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Es hipoacúsico, una empresa le dio trabajo y sus compañeros aprendieron lengua de señas para poder comunicarse con él

La primera vez que Leonel Segovia (27) le habló a Walter Vargas (36) no obtuvo respuesta. Era su primer día de trabajo en Zafrán, una empresa que produce alimentos a base de cereales, y no estaba seguro de cuál era la entrada.

Asumió que el hombre de barba que medía más de un metro noventa y caminaba seguro y con paso firme hacia la puerta sería uno de sus compañeros. “Hola, buen día. Es acá, ¿no?”, le preguntó a quien poco después pasaría a llamar “Waly” y se convertiría en su amigo.

Walter no le contestó. “Qué mala onda”, pensó, y fichó detrás de él.

“Jamás se me hubiera pasado por la cabeza pensar que no podía escuchar”, admite Leo. Fue Gisela, una de sus compañeras en el depósito, quien le avisó que Waly es una persona sorda. Probablemente tampoco se hubiera imaginado que apenas unos meses después no solo habría aprendido a hablar en lengua de señas sino que también sería el principal impulsor dentro de la empresa para que el resto del equipo siguiera sus pasos.

“Quería asegurarme de que Waly no se sintiera solo e integrarlo más, que pudiera sumarse a cualquier conversación”, cuenta Leonel. Aunque sus compañeros sabían traducir expresiones básicas como “buen día” a lengua de señas, él fue más allá: quería poder hablar de cualquier cosa con su amigo, y le pidió que le enseñara.

Primero aprendió su propia seña personal, que hace referencia a la forma cuadrada de su cara que su barba resalta aún más, después siguió por el abecedario y más tarde por los números. Hace poco, conoció a un grupo de amigos de Waly, también hipoacúsicos, y logró comunicarse con ellos.

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Si bien es modesto y le cuesta admitirlo, fue él quien inspiró al resto del equipo a seguir aprendiendo lengua de señas. De hecho, el último miembro entró hace apenas un mes y ya sabe las nociones básicas. “Waly es la primera persona sorda con la que tengo contacto. Y me ayudó a entender lo fundamental que es intentar no dejar a esa comunidad apartada de la sociedad”, agrega el joven.

“Creemos en la inclusión”

Waly trabaja en el depósito de Zafrán desde hace tres años. En cada reunión importante, la empresa pone a disposición un intérprete para que no se pierda de nada. “En trabajos anteriores, no me enteraba de nada porque no podía escuchar las reuniones. Dependía de que después alguien me hiciera un resumen, pero no era lo mismo. Ahora me entero de todo, sé lo mismo que sabe el resto de los chicos que trabaja conmigo, y eso me pone muy contento”, confiesa.

La inclusión laboral es un valor muy importante porque te permite generar un entorno diverso que es enriquecedor para todas las personas que trabajan en la empresa. Hace que nos vinculemos de maneras muy humanas”, explica Diego Salmain, uno de los socios de la compañía, que es parte del ecosistema de Empresas B, como se denomina a las firmas que certifican altos estándares de desempeño social y ambiental, entre otras variables de impacto.

Más de la mitad de las 43 personas a las que emplea Zafrán tienen algún tipo de barrera al empleo. Entre otros, hay jóvenes sin antecedentes laborales, madres solteras, personas mayores de 50 años y personas con discapacidad. Sumado a eso, más de 20 jóvenes de la Asociación Civil Andar, que busca desarrollar el potencial de las personas con discapacidad a través del trabajo, se encargan de cocinar, elaborar y envasar las granolas para la empresa.

Diego Salmain, uno de los socios de Zafrán, está convencido de que la inclusión es el camino

Para Salmain, la inclusión se trata de tener la convicción de aplicarla: “No es muy dificultoso incluir, es un tema de aceptar ciertas limitaciones y adaptar ciertas prácticas. Pero es algo que tiene todo el sentido y que puede aportar mucho. Desde que Waly pasó a formar parte del equipo y los chicos aprendieron lengua de señas, la dinámica del equipo cambió. Es muy lindo ver cómo empatizan con él. Se entienden mejor y el trabajo es más fluido”.

“En mis trabajos anteriores nunca quisieron adaptarse por mí, pero en este sí, y eso me pone contento”, admite Waly. Aunque nació en Corrientes, vive en Saavedra con su mujer, el hijo varón (4) que tiene con ella y las gemelas (14) que tuvo con una pareja anterior. “Con ellos más que nada me comunico hablando, porque aprendí a leerles los labios desde chicos”, explica.

