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Flores muertas: una historia de personajes desangelados, con guiños a Pedro Almodóvar

Flores muertas. Autora y directora: Natalia Villamil. Intérpretes: Matilde Campilongo, Yanina Gruden, Aldana Illán, Sergio Mayorquín, Juan Tupac Soler, Liliana Weimer. Vestuario: Paola Delgado. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Matías Sendón. Música: Guadalupe Otheguy. Sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Funciones: jueves a domingos a las 21. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Natalia Villamil es una de las autoras más relevantes de su generación que, generalmente, en sus obras expone problemáticas femeninas y lo hace de una forma muy descarnada. Entre otras, pueden recordarse piezas como Rota, Como vaca mirando un tren, Clandestina; tres monólogos intensos en los que sus protagonistas relataban unas historias de vida que promovían mucha conmoción en los espectadores.

Flores muertas es una pieza coral, con muchos guiños a la película Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar. Confluyen en ella un pequeño grupo de seres devastados que no han logrado encarar sus vidas de manera ordenada y por eso sus personalidades se han desarrollado dentro de universos extremadamente caóticos.

No espere el espectador encontrarse con un drama que se desarrolle por carriles lógicos. Simplemente acepte que se trata de una historia de personajes, sumamente desangelados. Tres madres, casi condenadas al desamparo, han criado a sus hijos solas y estos no logran encontrar objetivos concretos en sus vidas.

En un decadente atelier del barrio de San Telmo las tres hermanas llegan porque ha muerto Juan, el hermano escultor. Anna vive pobremente en Barcelona junto a su hijo Pedro, un ser con pocas aspiraciones. Nora y Esperanza pasan sus días en un pueblo del interior. Román, hijo de Nora, reside en Buenos Aires, tiene aspiraciones de escritor aunque cierta enfermedad lo inmoviliza para poder llegar a ser alguien. Solange, hija de Esperanza, padece a su madre que posee una fuerte inestabilidad emocional.

Flores muertas, en el Teatro Cervantes

El encuentro entre ellos es tan poco agradable que ni siquiera pueden hacer el duelo que merecería la situación. Ninguna llegó al velatorio ni asistió al entierro. Solo Román se encargó de algunas cuestiones y pidió que las coronas que fueron enviadas se acumularan en el patio de la casa. Y allí morirán, como lo hizo Juan, en el abandono.

“La muerte distrae”, dice en un momento Nora y esto hace que cada uno justifique lo que hace o dice dentro de ese ambiente tan cargado de esculturas que no logran más que ensombrecerlo todo. Ellos hablan, exponen sus frustraciones, se pelean. Ni siquiera llegan a comprender qué hacen allí.

Buena dinámica coral

Villamil, en tanto directora, logra generar una muy interesante dinámica grupal entre sus actores. Sus continuos desencuentros verbales hacen que sus cuerpos se vean afectados de manera muy particular. La acción está dominada por una inquietud que provoca la sensación de que todo va a estallar en cualquier momento. Pero esas mujeres y esos hijos están tan corridos de cuadro que solo pueden defenderse ante algunas acusaciones de los otros de manera siempre aleatoria. Sus rostros se desencajan rápidamente, sus cuerpos pierden forma, tanto que no registran lo que el otro piensa, opina, dice.

Flores muertas se define como “un poema almodovariano de amor y de ausencia”. Román, el que tiene ínfulas de escritor dice que quiere escribir un poema sobre “los vinculos vinculares”. Su madre le explica que todos los vínculos lo son, pero él no lo entiende porque indudablemente necesita comprender que eso es posible. Algo que nunca le enseñaron, ni siquiera se lo demostraron.

Los intérpretes realizan una labor muy destacable. Sobre todo porque se ven obligados a superar esa cuestión tan teatral que lleva a los personajes a retroalimentarse unos con otros. En esta puesta no hay forma de que eso suceda. Porque cada uno debe hacerse cargo de que es un despojo que aprendió a ser alguien en soledad, destruyéndose. “Me siento siempre desnudo”, afirma sobre el final Pedro, el joven barcelonés. Y agrega algo que termina muy bien definiendo la historia: “Almodóvar endulza cualquier drama”. Indudablemente hay mucha piedad en esa descripción.

