Persecución y acoso del mileísmo

La macroeconomía se estabilizó después de que el gobierno de Javier Milei terminó con el eterno déficit fiscal por primera vez en décadas. La inflación, por lo tanto, comenzó un camino decreciente, que un sector importante de la sociedad le agradece al Presidente. Según las últimas encuestas, la inflación dejó de ser una preocupación prioritaria de la sociedad, aunque todavía existe inquietud en mucha gente común por los aumentos de precios. El valor del dólar es ahora una discusión de economistas, pero dejó de ser una cotidiana preocupación social. ¿Hace cuánto tiempo que el dólar desapareció de la tapa de los diarios? El dólar es para los argentinos el termómetro de la estabilidad económica. El Gobierno podría ufanarse de que logró estabilizar una economía que venía tambaleándose desde la pospandemia de Alberto Fernández. Parte de la tarea está cumplida, pero aún falta mucho. La economía mundial está en problemas por el alto endeudamiento general de los grandes países, por la desglobalización que propone Donald Trump y por las altas tasas de interés. El Gobierno debería mirar ese proceso antes que prenderse fácilmente del saco de Trump. Falta también un programa para la microeconomía porque muchos argentinos sufren la inopia de sus recursos, y el precio de las cosas elementales de vivir aumentan más que el promedio general que hace el Indec. Esto es consecuencia de años de inflación alta en los que el país perdió la noción de los precios relativos. A otros argentinos, que no son pocos, los preocupa la falta de trabajo o la posibilidad de perder el que tienen.
La SIDE emitió una directiva secreta para “monitorear” la acción de “grupos sociales vulnerables”
Parece, sin embargo, que la agenda del Presidente se agota en la eliminación del déficit. El riesgo que corre no es menor. Lo peor que le puede pasar a cualquier política económica es perder en algún momento el apoyo social. Esa certeza elemental es ignorada por el jefe del Estado, que prefiere crear conflictos donde no existen, perseguir a los críticos, opositores o periodistas y guardar, sobre todo, la integridad de un relato donde él se asemeja más a un improbable emperador de la antigua Roma que al presidente de la república que le toca gobernar. Las empanadas de Ricardo Darín han sido un síntoma de muchas cosas. Darín es alguien respetado y estimado como un artista notable y como una buena persona; esos atributos no solo se los reconocen en la Argentina, sino también en España, donde trabaja gran parte del año. El precio de la docena de empanadas es el que dio Darín, pero también puede ser mayor o puede ser un poco menor. En efecto, los precios son todavía inciertos en el país. Depende de dónde se las compre, pero no era razón para que el ministro de Economía, Luis Caputo, saliera a ningunearlo y, mucho menos, para que le tiraran encima una insoportable jauría mediática. Los precios de los alimentos están caros, y eso es lo que importa. Lo comprueba cualquiera que va a un supermercado o a otro lugar a comprar carne o verduras. Pero el escándalo que provocó una simple frase de Darín en el programa de Mirtha Legrand demostró que predomina la intolerancia y que el Gobierno persigue públicamente a los disidentes. El acoso a Darín es realmente deplorable para cualquier que valore la civilización política. Tal vez no sea la SIDE la que persigue, como aseguró un documento de Milei, pero alguien del oficialismo lo hace; no puede ser casual (muy pocas cosas son casuales en política) que todo un aparato político y mediático practique la cacofonía para desprestigiar cualquier voz disonante o, lo que es peor, cualquier voz que cuestiona parcialmente el relato del oficialismo sobre su versión de la realidad.
