada con quién fue y qué rol cumplió en la música para su generación. Para mí el tango es completamente íntimo y me lleva directo a mi infancia, a mi familia. Mi abuelo, con quien yo tenía mucha relación, fue el que sostuvo su legado. Me cantaba sus canciones, me ensaña sus letras y me mostraba los cuadernos donde componía. La música de mi abuelo todo el tiempo dialogaba con la de mi bisabuelo.
-Tuviste un vínculo entrañable con tu abuelo paterno y la suerte de conversar mucho con él, ¿te acordás de alguna historia en particular que te haya contado de tu bisabuelo?
-Te soy sincera, mi abuelo solo hablaba en formato anécdota. Sé que Gardel iba mucho a El viejo almacén, que era el bar que tenía mi bisabuelo y cantaban tangos. Parece que mi bisabuelo era una persona medio especial, un personaje. Siempre en el traje tenía un saquito de té de limón porque era muy metódico. Se levantaba todas las mañanas, vocalizaba dos horas, meditaba y siempre antes de cantar se tomaba su té de limón. No era muy sociable, no tomaba alcohol, no fumaba. Estudiaba dos horas por día digitación en la guitarra y le gustaba mucho la cultura japonesa.
-¿Qué sintió tu abuelo cuando le contaste que querías ser artistas? Porque hoy sos una nueva generación que sigue manteniendo vivo el apellido dentro de la misma industria.
-Mi abuelo se murió en 2022 de cáncer. Hubo todo un periodo en el que iba a verlo al hospital en el que siento que me fue dejando sus legados, porque sabía que se estaba muriendo. Un día tuvimos una charla en la que me dijo muchas cosas sobre el mundo del arte. Me fue formando porque sabía que me iba a dedicar a esto. Le pedía que me ensañara cosas, le mostraba mis canciones y hasta le preguntaba con quién podía tomar clases de canto. Él me decía “todavía no, canto a partir de los 16″ [dice entre risas], pero siempre estuvo muy orgulloso.
-Pasando a tu vida sentimental, estás de novia y convivís con Joaquín Álvarez de Toledo. Se conocieron en la UNA y además de compartir la profesión, también trabajan juntos en la obra Cuentos y leyendas. ¿Cómo te ayudó en este momento de tantas sensaciones y experiencias que estás viviendo a nivel laboral?
-Estoy muy enamorada de Joaco. Lo admiro muchísimo. Me parece muy talentoso y yo llamo talento a esa chispa, a esa esencia completamente auténtica que llevan las personas. Me parece cautivador como persona y como actor y nuestra relación está vinculada con eso. Él también es psicólogo y tiene una gran capacidad de escucha. Es un hombre importante en este momento de mi carrera porque, más allá de ser mi pareja, tiene una mirada amable e inteligente en la que confió y me gusta pedirle consejos. Compartimos la compañía de teatro, la facultad, el grupo de amigos y trabajamos de lo mismo. Es un rubro complejo para eso, pero yo me la juego a decir que la estamos llevando muy bien.
-Después de este gran proyecto, ¿con qué soñás?
–Yo quiero estar en una película de Pedro Almodóvar, me encanta él y me encanta su cine. Espero conseguirlo este año y si no pronto. Quiero que me vea actuar y ojalá le guste y me llame para una película. Sueño con grabar mi disco con una productora copada, como Felicitas ‘Feli’ Colina, porque creo que hacemos música parecida y creo que mis canciones conversan con lo que hace ella. Tengo ganas de cantar en escenarios multitudinarios. ¿Cuáles? No sé, pero me imagino un festival con mucha gente. Fantaseo con tantas cosas… Con irme de gira con Cuentos y leyendas, con escribir mi propia obra y llamar a gente con la que me interese trabajar.
Carmela Rivero está rodeada de arte, incluso desde antes de su nacimiento. De hecho, lo considera su manera de estar en la tierra. Pertenece a una nueva generación de artistas que al mismo tiempo acarrea un apellido con mucha historia, puesto que su bisabuelo fue una leyenda del tango argentino. De Edmundo Rivero heredó la pasión por la música. Aprendió a tocar el piano a los cinco años y de su infancia no recuerda otra cosa que no sea bailar, disfrazarse, componer canciones y montar sus propios espectáculos. Si bien no llegó a conocerlo en persona, lo hizo a través de los relatos de su abuelo paterno, que también era músico, y de su padre, Edmundo ‘Pelu’ Rivero, que eligió la misma profesión. En los últimos años, viendo a su madre, la actriz Natalia Grinberg, empezó a picarle justamente el bichito de la actuación. Hoy, a los 21 años, protagoniza junto a Soledad Villamil, Juan Minujín, Alberto Ammann y Matías Recalt, Atrapados, la serie más vista de Netflix en la Argentina, pero que además tuvo impacto a nivel global.
