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Así fue la diplomacia secreta del Papa Francisco en la Argentina y el mundo

El 27 de abril de 2014, Francisco convocó a Roma al arzobispo de La Habana, Jaime Lucas Ortega Alamino. En teoría, para participar en las ceremonias de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II; en la práctica, el Papa le encargó una misión sensible: lo ungió su emisario en las sombras ante Barack Obama y Raúl Castro, a los que debía entregarles dos cartas que, todavía hoy, transcurridos once años, no han visto la luz. La gestión fructificó: Estados Unidos y Cuba restablecieron relaciones diplomáticas tras décadas de enfrentamiento, y recuperaron la libertad presos cubanos en cárceles estadounidenses y cientos de disidentes en la isla.

Esa misión diplomática secreta fue, apenas, una de las muchas que lideró Francisco durante los últimos doce años. Recurrió a emisarios, cartas y llamadas para afrontar grandes desafíos globales, como la guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto en Gaza o el cambio climático. Y también cuitas argentinas, como las transiciones presidenciales, las ofensivas políticas contra las instituciones y mucho más. TAlló, por ejemplo, en la reforma del Código Civil y en boicotear la destitución de un ministro de la Corte Suprema.

El papa Francisco y Raúl Castro, en mayo pasado

Francisco contó, para eso, con una red de información e inteligencia con la que sueñan líderes de todo el mundo: 5000 obispos y más de 400.000 sacerdotes con ramificaciones capilares que no conocen fronteras, además de vínculos diplomáticos con 183 países y estatus de observador permanente en las Naciones Unidas (ONU).

Su rol en el descongelamiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos resulta ilustrativo. Entre marzo y noviembre de 2014, delegados cubanos y norteamericanos se reunieron en secreto en Roma, Ottawa y Toronto, bajo los buenos oficios del Papa, que se apoyó en tres alfiles: el cardenal Ortega Alamino, el exnuncio en Cuba, Angelo Becciu, y el secretario de Estado, Pietro Parolin, uno de los que hoy más suena como papable.

El cardenal Pietro Parolin

Todo comenzó el 27 de marzo de 2014, cuando Francisco recibió a Obama en el Vaticano con su franqueza habitual: “No es el Papa quien le habla, sino el latinoamericano”, le dijo. “Ustedes quisieron aislar a Cuba, pero se aislaron ustedes”, añadió, llaneza a la que retribuyó el estadounidense. Replicó que el embargo comercial era una medida anticuada e ineficiente, que él quería levantar, pero que necesitaba para eso una señal de reciprocidad desde la isla.

A partir de allí, comenzó una historia subterránea, pero efectiva. “En la diplomacia secreta, las comunicaciones seguras a menudo toman una ruta tortuosa”, sostuvo Peter Kornbluh, coautor del libro “Diplomacia encubierta con Cuba”, en la que detalló con William Leogrande cuál fue el rol del Vaticano. “La habilidad de Ortega para entregarle en mano la carta papal al presidente de Estados Unidos requirió de diplomacia clandestina. Viajó a Washington con el pretexto de dar una charla en la Universidad de Georgetown, pero tuvo un cruce secreto con Obama en el jardín de rosas de la Casa Blanca para darle la carta”, precisó.

Otros esfuerzos de Francisco concluyeron mal, sin embargo, y algunos salieron a la luz. En 2019, por caso, el principal diario de Italia, el Corriere della Sera, reveló el contenido de la carta secreta que el Papa le había enviado a Nicolás Maduro –al que trató de “señor”, sin reconocerle estatus de Presidente-, en respuesta a su pedido de mediación por la crisis interna que afrontaba su país. A lo largo de dos carillas y con su firma al final, Francisco le enrostró que había incumplido los compromisos de un intento anterior de mediación, en 2016.

Maduro y el Papa se reunieron el año pasado

En Gaza, en tanto, el Papa también movió fichas silenciosas para destrabar las tratativas de Estados Unidos, Egipto y Qatar. ¿Objetivo común? Liberar rehenes bajo custodia de Hamas y prisioneros de las cárceles israelíes, lo que causó fricciones con Jerusalén que perduran. Tanto, que el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí ordenó a sus embajadores que borraran las condolencias que postearon en redes sociales por la muerte de Francisco.

