Nanificación de la política internacional

Un fenómeno de la época es la “nanificación”: la reducción a partes mínimas de colectivos antes mayores. La etimología de “nano” acude al griego antiguo (nános significa enano), y luego al latín –nanus– que refirió con esto a una minimización. Desde la ciencia miniaturizando mientras incrementa el poder de aparatos hasta las organizaciones descentralizando para abarcar nuevos fenómenos, todo se “nanifica”.
La globalización moderna ingresó en una quinta etapa (la primera tuvo la proliferación del comercio de mercancías; la segunda, la inversión extranjera directa; la tercera, la transnacionalización de servicios económicos; la cuarta la reciente intensificación del intercambio de datos, información y conocimiento). La quinta etapa consiste en la globalización irreversible de la vida de cada ser humano: es cada persona a través de la smartphonización la que deviene global accediendo a información, comprando y vendiendo, generando vínculos, trabajando o entreteniéndose, con otros en cualquier parte del mundo y solo dependiendo de la “geografía digital”. Lo que crea varias transformaciones (económicas, políticas, científicas). Una de ellas es una revolución sociológica: los vínculos personales hoy son supranacionales y directos, de menor mediatización y culturalmente glocales (globales, mientras locales).
Esto llevó a la crisis a grandes organizaciones, inclusive las instituciones estatales, que sufren porque hay nuevos colectivos creados “de abajo hacia arriba” y espontáneamente (organizaciones públicas no gubernamentales). Esto ocurre en la política. El poder político nacional (que es colectivo, generalista y localizado) choca contra esta revolución (que tiene base en la tecnología disruptiva de la tercera década y se acrecienta con la proliferación de la inteligencia artificial). Y un efecto de eso se manifiesta en la política internacional.
Asistimos a la pérdida de poder efectivo de los organismos multilaterales (la ONU no puede resolver conflictos, las Organización Mundial de Comercio no impide políticas comerciales unilaterales, la Organización Mundial de la Salud no logra atender eficientemente una pandemia). Y varias consecuencias emergen: la búsqueda de la solución a la guerra en Ucrania o de la beligerancia en Medio Oriente, la reacción ante los escarceos entre India y Pakistán, las tensiones entre Estados Unidos y China o la “guerra arancelaria”; todo pretende ser abordado por líderes nacionales sin referencia institucional superior. Vemos unilateralismos que para asumir problemas supranacionales devienen bilateralismos (o trilateralismos). Y se depende más de la personalidad o las cualidades del líder político que del bagaje institucional de cada país (Trump es más poderoso que la Unión Europea en Ucrania; Milei prevalece sobre las preferencias de sus socios en el Mercosur en su búsqueda de un acuerdo con EE.UU.; Ahmed al-Charaa puede más que toda la red internacional que buscaba atenuar la conflictividad en Siria).
El multilateralismo se adormeció y emergió el unilateralismo internacional (que lleva a tratamientos bilaterales o trilaterales). Eso explica que EE.UU. –después de la exorbitante alza de aranceles– haya anunciado relevantes acuerdos con Gran Bretaña, Ucrania, Arabia Saudita y China. El mundo se encamina hacia la consolidación de un fraccionamiento en el que “clubes de socios basados en intereses compatibles” se forman entre los que logran confluencias de intereses. Es para algunos y no para todos.
Y la internacionalidad no se pierde pero se “nanifica” para que las relaciones suprafronterizas sean más fluidas entre los que acuerdan entre sí (ya no en friend-shoring, sino en trust-shoring).Varios efectos surgen de eso. En la economía, uno es que los acuerdos internacionales ya no son meros acuerdos comerciales sino pactos integrales en los que también se abordan numerosas materias relativas a la geopolítica. Hace un tiempo el Banco Mundial habla de que el mundo ha avanzado desde los Free trade agreements hacia los Deep trade agreements. En una intensificación de un proceso en marcha hace lustros: en el mundo avanzan los acuerdos selectivos entre países. En el planeta hay ya 374 acuerdos de integración económico-institucional recíproca entre naciones (solo vigentes para los países que los celebran). Desde 2020 hasta hoy se han celebrado nada menos que 61 nuevos y desde el inicio del siglo XXI fueron 291 (entre los más relevantes, entre Turquía y Emiratos Árabes Unidos, Corea del Sur e Israel, India y Australia o Australia y el Reino Unido). Y el proceso sigue.