El periodista Hugo Alconada Mon sufrió un asedio peor, porque trataron de hackearle sus cuentas de WhatsApp y de X y lo vincularon falsamente con sitios de pornografía, una monumental mentira que podría tener consecuencias graves para él. Por ejemplo, si usaran esa falsa identidad para divulgar material referido a la pedofilia. Alconada Mon hizo, precavido, la debida denuncia penal por usurpación de identidad. La embestida contra el destacado periodista sucedió inmediatamente después de que él difundiera en LA NACION el Plan de Inteligencia Nacional, de la SIDE, que establece parámetros tan vagos y ambiguos para el trabajo de los servicios de inteligencia que estos podrían terminar convirtiendo una simple crítica en un delito contra el Estado. El documento de 170 páginas señala que deben ser objeto de seguimiento “quienes erosionen la confianza en los funcionarios”. ¿Los funcionarios de Milei son infalibles? Parece. También serán motivo de control quienes “manipulen la opinión pública”. Los periodistas son sospechosos, desde ya. Y señala la necesidad de monitorear a actores que “generen pérdida de confianza en la política económica”. Tengan cuidado Carlos Melconian y Roberto Cachanosky, las bestias negras de Milei. Según el documento que leyó Alconada Mon, esos papeles tienen párrafos tan confusos como este: deberán investigar a quienes cometan “acciones cuyo impacto erosionen la estructura política e institucional del país”. ¿Qué? ¿Qué significa tanto palabrerío sin sentido? Nada o todo. Por eso, con esas instrucciones se puede llegar al extremo de culpar de un delito contra el Estado a quien formuló una crítica a la administración. Es lo que hicieron todos los populismos autoritarios desde que existen. Por supuesto, el Gobierno se escuda en el pretexto de que Rusia influyó en las elecciones de los Estados Unidos, de Francia y de Rumania, y que el Gobierno tiene la obligación de evitar esas injerencias extranjeras. Es cierto, pero entonces debió limitarse a hablar de las intervenciones extranjeras. Si ese es el problema, todo lo otro está demás. Pero las alusiones son peligrosamente más amplias y tienen ramificaciones locales. Milei no desmintió el documento; solo aclaró que la SIDE no persigue a opositores, adversarios o periodistas. La política de inteligencia deja huecos o agujeros negros por los que podría colarse la persecución de la SIDE. Ese es el importante descubrimiento de Alconada Mon y, por eso, la cacería política que el periodista todavía padece, además de los agravios, insultos y calumnias en las redes sociales que responden al mileísmo. El problema es más grave de lo que parece. Alconada Mon es un periodista reconocido aquí y en el exterior y sus odiseas tienen inmediata repercusión dentro y fuera del país. Pero, ¿qué sucederá, ante semejante prueba de acoso, con periodistas del interior del país o menos conocidos o con dirigentes empresarios o sindicales? La historia enseña que cuando suceden estos casos, como el que surca Alconada Mon, triunfa la autocensura, que es peor que la censura.
Cuando Javier Milei le negó el saludo al jefe del gobierno de la Capital, Jorge Macri (tan democráticamente elegido como el propio Presidente), y a la vicepresidenta, que no solo tiene el cargo institucional más relevante después del jefe del Estado, sino que es una mujer que merece el debido respeto, se creyó que la nación política había llegado a la cumbre misma de la guaranguería. Y que eso obstaculizaría cualquier entendimiento con Pro en la provincia de Buenos Aires o en el resto del país. La política nunca es como se la imagina. Cristián Ritondo, delegado de Pro en las negociaciones con Milei, recibió el mandato de la mesa ejecutiva de su partido de llegar a un acuerdo en la provincia “equitativo y digno”. El problema del macrismo es que los intendentes de Pro no quieren ir solos, porque le temen a la derrota después de la experiencia en la Capital, y que la reconstrucción de Juntos por el Cambio es casi imposible. No es cierto que el radicalismo bonaerense esté atrapado ya en el lazo del oficialismo, como hacen trascender los seguidores de Milei. Ni el presidente del radicalismo bonaerense, el senador nacional Maximiliano Abad, ni ningún otro dirigente de ese partido negoció nunca nada electoral con La Libertad Avanza. “No podemos hacer una alianza cuando ni siquiera sabemos qué programa tiene el gobierno nacional para la provincia de Buenos Aires”, explica un dirigente radical. Ahora bien, ¿es posible esa alianza? Abad se comprometió a conversar con los intendentes y dirigentes radicales en los próximos días para establecer qué quieren hacer en las elecciones provinciales de septiembre y en las nacionales de octubre. La Coalición Cívica, la tercera pata histórica de Juntos por el Cambio, está lejos de Milei, de Macri y del radicalismo.