El Papa también era lento para el olvido. Jamás recibió en Roma a Sergio Massa. ¿Por qué? Porque en sus tiempos como jefe de Gabinete de la presidenta Cristina Kirchner, el líder del Frente Renovador maniobró con eclesiásticos en Buenos Aires y el Vaticano para removerlo como cardenal primado de la Argentina. Cuentan sus allegados que Bergoglio lo perdonó, pero siempre recordó aquella zancadilla fallida.

En ese y otros episodios locales, Francisco siempre aplicó un abanico de tácticas. Cuando quería o necesitaba comunicarse con alguien, por ejemplo, llamaba él, sin intermediarios, como atestiguaron una docena de sacerdotes, políticos, empresarios, banqueros, gremialistas y colaboradores actuales o pasados de Bergoglio ante la consulta de LA NACION.

Pueden confirmar esa práctica, que sorprendió al principio y conmovió siempre, desde Cristina Kirchner –a quien acompañó emocionalmente de manera contundente tras el intento de asesinato-, varios gobernadores, empresarios y sindicalista. También, números fieles que le escribían para contarle sus problemas y sus sueños. A veces, pasados unos días o semanas, recibían una llamada que comenzaba con +379, el prefijo internacional del Vaticano.

Sergio Massa recibe a Daniel Scioli en la entrada del Ministerio de Economía

Esas llamadas discretas del Papa permiten delinear sus prioridades. La primera, la estabilidad política y social de la Argentina. La segunda, que el país recorriera transiciones ordenadas en 2015, 2019 y 2023. La tercera, consolar a quienes afrontaban problemas de salud o lidiaban con devastaciones. Por eso llamó al gobernador Daniel Scioli tras la inundación de La Plata, por ejemplo. También levantó el teléfono tras los saqueos de 2013 en Córdoba. Y ya muy débil, envió un telegrama a Bahía Blanca tras las aguas de marzo.

En otras ocasiones, en cambio, el Papa optó por mensajeros, cual “correos del zar”. O, para mayor precisión, “del Jefe”, como lo apodaban algunos colaboradores. ¿Quiénes eran esos emisarios? Hombres y mujeres de confianza a los que recurría para que transmitieran su posición sobre ciertos asuntos, incluso por fuera de la estructura del Episcopado argentino.

“En función de los temas –si son políticos, religiosos o de otra índole–, apela a distintos interlocutores”, explicó tiempo atrás un colaborador suyo a LA NACION. En ese sentido, como cardenal y como Papa, Bergoglio siempre prefirió una comunicación radial, por lo que se movía con varios emisarios a la vez, sin que cada uno supiera las tareas que le había asignado a otros.

“Con el proyecto del Código Civil pasó eso”, detalló otro colaborador, en alusión a la reforma que entró en vigencia en agosto de 2015. Mientras que el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, José María Arancedo, aparecía como la voz oficial de la Iglesia argentina para impulsar y negociar retoques en el proyecto oficial, el Papa movió sus hilos en paralelo, y apeló a un amigo, el por entonces rector de la Universidad Católica Argentina (UCA), monseñor Víctor Fernández.

“Tucho” para sus amigos, el luego cardenal y prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe se convirtió en el transmisor de ciertos mensajes que Su Santidad quería que recibieran quienes pulían el nuevo Código Civil. En particular, en asuntos sensibles para la Iglesia, como el inicio de la vida humana y el alquiler de vientres, entre otros.

Otro caso notable de diplomacia vaticana la vivenció el entonces ministro de la Corte Suprema, Carlos Fayt. En 2015, Francisco le expresó su apoyo a Fayt mientras afrontaba a los 97 años un pedido de juicio político del kirchnerismo en el Congreso. ¿Cómo? A través de una carta que firmó su sucesor como cardenal primado, Mario Poli. Fayt le agradeció con otra carta, que también vio la luz. Como para que todos comprendieran con qué toros lidiaban.