Tanto los cuatro empleados que trabajan con Waly en el depósito como su supervisor toman a diario medidas para evitar excluirlo. Le tocan el hombro si no escuchó, le hacen luces con el celular a la distancia para llamarlo y le hablan lento y claro, para que pueda leer sus labios. “Eso es lo que más me gusta de mi trabajo: sentirme incluido. Que cada uno de mis compañeros se preocupe por no dejarme afuera”, afirma.

Cada día, los compañeros de trabajo de Waly se preocupan por no dejarlo afuera

Para Waly es un orgullo que el resto del grupo haga un esfuerzo para comunicarse con él: “Es muy lindo ver cómo cambian la conversación a lengua de señas cuando llego yo. Me hace sentir feliz, incluso si me cuentan algún chisme que no me importa tanto”, bromea con el entusiasmo que no tenía antes de arrancar a trabajar en Zafrán. “Pensaba que iba a ser igual que siempre, que no le iba a importar a nadie, pero estaba equivocado”, admite.

“Queremos trabajar”

Waly perdió parte de su audición primero a los 3 años y después a los 5, y ahora tiene apenas un 10%. Su papá se encargó de conseguirle un audífono y se negó a mandarlo a una escuela especial. “Mi hijo va a poder”, dijo, y una maestra del jardín se ocupó de quedarse con él y enseñarle a hablar.

En Argentina, que los chicos y chicas con discapacidad asistan a escuelas comunes no es un privilegio ni un beneficio que las escuelas puedan decidir si otorgan o no. Al contrario, es un derecho humano reconocido por la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, un tratado internacional de las Naciones Unidas. Al ratificarlo, nuestro país le otorgó jerarquía constitucional –o sea, lo puso por encima de cualquier otra ley o norma– y asumió el compromiso de garantizar su cumplimiento.

En el secundario, sin embargo, a Waly no supieron incluirlo. Además de burlas de sus compañeros, tuvo que soportar estudiar algunas materias prácticamente de forma autodidacta porque los profesores no se detenían a explicarle de tal manera que él pudiera leerles los labios. Por eso, recién pudo terminarlo a los 28 años, cuando logró aprobar una previa de matemática que le había pendiente.

Por qué las escuelas comunes están obligadas a garantizar una educación inclusiva

Waly le enseñó lengua de señas a Leo y ahora, juntos, les enseñan a los demás

Antes de llegar a Zafrán, Waly hizo changas y trabajó en fábricas, pero siempre de manera informal. “Me incluía yo solo, no me tenían paciencia”, cuenta. Además, a pesar de dejar su currículum en decenas de empresas, le decían que “les iba a costar muy caro si le pasaba algo”, o le decían que sí o sí tenían que hablar con él por teléfono antes de contratarlo, a pesar de haber aclarado que él no podría hacerlo. “Me mentían con que no tenían internet o excusas tan absurdas como esa”, agrega.

Así, durante gran parte de su vida, lo invadió un sentimiento de resignación, de pensar que jamás lo iban a incluir en algún trabajo. “Me dejó de importar, me enfocaba en trabajar para poder darles de comer a mis hijos”, dice.

Sin embargo, una seguidilla de trabajos en las ONG En Buenas Manos y Gestiones Solidarias –en donde llegó a estar a cargo de 20 personas oyentes– lo conectó con Zafrán. “Estoy muy agradecido por la oportunidad y por cómo se ocupan de que no me sienta excluido”, asegura.

“Para mí, es importante que nos incluyan para que ninguna persona se sienta afuera. A veces parece que nos vieran como monstruos”, confiesa Waly, para quien la inclusión se vuelve aun más relevante en el ámbito laboral: “Nosotros queremos trabajar, queremos salir al mundo. No es que por tener una discapacidad tengo que quedarme en mi casa solo sin hacer nada. Un trabajo te cambia la vida porque te hace aprender, te hace sentirte bien con vos mismo. Las empresas deberían darnos la oportunidad de trabajar, como a cualquier persona ‘normal’”.

Más información

  • Si querés contactarte con Zafrán, entrá a su página web o escribiles por Instagram (@zafranok)
  • En Buenas Manos es una organización social que brinda servicios realizados por personas con discapacidad a empresas, entrá acá para saber más.
  • Gestiones Solidarias es una empresa que genera oportunidades de empleo para personas en situación estructuralmente vulnerable en Argentina, enterate más acá.
  • La Asociación Civil Andar trabaja para desarrollar el potencial de las personas con discapacidad, entrá acá para conocer más.

