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Por qué tu estilo no es tan personal como creés

La imagen personal no es simplemente una elección individual, sino un reflejo de las normas sociales que moldean nuestros comportamientos, estéticas y percepciones. Desde la ropa que vestimos hasta los peinados que adoptamos, cada detalle está influenciado por mecanismos de conformidad que buscan la aceptación dentro de un grupo.

El Senado de Italia aprobó el decreto de Meloni que restringe el acceso a la ciudadanía italiana con modificaciones

Este fenómeno puede analizarse a través de la teoría de la conformidad a la norma, desarrollada por autores clásicos como Émile Durkheim, Erving Goffman y más recientemente por psicólogos sociales como Solomon Asch.

La estética cotidiana refleja patrones compartidos que responden a normas sociales de pertenencia

Pero a la hora de analizar la conformidad social y su impacto en la imagen, Durkheim profundiza en que “la sociedad es algo que está dentro y fuera de nosotros al mismo tiempo”. Lo dice en su libro, “Las reglas del método sociológico”, publicado en el año 1895. Esto implica que nuestras decisiones estéticas no son completamente autónomas, sino que responden a presiones colectivas.

Un ejemplo claro es el código de vestimenta en entornos laborales: aunque alguien prefiera ropa informal, en una oficina corporativa tenderá a usar traje para evitar sanciones simbólicas (esto es, desde miradas de desaprobación hasta menor consideración profesional).

Por otra parte, el experimento de Solomon Asch (1951) sobre conformidad grupal demostró que las personas están dispuestas a negar incluso la evidencia visual si el grupo opina lo contrario. Trasladado a la imagen personal, esto explica por qué tendencias como el business casual o los tatuajes visibles se adoptan (o rechazan) según el contexto social dominante.

Émile Durkheim estudió cómo las normas sociales influyen en las decisiones personales, incluso en lo estético

Erving Goffman, en “La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959)”, introduce la idea de que actuamos en escenarios sociales, donde la imagen es una performance. ¿Qué significa esto? Que mientras un joven en un barrio urbano podría usar ropa holgada y gorra para integrarse en su entorno, la misma persona, en una entrevista de trabajo, optará por un estilo “neutral” para ajustarse a las expectativas del empleador. Goffman señala que “el individuo no proyecta una imagen auténtica, sino una que cree que será validada”, lo que revela cómo la conformidad actúa como un filtro para la autoexpresión.

También vale analizar que las transgresiones a las normas de imagen suelen castigarse con exclusión o estigmatización. Por ejemplo, Pierre Bourdieu, en “La distinción (1979)“, analizó cómo las clases altas usan marcas de lujo para demarcar su estatus, mientras que quienes no siguen ese código son relegados simbólicamente.

La adaptación estética al entorno responde a las expectativas del rol social asumido

Sin ir más lejos, en estudios como los de Harold Garfinkel “Studies in Ethnomethodology (1967)“, se observa que romper normas de vestimenta (como ir en pijama a una reunión formal) provoca reacciones de incomodidad o burla.

Un caso actual es el auge de los influencers: aunque promueven “autenticidad”, su estilo suele ajustarse a algoritmos de redes sociales que premian ciertos cánones (cuerpos esbeltos, ropa vintage, etc.). En este caso, la norma no está escrita, pero sabemos que opera con muchísima fuerza.

Las transgresiones a las normas de vestimenta suelen generar rechazo o sorpresa en entornos estructurados

Por último se plantea una disyuntiva: ¿resistencia o ilusión de individualidad? Movimientos como el body positive cuestionan normas hegemónicas, pero incluso estas resistencias se dan dentro de marcos sociales preexistentes.

La imagen personal es un termómetro de nuestra obediencia (consciente o no) a las normas. La libertad individual es real, pero siempre dentro de los límites de lo socialmente tolerable. Así, cada elección estética es un diálogo entre el “yo” y el mundo, donde la conformidad suele llevar la voz cantante.

La lógica de las redes sociales también moldea la imagen personal a través de tendencias y algoritmos

Los invito a reflexionar: ¿nuestra imagen es realmente personal, o es el resultado de un guión escrito por la sociedad? La respuesta, creo, como en toda cuestión sociológica, está en el equilibrio entre ambas fuerzas.