Los nombres de muchos emisarios discretos de Roma permanecen, todavía hoy, en las sombras. Entre ellos, el de “el Profesor”, que llevó y trajo varias cartas escritas de puño y letra pontifical. La última vez que se reunió con Francisco fue en septiembre, según relató a LA NACION días atrás, conmovido por la muerte de su amigo, confesor y guía.

Otros, en tanto, asumieron ese rol por golpes del destino o, para los creyentes, por obra y gracia del Espíritu Santo. ¿Ejemplo? Fabio Bartucci, el oftalmólogo de Bergoglio mientras fue arzobispo de Buenos Aires, rol que mantuvo en el Vaticano. A fines de 2013, él y el excandidato a jefe de Gobierno por la Libertad Avanza, Ramiro Marra, sirvieron de puente para que Su Santidad y el ya presidente electo, Javier Milei, conversaran por primera vez.

“Fue una conversación muy amena”, reveló entonces Bartucci, aún cuando la relación entre Francisco y Milei había sido foco recurrente durante la campaña presidencial. ¿Cómo siguió la trama? El Papa le envió rosarios a Milei y a la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, a través del oftalmólogo, que viajaba a Roma cada 45 días para controlarlo y viajó ahora, como el jefe de Estado, para el último adiós.

Pero el Papa era un líder global. Por eso, mientras lidiaba con las cuitas de su terruño, también pugnó con desafíos planetarios. Sumó sus esfuerzos, por ejemplo, para negociar una paz –o siquiera una tregua- entre Rusia y Ucrania con el cardenal Matteo Zuppi trasegando entre Moscú, Kiev, Washington y Pekín, como antes resultó clave en la lucha contra el cambio climático. ¿Por qué? Según los expertos, Francisco, autor del documento “Laudato Si”, fue clave en la firma del Acuerdo de París de diciembre de 2015. ¿Cómo? Tras bambalinas.

El 27 de abril de 2014, Francisco convocó a Roma al arzobispo de La Habana, Jaime Lucas Ortega Alamino. En teoría, para participar en las ceremonias de canonización de Juan XXIII y Juan Pablo II; en la práctica, el Papa le encargó una misión sensible: lo ungió su emisario en las sombras ante Barack Obama y Raúl Castro, a los que debía entregarles dos cartas que, todavía hoy, transcurridos once años, no han visto la luz. La gestión fructificó: Estados Unidos y Cuba restablecieron relaciones diplomáticas tras décadas de enfrentamiento, y recuperaron la libertad presos cubanos en cárceles estadounidenses y cientos de disidentes en la isla.

Esa misión diplomática secreta fue, apenas, una de las muchas que lideró Francisco durante los últimos doce años. Recurrió a emisarios, cartas y llamadas para afrontar grandes desafíos globales, como la guerra entre Rusia y Ucrania, el conflicto en Gaza o el cambio climático. Y también cuitas argentinas, como las transiciones presidenciales, las ofensivas políticas contra las instituciones y mucho más. TAlló, por ejemplo, en la reforma del Código Civil y en boicotear la destitución de un ministro de la Corte Suprema.

El papa Francisco y Raúl Castro, en mayo pasado

Francisco contó, para eso, con una red de información e inteligencia con la que sueñan líderes de todo el mundo: 5000 obispos y más de 400.000 sacerdotes con ramificaciones capilares que no conocen fronteras, además de vínculos diplomáticos con 183 países y estatus de observador permanente en las Naciones Unidas (ONU).

Su rol en el descongelamiento de las relaciones entre Cuba y Estados Unidos resulta ilustrativo. Entre marzo y noviembre de 2014, delegados cubanos y norteamericanos se reunieron en secreto en Roma, Ottawa y Toronto, bajo los buenos oficios del Papa, que se apoyó en tres alfiles: el cardenal Ortega Alamino, el exnuncio en Cuba, Angelo Becciu, y el secretario de Estado, Pietro Parolin, uno de los que hoy más suena como papable.

