Adieux a Ludmila Pagliero: ovacionada, se despidió la única estrella argentina en la historia de la legendaria Ópera de París

“Estoy lista para dejar la luz del escenario”. Con esa frase y la imagen de Ludmila Pagliero vestida de azul eléctrico, lista para salir a bailar Appartement, comienza el video que la Ópera de París puso a rodar desde temprano, esta mañana, en redes sociales, para que todo el mundo supiera -recordara- que hoy el Palacio Garnier asistía a la última función de una bailarina a todas luces excepcional, la primera latinoamericana en acceder al máximo escalafón de étoile. La única argentina de la historia, de Luis XIV hasta nuestros días, en convertirse en estrella de la legendaria compañía de ballet. Y por lo tanto brillante, como todo astro, pero fundamentalmente una mujer inteligente, una artista sensible, una intérprete versátil. Su personalidad y humanidad son otras dos características que la definen y que mencionan todos cuantos por estos días la saludan, como se despide a un grande: con admiración y reconocimiento.
Así fueron, larguísimos, los minutos de aplausos, casi media hora de saludos, con lluvia de papelitos, ramos de flores y un fuerte abrazo de su director José Martínez; los puños en alto, en una reverencia a sus compañeros y la emoción frente a una sala repleta, adonde además del público que hace más de veinte años la celebra por su magnífica danza llegaron esta noche su familia de Argentina (viajaron su padre y su hermana desde Buenos Aires) y la familia política francesa, amigos de todo el mundo, colegas y muchos ex étoiles de la casa, de los más recientes a los históricos (como Mathieu Ganio, Stephan Boullion y Karl Paquette, Nicolás Le Riche, Élisabeth Maurin y Agnès Letestu o Claude de Vulpian, Élisabeth Platel y Manuel Legris, que cuando ella obtuvo el Benois de la Danse, en 2017, escribió un elogioso texto para LA NACION). Desde la platea, en todas direcciones, se avistaban grandes figuras: tal vez el máximo exponente sea la sylphide Ghislaine Thesmar, a sus 82, quien atesora en su recuerdo las palabras que su marido, Pierre Lacotte, dedicó a la bailarina argentina: “Ludmila Pagliero es el refinamiento en persona”. Ya antes de que comenzara la función, el Salón Dorado estaba listo para lo que vendría después, un brindis y un discurso de agradecimiento.
La función comenzó a las 20 con la representación de Vers la mort, de Sharon Eyal, e intervalo mediante, una hora más tarde, siguió con Appartement, del coreógrafo sueco Mats Ek -también él y su mujer, la inspiradora bailarina española Ana Laguna, dieron el presente en esta noche especial-. Entonces en ese hipotético cuarto de baño instalado en el proscenio, donde se inicia la obra, la aguardaba su bidet, blanco, enlozado, como la fuente de Duchamp. Una ovación total recibió a la bailarina cuando ingresó por debajo del telón, para encontrarse con el artefacto, que por momentos la contiene y en otros la sostiene; adonde meterse de cabeza o ponérselo de sombrero. Es decir: nada de tutús ni príncipes, que los conoció a todos en el vasto repertorio que recorrió, un arco que fue de lo más académico y romántico al neoclásico, y que por supuesto acogió con gran interés las creaciones del siglo XX (de Balanchine y Robbins a los dramas de MacMillan y Cranko). Inclinada especialmente durante la última década por los títulos contemporáneos, para este adiós eligió hablar de su tiempo: “Bailando Mats Ek podés reflejar las relaciones humanas”, decía a LA NACION. Y durante los casi cincuenta minutos que dura la pieza creada justamente para el Ballet de la OP en el año exacto en que cambió el siglo, fue recorriendo los cuartos de ese “apartamento” fabuloso. Con el hombre de gris, que se desvanece en el sofá del living-el encantador Hugo Marchand-, se cruzará en el vals y, tras el cuadro de “la marcha de las aspiradoras”, en un final con todos.
“Además de emocionante fue increíble ser testigo del amor del público y sus compañeros en cada uno de los aplausos y ovaciones interminables de esta noche inolvidable”, dijo a LA NACION Paula Cassano, integrante del Ballet Estable del Teatro Colón, que viajó a París especialmente. “Lu representa todo lo que el mundo de la danza necesita: entrega, amor, respeto, trabajo y humildad. Su sencillez es la que la hace brillar aún más entre todas las estrellas”. Detrás de escena, durante el antes y el después, estuvo también Anita Pouchard Serra, reportera francesa residente en Buenos Aires que lleva siete años trabajando en un ensayo fotográfico sobre Pagliero, que actualmente se exhibe en la Casa Argentina en París con el título Una estrella entre dos mundos, y con miras a un futuro libro.
