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El ojo y la tempestad: la faceta “indoor” de un argentino que juega en la liga mundial del muralismo

Dieciocho telas microperforadas de gran formato (de 4 x 3,6 metros cada una), sublimadas con tonos vibrantes, saturados y en degradé, cuelgan de un techo a 6,4 metros en Ungallery, una galería de arte en La Boca. Entre estas superficies verticales se puede caminar y, a medida que se avanza, los colores cambian, por efecto de los agujeritos propios del tul, que dejan pasar la luz del ambiente, y van dibujando formas que da idea de movimiento. David Petroni (Buenos Aires, 1984), autor de esta y otras obras que integran la muestra El ojo y la tempestad, tiene una larga experiencia en las alturas. Lleva quince años pintando geometrías en muros de edificios de más de treinta metros, en distintos puntos del globo. En esta ocasión, las grandes superficies llegan al espacio privado a través de telas etéreas y suaves, tan altas que parecen sus fachadas de edificios.

Con su trabajo sobre el edificio de la AMIA, David Petroni llegó a la final del mundial de murales en 2024

En la trayectoria artística de Petroni, los formatos monumentales dialogan constantemente con los pequeños así como el espacio público exterior y la intemperie con el privado y lo interior. En general, sus exploraciones estéticas son concebidas en dos dimensiones. Los trabajos urbanos parten de un boceto, de una pintura hecha en estudio. Así, las obras “pequeñas” terminan saliendo a la calle para convertirse en murales, “como una manera más de expresar alguna idea que me está rondando en cierto período”, sugiere el artista, en la conversación con LA NACIÓN.

En el muralismo, las superficies no son lisas como en los lienzos. Tienen ladrillos, chapas, rejas. Tampoco las formas del soporte son necesariamente rectangulares -excepto por las medianeras-; sino que la arquitectura aporta gestualidades y geometrías específicas. En esas alturas y magnitudes, cuando la intemperie se convierte en el fondo y el cielo, en el techo, Petroni piensa sus imágenes en relación a cada arquitectura que le toca intervenir, adaptándose a los distintos formatos que lo convocan.

Paños de telas altos como medianeras en la instalación de David Petroni, que expone en Ungallery

De afuera hacia adentro

En esta muestra, la monumentalidad de la instalación textil puede leerse como un guiño a las paredes altas que ascienden en las ciudades. El artista debió interpretar la arquitectura del espacio expositivo para concebir sus telas y traducir las imágenes creadas en la tablet a gran escala. Destaca Petroni que su experiencia como muralista le ha dado el ojo necesario para considerar la especificidad del sitio en sus exhibiciones en espacios privados.

En los murales, las horas del día, el clima, las luces, las sombras propias del sitio en donde el edificio se encuentra inciden directamente en la visualidad que emite cada obra, haciéndola versátil. De manera similar, las telas en Ungallery se ven afectadas por el entorno, donde las luces y el espectador interactúan con ellas. “El halo místico no deja de rondar una obra que consiste en una experiencia donde el ojo se debate inmerso en una multitud de sensaciones ópticas. En este caso, el cuerpo entero se halla habilitado para palpar las dimensiones de un portal hacia otra realidad”, escribe Eugenia Garay Basualdo, cocuradora en esta muestra, sobre la instalación.

La intemperie se filtra también a través de dieciocho cuadros de pequeño formato, que integran la serie Corteza, de Petroni. Son imágenes en papeles arrugados, pintados con aerógrafo y luego planchados que generan la ilusión óptica de volumen y parecen estructuras geológicas vistas desde arriba, como tomas aéreas de una cordillera. “Al trabajar con aerosol, la pintura se va posando sobre las irregularidades del papel, generando diferentes brillos y texturas”, explica Petroni.