El cardenal Pietro Parolin

Todo comenzó el 27 de marzo de 2014, cuando Francisco recibió a Obama en el Vaticano con su franqueza habitual: “No es el Papa quien le habla, sino el latinoamericano”, le dijo. “Ustedes quisieron aislar a Cuba, pero se aislaron ustedes”, añadió, llaneza a la que retribuyó el estadounidense. Replicó que el embargo comercial era una medida anticuada e ineficiente, que él quería levantar, pero que necesitaba para eso una señal de reciprocidad desde la isla.

A partir de allí, comenzó una historia subterránea, pero efectiva. “En la diplomacia secreta, las comunicaciones seguras a menudo toman una ruta tortuosa”, sostuvo Peter Kornbluh, coautor del libro “Diplomacia encubierta con Cuba”, en la que detalló con William Leogrande cuál fue el rol del Vaticano. “La habilidad de Ortega para entregarle en mano la carta papal al presidente de Estados Unidos requirió de diplomacia clandestina. Viajó a Washington con el pretexto de dar una charla en la Universidad de Georgetown, pero tuvo un cruce secreto con Obama en el jardín de rosas de la Casa Blanca para darle la carta”, precisó.

Otros esfuerzos de Francisco concluyeron mal, sin embargo, y algunos salieron a la luz. En 2019, por caso, el principal diario de Italia, el Corriere della Sera, reveló el contenido de la carta secreta que el Papa le había enviado a Nicolás Maduro –al que trató de “señor”, sin reconocerle estatus de Presidente-, en respuesta a su pedido de mediación por la crisis interna que afrontaba su país. A lo largo de dos carillas y con su firma al final, Francisco le enrostró que había incumplido los compromisos de un intento anterior de mediación, en 2016.

Maduro y el Papa se reunieron el año pasado

En Gaza, en tanto, el Papa también movió fichas silenciosas para destrabar las tratativas de Estados Unidos, Egipto y Qatar. ¿Objetivo común? Liberar rehenes bajo custodia de Hamas y prisioneros de las cárceles israelíes, lo que causó fricciones con Jerusalén que perduran. Tanto, que el Ministerio de Relaciones Exteriores israelí ordenó a sus embajadores que borraran las condolencias que postearon en redes sociales por la muerte de Francisco.

El Papa también era lento para el olvido. Jamás recibió en Roma a Sergio Massa. ¿Por qué? Porque en sus tiempos como jefe de Gabinete de la presidenta Cristina Kirchner, el líder del Frente Renovador maniobró con eclesiásticos en Buenos Aires y el Vaticano para removerlo como cardenal primado de la Argentina. Cuentan sus allegados que Bergoglio lo perdonó, pero siempre recordó aquella zancadilla fallida.

En ese y otros episodios locales, Francisco siempre aplicó un abanico de tácticas. Cuando quería o necesitaba comunicarse con alguien, por ejemplo, llamaba él, sin intermediarios, como atestiguaron una docena de sacerdotes, políticos, empresarios, banqueros, gremialistas y colaboradores actuales o pasados de Bergoglio ante la consulta de LA NACION.

Pueden confirmar esa práctica, que sorprendió al principio y conmovió siempre, desde Cristina Kirchner –a quien acompañó emocionalmente de manera contundente tras el intento de asesinato-, varios gobernadores, empresarios y sindicalista. También, números fieles que le escribían para contarle sus problemas y sus sueños. A veces, pasados unos días o semanas, recibían una llamada que comenzaba con +379, el prefijo internacional del Vaticano.

Sergio Massa recibe a Daniel Scioli en la entrada del Ministerio de Economía

Esas llamadas discretas del Papa permiten delinear sus prioridades. La primera, la estabilidad política y social de la Argentina. La segunda, que el país recorriera transiciones ordenadas en 2015, 2019 y 2023. La tercera, consolar a quienes afrontaban problemas de salud o lidiaban con devastaciones. Por eso llamó al gobernador Daniel Scioli tras la inundación de La Plata, por ejemplo. También levantó el teléfono tras los saqueos de 2013 en Córdoba. Y ya muy débil, envió un telegrama a Bahía Blanca tras las aguas de marzo.