A los 41 años, Pagliero está lista para correrse del centro de atención, que en absoluto quiere decir dejar la danza. “Quiero ver a través de otros -sigue expresando su voz en off mientras el video deja espiar otros “ambientes” del apartamento de su querido Mats Ek-. Estoy súper emocionada por ver qué sigue. Poco a poco, a medida que avanzamos en nuestra carrera, adquirimos más conocimientos y llega un momento en que la balanza se inclina y nos toca compartirlos con las nuevas generaciones, que seguirán provocándome enormes emociones. No de la misma manera, ni en el escenario, ni con un partenaire. Sólo porque hoy abandono el escenario de la Ópera de París no significa que voy a dejar de sentir todas estas emociones. Estoy segura de que esto no se detendrá. No es posible“.
Ludimila Pagliero: “Jamás hubiera podido imaginar la historia que viví: estoy completa”
Pagliero ingresó en el cuerpo de baile de la Ópera de París en 2003 y a partir de esa instancia, desde el vamos, poco frecuente -no es habitual que un bailarín que no provenga de la escuela francesa acceda a un puesto estable en la compañía nacional- ascendió paso a paso por todos los escalones hasta llegar a lo más alto: fue primero coryphée (2007) y solista (2008), hasta que la promovieron a primera bailarina en 2010. Dos años más tarde, tras interpretar a Gamzatti en una función de La Bayadera, de Nureyev, que parece “de película” -tuvo que salir a reemplazar a las tres bailarinas que tenían asignado ese rol, que se fueron lesionando, preparándose en tiempo récord-, la directora Brigitte Lefèvre anunció sobre el escenario con retransmisión en directo a los cines de todo el país que a partir de entonces era nombrada étoile.
Resumíamos su historia antes de llegar a Francia en una nota que hace apenas diez días publicábamos en la tapa de Conversaciones de Domingo, en LA NACION. Su derrotero de niña a mujer –decidida, exigente y con arrojo desde muy pequeña– la llevó detrás de lo que quería. Hija del medio en una familia de padres trabajadores, salió del país hacia Chile nutrida de la formación que le había dado, por un lado, la gran Olga Ferri, y por otro, el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, institución que luego no supo propiciarle a semejante talento una oportunidad en su compañía. El Ballet de Santiago sí lo hizo: cuando Ludmila tenía 15 años, aprendía a ser profesional del otro lado de los Andes mientras miraba en qué dirección iba a dar el siguiente salto: si hacia Estados Unidos (donde ganó un importante concurso que le ofrecía un contrato en el American Ballet) o en la Ciudad Luz, que la probaría como refuerzo por tres meses. “Recuerdo que me llamó para consultarme qué hacía –contaba Ferri, que además de maestra fue una emblemática artista argentina–. Le respondí: si querés que te conozca todo el mundo y ganar bien, quedate en el ABT, pero si querés ser una gran artista, andá a París.” Eligió un camino que se avizora cuesta arriba. Hoy, al final del recorrido, el mérito de Pagliero no solo es inédito, sino elocuente.
Sobre el profundo nivel de intimidad que se alcanza en la relación con sus colegas; sobre la humildad necesaria para bajarse de ese olimpo estelar cuando se cierra el telón; sobre la audacia y el aprendizaje que significó con menos de veinte años mudarse lejos de su familia a un país donde no conocía a nadie ni hablaba su idioma; sobre la decisión de retirarse, de pasar al rol de la transmisión, para nutrir a otros de lo aprendido; sobre el proyecto de volver a la Argentina en algunos años; sobre lo que va a extrañar y lo que no. De todo eso conversó en aquella larga entrevista, antesala inmediata de esta despedida.
“Puedo hacer las cosas como la gente se las imagina o a mí manera. Generalmente las hago a mi manera”. De una forma para nada obvia, con una pieza contemporánea, para catorce intérpretes, en la que ella está en el centro y a la vez es parte de un todo, Ludmila Pagliero dijo adieu esta noche a su manera. Para los argentinos, habrá una instancia especial para verla bailar en Buenos Aires, el 7 de agosto, cuando regrese a su país a participar de la gala por los 100 años del Ballet Estable del Teatro Colón.