“Me parece increíble y a la vez no termino de entender que yo estoy ahí, que lo hicimos y que ahora lo está viendo tanta gente”, reflexionó la actriz en un mano a mano con LA NACIÓN.
La vida de Carmela dio un giro de 180 grados desde que apareció en Atrapados, basada en la novela homónima de Harlan Coben, como Martina Schulz, una joven violinista que cursa sus estudios secundarios en Bariloche y que dentro de su cuarto lleva una vida completamente ajena para sus padres, subiendo videos a una plataforma de contenido para adultos. Su misteriosa desapareción tras una fiesta clandestina lleva a la periodista Ema Garay (Soledad Villamil) a una intensa investigación por encontrar la verdad.
En medio del furor por la serie, hoy Rivero está aprendiendo a manejar la popularidad, a recibir comentarios positivos — y otros no tanto — a través de las redes sociales y a que la gente la pare en la calle para hablarle de su personaje. Al mismo tiempo se enfoca en no descuidar sus estudios — cursa la carrera de Arte Dramáticas en la Universidad Nacional de las Artes (UNA) — y se prepara para volver al escenario el 19 de abril con su compañía Vapor, dirigida por Cristian Drut, para protagonizar en el teatro Planta Inclán Cuentos y leyendas, del francés Joël Pommerat. Mientras tanto sigue buscando oportunidades con su grupo de música Seda y continua tramando su máximo sueño de lanzarse como solista con su propia música.
-¿Qué se siente abrir Netflix y encontrarte con que Atrapados, tu primer proyecto como protagonista? Es la serie más vista de la plataforma en la Argentina y además llegó a encabezar el Top 10 Global de series de habla no inglesa.
-Es re loco. Siento que son esas cosas que uno disocia un poco. Me parece increíble y a la vez no termino de entender que yo estoy ahí, que lo hicimos y que ahora lo está viendo tanta gente. Tengo la sensación de un niño que aprendió a nadar y ahora no puede parar de hacerlo. Tengo ese entusiasmo, esa alegría… Estoy muy contenta.
-La serie arranca con Martina Schulz tocando Las cuatro estaciones de Vivaldi y a partir de esa escena comienza a desarrollarse la historia. A simple vista es una adolescente que va al colegio y estudia música, pero en realidad tiene una parte extremadamente compleja que de a poco sale a la luz. ¿Cómo fuiste construyendo la historia de tu personaje?
-Trabajé mano a mano con María Laura Berch que es una coach de actores, lo cual para mí fue fundamental. Era mi segunda experiencia en cine [la primera fue la película El sueño de Emma de Germán Vilche], pero la primera como protagonista. Al principio tenía mucho vértigo y ella me ayudó a ir por partes. La particularidad de la serie fue que tuvimos mucho periodo de ensayo y de reuniones con los directores. Martina es un personaje complejo con muchas capas que está contado por la mirada de otros. Se la presenta en flashbacks contados por los personajes de Marcos (Juan Minujín) y Abril (Paula Thieberge), así que trabajamos a partir de eso.
-Para Atrapados tuviste que tocar el violín, ¿tenías alguna familiaridad con el instrumento o fue tu primer acercamiento?
-No, con el violín no. Tomé clases con Sara Ryan, que está en la serie también, durante varios meses. Yo tengo una base de teoría musical porque estudié piano desde los cinco hasta los 17 años [también toca el bajo, la guitarra y la batería, pero como hobby], y si bien el instrumento es otro, sabía leer partituras y cómo era el mundo del conservatorio. Fue un curso acelerado, en el que trabajamos principalmente la postura y cómo encarnar a una violinista de manera creíble. La verdad es que le tenía más miedo a las escenas del violín que a las de los videos que hace Martina en su cuarto para la plataforma.
-A tu personaje lo atraviesan algunos temas cruciales para la sociedad como lo son el femicidio y el grooming, ¿qué fue pasando por tu cabeza a medida que la historia tomaba forma y abordaba estas temáticas? ¿Cómo lo ves hoy a la distancia considerando además el fuerte impacto que generó la serie?