Los argumentos de una ruptura, para exponerlos ante los acuerdistas, son escasos. Pero Macri es cauto, dicen los que lo escuchan, y se resiste a que una alianza nacional lleve el nombre de La Libertad Avanza. El mileísmo sostiene que otro nombre promovería, a su vez, nombres distintos en las provincias y una confusión del electorado con respecto de a quién votar. Nunca, que se recuerde al menos, hubo una coalición de partidos con el nombre de un solo partido. Eso se llama vocación hegemónica, le guste o no al Presidente. No obstante, Mieli tomó nota de que un eventual triunfo kirchnerista en la vasta Buenos Aires podría tener consecuencias nefastas para su Gobierno. Tampoco el macrismo ni el radicalismo quieren repetir la experiencia de la Capital. Todos los caminos conducen a una alianza no peronista, liderada por el mileísmo, aunque todavía faltan los últimos trazos del boceto final.
Ratifican que el Plan de Inteligencia del gobierno de Milei pone énfasis en el “control del relato”
La novedad no consistió en el seguidismo de sectores mediáticos a las autoritarias estrategias del oficialismo, sino en la genuflexión de ministros importantes del gobierno de Milei. Patricia Bullrich, Luis Caputo, el canciller Gerardo Werthein y Federico Sturzenegger justificaron hasta que el Presidente le haya negado el saludo a Victoria Villarruel y a Jorge Macri o que haya promovido un video trucho con inteligencia artificial, que fue el intento más grave que se haya registrado en el mundo para interferir en elecciones con la IA. Tampoco nadie recuerda, además, que un presidente de la Nación le haya negado el saludo en público a nadie y, mucho menos, a quien ejerce el cargo de vicepresidente de la Nación o de jefe del gobierno de la Capital. Ni Caputo, el arquitecto de la paz económica, ni Bullrich, ni Werthein ni Sturzenegger necesitan someterse a tanta sumisión para conservar el cargo que tienen. Ni siquiera necesitan el cargo.
“¿Es solo Cristina Kirchner sin déficit?”, se preguntó un dirigente opositor aludiendo al Presidente. La pregunta que nadie responde es hasta cuándo la sociedad argentina canjeará cierta estabilidad económica por la tolerancia a las peores formas institucionales. No hay respuesta, pero todos saben que la política se reduce a una sucesión de glorias y derrotas.
La macroeconomía se estabilizó después de que el gobierno de Javier Milei terminó con el eterno déficit fiscal por primera vez en décadas. La inflación, por lo tanto, comenzó un camino decreciente, que un sector importante de la sociedad le agradece al Presidente. Según las últimas encuestas, la inflación dejó de ser una preocupación prioritaria de la sociedad, aunque todavía existe inquietud en mucha gente común por los aumentos de precios. El valor del dólar es ahora una discusión de economistas, pero dejó de ser una cotidiana preocupación social. ¿Hace cuánto tiempo que el dólar desapareció de la tapa de los diarios? El dólar es para los argentinos el termómetro de la estabilidad económica. El Gobierno podría ufanarse de que logró estabilizar una economía que venía tambaleándose desde la pospandemia de Alberto Fernández. Parte de la tarea está cumplida, pero aún falta mucho. La economía mundial está en problemas por el alto endeudamiento general de los grandes países, por la desglobalización que propone Donald Trump y por las altas tasas de interés. El Gobierno debería mirar ese proceso antes que prenderse fácilmente del saco de Trump. Falta también un programa para la microeconomía porque muchos argentinos sufren la inopia de sus recursos, y el precio de las cosas elementales de vivir aumentan más que el promedio general que hace el Indec. Esto es consecuencia de años de inflación alta en los que el país perdió la noción de los precios relativos. A otros argentinos, que no son pocos, los preocupa la falta de trabajo o la posibilidad de perder el que tienen.