“Estoy lista para dejar la luz del escenario”. Con esa frase y la imagen de Ludmila Pagliero vestida de azul eléctrico, lista para salir a bailar Appartement, comienza el video que la Ópera de París puso a rodar desde temprano, esta mañana, en redes sociales, para que todo el mundo supiera -recordara- que hoy el Palacio Garnier asistía a la última función de una bailarina a todas luces excepcional, la primera latinoamericana en acceder al máximo escalafón de étoile. La única argentina de la historia, de Luis XIV hasta nuestros días, en convertirse en estrella de la legendaria compañía de ballet. Y por lo tanto brillante, como todo astro, pero fundamentalmente una mujer inteligente, una artista sensible, una intérprete versátil. Su personalidad y humanidad son otras dos características que la definen y que mencionan todos cuantos por estos días la saludan, como se despide a un grande: con admiración y reconocimiento.
Así fueron, larguísimos, los minutos de aplausos, casi media hora de saludos, con lluvia de papelitos, ramos de flores y un fuerte abrazo de su director José Martínez; los puños en alto, en una reverencia a sus compañeros y la emoción frente a una sala repleta, adonde además del público que hace más de veinte años la celebra por su magnífica danza llegaron esta noche su familia de Argentina (viajaron su padre y su hermana desde Buenos Aires) y la familia política francesa, amigos de todo el mundo, colegas y muchos ex étoiles de la casa, de los más recientes a los históricos (como Mathieu Ganio, Stephan Boullion y Karl Paquette, Nicolás Le Riche, Élisabeth Maurin y Agnès Letestu o Claude de Vulpian, Élisabeth Platel y Manuel Legris, que cuando ella obtuvo el Benois de la Danse, en 2017, escribió un elogioso texto para LA NACION). Desde la platea, en todas direcciones, se avistaban grandes figuras: tal vez el máximo exponente sea la sylphide Ghislaine Thesmar, a sus 82, quien atesora en su recuerdo las palabras que su marido, Pierre Lacotte, dedicó a la bailarina argentina: “Ludmila Pagliero es el refinamiento en persona”. Ya antes de que comenzara la función, el Salón Dorado estaba listo para lo que vendría después, un brindis y un discurso de agradecimiento.
La función comenzó a las 20 con la representación de Vers la mort, de Sharon Eyal, e intervalo mediante, una hora más tarde, siguió con Appartement, del coreógrafo sueco Mats Ek -también él y su mujer, la inspiradora bailarina española Ana Laguna, dieron el presente en esta noche especial-. Entonces en ese hipotético cuarto de baño instalado en el proscenio, donde se inicia la obra, la aguardaba su bidet, blanco, enlozado, como la fuente de Duchamp. Una ovación total recibió a la bailarina cuando ingresó por debajo del telón, para encontrarse con el artefacto, que por momentos la contiene y en otros la sostiene; adonde meterse de cabeza o ponérselo de sombrero. Es decir: nada de tutús ni príncipes, que los conoció a todos en el vasto repertorio que recorrió, un arco que fue de lo más académico y romántico al neoclásico, y que por supuesto acogió con gran interés las creaciones del siglo XX (de Balanchine y Robbins a los dramas de MacMillan y Cranko). Inclinada especialmente durante la última década por los títulos contemporáneos, para este adiós eligió hablar de su tiempo: “Bailando Mats Ek podés reflejar las relaciones humanas”, decía a LA NACION. Y durante los casi cincuenta minutos que dura la pieza creada justamente para el Ballet de la OP en el año exacto en que cambió el siglo, fue recorriendo los cuartos de ese “apartamento” fabuloso. Con el hombre de gris, que se desvanece en el sofá del living-el encantador Hugo Marchand-, se cruzará en el vals y, tras el cuadro de “la marcha de las aspiradoras”, en un final con todos.
“Además de emocionante fue increíble ser testigo del amor del público y sus compañeros en cada uno de los aplausos y ovaciones interminables de esta noche inolvidable”, dijo a LA NACION Paula Cassano, integrante del Ballet Estable del Teatro Colón, que viajó a París especialmente. “Lu representa todo lo que el mundo de la danza necesita: entrega, amor, respeto, trabajo y humildad. Su sencillez es la que la hace brillar aún más entre todas las estrellas”. Detrás de escena, durante el antes y el después, estuvo también Anita Pouchard Serra, reportera francesa residente en Buenos Aires que lleva siete años trabajando en un ensayo fotográfico sobre Pagliero, que actualmente se exhibe en la Casa Argentina en París con el título Una estrella entre dos mundos, y con miras a un futuro libro.
