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Un juego de la silla para gente con ganas de pasarla bien

NUEVA YORK.- Dos factores de importancia confluyeron en la decisión que tomó esta cronista en su sed de aventuras extremas. 1.- Era muy mala jugando al hockey en la primaria, pero destacaba en las payanas (también llamadas tinenti), el elástico y -ni que hablar- el juego de la silla. 2.- Viviendo en la Gran Manzana el invierno es duro y eterno, el verano es húmedo y eterno, y la primavera y el otoño son un suspiro glorioso que dura un día y medio; esta semana toco uno de esos días.

Al ritmo de los temas del momento, se arma la danza en torno a las sillas

Así que cuando se enteró que había un gran campeonato de juego de la silla en Bryant Park (un espacio verde que funciona como plaza mayor para los trabajadores de los rascacielos de Midtown), y el sol brillaba, pero el sudor y los mosquitos todavía brillaban por su ausencia, partió rauda a anotarse. Casi mil personas pensaron lo mismo.

Valía la pena para ser parte de esta tradición inaugurada en 2012, cuyo premio es simbólicamente poderoso: el nombre del ganador queda grabado para siempre en una de las sillas verdes de la plaza

Valía la pena para ser parte de esta tradición inaugurada en 2012, cuyo premio es simbólicamente poderoso: el nombre del ganador queda grabado para siempre en una de las sillas verdes de la plaza. La competencia arrancó con 30 círculos de sillas, con 30 personas cada uno. Al ritmo de temas del momento como Espresso de Sabrina Carpenter, o clásicos como Another One Bites the Dust de Queen, los participantes fueron cayendo uno a uno hasta que 30 pasaron a la ronda final.

Hubo discusiones. Por ejemplo, esta cronista estaba segura que su traste ocupaba más centímetros dentro de la silla que otra persona que se sentó al mismo tiempo, pero se fue sin más que un respingo, a diferencia de otros casos donde intervino un árbitro. También hubo tristeza: una mujer sorda que había llegado muy lejos finalmente quedó eliminada. Pero lo que dominaba era un clima de camaradería intensa y alegría pura. Los que perdían se quedaban haciendo hinchada por otros, y personas muy distintas entre sí se convertían en aliadas momentáneas, sin mandatos y a pura celebración.

Sol, rascacielos en la mira y ganas de divertirse

En un giro sorprendente, dado el alto porcentaje de jóvenes atléticos, la ganadora fue Amy Beron, una turista de 50 años de Tennessee. A pesar de no haber jugado desde la primaria, Beron superó a neoyorquinos experimentados y se alzó con la victoria. A diferencia de esta cronista —de edad similar, pero con varias coronas de cartulina en su haber—, Beron declaró que nunca había ganado cuando lo jugaba en la escuela. Habrá que volver el año próximo porque, como bien dice la canción de los Pogues: could have been me (podría haber sido yo).

En un giro sorprendente, dado el alto porcentaje de jóvenes atléticos, la ganadora fue Amy Beron, una turista de 50 años de Tennessee

El evento tuvo cobertura internacional. The Times de Londres escribió: “La tradición no podría ser más neoyorquina, y el hecho de que haya ganado una turista hizo que este año, en palabras de Alicia Keys en Empire State of Mind, la ciudad volviera a demostrar que puede ser una jungla de cemento donde los sueños se hacen realidad”. Jugar de adulto es una rareza. Sin embargo, según Peter Gray, una de las grandes autoridades en la psicología del juego, éste es “la forma que tiene la naturaleza de asegurarse de que los mamíferos jóvenes —incluidos los humanos— aprendan las habilidades para sobrevivir y prosperar”. Pero, aclara que “no deja de ser importante cuando crecemos.” Gray trabajó ampliamente sobre cómo la falta de juego está relacionada con el aumento de ansiedad y depresión en los adultos. “Nada enciende tanto al cerebro como el juego”, concuerda Stuart Brown, fundador del National Institute for Play.

La autora, alistada para jugar

Esto es Nueva York, asi que volver con la idea de que lo que se hizo tuvo un valor extra de utilidad para el cuerpo, siempre es bienvenido. Quizá por eso en el subte de vuelta a casa, tantos participantes llevaban orgullosos la camiseta rosa que confirmaba que habían participado del evento. La sensación era parecida a entrar en el transporte público y ver a quienes corrieron la maratón de Nueva York con sus medallas colgando -sólo que posiblemente con más sonrisas, después de una tarde tan agradable-. Más allá de los efectos prácticos, hay algo muy especial y muy mágico en volver a jugar. Ahora, a conseguir las payanas y un elástico.