La imagen personal no es simplemente una elección individual, sino un reflejo de las normas sociales que moldean nuestros comportamientos, estéticas y percepciones. Desde la ropa que vestimos hasta los peinados que adoptamos, cada detalle está influenciado por mecanismos de conformidad que buscan la aceptación dentro de un grupo.

El Senado de Italia aprobó el decreto de Meloni que restringe el acceso a la ciudadanía italiana con modificaciones

Este fenómeno puede analizarse a través de la teoría de la conformidad a la norma, desarrollada por autores clásicos como Émile Durkheim, Erving Goffman y más recientemente por psicólogos sociales como Solomon Asch.

La estética cotidiana refleja patrones compartidos que responden a normas sociales de pertenencia

Pero a la hora de analizar la conformidad social y su impacto en la imagen, Durkheim profundiza en que “la sociedad es algo que está dentro y fuera de nosotros al mismo tiempo”. Lo dice en su libro, “Las reglas del método sociológico”, publicado en el año 1895. Esto implica que nuestras decisiones estéticas no son completamente autónomas, sino que responden a presiones colectivas.

Un ejemplo claro es el código de vestimenta en entornos laborales: aunque alguien prefiera ropa informal, en una oficina corporativa tenderá a usar traje para evitar sanciones simbólicas (esto es, desde miradas de desaprobación hasta menor consideración profesional).

Por otra parte, el experimento de Solomon Asch (1951) sobre conformidad grupal demostró que las personas están dispuestas a negar incluso la evidencia visual si el grupo opina lo contrario. Trasladado a la imagen personal, esto explica por qué tendencias como el business casual o los tatuajes visibles se adoptan (o rechazan) según el contexto social dominante.

Émile Durkheim estudió cómo las normas sociales influyen en las decisiones personales, incluso en lo estético

Erving Goffman, en “La presentación de la persona en la vida cotidiana (1959)”, introduce la idea de que actuamos en escenarios sociales, donde la imagen es una performance. ¿Qué significa esto? Que mientras un joven en un barrio urbano podría usar ropa holgada y gorra para integrarse en su entorno, la misma persona, en una entrevista de trabajo, optará por un estilo “neutral” para ajustarse a las expectativas del empleador. Goffman señala que “el individuo no proyecta una imagen auténtica, sino una que cree que será validada”, lo que revela cómo la conformidad actúa como un filtro para la autoexpresión.

También vale analizar que las transgresiones a las normas de imagen suelen castigarse con exclusión o estigmatización. Por ejemplo, Pierre Bourdieu, en “La distinción (1979)“, analizó cómo las clases altas usan marcas de lujo para demarcar su estatus, mientras que quienes no siguen ese código son relegados simbólicamente.

La adaptación estética al entorno responde a las expectativas del rol social asumido

Sin ir más lejos, en estudios como los de Harold Garfinkel “Studies in Ethnomethodology (1967)“, se observa que romper normas de vestimenta (como ir en pijama a una reunión formal) provoca reacciones de incomodidad o burla.

Un caso actual es el auge de los influencers: aunque promueven “autenticidad”, su estilo suele ajustarse a algoritmos de redes sociales que premian ciertos cánones (cuerpos esbeltos, ropa vintage, etc.). En este caso, la norma no está escrita, pero sabemos que opera con muchísima fuerza.

Las transgresiones a las normas de vestimenta suelen generar rechazo o sorpresa en entornos estructurados

Por último se plantea una disyuntiva: ¿resistencia o ilusión de individualidad? Movimientos como el body positive cuestionan normas hegemónicas, pero incluso estas resistencias se dan dentro de marcos sociales preexistentes.

La imagen personal es un termómetro de nuestra obediencia (consciente o no) a las normas. La libertad individual es real, pero siempre dentro de los límites de lo socialmente tolerable. Así, cada elección estética es un diálogo entre el “yo” y el mundo, donde la conformidad suele llevar la voz cantante.

La lógica de las redes sociales también moldea la imagen personal a través de tendencias y algoritmos

Los invito a reflexionar: ¿nuestra imagen es realmente personal, o es el resultado de un guión escrito por la sociedad? La respuesta, creo, como en toda cuestión sociológica, está en el equilibrio entre ambas fuerzas.

 La asesora de imagen asegura que hasta la imagen personal de los influencers más disruptivos es una expresión de la conformidad a la norma  LA NACION

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