Vista de sala, con los telones y las pinturas, en la pared del fondo

En otra instalación de sitio específico reciente –Iridiscente, curada por Luciana García Belbey, el año pasado en el MACBA-, ese juego entre obra y entorno se veía claramente. Los ventanales que rodeaban la sala de exposición en el sexto piso del museo dejaban que el afuera ocupara su lugar, que el amanecer y el atardecer entraran a la sala, afectando la luminosidad de cada obra. Los paisajes urbanos también asomaban: la parroquia de San Pedro por el norte; y el vaivén de los autos sin freno, por la autopista Balbín, al sur.

Una liga mundial

Petroni viajó pintando murales por distintos puntos del globo. Hay paredes suyas en Estados Unidos, Brasil, Francia, España, Italia, Polonia y Rusia, entre otros países.

“Pertenezco a una generación para la cual pintar en la calle fue un movimiento y un momento. Creo que formé parte de la movida en la que muchos chicos de Argentina y de diferentes partes comenzaron a viajar —cuenta Petroni a LA NACIÓN, sobre su acceso a la liga internacional—. En las redes sociales, en Facebook, Instagram y en Flickr se empezó a formar una especie de comunidad de gente que estaba en la misma y que organizaba proyectos y festivales”.

Murales en San Martín, Buenos Aires, 2022

Es interesante cómo cada cultura y sociedad se conecta con los murales de manera muy distinta. Recuerda Petroni los problemas que tuvo con un mural que hizo en Gdansk, Polonia. A los vecinos no les gustaba el color que había elegido, un violeta que les parecía muy oscuro. “En ese lugar, la mitad del año es de noche y la mitad de día. En invierno hacen menos 30 grados, nieva; el contexto y el entorno es muy distinto a lo que puede llegar a ser nuestra relación con el exterior”.

En la pandemia, Petroni pintó en una pared de Solnechnodolsk, en Rusia. En pleno encierro, los vecinos que siguieron el proceso del mural sacaron sus propias conclusiones sobre el significado de la imagen. “Lo que más claro recuerdo es cómo la gente se conectó con la idea de tener un pedazo de cielo en donde había una pared. La luz del mural fue resignificada por algunos como una experiencia de optimismo en medio de ese momento”. En otra ocasión, los habitantes de un edificio en Omsk, Siberia, sentían que la imagen que surgía representaba el nacimiento de una estrella. “Me pareció una forma súper poética de interpretar una imagen abstracta”, remata.

En el caso del mural que Petroni pintó en Gdansk, Polonia, se adaptó al pedido de los vecinos que rechazaron el violeta oscuro que había elegido: “La mitad del año es de noche, hace menos 30 grados

Cambiar de piel

Entre sus murales en Argentina, el que recubre el edificio de la AMIA, en Pasteur 633, en Buenos Aires, fue seleccionado este año entre un centenar de artistas para el premio anual de la plataforma Street Art Cities, que galardona al mejor ejemplar del mundo. “Fue una experiencia muy intensa porque de alguna manera fue exorcizar, cambiar o dar un tipo de renovación energética a un edificio que sufrió un atentado y que tiene toda una carga para nuestra sociedad muy simbólica. Para mí fue muy fuerte poder cambiar la piel del edificio, reinterpretar su arquitectura y trabajar a través del color una nueva idea e identidad”, recuerda el artista.

Esta pared, de enero pasado, obtuvo el premio Bancor: está en el boulevard San Juan y el pasaje San Agustín, de la ciudad de Córdoba

En la ciudad de Neuquén, en la calle La Rioja 189, esquina Carlos Rodríguez, asciende el mural más grande de la ciudad en un edificio de más de cincuenta metros de altura. En enero de este año, el artista pintó otro mural en Córdoba capital, en el boulevard San Juan y el pasaje San Agustín. La obra ganó el primer premio en la categoría muralismo del Salón Bancor (el salón del banco de Córdoba).

Para agendar

El ojo y la tempestad, hasta el 21 de junio en Ungallery, Ministro Brin 1335, La Boca; de jueves a sábado, de 14 a 18.