Esto se acompaña por el fenómeno de la relevante emergencia de las grandes empresas globales que le arrebataron a la política un rol: ser los mayores transformadores de la realidad. La revolución tecnológica concede a las grandes empresas un poder que lleva a que la propia geopolítica las considere (sea porque los países usan a esos agentes económicos como auxiliares de geopolítica; sea porque las empresas avanzan tanto que limitan la capacidad de acción de la política, como quedó revelado cuando EE.UU., después de elevar los aranceles a China los redujo para aparatos dígito-electrónicos para evitar una paralización de ese sector de la economía.
El mundo nuevo exige a los países, a través de sus líderes, ejercer influencia, poder y atributos para gestar relaciones más particularizadas. Porque la internacionalidad también nos presenta desafíos complejos adicionales.
Especialista en negocios internacionales
Un fenómeno de la época es la “nanificación”: la reducción a partes mínimas de colectivos antes mayores. La etimología de “nano” acude al griego antiguo (nános significa enano), y luego al latín –nanus– que refirió con esto a una minimización. Desde la ciencia miniaturizando mientras incrementa el poder de aparatos hasta las organizaciones descentralizando para abarcar nuevos fenómenos, todo se “nanifica”.
La globalización moderna ingresó en una quinta etapa (la primera tuvo la proliferación del comercio de mercancías; la segunda, la inversión extranjera directa; la tercera, la transnacionalización de servicios económicos; la cuarta la reciente intensificación del intercambio de datos, información y conocimiento). La quinta etapa consiste en la globalización irreversible de la vida de cada ser humano: es cada persona a través de la smartphonización la que deviene global accediendo a información, comprando y vendiendo, generando vínculos, trabajando o entreteniéndose, con otros en cualquier parte del mundo y solo dependiendo de la “geografía digital”. Lo que crea varias transformaciones (económicas, políticas, científicas). Una de ellas es una revolución sociológica: los vínculos personales hoy son supranacionales y directos, de menor mediatización y culturalmente glocales (globales, mientras locales).
Esto llevó a la crisis a grandes organizaciones, inclusive las instituciones estatales, que sufren porque hay nuevos colectivos creados “de abajo hacia arriba” y espontáneamente (organizaciones públicas no gubernamentales). Esto ocurre en la política. El poder político nacional (que es colectivo, generalista y localizado) choca contra esta revolución (que tiene base en la tecnología disruptiva de la tercera década y se acrecienta con la proliferación de la inteligencia artificial). Y un efecto de eso se manifiesta en la política internacional.
Asistimos a la pérdida de poder efectivo de los organismos multilaterales (la ONU no puede resolver conflictos, las Organización Mundial de Comercio no impide políticas comerciales unilaterales, la Organización Mundial de la Salud no logra atender eficientemente una pandemia). Y varias consecuencias emergen: la búsqueda de la solución a la guerra en Ucrania o de la beligerancia en Medio Oriente, la reacción ante los escarceos entre India y Pakistán, las tensiones entre Estados Unidos y China o la “guerra arancelaria”; todo pretende ser abordado por líderes nacionales sin referencia institucional superior. Vemos unilateralismos que para asumir problemas supranacionales devienen bilateralismos (o trilateralismos). Y se depende más de la personalidad o las cualidades del líder político que del bagaje institucional de cada país (Trump es más poderoso que la Unión Europea en Ucrania; Milei prevalece sobre las preferencias de sus socios en el Mercosur en su búsqueda de un acuerdo con EE.UU.; Ahmed al-Charaa puede más que toda la red internacional que buscaba atenuar la conflictividad en Siria).