La primera vez que Leonel Segovia (27) le habló a Walter Vargas (36) no obtuvo respuesta. Era su primer día de trabajo en Zafrán, una empresa que produce alimentos a base de cereales, y no estaba seguro de cuál era la entrada.

Asumió que el hombre de barba que medía más de un metro noventa y caminaba seguro y con paso firme hacia la puerta sería uno de sus compañeros. “Hola, buen día. Es acá, ¿no?”, le preguntó a quien poco después pasaría a llamar “Waly” y se convertiría en su amigo.

Walter no le contestó. “Qué mala onda”, pensó, y fichó detrás de él.

“Jamás se me hubiera pasado por la cabeza pensar que no podía escuchar”, admite Leo. Fue Gisela, una de sus compañeras en el depósito, quien le avisó que Waly es una persona sorda. Probablemente tampoco se hubiera imaginado que apenas unos meses después no solo habría aprendido a hablar en lengua de señas sino que también sería el principal impulsor dentro de la empresa para que el resto del equipo siguiera sus pasos.

“Quería asegurarme de que Waly no se sintiera solo e integrarlo más, que pudiera sumarse a cualquier conversación”, cuenta Leonel. Aunque sus compañeros sabían traducir expresiones básicas como “buen día” a lengua de señas, él fue más allá: quería poder hablar de cualquier cosa con su amigo, y le pidió que le enseñara.

Primero aprendió su propia seña personal, que hace referencia a la forma cuadrada de su cara que su barba resalta aún más, después siguió por el abecedario y más tarde por los números. Hace poco, conoció a un grupo de amigos de Waly, también hipoacúsicos, y logró comunicarse con ellos.

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Si bien es modesto y le cuesta admitirlo, fue él quien inspiró al resto del equipo a seguir aprendiendo lengua de señas. De hecho, el último miembro entró hace apenas un mes y ya sabe las nociones básicas. “Waly es la primera persona sorda con la que tengo contacto. Y me ayudó a entender lo fundamental que es intentar no dejar a esa comunidad apartada de la sociedad”, agrega el joven.

“Creemos en la inclusión”

Waly trabaja en el depósito de Zafrán desde hace tres años. En cada reunión importante, la empresa pone a disposición un intérprete para que no se pierda de nada. “En trabajos anteriores, no me enteraba de nada porque no podía escuchar las reuniones. Dependía de que después alguien me hiciera un resumen, pero no era lo mismo. Ahora me entero de todo, sé lo mismo que sabe el resto de los chicos que trabaja conmigo, y eso me pone muy contento”, confiesa.

La inclusión laboral es un valor muy importante porque te permite generar un entorno diverso que es enriquecedor para todas las personas que trabajan en la empresa. Hace que nos vinculemos de maneras muy humanas”, explica Diego Salmain, uno de los socios de la compañía, que es parte del ecosistema de Empresas B, como se denomina a las firmas que certifican altos estándares de desempeño social y ambiental, entre otras variables de impacto.

Más de la mitad de las 43 personas a las que emplea Zafrán tienen algún tipo de barrera al empleo. Entre otros, hay jóvenes sin antecedentes laborales, madres solteras, personas mayores de 50 años y personas con discapacidad. Sumado a eso, más de 20 jóvenes de la Asociación Civil Andar, que busca desarrollar el potencial de las personas con discapacidad a través del trabajo, se encargan de cocinar, elaborar y envasar las granolas para la empresa.

Diego Salmain, uno de los socios de Zafrán, está convencido de que la inclusión es el camino

Para Salmain, la inclusión se trata de tener la convicción de aplicarla: “No es muy dificultoso incluir, es un tema de aceptar ciertas limitaciones y adaptar ciertas prácticas. Pero es algo que tiene todo el sentido y que puede aportar mucho. Desde que Waly pasó a formar parte del equipo y los chicos aprendieron lengua de señas, la dinámica del equipo cambió. Es muy lindo ver cómo empatizan con él. Se entienden mejor y el trabajo es más fluido”.

“En mis trabajos anteriores nunca quisieron adaptarse por mí, pero en este sí, y eso me pone contento”, admite Waly. Aunque nació en Corrientes, vive en Saavedra con su mujer, el hijo varón (4) que tiene con ella y las gemelas (14) que tuvo con una pareja anterior. “Con ellos más que nada me comunico hablando, porque aprendí a leerles los labios desde chicos”, explica.