En otras ocasiones, en cambio, el Papa optó por mensajeros, cual “correos del zar”. O, para mayor precisión, “del Jefe”, como lo apodaban algunos colaboradores. ¿Quiénes eran esos emisarios? Hombres y mujeres de confianza a los que recurría para que transmitieran su posición sobre ciertos asuntos, incluso por fuera de la estructura del Episcopado argentino.

“En función de los temas –si son políticos, religiosos o de otra índole–, apela a distintos interlocutores”, explicó tiempo atrás un colaborador suyo a LA NACION. En ese sentido, como cardenal y como Papa, Bergoglio siempre prefirió una comunicación radial, por lo que se movía con varios emisarios a la vez, sin que cada uno supiera las tareas que le había asignado a otros.

“Con el proyecto del Código Civil pasó eso”, detalló otro colaborador, en alusión a la reforma que entró en vigencia en agosto de 2015. Mientras que el entonces presidente de la Conferencia Episcopal Argentina, José María Arancedo, aparecía como la voz oficial de la Iglesia argentina para impulsar y negociar retoques en el proyecto oficial, el Papa movió sus hilos en paralelo, y apeló a un amigo, el por entonces rector de la Universidad Católica Argentina (UCA), monseñor Víctor Fernández.

“Tucho” para sus amigos, el luego cardenal y prefecto del Dicasterio para la Doctrina de la Fe se convirtió en el transmisor de ciertos mensajes que Su Santidad quería que recibieran quienes pulían el nuevo Código Civil. En particular, en asuntos sensibles para la Iglesia, como el inicio de la vida humana y el alquiler de vientres, entre otros.

Otro caso notable de diplomacia vaticana la vivenció el entonces ministro de la Corte Suprema, Carlos Fayt. En 2015, Francisco le expresó su apoyo a Fayt mientras afrontaba a los 97 años un pedido de juicio político del kirchnerismo en el Congreso. ¿Cómo? A través de una carta que firmó su sucesor como cardenal primado, Mario Poli. Fayt le agradeció con otra carta, que también vio la luz. Como para que todos comprendieran con qué toros lidiaban.

Los nombres de muchos emisarios discretos de Roma permanecen, todavía hoy, en las sombras. Entre ellos, el de “el Profesor”, que llevó y trajo varias cartas escritas de puño y letra pontifical. La última vez que se reunió con Francisco fue en septiembre, según relató a LA NACION días atrás, conmovido por la muerte de su amigo, confesor y guía.

Otros, en tanto, asumieron ese rol por golpes del destino o, para los creyentes, por obra y gracia del Espíritu Santo. ¿Ejemplo? Fabio Bartucci, el oftalmólogo de Bergoglio mientras fue arzobispo de Buenos Aires, rol que mantuvo en el Vaticano. A fines de 2013, él y el excandidato a jefe de Gobierno por la Libertad Avanza, Ramiro Marra, sirvieron de puente para que Su Santidad y el ya presidente electo, Javier Milei, conversaran por primera vez.

“Fue una conversación muy amena”, reveló entonces Bartucci, aún cuando la relación entre Francisco y Milei había sido foco recurrente durante la campaña presidencial. ¿Cómo siguió la trama? El Papa le envió rosarios a Milei y a la vicepresidenta electa, Victoria Villarruel, a través del oftalmólogo, que viajaba a Roma cada 45 días para controlarlo y viajó ahora, como el jefe de Estado, para el último adiós.

Pero el Papa era un líder global. Por eso, mientras lidiaba con las cuitas de su terruño, también pugnó con desafíos planetarios. Sumó sus esfuerzos, por ejemplo, para negociar una paz –o siquiera una tregua- entre Rusia y Ucrania con el cardenal Matteo Zuppi trasegando entre Moscú, Kiev, Washington y Pekín, como antes resultó clave en la lucha contra el cambio climático. ¿Por qué? Según los expertos, Francisco, autor del documento “Laudato Si”, fue clave en la firma del Acuerdo de París de diciembre de 2015. ¿Cómo? Tras bambalinas.

 Emisarios oficiosos, mensajes entregados en mano, llamadas directas y negociaciones tras bambalinas fueron habituales para destrabar conflictos globales y disputas vernáculas  LA NACION

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