NUEVA YORK.- Dos factores de importancia confluyeron en la decisión que tomó esta cronista en su sed de aventuras extremas. 1.- Era muy mala jugando al hockey en la primaria, pero destacaba en las payanas (también llamadas tinenti), el elástico y -ni que hablar- el juego de la silla. 2.- Viviendo en la Gran Manzana el invierno es duro y eterno, el verano es húmedo y eterno, y la primavera y el otoño son un suspiro glorioso que dura un día y medio; esta semana toco uno de esos días.

Al ritmo de los temas del momento, se arma la danza en torno a las sillas

Así que cuando se enteró que había un gran campeonato de juego de la silla en Bryant Park (un espacio verde que funciona como plaza mayor para los trabajadores de los rascacielos de Midtown), y el sol brillaba, pero el sudor y los mosquitos todavía brillaban por su ausencia, partió rauda a anotarse. Casi mil personas pensaron lo mismo.

Valía la pena para ser parte de esta tradición inaugurada en 2012, cuyo premio es simbólicamente poderoso: el nombre del ganador queda grabado para siempre en una de las sillas verdes de la plaza

Valía la pena para ser parte de esta tradición inaugurada en 2012, cuyo premio es simbólicamente poderoso: el nombre del ganador queda grabado para siempre en una de las sillas verdes de la plaza. La competencia arrancó con 30 círculos de sillas, con 30 personas cada uno. Al ritmo de temas del momento como Espresso de Sabrina Carpenter, o clásicos como Another One Bites the Dust de Queen, los participantes fueron cayendo uno a uno hasta que 30 pasaron a la ronda final.

Hubo discusiones. Por ejemplo, esta cronista estaba segura que su traste ocupaba más centímetros dentro de la silla que otra persona que se sentó al mismo tiempo, pero se fue sin más que un respingo, a diferencia de otros casos donde intervino un árbitro. También hubo tristeza: una mujer sorda que había llegado muy lejos finalmente quedó eliminada. Pero lo que dominaba era un clima de camaradería intensa y alegría pura. Los que perdían se quedaban haciendo hinchada por otros, y personas muy distintas entre sí se convertían en aliadas momentáneas, sin mandatos y a pura celebración.

Sol, rascacielos en la mira y ganas de divertirse

En un giro sorprendente, dado el alto porcentaje de jóvenes atléticos, la ganadora fue Amy Beron, una turista de 50 años de Tennessee. A pesar de no haber jugado desde la primaria, Beron superó a neoyorquinos experimentados y se alzó con la victoria. A diferencia de esta cronista —de edad similar, pero con varias coronas de cartulina en su haber—, Beron declaró que nunca había ganado cuando lo jugaba en la escuela. Habrá que volver el año próximo porque, como bien dice la canción de los Pogues: could have been me (podría haber sido yo).

En un giro sorprendente, dado el alto porcentaje de jóvenes atléticos, la ganadora fue Amy Beron, una turista de 50 años de Tennessee

El evento tuvo cobertura internacional. The Times de Londres escribió: “La tradición no podría ser más neoyorquina, y el hecho de que haya ganado una turista hizo que este año, en palabras de Alicia Keys en Empire State of Mind, la ciudad volviera a demostrar que puede ser una jungla de cemento donde los sueños se hacen realidad”. Jugar de adulto es una rareza. Sin embargo, según Peter Gray, una de las grandes autoridades en la psicología del juego, éste es “la forma que tiene la naturaleza de asegurarse de que los mamíferos jóvenes —incluidos los humanos— aprendan las habilidades para sobrevivir y prosperar”. Pero, aclara que “no deja de ser importante cuando crecemos.” Gray trabajó ampliamente sobre cómo la falta de juego está relacionada con el aumento de ansiedad y depresión en los adultos. “Nada enciende tanto al cerebro como el juego”, concuerda Stuart Brown, fundador del National Institute for Play.

La autora, alistada para jugar

Esto es Nueva York, asi que volver con la idea de que lo que se hizo tuvo un valor extra de utilidad para el cuerpo, siempre es bienvenido. Quizá por eso en el subte de vuelta a casa, tantos participantes llevaban orgullosos la camiseta rosa que confirmaba que habían participado del evento. La sensación era parecida a entrar en el transporte público y ver a quienes corrieron la maratón de Nueva York con sus medallas colgando -sólo que posiblemente con más sonrisas, después de una tarde tan agradable-. Más allá de los efectos prácticos, hay algo muy especial y muy mágico en volver a jugar. Ahora, a conseguir las payanas y un elástico.

 Hay algo muy especial y muy mágico en volver a jugar, y los neoyorquinos saben  LA NACION

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