Dieciocho telas microperforadas de gran formato (de 4 x 3,6 metros cada una), sublimadas con tonos vibrantes, saturados y en degradé, cuelgan de un techo a 6,4 metros en Ungallery, una galería de arte en La Boca. Entre estas superficies verticales se puede caminar y, a medida que se avanza, los colores cambian, por efecto de los agujeritos propios del tul, que dejan pasar la luz del ambiente, y van dibujando formas que da idea de movimiento. David Petroni (Buenos Aires, 1984), autor de esta y otras obras que integran la muestra El ojo y la tempestad, tiene una larga experiencia en las alturas. Lleva quince años pintando geometrías en muros de edificios de más de treinta metros, en distintos puntos del globo. En esta ocasión, las grandes superficies llegan al espacio privado a través de telas etéreas y suaves, tan altas que parecen sus fachadas de edificios.

Con su trabajo sobre el edificio de la AMIA, David Petroni llegó a la final del mundial de murales en 2024

En la trayectoria artística de Petroni, los formatos monumentales dialogan constantemente con los pequeños así como el espacio público exterior y la intemperie con el privado y lo interior. En general, sus exploraciones estéticas son concebidas en dos dimensiones. Los trabajos urbanos parten de un boceto, de una pintura hecha en estudio. Así, las obras “pequeñas” terminan saliendo a la calle para convertirse en murales, “como una manera más de expresar alguna idea que me está rondando en cierto período”, sugiere el artista, en la conversación con LA NACIÓN.

En el muralismo, las superficies no son lisas como en los lienzos. Tienen ladrillos, chapas, rejas. Tampoco las formas del soporte son necesariamente rectangulares -excepto por las medianeras-; sino que la arquitectura aporta gestualidades y geometrías específicas. En esas alturas y magnitudes, cuando la intemperie se convierte en el fondo y el cielo, en el techo, Petroni piensa sus imágenes en relación a cada arquitectura que le toca intervenir, adaptándose a los distintos formatos que lo convocan.

Paños de telas altos como medianeras en la instalación de David Petroni, que expone en Ungallery

De afuera hacia adentro

En esta muestra, la monumentalidad de la instalación textil puede leerse como un guiño a las paredes altas que ascienden en las ciudades. El artista debió interpretar la arquitectura del espacio expositivo para concebir sus telas y traducir las imágenes creadas en la tablet a gran escala. Destaca Petroni que su experiencia como muralista le ha dado el ojo necesario para considerar la especificidad del sitio en sus exhibiciones en espacios privados.

En los murales, las horas del día, el clima, las luces, las sombras propias del sitio en donde el edificio se encuentra inciden directamente en la visualidad que emite cada obra, haciéndola versátil. De manera similar, las telas en Ungallery se ven afectadas por el entorno, donde las luces y el espectador interactúan con ellas. “El halo místico no deja de rondar una obra que consiste en una experiencia donde el ojo se debate inmerso en una multitud de sensaciones ópticas. En este caso, el cuerpo entero se halla habilitado para palpar las dimensiones de un portal hacia otra realidad”, escribe Eugenia Garay Basualdo, cocuradora en esta muestra, sobre la instalación.

La intemperie se filtra también a través de dieciocho cuadros de pequeño formato, que integran la serie Corteza, de Petroni. Son imágenes en papeles arrugados, pintados con aerógrafo y luego planchados que generan la ilusión óptica de volumen y parecen estructuras geológicas vistas desde arriba, como tomas aéreas de una cordillera. “Al trabajar con aerosol, la pintura se va posando sobre las irregularidades del papel, generando diferentes brillos y texturas”, explica Petroni.

Vista de sala, con los telones y las pinturas, en la pared del fondo

En otra instalación de sitio específico reciente –Iridiscente, curada por Luciana García Belbey, el año pasado en el MACBA-, ese juego entre obra y entorno se veía claramente. Los ventanales que rodeaban la sala de exposición en el sexto piso del museo dejaban que el afuera ocupara su lugar, que el amanecer y el atardecer entraran a la sala, afectando la luminosidad de cada obra. Los paisajes urbanos también asomaban: la parroquia de San Pedro por el norte; y el vaivén de los autos sin freno, por la autopista Balbín, al sur.

