Asar pollos a la parrilla para rifar y comer entre camiones al costado de la ruta: lo que hay detrás de un campeón

Sandra y Fernando caminan entre la gente y pocos saben quiénes son. Él con una mochila a cuestas y ella con un abrigo, porque en el pabellón América hace mucho frío. Charlan con los que pasan junto a ellos, se relacionan con todos los jugadores y disfrutan. Es que ellos saben mejor que nadie todo lo que hicieron como familia: dormir en coches para ahorrar, pedirle al carnicero que los ayude para poder hacer una milanesas en el camino a algún torneo, hornear alguna pastafrola para rifarla y recaudar dinero para comprar ropa o pagar un pasaje… No se olvidan de nada de todo eso. Y cuando ven a Federico, su hijo, correr de un lado al otro, que la gente lo ama, se les explota el pecho de emoción.
De la familia Chingotto se trata, porque ellos van juntos para todos lados. Y cuando escuchan que califican a Federico como mejor persona que jugador de pádel, el trabajo para ellos está completo. Porque el “nene” conforma la segunda mejor pareja del mundo junto al español Alejandro Galán y ellos no pueden dejar de pensar en los días en los que en Olavarría hacían malabares para pagar una paleta o comprar un par de zapatillas nuevas para Federico.
El fanatismo por su hijo llega a niveles poco usuales, o no tanto, porque Sandra cuenta con naturalidad: “Estoy toda tatuada porque cada torneo que él gana, yo me lo tatuó“. Y rápidamente muestra el antebrazo izquierdo en el que tiene grabada en su piel la imagen de la Copa del Mundo que Federico ganó junto con la selección argentina de pádel ante España. Si bien ya tiene nueve tatuajes, Sandra ahora pausará la tinta en su piel, porque le hizo una promesa a su hijo: que volverá a tatuarse si alcanza el número 1. ”Ojalá que su próximo tatuaje sea cuando lleguemos al número 1, estamos trabajando duro, queda muchísimo camino y al lado creo que tengo el mejor. Así que lucharemos por por ese sueño”, cuenta el protagonista.
“Para ellos es un plus poder jugar en su casa, digamos, es lo más lindo que les puede pasar. Ojalá se repita lo del año pasado que salieron campeones junto con Delfi (Brea) en Mar del Plata. Así que bueno, esperemos que lleguen al domingo y volver a salir campeones”, dice Sandra mientras Fernando, la mira y sonríe, porque siempre lo hace, una característica que se repite en su hijo.
Es que Fernando, siempre estuvo pendiente de su hijo, porque cuando su trabajo como técnico en computación no rendía lo suficiente como para bancar todos los gastos y Sandra, como repostera, no tenía los pedidos necesarios, ambos se ocupaban de encontrarle la vuelta para que algunos comerciantes de Olavarría se convirtiesen en los sponsors.
“Sentimos mucho orgullo de saber que lo logró, porque era su meta. Los sueños eran esos. Y nosotros sabíamos que iba a llegar, porque Fede lo deseó como nadie. Y por siempre soñó con ser número uno y como él dice, ‘hasta el uno no paro’”, cuenta Sandra.
Y se advierte que la mamá de Chingotto hace esfuerzos para no conmoverse cuando ofrece detalles de sus sentimientos: “Cuando corean su nombre, eso es lo más grande. Y cuando me encuentro con toda la gente y me dice que lo más valioso de Federico no está adentro de la cancha como jugador de pádel, sino como persona… Te juro… Quiere decir que ya está. Ya está todo. Ahí está todo cuando te dicen eso, ‘Lo bueno que es como persona’. Con mi marido decimos: ‘Ya está, lo logramos’. No podemos esperar más nada y no le podemos pedir a la vida otra cosa”.
Cuando el padre de Fede Chingotto lo acompaña a un torneo, ¿sabéis cómo acaba, no? pic.twitter.com/f004BW6Qan
— El pádel de hoy (@elpadeldehoy) May 30, 2025
Federico habla de su familia de una manera muy especial, porque son muy unidos. Sandra explica que ella es única hija y que Federico también es único hijo, por eso para él ellos, sus padres, son el sostén de todo su mundo: “Para mí es todo, mi mamá, toda mi familia, mi papá, mi primo (Mario), que me dieron todo y más. Siempre digo, no sé si me va a alcanzar la vida para devolverle todo lo que dieron por mí. Los amo y que lucho por ellos cada día”.