-Me decís esto del impacto y me viene pasando que estoy experimentado algo completamente nuevo para mí, que es la reacción de la gente en la calle. Hoy cuando volvía de la facultad, me frenó una mujer y me dijo que había llorado mucho con mi personaje, cosa que nunca me hubiese imaginado.
-¿Y por qué creés que pasa?
-Creo que tiene que ver con la temática. Martina es una chica de 16, 17 años que tiene experiencias enormes y para mí lo interesante fue verlo con los ojos de ella; entender qué le pasaba y por qué era una chica correcta, cumplidora, buena hija y amiga y a la vez subía videos pornográficos a una plataforma. El desafío del actor es no juzgar al personaje, no intentar moralizar las cosas. Yo quería entender lo que le pasaba con la conciencia de ella, en su contexto y a esa edad. Intenté no ponerme ninguna camiseta, sino actuarla a ella y a sus circunstancias.
–Martina viaja de Bariloche a Buenos Aires y termina en un palco del Teatro Colón viendo una orquesta en vivo. Vos tocás el piano y cantás desde chica, y tu familia está lleno de músicos. Me imagino que fueron escenas movilizantes para grabar.
-Esas fueron de las últimas escenas que tenía, entonces estaba entre un poco triste porque se estaba terminado todo y a la vez completamente agotada. Con todas esas emociones llegué a la puerta trasera del teatro, me pusieron una pulsera y entré a los camarines. Son esas cosas de esta experiencia que me distraían un poco porque estaba en un sueño y de repente tenía que actuar. Cuando pisé el escenario dije: ‘No lo puedo creer’. Esas jornadas fueron impresionantes, la orquesta sonaba en vivo y en la primera toma que hicimos, yo no podía parar de llorar, me temblaba el cuerpo. Fue una sensación magnífica.
-Muy pocas personas pueden darse el lujo de decir que en su primer proyecto protagónico trabajaron con actores como Juan Minujín y Soledad Villamil.
-Igual que como en el Colón, eran cosas que me distraían porque estaba entre ser fan y al mismo tiempo actriz. La primera escena de la serie que filmé fue con Juan. Estaba nerviosa y tenía mucho miedo, pero él es tan buen compañero que me la hizo muy fácil. Una vez que estás actuando con él, decís “ok, estamos yendo, la surfeamos”. Es algo que arranca, que fluye.
-¿Y cómo fluyó?
-En los primeros diálogos me sentí bien, a salvo, pero porque él te sostiene en escena. Es una máquina de actuar, no sé qué hace ni cómo, pero era una cosa impresionante de ver. Para alguien que está empezando y que estudia esto fue una masterclass todo el tiempo. Hubo una escena que grabamos en hotel Panamericano en la que tuve miedo de cómo actuarla. Lo charlé con él y me dijo de encontrarnos en el lobby para trabajarla. Fuimos charlando y él me dijo cómo entendía la escena y para mí fue revelador entender cómo él analizaba una escena. Genuinamente, me ayudó un montón.
– ¿Y Soledad Villamil?
–Con Sole tuvimos muchas conversaciones sobre la vida. En el junket de prensa me dijo que en una entrevista es importante sentir que no te corre ningún reloj, que puede ser básico, pero para alguien como yo que está empezando a hacer entrevistas, tal vez no lo es. Me habló de respirar, de tomarme mi tiempo y de escuchar las preguntas y a mis compañeros. Fueron muy buenos consejos y ¡me los dio Sole Villamil! [dice entre risas].
-Venís de una familia de artistas, tu bisabuelo fue una leyenda del tango, tu abuelo músico, tu padre siguió el mismo camino y tu madre es actriz. Estímulos tuviste de sobra, pero al mismo tiempo pudiste haber elegido dedicarte a otra cosa. ¿Siempre te llamó la atención el arte?
-La verdad que sí. Es como el pelo que tengo o la forma de mi nariz, viene conmigo. Siempre tuve una sensación de que mi manera de estar en la tierra es haciendo arte. Es una pulsión que tengo y de chica también fue muy fomentada y alimentada y lo agradezco porque eso hace crecer cualquier cosa que uno traiga. Tenía un terreno completamente fértil para expandirme en todo eso que sentía que estaba en mí. Todo el tiempo estaba cantando, bailando, disfrazándome, actuando. Esa era mi manera de existir. Aunque siempre pensé que me iba a dedicar a esto, cuando terminé el colegio hice un cuatrimestre de Antropología porque quería saber qué era estudiar algo que no sea artístico. Pero la curiosidad me duró cinco minutos.