Tanto los cuatro empleados que trabajan con Waly en el depósito como su supervisor toman a diario medidas para evitar excluirlo. Le tocan el hombro si no escuchó, le hacen luces con el celular a la distancia para llamarlo y le hablan lento y claro, para que pueda leer sus labios. “Eso es lo que más me gusta de mi trabajo: sentirme incluido. Que cada uno de mis compañeros se preocupe por no dejarme afuera”, afirma.

Cada día, los compañeros de trabajo de Waly se preocupan por no dejarlo afuera

Para Waly es un orgullo que el resto del grupo haga un esfuerzo para comunicarse con él: “Es muy lindo ver cómo cambian la conversación a lengua de señas cuando llego yo. Me hace sentir feliz, incluso si me cuentan algún chisme que no me importa tanto”, bromea con el entusiasmo que no tenía antes de arrancar a trabajar en Zafrán. “Pensaba que iba a ser igual que siempre, que no le iba a importar a nadie, pero estaba equivocado”, admite.

“Queremos trabajar”

Waly perdió parte de su audición primero a los 3 años y después a los 5, y ahora tiene apenas un 10%. Su papá se encargó de conseguirle un audífono y se negó a mandarlo a una escuela especial. “Mi hijo va a poder”, dijo, y una maestra del jardín se ocupó de quedarse con él y enseñarle a hablar.

En Argentina, que los chicos y chicas con discapacidad asistan a escuelas comunes no es un privilegio ni un beneficio que las escuelas puedan decidir si otorgan o no. Al contrario, es un derecho humano reconocido por la Convención sobre los Derechos de las Personas con Discapacidad, un tratado internacional de las Naciones Unidas. Al ratificarlo, nuestro país le otorgó jerarquía constitucional –o sea, lo puso por encima de cualquier otra ley o norma– y asumió el compromiso de garantizar su cumplimiento.

En el secundario, sin embargo, a Waly no supieron incluirlo. Además de burlas de sus compañeros, tuvo que soportar estudiar algunas materias prácticamente de forma autodidacta porque los profesores no se detenían a explicarle de tal manera que él pudiera leerles los labios. Por eso, recién pudo terminarlo a los 28 años, cuando logró aprobar una previa de matemática que le había pendiente.

Por qué las escuelas comunes están obligadas a garantizar una educación inclusiva

Waly le enseñó lengua de señas a Leo y ahora, juntos, les enseñan a los demás

Antes de llegar a Zafrán, Waly hizo changas y trabajó en fábricas, pero siempre de manera informal. “Me incluía yo solo, no me tenían paciencia”, cuenta. Además, a pesar de dejar su currículum en decenas de empresas, le decían que “les iba a costar muy caro si le pasaba algo”, o le decían que sí o sí tenían que hablar con él por teléfono antes de contratarlo, a pesar de haber aclarado que él no podría hacerlo. “Me mentían con que no tenían internet o excusas tan absurdas como esa”, agrega.

Así, durante gran parte de su vida, lo invadió un sentimiento de resignación, de pensar que jamás lo iban a incluir en algún trabajo. “Me dejó de importar, me enfocaba en trabajar para poder darles de comer a mis hijos”, dice.

Sin embargo, una seguidilla de trabajos en las ONG En Buenas Manos y Gestiones Solidarias –en donde llegó a estar a cargo de 20 personas oyentes– lo conectó con Zafrán. “Estoy muy agradecido por la oportunidad y por cómo se ocupan de que no me sienta excluido”, asegura.

“Para mí, es importante que nos incluyan para que ninguna persona se sienta afuera. A veces parece que nos vieran como monstruos”, confiesa Waly, para quien la inclusión se vuelve aun más relevante en el ámbito laboral: “Nosotros queremos trabajar, queremos salir al mundo. No es que por tener una discapacidad tengo que quedarme en mi casa solo sin hacer nada. Un trabajo te cambia la vida porque te hace aprender, te hace sentirte bien con vos mismo. Las empresas deberían darnos la oportunidad de trabajar, como a cualquier persona ‘normal’”.

Más información

  • Si querés contactarte con Zafrán, entrá a su página web o escribiles por Instagram (@zafranok)
  • En Buenas Manos es una organización social que brinda servicios realizados por personas con discapacidad a empresas, entrá acá para saber más.
  • Gestiones Solidarias es una empresa que genera oportunidades de empleo para personas en situación estructuralmente vulnerable en Argentina, enterate más acá.
  • La Asociación Civil Andar trabaja para desarrollar el potencial de las personas con discapacidad, entrá acá para conocer más.

 Walter Vargas es operario de depósito en Zafrán; la firma produce barras de cereales y tiene como política emplear a personas que tienen alguna barrera al empleo  LA NACION

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