Flores muertas. Autora y directora: Natalia Villamil. Intérpretes: Matilde Campilongo, Yanina Gruden, Aldana Illán, Sergio Mayorquín, Juan Tupac Soler, Liliana Weimer. Vestuario: Paola Delgado. Escenografía: Rodrigo González Garillo. Iluminación: Matías Sendón. Música: Guadalupe Otheguy. Sala: Teatro Nacional Cervantes, Libertad 815. Funciones: jueves a domingos a las 21. Duración: 100 minutos. Nuestra opinión: muy buena.

Natalia Villamil es una de las autoras más relevantes de su generación que, generalmente, en sus obras expone problemáticas femeninas y lo hace de una forma muy descarnada. Entre otras, pueden recordarse piezas como Rota, Como vaca mirando un tren, Clandestina; tres monólogos intensos en los que sus protagonistas relataban unas historias de vida que promovían mucha conmoción en los espectadores.

Flores muertas es una pieza coral, con muchos guiños a la película Todo sobre mi madre, de Pedro Almodóvar. Confluyen en ella un pequeño grupo de seres devastados que no han logrado encarar sus vidas de manera ordenada y por eso sus personalidades se han desarrollado dentro de universos extremadamente caóticos.

No espere el espectador encontrarse con un drama que se desarrolle por carriles lógicos. Simplemente acepte que se trata de una historia de personajes, sumamente desangelados. Tres madres, casi condenadas al desamparo, han criado a sus hijos solas y estos no logran encontrar objetivos concretos en sus vidas.

En un decadente atelier del barrio de San Telmo las tres hermanas llegan porque ha muerto Juan, el hermano escultor. Anna vive pobremente en Barcelona junto a su hijo Pedro, un ser con pocas aspiraciones. Nora y Esperanza pasan sus días en un pueblo del interior. Román, hijo de Nora, reside en Buenos Aires, tiene aspiraciones de escritor aunque cierta enfermedad lo inmoviliza para poder llegar a ser alguien. Solange, hija de Esperanza, padece a su madre que posee una fuerte inestabilidad emocional.

Flores muertas, en el Teatro Cervantes

El encuentro entre ellos es tan poco agradable que ni siquiera pueden hacer el duelo que merecería la situación. Ninguna llegó al velatorio ni asistió al entierro. Solo Román se encargó de algunas cuestiones y pidió que las coronas que fueron enviadas se acumularan en el patio de la casa. Y allí morirán, como lo hizo Juan, en el abandono.

“La muerte distrae”, dice en un momento Nora y esto hace que cada uno justifique lo que hace o dice dentro de ese ambiente tan cargado de esculturas que no logran más que ensombrecerlo todo. Ellos hablan, exponen sus frustraciones, se pelean. Ni siquiera llegan a comprender qué hacen allí.

Buena dinámica coral

Villamil, en tanto directora, logra generar una muy interesante dinámica grupal entre sus actores. Sus continuos desencuentros verbales hacen que sus cuerpos se vean afectados de manera muy particular. La acción está dominada por una inquietud que provoca la sensación de que todo va a estallar en cualquier momento. Pero esas mujeres y esos hijos están tan corridos de cuadro que solo pueden defenderse ante algunas acusaciones de los otros de manera siempre aleatoria. Sus rostros se desencajan rápidamente, sus cuerpos pierden forma, tanto que no registran lo que el otro piensa, opina, dice.

Flores muertas se define como “un poema almodovariano de amor y de ausencia”. Román, el que tiene ínfulas de escritor dice que quiere escribir un poema sobre “los vinculos vinculares”. Su madre le explica que todos los vínculos lo son, pero él no lo entiende porque indudablemente necesita comprender que eso es posible. Algo que nunca le enseñaron, ni siquiera se lo demostraron.

Los intérpretes realizan una labor muy destacable. Sobre todo porque se ven obligados a superar esa cuestión tan teatral que lleva a los personajes a retroalimentarse unos con otros. En esta puesta no hay forma de que eso suceda. Porque cada uno debe hacerse cargo de que es un despojo que aprendió a ser alguien en soledad, destruyéndose. “Me siento siempre desnudo”, afirma sobre el final Pedro, el joven barcelonés. Y agrega algo que termina muy bien definiendo la historia: “Almodóvar endulza cualquier drama”. Indudablemente hay mucha piedad en esa descripción.

 Tres madres, casi condenadas al desamparo, criaron solas a sus hijos, quienes no logran encontrar objetivos en sus vidas  LA NACION

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