-Tu bisabuelo, Edmundo Rivero, fue una leyenda del tango. Aunque no llegaste a conocerlo personalmente [murió en 1986], ¿qué imagen fuiste construyendo de él a partir de los relatos que te contaron?
-Él es cultura. Mi familia paterna se encarga mucho de recordarlo todo el tiempo. Fui educada con quién fue y qué rol cumplió en la música para su generación. Para mí el tango es completamente íntimo y me lleva directo a mi infancia, a mi familia. Mi abuelo, con quien yo tenía mucha relación, fue el que sostuvo su legado. Me cantaba sus canciones, me ensaña sus letras y me mostraba los cuadernos donde componía. La música de mi abuelo todo el tiempo dialogaba con la de mi bisabuelo.
-Tuviste un vínculo entrañable con tu abuelo paterno y la suerte de conversar mucho con él, ¿te acordás de alguna historia en particular que te haya contado de tu bisabuelo?
-Te soy sincera, mi abuelo solo hablaba en formato anécdota. Sé que Gardel iba mucho a El viejo almacén, que era el bar que tenía mi bisabuelo y cantaban tangos. Parece que mi bisabuelo era una persona medio especial, un personaje. Siempre en el traje tenía un saquito de té de limón porque era muy metódico. Se levantaba todas las mañanas, vocalizaba dos horas, meditaba y siempre antes de cantar se tomaba su té de limón. No era muy sociable, no tomaba alcohol, no fumaba. Estudiaba dos horas por día digitación en la guitarra y le gustaba mucho la cultura japonesa.
-¿Qué sintió tu abuelo cuando le contaste que querías ser artistas? Porque hoy sos una nueva generación que sigue manteniendo vivo el apellido dentro de la misma industria.
-Mi abuelo se murió en 2022 de cáncer. Hubo todo un periodo en el que iba a verlo al hospital en el que siento que me fue dejando sus legados, porque sabía que se estaba muriendo. Un día tuvimos una charla en la que me dijo muchas cosas sobre el mundo del arte. Me fue formando porque sabía que me iba a dedicar a esto. Le pedía que me ensañara cosas, le mostraba mis canciones y hasta le preguntaba con quién podía tomar clases de canto. Él me decía “todavía no, canto a partir de los 16″ [dice entre risas], pero siempre estuvo muy orgulloso.
-Pasando a tu vida sentimental, estás de novia y convivís con Joaquín Álvarez de Toledo. Se conocieron en la UNA y además de compartir la profesión, también trabajan juntos en la obra Cuentos y leyendas. ¿Cómo te ayudó en este momento de tantas sensaciones y experiencias que estás viviendo a nivel laboral?
-Estoy muy enamorada de Joaco. Lo admiro muchísimo. Me parece muy talentoso y yo llamo talento a esa chispa, a esa esencia completamente auténtica que llevan las personas. Me parece cautivador como persona y como actor y nuestra relación está vinculada con eso. Él también es psicólogo y tiene una gran capacidad de escucha. Es un hombre importante en este momento de mi carrera porque, más allá de ser mi pareja, tiene una mirada amable e inteligente en la que confió y me gusta pedirle consejos. Compartimos la compañía de teatro, la facultad, el grupo de amigos y trabajamos de lo mismo. Es un rubro complejo para eso, pero yo me la juego a decir que la estamos llevando muy bien.
-Después de este gran proyecto, ¿con qué soñás?
–Yo quiero estar en una película de Pedro Almodóvar, me encanta él y me encanta su cine. Espero conseguirlo este año y si no pronto. Quiero que me vea actuar y ojalá le guste y me llame para una película. Sueño con grabar mi disco con una productora copada, como Felicitas ‘Feli’ Colina, porque creo que hacemos música parecida y creo que mis canciones conversan con lo que hace ella. Tengo ganas de cantar en escenarios multitudinarios. ¿Cuáles? No sé, pero me imagino un festival con mucha gente. Fantaseo con tantas cosas… Con irme de gira con Cuentos y leyendas, con escribir mi propia obra y llamar a gente con la que me interese trabajar.
Carmela Rivero interpreta a Martina Schulz en Atrapados, basada en la novela de Harlan Coben; en diálogo con LA NACIÓN habló del éxito del proyecto, de la herencia que recibió de Edmundo Rivero y de su sueño de lanzar su propio disco LA NACION