El multilateralismo se adormeció y emergió el unilateralismo internacional (que lleva a tratamientos bilaterales o trilaterales). Eso explica que EE.UU. –después de la exorbitante alza de aranceles– haya anunciado relevantes acuerdos con Gran Bretaña, Ucrania, Arabia Saudita y China. El mundo se encamina hacia la consolidación de un fraccionamiento en el que “clubes de socios basados en intereses compatibles” se forman entre los que logran confluencias de intereses. Es para algunos y no para todos.
Y la internacionalidad no se pierde pero se “nanifica” para que las relaciones suprafronterizas sean más fluidas entre los que acuerdan entre sí (ya no en friend-shoring, sino en trust-shoring).Varios efectos surgen de eso. En la economía, uno es que los acuerdos internacionales ya no son meros acuerdos comerciales sino pactos integrales en los que también se abordan numerosas materias relativas a la geopolítica. Hace un tiempo el Banco Mundial habla de que el mundo ha avanzado desde los Free trade agreements hacia los Deep trade agreements. En una intensificación de un proceso en marcha hace lustros: en el mundo avanzan los acuerdos selectivos entre países. En el planeta hay ya 374 acuerdos de integración económico-institucional recíproca entre naciones (solo vigentes para los países que los celebran). Desde 2020 hasta hoy se han celebrado nada menos que 61 nuevos y desde el inicio del siglo XXI fueron 291 (entre los más relevantes, entre Turquía y Emiratos Árabes Unidos, Corea del Sur e Israel, India y Australia o Australia y el Reino Unido). Y el proceso sigue.
Esto se acompaña por el fenómeno de la relevante emergencia de las grandes empresas globales que le arrebataron a la política un rol: ser los mayores transformadores de la realidad. La revolución tecnológica concede a las grandes empresas un poder que lleva a que la propia geopolítica las considere (sea porque los países usan a esos agentes económicos como auxiliares de geopolítica; sea porque las empresas avanzan tanto que limitan la capacidad de acción de la política, como quedó revelado cuando EE.UU., después de elevar los aranceles a China los redujo para aparatos dígito-electrónicos para evitar una paralización de ese sector de la economía.
El mundo nuevo exige a los países, a través de sus líderes, ejercer influencia, poder y atributos para gestar relaciones más particularizadas. Porque la internacionalidad también nos presenta desafíos complejos adicionales.
Especialista en negocios internacionales
Un fenómeno de la época es la “nanificación”: la reducción a partes mínimas de colectivos antes mayores. La etimología de “nano” acude al griego antiguo (nános significa enano), y luego al latín –nanus– que refirió con esto a una minimización. Desde la ciencia miniaturizando mientras incrementa el poder de aparatos hasta las organizaciones descentralizando para abarcar nuevos fenómenos, todo se “nanifica”. La globalización moderna ingresó en una quinta etapa (la primera tuvo la proliferación del comercio de mercancías; la segunda, la inversión extranjera directa; la tercera, la transnacionalización de servicios económicos; la cuarta la reciente intensificación del intercambio de datos, información y conocimiento). La quinta etapa consiste en la globalización irreversible de la vida de cada ser humano: es cada persona a través de la smartphonización la que deviene global accediendo a información, comprando y vendiendo, generando vínculos, trabajando o entreteniéndose, con otros en cualquier parte del mundo y solo dependiendo de la “geografía digital”. Lo que crea varias transformaciones (económicas, políticas, científicas). Una de ellas es una revolución sociológica: los vínculos personales hoy son supranacionales y directos, de menor mediatización y culturalmente glocales (globales, mientras locales).Esto llevó a la crisis a grandes organizaciones, inclusive las instituciones estatales, que sufren porque hay nuevos colectivos creados “de abajo hacia arriba” y