En el relato, el papá tiene muy presente aquella época en la que recorrían todos los clubes sobre un Duna y las horas que viajaban para llegar a algún torneo lejos de Olavarría: “Salíamos con comida hecha de casa. Por ejemplo, si viajábamos a Tucumán, de camino parábamos al costado de la ruta, sacábamos una mesita de madera y unas sillas que llevábamos en el baúl y comíamos entre los camiones”.
Se entusiasma Fernando: “Una vez conseguimos que nos dieran pollos y nos pusimos a hacerlos para recaudar plata. Como no sabíamos bien los tiempos para cocinar muchos pollos en la parrilla, nos demoramos muchísimo en terminar. Y cuando salíamos nosotros con el Duna a repartirlos, les llevamos la comida a la gente a cualquier hora. Fueron muchas cosas que las hacíamos para poder comprarle zapatillas o una paleta a Fede, pero en especial para poder pagar el combustible para ir a los torneos”.
Los ojos de Fernando se humedecen cuando habla de su hijo y lo que representa para él que lo valoren más como persona que como jugador: “Cuando estoy solo, me pregunto: ¿Todo estos está pasando de verdad? Si bien nunca dudé de que Fede podía llegar hasta el lugar en el que está, lo que veo que genera en la gente, cómo lo quieren, lo respeta, en la persona que se convirtió, eso me emociona. Yo prefiero eso a que tenga toda la plata del mundo”.
Sandra toma la palabra y revele que cuando ven los partidos se ponen muy nerviosos, pero que no tienen cábalas: “Cuando Fede juega o no tenemos nada, somos muy creyentes, así que rezamos y le pedimos a la abuela que está arriba, mi mamá, que lo acompañó de chiquito, que lo cuide. No que gane, sino que lo cuide, que le pase nunca nada”.
Sandra y Fernando caminan entre la gente y pocos saben quiénes son. Él con una mochila a cuestas y ella con un abrigo, porque en el pabellón América hace mucho frío. Charlan con los que pasan junto a ellos, se relacionan con todos los jugadores y disfrutan. Es que ellos saben mejor que nadie todo lo que hicieron como familia: dormir en coches para ahorrar, pedirle al carnicero que los ayude para poder hacer una milanesas en el camino a algún torneo, hornear alguna pastafrola para rifarla y recaudar dinero para comprar ropa o pagar un pasaje… No se olvidan de nada de todo eso. Y cuando ven a Federico, su hijo, correr de un lado al otro, que la gente lo ama, se les explota el pecho de emoción.
De la familia Chingotto se trata, porque ellos van juntos para todos lados. Y cuando escuchan que califican a Federico como mejor persona que jugador de pádel, el trabajo para ellos está completo. Porque el “nene” conforma la segunda mejor pareja del mundo junto al español Alejandro Galán y ellos no pueden dejar de pensar en los días en los que en Olavarría hacían malabares para pagar una paleta o comprar un par de zapatillas nuevas para Federico.
El fanatismo por su hijo llega a niveles poco usuales, o no tanto, porque Sandra cuenta con naturalidad: “Estoy toda tatuada porque cada torneo que él gana, yo me lo tatuó“. Y rápidamente muestra el antebrazo izquierdo en el que tiene grabada en su piel la imagen de la Copa del Mundo que Federico ganó junto con la selección argentina de pádel ante España. Si bien ya tiene nueve tatuajes, Sandra ahora pausará la tinta en su piel, porque le hizo una promesa a su hijo: que volverá a tatuarse si alcanza el número 1. ”Ojalá que su próximo tatuaje sea cuando lleguemos al número 1, estamos trabajando duro, queda muchísimo camino y al lado creo que tengo el mejor. Así que lucharemos por por ese sueño”, cuenta el protagonista.
