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Tres errores comunes que conviene evitar cuando decantamos vinos

Pocos rituales del mundo del vino son tan atractivos como la decantación. La sola imagen del decantador o decanter, con el vino aireándose en su interior, evoca una idea de refinamiento. Para muchos, el vino a decantar es el que ha pasado años cuando no décadas evolucionando en botella, y si bien es cierto que este es uno de sus usos más frecuentes, no es el único.

De hecho, hay muchos vinos jóvenes que se benefician con un poco de contacto con el aire en el decantador. En estos vinos, en los que predominan los aromas frescos de la fruta, el paso por el decanter ayuda a suavizar los taninos y a reducir los sabores y los aromas ásperos, lo que hace que el vino llegue a la copa más agradable al paladar, con aromas y sabores que se integran mejor.

De alguna manera, es darle un toque de evolución a ese vino joven. Obviamente, no hay que exagerar: basta con decantarlo (es decir, verterlo y dejarlo en el decantador) media hora o un poco más antes de servirlo.

Es un procedimiento simple, pero que requiere sentido común

Vinos de guarda

Los vinos añejos, aquellos que han permanecido años o incluso décadas dentro de la botella, pueden desarrollar sedimentos, que resultan de la precipitación de algunos de sus componentes.

Los vinos añejos requieren especial atención durante la decantación

De ahí que una de las principales ventajas del procedimiento en cuestión sea la de separar los sedimentos del vino, para que este llegue lo más limpio posible a la copa. Y para ello hay dos momentos clave: primero, cuando se pasa el líquido de la botella al decantador, evitando verter el final de la botella. Segundo, al servir el vino en la copa; en ese momento, las distintas formas de los decantadores suelen colaborar con que los sedimentos queden en su interior.

La otra función del decantador es la misma que beneficia a los vinos jóvenes. Poner en contacto los vinos añejos con el oxígeno, para así “abrir” sus aromas. Con el tiempo, los vinos de guarda desarrollaron aromas terciarios, de mayor complejidad. Así, decantarlos ayuda a que se expresen mejor.

Pero, de nuevo, tampoco hay que exagerar. De hecho, es conveniente –por regla general, aunque hay excepciones– no mantenerlos en el decantador por más de media hora. Además, hay que hacerlo de forma suave, con cuidado, vertiendo el líquido despacio sobre la pared del decantador.

Por último, es conveniente evitar los movimientos exagerados al hacer girar el vino dentro del recipiente. Ya muchos vinos añosos son extremadamente frágiles, y en vez de mejorar al airearse pueden “romperse” y decaer rápidamente. Por sobre todo, hay que tratarlos con el respeto que se merecen.

Pocos rituales del mundo del vino son tan atractivos como la decantación. La sola imagen del decantador o decanter, con el vino aireándose en su interior, evoca una idea de refinamiento. Para muchos, el vino a decantar es el que ha pasado años cuando no décadas evolucionando en botella, y si bien es cierto que este es uno de sus usos más frecuentes, no es el único.

De hecho, hay muchos vinos jóvenes que se benefician con un poco de contacto con el aire en el decantador. En estos vinos, en los que predominan los aromas frescos de la fruta, el paso por el decanter ayuda a suavizar los taninos y a reducir los sabores y los aromas ásperos, lo que hace que el vino llegue a la copa más agradable al paladar, con aromas y sabores que se integran mejor.

De alguna manera, es darle un toque de evolución a ese vino joven. Obviamente, no hay que exagerar: basta con decantarlo (es decir, verterlo y dejarlo en el decantador) media hora o un poco más antes de servirlo.

Es un procedimiento simple, pero que requiere sentido común

Vinos de guarda

Los vinos añejos, aquellos que han permanecido años o incluso décadas dentro de la botella, pueden desarrollar sedimentos, que resultan de la precipitación de algunos de sus componentes.

Los vinos añejos requieren especial atención durante la decantación

De ahí que una de las principales ventajas del procedimiento en cuestión sea la de separar los sedimentos del vino, para que este llegue lo más limpio posible a la copa. Y para ello hay dos momentos clave: primero, cuando se pasa el líquido de la botella al decantador, evitando verter el final de la botella. Segundo, al servir el vino en la copa; en ese momento, las distintas formas de los decantadores suelen colaborar con que los sedimentos queden en su interior.

La otra función del decantador es la misma que beneficia a los vinos jóvenes. Poner en contacto los vinos añejos con el oxígeno, para así “abrir” sus aromas. Con el tiempo, los vinos de guarda desarrollaron aromas terciarios, de mayor complejidad. Así, decantarlos ayuda a que se expresen mejor.

Pero, de nuevo, tampoco hay que exagerar. De hecho, es conveniente –por regla general, aunque hay excepciones– no mantenerlos en el decantador por más de media hora. Además, hay que hacerlo de forma suave, con cuidado, vertiendo el líquido despacio sobre la pared del decantador.

Por último, es conveniente evitar los movimientos exagerados al hacer girar el vino dentro del recipiente. Ya muchos vinos añosos son extremadamente frágiles, y en vez de mejorar al airearse pueden “romperse” y decaer rápidamente. Por sobre todo, hay que tratarlos con el respeto que se merecen.

 Tiene varias funciones e incluso es útil tanto en etiquetas jóvenes como viejas  LA NACION

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