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Rostros adustos, preocupación y hasta lágrimas: los gestos de los cardenales que marcaron el inicio del cónclave

ROMA.- “Extra omnes”, todos fuera. Cuando el maestro de ceremonias Litúrgicas del Vaticano, el arzobispo italiano Diego Ravelli, pronunció esta frase en latín, a las 17.43 (hora local) en medio de un clima de enorme suspenso comenzó, finalmente, el cónclave que deberá elegir al papa Francisco, que para muchos considerado un virtual referéndum sobre sus 12 años y 39 días de papado disruptivo.

En medio de esa escenografía y teatralidad espectacular de los grandes eventos del Vaticano, los 133 cardenales electores -entre ellos el futuro papa y cuatro argentinos, que se considera que no tienen ninguna chance después del primer papa del fin del mundo-, protagonizaron antes una procesión solemne para desplazarse desde la Capilla Paolina -donde antes rezaron en silencio-, hasta la Capilla Sixtina.

Meta de miles de turistas todos los días y la gallina de los huevos de hora para los Museos Vaticano, esta capilla, construida en el siglo XVI por el papa Sixto IV, estaba irreconocible: con 12 mesas, varias más que en el cónclave pasado porque hay 18 cardenales más que entonces (cuando fueron 115 los electores), todas recubiertas por un paño beige y debajo, bordó y con todo listo para la votación. Una plataforma con moquette, también beige, nivelaba el suelo y recubría los antiquísimos mosaicos del piso.

Como el decano del colegio cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re y el vicedecano, el cardenal argentino Leonardo Sandri, son mayores de 80, en esta fase crucial de la elección del 267 pontífice de la historia, quien tomó la batuta fue otra persona. Y nada menos que el gran favorito, el cardenal italiano, Pietro Parolin, el más importante de los cardenales-obispos debido a su título de secretario de Estado. Fue Parolin quien pronunció entonces una breve oración en latín.

Con su hábito coral color púrpura, en un clima de gran solemnidad, los cardenales, evidentemente tensos, se levantaron después y comenzaron la procesión, caminando en filas de a dos y, acompañados por el coro de la Capilla Sixtina, invocando las litanías de los santos.

Los cardenales más jóvenes iban delante, mientras que el cardenal Parolin –con rostro preocupado– cerraba el grupo. Al llegar a la Sixtina, decorada con los magníficos frescos de Miguel Angel, Botticelli, Perugino, Pinturicchio, Ghirlandaio y otros maestros del Renacimiento, después de inclinarse ante el cricifijo ubicado sobre el altar principal, ante el cual se encuentra el Juicio Final, fueron tomando sus posiciones.

Entonaron entonces el bellísimo “Veni Creator Spiritus”, himno en latín que invoca la ayuda del Espíritu Santo. Las cámaras del Vaticano entonces enfocaban rostros concentrados, adustos, que reflejaban el peso de un momento que marcará el futuro de la Iglesia católica.

Después que Parolin leyó una fórmula solemne en latín y fue el primero en jurar mantener el secreto absoluto sobre todo lo relativo a la elección papal, poniendo su mando sobre un Evangelio colocado en el centro de la capilla, de a uno, los demás cardenales electores hicieron lo mismo.

“Yo (nombre en latín), cardenal (apellido) prometo, obligo y lo juro. Así Dios me ayude y estos Santos Evangelios que toco con mi mano”, iban pronunciando los 133 cardenales, en los diversos acentos de los 70 países de los que provienen.

Entonces, entre los primeros en pronunciar la fórmula en latín, emocionados, se vieron a dos candidatos considerados papables: el cardenal filipino, Luis Antonio Tagle y el cardenal estadounidense, Robert Prevost, agustiniano considerado latinoamericano porque vivió 20 años en Perú, que le dio un pasaporte.

Varios minutos después -mientras algunos purpurados eran sorprendidos bostezando por las cámaras-, aparecieron otros papables como los italianos Matteo Zuppi, arzobispo de Bologna y Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, el francés Jean Marc Aveline, arzobispo de Marsella y alineado con la prioridad que le dio Francisco a los migrantes, y el cardenal filipino Pablo Virgilio Ambo David, obispo de Kalookan, que dio un discurso considerado una “bomba” en las congregaciones generales, que algunos especualan que podría convertirse e una sorpresa. Todos lucían muy concentrados. Apareció casi llorando el cardenal checo-canadiense y jesuita Michael Czerny.

Extra omnes

Las imágenes televisivas del comienzo del primer cónclave de la era moderna con una tan numerosa y variegada cantidad de cardenales, terminaron exactamente a las 17.46 locales. Fue tres minutos después de que el maestro de las ceremonias litúrgicas pontificias, el ya mencionado monseñor Ravelli, siguiendo el antiguo ritual, pronunció el “Extra omnes”, “todos fuera”, que anuncia la salida de la Capilla Sixtina de todos los que no participan en la elección.

Acto seguido, tal como se había anunciado, el fraile capuchino italiano, Raniero Cantalamessa, predicador emérito de la Casa Pontificia, de 90 años y creado cardenal por Francisco en noviembre de 2020, pronunció una última meditación para iluminar a los electores.

Terminado esto, tanto él, como Ravelli, también dejaron la Sixtina. Y los 133 purpurados empezaron su primera votación. Vista la división y la imposibilidad de que ninguno de los papables reciba de entrada los 89 votos necesarios para ser electro al trono de Pedro, se espera una primera fumata negra. Esta abrirá el verdadero juego, porque se habrán visto las cartas y cuántos votos cosechan los supuestos favoritos, preferencias que mañana podrían crecer o bloquearse, dando lugar, quizás, a sorpresas.

