El ultramaratonista que logró récords asombrosos explica cómo “programarse” para superar los límites

La trayectoria de Millán Ludeña como deportista no es tradicional. No creció haciendo atletismo en el colegio, ni corriendo maratones para probar su resistencia. No soñaba con medallas ni fortunas. Nació en un barrio pobre de Ecuador en donde la estadística decía que no iba a llegar muy lejos. Sin embargo, gracias a una crianza ambiciosa y, en consecuencia, una autoestima sólida, eligió otro camino: el de las preguntas casi imposibles. En el ciclo Aprendemos Juntos de BBVA, el hombre cuenta que, más temprano que tarde, entendió que la verdadera carrera se gana en la mente, donde están los límites reales.
“Las personas crecemos solo cuando enfrentamos nuestros miedos. Crecemos en el desafío, en la penumbra, en la incertidumbre, cuando te estás preguntando cómo lo resuelvo. Allí estás en tu máximo esplendor cognitivo, allí es cuando realmente estás pensando, porque el cerebro solo resuelve problemas, no resuelve pretextos”, comparte.
Así nació From Core to Sun, un documental que lo llevó desde la mina más profunda del mundo, en Sudáfrica, hasta la cima del Chimborazo, el punto más cercano al sol desde la Tierra. Con temperaturas extremas, falta de oxígeno y un recorrido extenuante, su hazaña le otorgó un Guinness World Record y lo convirtió en una inspiración mundial. Ludeña participó en carreras en el desierto del Sahara, la Antártida y la montaña más salvaje de la Patagonia,
“Vengo de un lugar donde parecía que nada valía la pena”, dice en un tono que no victimiza, sino que busca plantar un contraste. Porque, en ese lugar donde las calles ofrecían más peligro que posibilidades, su mamá –chancla en mano– lo sacó de una esquina y le devolvió algo esencial: el derecho a creerse capaz. “Tú te quedas ahí y te haces líder de tu vida”, dijo.
10 hábitos que los neurólogos recomiendan porque le hacen bien a tu cerebro
En su adolescencia, Millán entendió que si quería educación, debía ganársela. Descubrió el concepto de “beca” y lo transformó en una misión. Sacó un 9,2 y con eso no solo ganó el acceso a una escuela, sino algo más valioso: la certeza de que los límites son elásticos cuando hay propósito.
Esa lógica lo acompañó siempre. A los 20 corría para impresionar. A los 25 ya estaba participando en ultramaratones. Y más tarde, en la carrera más salvaje de la Patagonia. Pero no era un buscador de récords. “No quiero vivir condenado al éxito, quiero dedicarme a intentar cosas”, dice. Una frase que resuena, quizás, con quien se cansó de tener que demostrar todo el tiempo que “vale”, que “sirve”, que “funciona”.
Ludeña no habla en abstracto. Corrió 21 kilómetros en el punto más profundo de la Tierra, a 3600 metros bajo tierra en Sudáfrica, y luego escaló el Chimborazo, el punto más cercano al sol desde la Tierra. Todo eso en menos de 48 horas. El desafío fue registrado en un documental llamado From Core to Sun y le valió un Guinness World Record. Pero, como suele pasar en su relato, el récord es lo de menos. Lo importante fue atreverse a intentarlo, sin esperar estar “completamente listo”.
“Nadie persigue lo que no cree que merece”, dice. Esa línea podría ser el corazón de su historia. Lo repite varias veces, con diferentes variaciones. Porque no se trata solo de correr, escalar o desafiar el desierto. Se trata de cómo, muchas veces, nos bajamos de los sueños antes de siquiera probarlos, solo porque alguien nos convenció de que no somos suficientes.
En el lugar más frío del planeta, con el corazón en llamas
Después del Sáhara, donde corrió más de 240 kilómetros bajo un sol inclemente, fue a la Antártida. Allí, enfrentó 100 kilómetros en temperaturas de -40ºC. Llevaba una jeringa pegada al pecho con una cinta por si necesitaba inyectarse un analgésico. “No sabía que respirar duele. Pero ahí entendí que, en el frío extremo, el enemigo no es el cuerpo, es el cerebro. Porque si se apaga, te dormís. Y si te dormís, no te despertás.”
Para evitarlo, Millán se dedicó a multiplicar mientras corría. A pensar preguntas rarísimas. A mantener el cerebro en movimiento para no entregarse. De nuevo, su estrategia no fue fuerza bruta, fue mentalidad.
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El futuro no se espera, se diseña
En su relato hay algo que se repite: la creación activa del destino. Poner “Sáhara” en las toallas. Bordarlo en la almohada. Visualizar cada paso. Su lógica no es mística, sino práctica. “El cerebro no distingue lo real de lo imaginario. Entonces podés diseñar tu futuro como si ya fuera real”.
Ludeña no da fórmulas, pero sí deja preguntas. ¿Y si tus límites no fueran reales? ¿Y si el momento perfecto nunca va a llegar, y lo único que queda es arrancar desde donde estás, con lo que tenés?
“Si el reto no te hace temblar las piernas, no es lo suficientemente grande para vos”, cierra. Y, por cómo habla, por cómo corre, por cómo vive, se nota que él eligió temblar y avanzar.
