La escalera

El tiempo de la vieja humanidad y el ritmo urgente de la que hoy está naciendo; lo que puede un pequeño, limitado y ambicioso cuerpo humano y lo que pueden sus extensiones maquínicas. Mucho del núcleo de nuestra época asoma, sin estridencias, en esta foto. Hay un hombre, diminuto a la distancia, portando una escalera sobre los techos de la iglesia evangélica luterana de Santa Catalina, en Frankfurt. El reloj de la torre a la izquierda marca un ritmo antiguo, a duras penas vigente: horas, minutos y segundos con los que aprendimos a regular una vida que hoy se nos revela escasa: las viejas horas nos pesan, los minutos nos acucian, los segundos nos reclaman una atención cada vez más dispersa, eficiente aun en la aceleración. La grúa, al fondo, anuncia nuevas construcciones. Y el hombre sabe que una escalera –madera, tacto, dimensiones cercanas– seguirá siendo indispensable.
El tiempo de la vieja humanidad y el ritmo urgente de la que hoy está naciendo; lo que puede un pequeño, limitado y ambicioso cuerpo humano y lo que pueden sus extensiones maquínicas. Mucho del núcleo de nuestra época asoma, sin estridencias, en esta foto. Hay un hombre, diminuto a la distancia, portando una escalera sobre los techos de la iglesia evangélica luterana de Santa Catalina, en Frankfurt. El reloj de la torre a la izquierda marca un ritmo antiguo, a duras penas vigente: horas, minutos y segundos con los que aprendimos a regular una vida que hoy se nos revela escasa: las viejas horas nos pesan, los minutos nos acucian, los segundos nos reclaman una atención cada vez más dispersa, eficiente aun en la aceleración. La grúa, al fondo, anuncia nuevas construcciones. Y el hombre sabe que una escalera –madera, tacto, dimensiones cercanas– seguirá siendo indispensable.
El tiempo de la vieja humanidad y el ritmo urgente de la que hoy está naciendo; lo que puede un pequeño, limitado y ambicioso cuerpo humano y lo que pueden sus extensiones maquínicas. Mucho del núcleo de nuestra época asoma, sin estridencias, en esta foto. Hay un hombre, diminuto a la distancia, portando una escalera sobre los techos de la iglesia evangélica luterana de Santa Catalina, en Frankfurt. El reloj de la torre a la izquierda marca un ritmo antiguo, a duras penas vigente: horas, minutos y segundos con los que aprendimos a regular una vida que hoy se nos revela escasa: las viejas horas nos pesan, los minutos nos acucian, los segundos nos reclaman una atención cada vez más dispersa, eficiente aun en la aceleración. La grúa, al fondo, anuncia nuevas construcciones. Y el hombre sabe que una escalera –madera, tacto, dimensiones cercanas– seguirá siendo indispensable. LA NACION