La SIDE emitió una directiva secreta para “monitorear” la acción de “grupos sociales vulnerables”
Parece, sin embargo, que la agenda del Presidente se agota en la eliminación del déficit. El riesgo que corre no es menor. Lo peor que le puede pasar a cualquier política económica es perder en algún momento el apoyo social. Esa certeza elemental es ignorada por el jefe del Estado, que prefiere crear conflictos donde no existen, perseguir a los críticos, opositores o periodistas y guardar, sobre todo, la integridad de un relato donde él se asemeja más a un improbable emperador de la antigua Roma que al presidente de la república que le toca gobernar. Las empanadas de Ricardo Darín han sido un síntoma de muchas cosas. Darín es alguien respetado y estimado como un artista notable y como una buena persona; esos atributos no solo se los reconocen en la Argentina, sino también en España, donde trabaja gran parte del año. El precio de la docena de empanadas es el que dio Darín, pero también puede ser mayor o puede ser un poco menor. En efecto, los precios son todavía inciertos en el país. Depende de dónde se las compre, pero no era razón para que el ministro de Economía, Luis Caputo, saliera a ningunearlo y, mucho menos, para que le tiraran encima una insoportable jauría mediática. Los precios de los alimentos están caros, y eso es lo que importa. Lo comprueba cualquiera que va a un supermercado o a otro lugar a comprar carne o verduras. Pero el escándalo que provocó una simple frase de Darín en el programa de Mirtha Legrand demostró que predomina la intolerancia y que el Gobierno persigue públicamente a los disidentes. El acoso a Darín es realmente deplorable para cualquier que valore la civilización política. Tal vez no sea la SIDE la que persigue, como aseguró un documento de Milei, pero alguien del oficialismo lo hace; no puede ser casual (muy pocas cosas son casuales en política) que todo un aparato político y mediático practique la cacofonía para desprestigiar cualquier voz disonante o, lo que es peor, cualquier voz que cuestiona parcialmente el relato del oficialismo sobre su versión de la realidad.
El periodista Hugo Alconada Mon sufrió un asedio peor, porque trataron de hackearle sus cuentas de WhatsApp y de X y lo vincularon falsamente con sitios de pornografía, una monumental mentira que podría tener consecuencias graves para él. Por ejemplo, si usaran esa falsa identidad para divulgar material referido a la pedofilia. Alconada Mon hizo, precavido, la debida denuncia penal por usurpación de identidad. La embestida contra el destacado periodista sucedió inmediatamente después de que él difundiera en LA NACION el Plan de Inteligencia Nacional, de la SIDE, que establece parámetros tan vagos y ambiguos para el trabajo de los servicios de inteligencia que estos podrían terminar convirtiendo una simple crítica en un delito contra el Estado. El documento de 170 páginas señala que deben ser objeto de seguimiento “quienes erosionen la confianza en los funcionarios”. ¿Los funcionarios de Milei son infalibles? Parece. También serán motivo de control quienes “manipulen la opinión pública”. Los periodistas son sospechosos, desde ya. Y señala la necesidad de monitorear a actores que “generen pérdida de confianza en la política económica”. Tengan cuidado Carlos Melconian y Roberto Cachanosky, las bestias negras de Milei. Según el documento que leyó Alconada Mon, esos papeles tienen párrafos tan confusos como este: deberán investigar a quienes cometan “acciones cuyo impacto erosionen la estructura política e institucional del país”. ¿Qué? ¿Qué significa tanto palabrerío sin sentido? Nada o todo. Por eso, con esas instrucciones se puede llegar al extremo de culpar de un delito contra el Estado a quien formuló una crítica a la administración. Es lo que hicieron todos los populismos autoritarios desde que existen. Por supuesto, el Gobierno se escuda en el pretexto de que Rusia influyó en las elecciones de los Estados Unidos, de Francia y de Rumania, y que el Gobierno tiene la obligación de evitar esas injerencias extranjeras. Es cierto, pero entonces debió limitarse a hablar de las intervenciones extranjeras. Si ese es el problema, todo lo otro está demás. Pero las alusiones son peligrosamente más amplias y tienen ramificaciones locales. Milei no desmintió el documento; solo aclaró que la SIDE no persigue a opositores, adversarios o periodistas. La política de inteligencia deja huecos o agujeros negros por los que podría colarse la persecución de la SIDE. Ese es el importante descubrimiento de Alconada Mon y, por eso, la cacería política que el periodista todavía padece, además de los agravios, insultos y calumnias en las redes sociales que responden al mileísmo. El problema es más grave de lo que parece. Alconada Mon es un periodista reconocido aquí y en el exterior y sus odiseas tienen inmediata repercusión dentro y fuera del país. Pero, ¿qué sucederá, ante semejante prueba de acoso, con periodistas del interior del país o menos conocidos o con dirigentes empresarios o sindicales? La historia enseña que cuando suceden estos casos, como el que surca Alconada Mon, triunfa la autocensura, que es peor que la censura.