“Para ellos es un plus poder jugar en su casa, digamos, es lo más lindo que les puede pasar. Ojalá se repita lo del año pasado que salieron campeones junto con Delfi (Brea) en Mar del Plata. Así que bueno, esperemos que lleguen al domingo y volver a salir campeones”, dice Sandra mientras Fernando, la mira y sonríe, porque siempre lo hace, una característica que se repite en su hijo.
Es que Fernando, siempre estuvo pendiente de su hijo, porque cuando su trabajo como técnico en computación no rendía lo suficiente como para bancar todos los gastos y Sandra, como repostera, no tenía los pedidos necesarios, ambos se ocupaban de encontrarle la vuelta para que algunos comerciantes de Olavarría se convirtiesen en los sponsors.
“Sentimos mucho orgullo de saber que lo logró, porque era su meta. Los sueños eran esos. Y nosotros sabíamos que iba a llegar, porque Fede lo deseó como nadie. Y por siempre soñó con ser número uno y como él dice, ‘hasta el uno no paro’”, cuenta Sandra.
Y se advierte que la mamá de Chingotto hace esfuerzos para no conmoverse cuando ofrece detalles de sus sentimientos: “Cuando corean su nombre, eso es lo más grande. Y cuando me encuentro con toda la gente y me dice que lo más valioso de Federico no está adentro de la cancha como jugador de pádel, sino como persona… Te juro… Quiere decir que ya está. Ya está todo. Ahí está todo cuando te dicen eso, ‘Lo bueno que es como persona’. Con mi marido decimos: ‘Ya está, lo logramos’. No podemos esperar más nada y no le podemos pedir a la vida otra cosa”.
Cuando el padre de Fede Chingotto lo acompaña a un torneo, ¿sabéis cómo acaba, no? pic.twitter.com/f004BW6Qan
— El pádel de hoy (@elpadeldehoy) May 30, 2025
Federico habla de su familia de una manera muy especial, porque son muy unidos. Sandra explica que ella es única hija y que Federico también es único hijo, por eso para él ellos, sus padres, son el sostén de todo su mundo: “Para mí es todo, mi mamá, toda mi familia, mi papá, mi primo (Mario), que me dieron todo y más. Siempre digo, no sé si me va a alcanzar la vida para devolverle todo lo que dieron por mí. Los amo y que lucho por ellos cada día”.
En el relato, el papá tiene muy presente aquella época en la que recorrían todos los clubes sobre un Duna y las horas que viajaban para llegar a algún torneo lejos de Olavarría: “Salíamos con comida hecha de casa. Por ejemplo, si viajábamos a Tucumán, de camino parábamos al costado de la ruta, sacábamos una mesita de madera y unas sillas que llevábamos en el baúl y comíamos entre los camiones”.
Se entusiasma Fernando: “Una vez conseguimos que nos dieran pollos y nos pusimos a hacerlos para recaudar plata. Como no sabíamos bien los tiempos para cocinar muchos pollos en la parrilla, nos demoramos muchísimo en terminar. Y cuando salíamos nosotros con el Duna a repartirlos, les llevamos la comida a la gente a cualquier hora. Fueron muchas cosas que las hacíamos para poder comprarle zapatillas o una paleta a Fede, pero en especial para poder pagar el combustible para ir a los torneos”.
Los ojos de Fernando se humedecen cuando habla de su hijo y lo que representa para él que lo valoren más como persona que como jugador: “Cuando estoy solo, me pregunto: ¿Todo estos está pasando de verdad? Si bien nunca dudé de que Fede podía llegar hasta el lugar en el que está, lo que veo que genera en la gente, cómo lo quieren, lo respeta, en la persona que se convirtió, eso me emociona. Yo prefiero eso a que tenga toda la plata del mundo”.
Sandra toma la palabra y revele que cuando ven los partidos se ponen muy nerviosos, pero que no tienen cábalas: “Cuando Fede juega o no tenemos nada, somos muy creyentes, así que rezamos y le pedimos a la abuela que está arriba, mi mamá, que lo acompañó de chiquito, que lo cuide. No que gane, sino que lo cuide, que le pase nunca nada”.
Todos los esfuerzos de una familia para que su hijo cumpliera su sueño: la vida de Federico Chingotto LA NACION