A los 41 años, Pagliero está lista para correrse del centro de atención, que en absoluto quiere decir dejar la danza. “Quiero ver a través de otros -sigue expresando su voz en off mientras el video deja espiar otros “ambientes” del apartamento de su querido Mats Ek-. Estoy súper emocionada por ver qué sigue. Poco a poco, a medida que avanzamos en nuestra carrera, adquirimos más conocimientos y llega un momento en que la balanza se inclina y nos toca compartirlos con las nuevas generaciones, que seguirán provocándome enormes emociones. No de la misma manera, ni en el escenario, ni con un partenaire. Sólo porque hoy abandono el escenario de la Ópera de París no significa que voy a dejar de sentir todas estas emociones. Estoy segura de que esto no se detendrá. No es posible“.
Ludimila Pagliero: “Jamás hubiera podido imaginar la historia que viví: estoy completa”
Pagliero ingresó en el cuerpo de baile de la Ópera de París en 2003 y a partir de esa instancia, desde el vamos, poco frecuente -no es habitual que un bailarín que no provenga de la escuela francesa acceda a un puesto estable en la compañía nacional- ascendió paso a paso por todos los escalones hasta llegar a lo más alto: fue primero coryphée (2007) y solista (2008), hasta que la promovieron a primera bailarina en 2010. Dos años más tarde, tras interpretar a Gamzatti en una función de La Bayadera, de Nureyev, que parece “de película” -tuvo que salir a reemplazar a las tres bailarinas que tenían asignado ese rol, que se fueron lesionando, preparándose en tiempo récord-, la directora Brigitte Lefèvre anunció sobre el escenario con retransmisión en directo a los cines de todo el país que a partir de entonces era nombrada étoile.
Resumíamos su historia antes de llegar a Francia en una nota que hace apenas diez días publicábamos en la tapa de Conversaciones de Domingo, en LA NACION. Su derrotero de niña a mujer –decidida, exigente y con arrojo desde muy pequeña– la llevó detrás de lo que quería. Hija del medio en una familia de padres trabajadores, salió del país hacia Chile nutrida de la formación que le había dado, por un lado, la gran Olga Ferri, y por otro, el Instituto Superior de Arte del Teatro Colón, institución que luego no supo propiciarle a semejante talento una oportunidad en su compañía. El Ballet de Santiago sí lo hizo: cuando Ludmila tenía 15 años, aprendía a ser profesional del otro lado de los Andes mientras miraba en qué dirección iba a dar el siguiente salto: si hacia Estados Unidos (donde ganó un importante concurso que le ofrecía un contrato en el American Ballet) o en la Ciudad Luz, que la probaría como refuerzo por tres meses. “Recuerdo que me llamó para consultarme qué hacía –contaba Ferri, que además de maestra fue una emblemática artista argentina–. Le respondí: si querés que te conozca todo el mundo y ganar bien, quedate en el ABT, pero si querés ser una gran artista, andá a París.” Eligió un camino que se avizora cuesta arriba. Hoy, al final del recorrido, el mérito de Pagliero no solo es inédito, sino elocuente.
Sobre el profundo nivel de intimidad que se alcanza en la relación con sus colegas; sobre la humildad necesaria para bajarse de ese olimpo estelar cuando se cierra el telón; sobre la audacia y el aprendizaje que significó con menos de veinte años mudarse lejos de su familia a un país donde no conocía a nadie ni hablaba su idioma; sobre la decisión de retirarse, de pasar al rol de la transmisión, para nutrir a otros de lo aprendido; sobre el proyecto de volver a la Argentina en algunos años; sobre lo que va a extrañar y lo que no. De todo eso conversó en aquella larga entrevista, antesala inmediata de esta despedida.
“Puedo hacer las cosas como la gente se las imagina o a mí manera. Generalmente las hago a mi manera”. De una forma para nada obvia, con una pieza contemporánea, para catorce intérpretes, en la que ella está en el centro y a la vez es parte de un todo, Ludmila Pagliero dijo adieu esta noche a su manera. Para los argentinos, habrá una instancia especial para verla bailar en Buenos Aires, el 7 de agosto, cuando regrese a su país a participar de la gala por los 100 años del Ballet Estable del Teatro Colón.
La bailarina, de 41 años, se retiró de la compañía donde durante más de dos décadas hizo, paso a paso, una carrera a todas luces excepcional LA NACION