ROMA.- “Extra omnes”, todos fuera. Cuando el maestro de ceremonias Litúrgicas del Vaticano, el arzobispo italiano Diego Ravelli, pronunció esta frase en latín, a las 17.43 (hora local) en medio de un clima de enorme suspenso comenzó, finalmente, el cónclave que deberá elegir al papa Francisco, que para muchos considerado un virtual referéndum sobre sus 12 años y 39 días de papado disruptivo.

En medio de esa escenografía y teatralidad espectacular de los grandes eventos del Vaticano, los 133 cardenales electores -entre ellos el futuro papa y cuatro argentinos, que se considera que no tienen ninguna chance después del primer papa del fin del mundo-, protagonizaron antes una procesión solemne para desplazarse desde la Capilla Paolina -donde antes rezaron en silencio-, hasta la Capilla Sixtina.

Meta de miles de turistas todos los días y la gallina de los huevos de hora para los Museos Vaticano, esta capilla, construida en el siglo XVI por el papa Sixto IV, estaba irreconocible: con 12 mesas, varias más que en el cónclave pasado porque hay 18 cardenales más que entonces (cuando fueron 115 los electores), todas recubiertas por un paño beige y debajo, bordó y con todo listo para la votación. Una plataforma con moquette, también beige, nivelaba el suelo y recubría los antiquísimos mosaicos del piso.

Como el decano del colegio cardenalicio, el cardenal Giovanni Battista Re y el vicedecano, el cardenal argentino Leonardo Sandri, son mayores de 80, en esta fase crucial de la elección del 267 pontífice de la historia, quien tomó la batuta fue otra persona. Y nada menos que el gran favorito, el cardenal italiano, Pietro Parolin, el más importante de los cardenales-obispos debido a su título de secretario de Estado. Fue Parolin quien pronunció entonces una breve oración en latín.

Con su hábito coral color púrpura, en un clima de gran solemnidad, los cardenales, evidentemente tensos, se levantaron después y comenzaron la procesión, caminando en filas de a dos y, acompañados por el coro de la Capilla Sixtina, invocando las litanías de los santos.

Los cardenales más jóvenes iban delante, mientras que el cardenal Parolin –con rostro preocupado– cerraba el grupo. Al llegar a la Sixtina, decorada con los magníficos frescos de Miguel Angel, Botticelli, Perugino, Pinturicchio, Ghirlandaio y otros maestros del Renacimiento, después de inclinarse ante el cricifijo ubicado sobre el altar principal, ante el cual se encuentra el Juicio Final, fueron tomando sus posiciones.

Entonaron entonces el bellísimo “Veni Creator Spiritus”, himno en latín que invoca la ayuda del Espíritu Santo. Las cámaras del Vaticano entonces enfocaban rostros concentrados, adustos, que reflejaban el peso de un momento que marcará el futuro de la Iglesia católica.

Después que Parolin leyó una fórmula solemne en latín y fue el primero en jurar mantener el secreto absoluto sobre todo lo relativo a la elección papal, poniendo su mando sobre un Evangelio colocado en el centro de la capilla, de a uno, los demás cardenales electores hicieron lo mismo.

“Yo (nombre en latín), cardenal (apellido) prometo, obligo y lo juro. Así Dios me ayude y estos Santos Evangelios que toco con mi mano”, iban pronunciando los 133 cardenales, en los diversos acentos de los 70 países de los que provienen.

Entonces, entre los primeros en pronunciar la fórmula en latín, emocionados, se vieron a dos candidatos considerados papables: el cardenal filipino, Luis Antonio Tagle y el cardenal estadounidense, Robert Prevost, agustiniano considerado latinoamericano porque vivió 20 años en Perú, que le dio un pasaporte.

Varios minutos después -mientras algunos purpurados eran sorprendidos bostezando por las cámaras-, aparecieron otros papables como los italianos Matteo Zuppi, arzobispo de Bologna y Pierbattista Pizzaballa, patriarca latino de Jerusalén, el francés Jean Marc Aveline, arzobispo de Marsella y alineado con la prioridad que le dio Francisco a los migrantes, y el cardenal filipino Pablo Virgilio Ambo David, obispo de Kalookan, que dio un discurso considerado una “bomba” en las congregaciones generales, que algunos especualan que podría convertirse e una sorpresa. Todos lucían muy concentrados. Apareció casi llorando el cardenal checo-canadiense y jesuita Michael Czerny.

Extra omnes

Las imágenes televisivas del comienzo del primer cónclave de la era moderna con una tan numerosa y variegada cantidad de cardenales, terminaron exactamente a las 17.46 locales. Fue tres minutos después de que el maestro de las ceremonias litúrgicas pontificias, el ya mencionado monseñor Ravelli, siguiendo el antiguo ritual, pronunció el “Extra omnes”, “todos fuera”, que anuncia la salida de la Capilla Sixtina de todos los que no participan en la elección.

Acto seguido, tal como se había anunciado, el fraile capuchino italiano, Raniero Cantalamessa, predicador emérito de la Casa Pontificia, de 90 años y creado cardenal por Francisco en noviembre de 2020, pronunció una última meditación para iluminar a los electores.

Terminado esto, tanto él, como Ravelli, también dejaron la Sixtina. Y los 133 purpurados empezaron su primera votación. Vista la división y la imposibilidad de que ninguno de los papables reciba de entrada los 89 votos necesarios para ser electro al trono de Pedro, se espera una primera fumata negra. Esta abrirá el verdadero juego, porque se habrán visto las cartas y cuántos votos cosechan los supuestos favoritos, preferencias que mañana podrían crecer o bloquearse, dando lugar, quizás, a sorpresas.

 Tras una procesión, los 133 electores se encerraron en la Capilla Sixtina para la primera votación  LA NACION

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