La trayectoria de Millán Ludeña como deportista no es tradicional. No creció haciendo atletismo en el colegio, ni corriendo maratones para probar su resistencia. No soñaba con medallas ni fortunas. Nació en un barrio pobre de Ecuador en donde la estadística decía que no iba a llegar muy lejos. Sin embargo, gracias a una crianza ambiciosa y, en consecuencia, una autoestima sólida, eligió otro camino: el de las preguntas casi imposibles. En el ciclo Aprendemos Juntos de BBVA, el hombre cuenta que, más temprano que tarde, entendió que la verdadera carrera se gana en la mente, donde están los límites reales.
“Las personas crecemos solo cuando enfrentamos nuestros miedos. Crecemos en el desafío, en la penumbra, en la incertidumbre, cuando te estás preguntando cómo lo resuelvo. Allí estás en tu máximo esplendor cognitivo, allí es cuando realmente estás pensando, porque el cerebro solo resuelve problemas, no resuelve pretextos”, comparte.
Así nació From Core to Sun, un documental que lo llevó desde la mina más profunda del mundo, en Sudáfrica, hasta la cima del Chimborazo, el punto más cercano al sol desde la Tierra. Con temperaturas extremas, falta de oxígeno y un recorrido extenuante, su hazaña le otorgó un Guinness World Record y lo convirtió en una inspiración mundial. Ludeña participó en carreras en el desierto del Sahara, la Antártida y la montaña más salvaje de la Patagonia,
“Vengo de un lugar donde parecía que nada valía la pena”, dice en un tono que no victimiza, sino que busca plantar un contraste. Porque, en ese lugar donde las calles ofrecían más peligro que posibilidades, su mamá –chancla en mano– lo sacó de una esquina y le devolvió algo esencial: el derecho a creerse capaz. “Tú te quedas ahí y te haces líder de tu vida”, dijo.
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En su adolescencia, Millán entendió que si quería educación, debía ganársela. Descubrió el concepto de “beca” y lo transformó en una misión. Sacó un 9,2 y con eso no solo ganó el acceso a una escuela, sino algo más valioso: la certeza de que los límites son elásticos cuando hay propósito.
Esa lógica lo acompañó siempre. A los 20 corría para impresionar. A los 25 ya estaba participando en ultramaratones. Y más tarde, en la carrera más salvaje de la Patagonia. Pero no era un buscador de récords. “No quiero vivir condenado al éxito, quiero dedicarme a intentar cosas”, dice. Una frase que resuena, quizás, con quien se cansó de tener que demostrar todo el tiempo que “vale”, que “sirve”, que “funciona”.
Ludeña no habla en abstracto. Corrió 21 kilómetros en el punto más profundo de la Tierra, a 3600 metros bajo tierra en Sudáfrica, y luego escaló el Chimborazo, el punto más cercano al sol desde la Tierra. Todo eso en menos de 48 horas. El desafío fue registrado en un documental llamado From Core to Sun y le valió un Guinness World Record. Pero, como suele pasar en su relato, el récord es lo de menos. Lo importante fue atreverse a intentarlo, sin esperar estar “completamente listo”.
“Nadie persigue lo que no cree que merece”, dice. Esa línea podría ser el corazón de su historia. Lo repite varias veces, con diferentes variaciones. Porque no se trata solo de correr, escalar o desafiar el desierto. Se trata de cómo, muchas veces, nos bajamos de los sueños antes de siquiera probarlos, solo porque alguien nos convenció de que no somos suficientes.
En el lugar más frío del planeta, con el corazón en llamas
Después del Sáhara, donde corrió más de 240 kilómetros bajo un sol inclemente, fue a la Antártida. Allí, enfrentó 100 kilómetros en temperaturas de -40ºC. Llevaba una jeringa pegada al pecho con una cinta por si necesitaba inyectarse un analgésico. “No sabía que respirar duele. Pero ahí entendí que, en el frío extremo, el enemigo no es el cuerpo, es el cerebro. Porque si se apaga, te dormís. Y si te dormís, no te despertás.”
Para evitarlo, Millán se dedicó a multiplicar mientras corría. A pensar preguntas rarísimas. A mantener el cerebro en movimiento para no entregarse. De nuevo, su estrategia no fue fuerza bruta, fue mentalidad.
Un especialista explica qué ocurre cuando se consume vitamina D y magnesio al mismo tiempo
El futuro no se espera, se diseña
En su relato hay algo que se repite: la creación activa del destino. Poner “Sáhara” en las toallas. Bordarlo en la almohada. Visualizar cada paso. Su lógica no es mística, sino práctica. “El cerebro no distingue lo real de lo imaginario. Entonces podés diseñar tu futuro como si ya fuera real”.
Ludeña no da fórmulas, pero sí deja preguntas. ¿Y si tus límites no fueran reales? ¿Y si el momento perfecto nunca va a llegar, y lo único que queda es arrancar desde donde estás, con lo que tenés?
“Si el reto no te hace temblar las piernas, no es lo suficientemente grande para vos”, cierra. Y, por cómo habla, por cómo corre, por cómo vive, se nota que él eligió temblar y avanzar.
Desde la mina más profunda de la Tierra hasta montañas y desiertos, Millán Ludeña eligió desafiarse para descubrir hasta dónde puede llegar la mente humana LA NACION