Una liga mundial

Petroni viajó pintando murales por distintos puntos del globo. Hay paredes suyas en Estados Unidos, Brasil, Francia, España, Italia, Polonia y Rusia, entre otros países.

“Pertenezco a una generación para la cual pintar en la calle fue un movimiento y un momento. Creo que formé parte de la movida en la que muchos chicos de Argentina y de diferentes partes comenzaron a viajar —cuenta Petroni a LA NACIÓN, sobre su acceso a la liga internacional—. En las redes sociales, en Facebook, Instagram y en Flickr se empezó a formar una especie de comunidad de gente que estaba en la misma y que organizaba proyectos y festivales”.

Murales en San Martín, Buenos Aires, 2022

Es interesante cómo cada cultura y sociedad se conecta con los murales de manera muy distinta. Recuerda Petroni los problemas que tuvo con un mural que hizo en Gdansk, Polonia. A los vecinos no les gustaba el color que había elegido, un violeta que les parecía muy oscuro. “En ese lugar, la mitad del año es de noche y la mitad de día. En invierno hacen menos 30 grados, nieva; el contexto y el entorno es muy distinto a lo que puede llegar a ser nuestra relación con el exterior”.

En la pandemia, Petroni pintó en una pared de Solnechnodolsk, en Rusia. En pleno encierro, los vecinos que siguieron el proceso del mural sacaron sus propias conclusiones sobre el significado de la imagen. “Lo que más claro recuerdo es cómo la gente se conectó con la idea de tener un pedazo de cielo en donde había una pared. La luz del mural fue resignificada por algunos como una experiencia de optimismo en medio de ese momento”. En otra ocasión, los habitantes de un edificio en Omsk, Siberia, sentían que la imagen que surgía representaba el nacimiento de una estrella. “Me pareció una forma súper poética de interpretar una imagen abstracta”, remata.

En el caso del mural que Petroni pintó en Gdansk, Polonia, se adaptó al pedido de los vecinos que rechazaron el violeta oscuro que había elegido: “La mitad del año es de noche, hace menos 30 grados

Cambiar de piel

Entre sus murales en Argentina, el que recubre el edificio de la AMIA, en Pasteur 633, en Buenos Aires, fue seleccionado este año entre un centenar de artistas para el premio anual de la plataforma Street Art Cities, que galardona al mejor ejemplar del mundo. “Fue una experiencia muy intensa porque de alguna manera fue exorcizar, cambiar o dar un tipo de renovación energética a un edificio que sufrió un atentado y que tiene toda una carga para nuestra sociedad muy simbólica. Para mí fue muy fuerte poder cambiar la piel del edificio, reinterpretar su arquitectura y trabajar a través del color una nueva idea e identidad”, recuerda el artista.

Esta pared, de enero pasado, obtuvo el premio Bancor: está en el boulevard San Juan y el pasaje San Agustín, de la ciudad de Córdoba

En la ciudad de Neuquén, en la calle La Rioja 189, esquina Carlos Rodríguez, asciende el mural más grande de la ciudad en un edificio de más de cincuenta metros de altura. En enero de este año, el artista pintó otro mural en Córdoba capital, en el boulevard San Juan y el pasaje San Agustín. La obra ganó el primer premio en la categoría muralismo del Salón Bancor (el salón del banco de Córdoba).

Para agendar

El ojo y la tempestad, hasta el 21 de junio en Ungallery, Ministro Brin 1335, La Boca; de jueves a sábado, de 14 a 18.

 David Petroni viajó pintando paredes por distintas ciudades del mundo, pero ahora, en una galería de La Boca, expone grandes telas y trabajos que comparten la lógica de la intemperie  LA NACION

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