Cuando Javier Milei le negó el saludo al jefe del gobierno de la Capital, Jorge Macri (tan democráticamente elegido como el propio Presidente), y a la vicepresidenta, que no solo tiene el cargo institucional más relevante después del jefe del Estado, sino que es una mujer que merece el debido respeto, se creyó que la nación política había llegado a la cumbre misma de la guaranguería. Y que eso obstaculizaría cualquier entendimiento con Pro en la provincia de Buenos Aires o en el resto del país. La política nunca es como se la imagina. Cristián Ritondo, delegado de Pro en las negociaciones con Milei, recibió el mandato de la mesa ejecutiva de su partido de llegar a un acuerdo en la provincia “equitativo y digno”. El problema del macrismo es que los intendentes de Pro no quieren ir solos, porque le temen a la derrota después de la experiencia en la Capital, y que la reconstrucción de Juntos por el Cambio es casi imposible. No es cierto que el radicalismo bonaerense esté atrapado ya en el lazo del oficialismo, como hacen trascender los seguidores de Milei. Ni el presidente del radicalismo bonaerense, el senador nacional Maximiliano Abad, ni ningún otro dirigente de ese partido negoció nunca nada electoral con La Libertad Avanza. “No podemos hacer una alianza cuando ni siquiera sabemos qué programa tiene el gobierno nacional para la provincia de Buenos Aires”, explica un dirigente radical. Ahora bien, ¿es posible esa alianza? Abad se comprometió a conversar con los intendentes y dirigentes radicales en los próximos días para establecer qué quieren hacer en las elecciones provinciales de septiembre y en las nacionales de octubre. La Coalición Cívica, la tercera pata histórica de Juntos por el Cambio, está lejos de Milei, de Macri y del radicalismo.
Los argumentos de una ruptura, para exponerlos ante los acuerdistas, son escasos. Pero Macri es cauto, dicen los que lo escuchan, y se resiste a que una alianza nacional lleve el nombre de La Libertad Avanza. El mileísmo sostiene que otro nombre promovería, a su vez, nombres distintos en las provincias y una confusión del electorado con respecto de a quién votar. Nunca, que se recuerde al menos, hubo una coalición de partidos con el nombre de un solo partido. Eso se llama vocación hegemónica, le guste o no al Presidente. No obstante, Mieli tomó nota de que un eventual triunfo kirchnerista en la vasta Buenos Aires podría tener consecuencias nefastas para su Gobierno. Tampoco el macrismo ni el radicalismo quieren repetir la experiencia de la Capital. Todos los caminos conducen a una alianza no peronista, liderada por el mileísmo, aunque todavía faltan los últimos trazos del boceto final.
Ratifican que el Plan de Inteligencia del gobierno de Milei pone énfasis en el “control del relato”
La novedad no consistió en el seguidismo de sectores mediáticos a las autoritarias estrategias del oficialismo, sino en la genuflexión de ministros importantes del gobierno de Milei. Patricia Bullrich, Luis Caputo, el canciller Gerardo Werthein y Federico Sturzenegger justificaron hasta que el Presidente le haya negado el saludo a Victoria Villarruel y a Jorge Macri o que haya promovido un video trucho con inteligencia artificial, que fue el intento más grave que se haya registrado en el mundo para interferir en elecciones con la IA. Tampoco nadie recuerda, además, que un presidente de la Nación le haya negado el saludo en público a nadie y, mucho menos, a quien ejerce el cargo de vicepresidente de la Nación o de jefe del gobierno de la Capital. Ni Caputo, el arquitecto de la paz económica, ni Bullrich, ni Werthein ni Sturzenegger necesitan someterse a tanta sumisión para conservar el cargo que tienen. Ni siquiera necesitan el cargo.
“¿Es solo Cristina Kirchner sin déficit?”, se preguntó un dirigente opositor aludiendo al Presidente. La pregunta que nadie responde es hasta cuándo la sociedad argentina canjeará cierta estabilidad económica por la tolerancia a las peores formas institucionales. No hay respuesta, pero todos saben que la política se reduce a una sucesión de glorias y derrotas.
La agenda del Presidente se agota en la eliminación del déficit y en crear conflictos donde no existen, perseguir a los críticos, opositores o periodistas LA NACION