espontáneamente (organizaciones públicas no gubernamentales). Esto ocurre en la política. El poder político nacional (que es colectivo, generalista y localizado) choca contra esta revolución (que tiene base en la tecnología disruptiva de la tercera década y se acrecienta con la proliferación de la inteligencia artificial). Y un efecto de eso se manifiesta en la política internacional.Asistimos a la pérdida de poder efectivo de los organismos multilaterales (la ONU no puede resolver conflictos, las Organización Mundial de Comercio no impide políticas comerciales unilaterales, la Organización Mundial de la Salud no logra atender eficientemente una pandemia). Y varias consecuencias emergen: la búsqueda de la solución a la guerra en Ucrania o de la beligerancia en Medio Oriente, la reacción ante los escarceos entre India y Pakistán, las tensiones entre Estados Unidos y China o la “guerra arancelaria”; todo pretende ser abordado por líderes nacionales sin referencia institucional superior. Vemos unilateralismos que para asumir problemas supranacionales devienen bilateralismos (o trilateralismos). Y se depende más de la personalidad o las cualidades del líder político que del bagaje institucional de cada país (Trump es más poderoso que la Unión Europea en Ucrania; Milei prevalece sobre las preferencias de sus socios en el Mercosur en su búsqueda de un acuerdo con EE.UU.; Ahmed al-Charaa puede más que toda la red internacional que buscaba atenuar la conflictividad en Siria).El multilateralismo se adormeció y emergió el unilateralismo internacional (que lleva a tratamientos bilaterales o trilaterales). Eso explica que EE.UU. –después de la exorbitante alza de aranceles– haya anunciado relevantes acuerdos con Gran Bretaña, Ucrania, Arabia Saudita y China. El mundo se encamina hacia la consolidación de un fraccionamiento en el que “clubes de socios basados en intereses compatibles” se forman entre los que logran confluencias de intereses. Es para algunos y no para todos.Y la internacionalidad no se pierde pero se “nanifica” para que las relaciones suprafronterizas sean más fluidas entre los que acuerdan entre sí (ya no en friend-shoring, sino en trust-shoring).Varios efectos surgen de eso. En la economía, uno es que los acuerdos internacionales ya no son meros acuerdos comerciales sino pactos integrales en los que también se abordan numerosas materias relativas a la geopolítica. Hace un tiempo el Banco Mundial habla de que el mundo ha avanzado desde los Free trade agreements hacia los Deep trade agreements. En una intensificación de un proceso en marcha hace lustros: en el mundo avanzan los acuerdos selectivos entre países. En el planeta hay ya 374 acuerdos de integración económico-institucional recíproca entre naciones (solo vigentes para los países que los celebran). Desde 2020 hasta hoy se han celebrado nada menos que 61 nuevos y desde el inicio del siglo XXI fueron 291 (entre los más relevantes, entre Turquía y Emiratos Árabes Unidos, Corea del Sur e Israel, India y Australia o Australia y el Reino Unido). Y el proceso sigue.Esto se acompaña por el fenómeno de la relevante emergencia de las grandes empresas globales que le arrebataron a la política un rol: ser los mayores transformadores de la realidad. La revolución tecnológica concede a las grandes empresas un poder que lleva a que la propia geopolítica las considere (sea porque los países usan a esos agentes económicos como auxiliares de geopolítica; sea porque las empresas avanzan tanto que limitan la capacidad de acción de la política, como quedó revelado cuando EE.UU., después de elevar los aranceles a China los redujo para aparatos dígito-electrónicos para evitar una paralización de ese sector de la economía.El mundo nuevo exige a los países, a través de sus líderes, ejercer influencia, poder y atributos para gestar relaciones más particularizadas. Porque la internacionalidad también nos presenta desafíos complejos adicionales.Especialista en negocios internacionales LA NACION