De los logros del Apolo a los tropiezos de SpaceX: por qué los nuevos cohetes siguen sin despegar
Hace seis décadas la NASA tardó apenas ocho años desde que en mayo de 1961 el presidente John Kennedy prometió poner una nave tripulada en la Luna hasta que lo logró en julio de 1969. Hoy, cuando cualquier teléfono celular cuenta con más desarrollo tecnológico que el de los cohetes Apolo, la empresa SpaceX, que sueña con colonizar el planeta Marte, lleva ya más de cinco años de intentos con su nave Starship, y no ha llegado a alejarse más que 200 kilómetros de la superficie terrestre.
Este miércoles, la enorme Starship explotó en una dramática bola de fuego durante las pruebas en Texas, en el último de una serie de contratiempos para el programa de cohetes a Marte del multimillonario Elon Musk.
Un mes atrás la Starship se desintegró a los 30 minutos de vuelo, a una altitud aproximada de 59 kilómetros sobre el océano Índico durante su reingreso a la atmósfera. La nave de la empresa del magnate entró en un ángulo incorrecto y no logró estabilizarse, lo que provocó cargas térmicas y aerodinámicas que terminaron destruyéndola.
Pero el hombre más rico del mundo describió en aquel momento la pérdida como un “error menor”, aunque reconoció: “No es fácil hacer que la vida sea multiplanetaria”.
¿Es más difícil entonces enviar hoy un cohete al espacio y regresarlo entero a la Tierra que lo que fue en los años 60 poner un hombre en la Luna?
LA NACION consultó sobre el tema al ingeniero argentino César Sciammarella, que actualmente sigue en actividad como conferencista, y fue responsable de los tanques de combustible de un sector clave del cohete Saturno V, que llevó y trajo a los astronautas del satélite terrestre en el programa Apolo, y al estadounidense Mike Gruntman, profesor de Astronáutica en el Departamento de Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de South California (USC).
Las opiniones coinciden en el abismo de recursos financieros, humanos y metas que separan a la astronáutica de hoy -y al programa SpaceX, en particular-, de las misiones Apolo.
Si bien la tecnología actual es más económica, solo en cuestión de financiamiento, Apolo dispuso de lo que hoy sería el equivalente a 318.000 millones de dólares, y el presupuesto de SpaceX ronda en cambio los 10.000 millones de dólares.
Otra diferencia gigante entre un programa y el otro es quién lo ejecuta y para qué.
“SpaceX no es un gobierno con metas políticas sino una empresa con objetivos económicos”, comentó Gruntman a LA NACION. “Su mira, más que en llegar a la Luna o a Marte, está puesta en primer lugar en cómo abaratar costos de los viajes espaciales para hacerlos lo más redituables posible”, agregó.
Efectivamente, el espacio es hoy una industria mundial que mueve unos 600.000 millones de dólares anuales, fundamentalmente por los ingresos del sector de las comunicaciones. Y está previsto que para 2035 alcance los 1,8 billones de dólares. Según la Agencia Espacial Europea, cada euro invertido en la industria espacial devuelve alrededor de seis euros a la economía.
Hoy hay una constelación de casi 12.000 satélites que orbitan la Tierra y prestan servicios tan esenciales como WhatsApp, GPS, TV, telefonía, meteorología, investigación científica, uso militar y, entre otras empresas, se encuentra Starlink, también de Musk.
En este sentido, el experto norteamericano detalló los logros económicos de SpaceX. “Además de avanzar en la reusabilidad de los cohetes, los vuelos se hicieron muchísimo más económicos. Hasta comienzos de siglo, lanzar un cohete para poner satélites en órbita costaba unos 10.000 dólares por kilo. Hoy sale alrededor de 2000 dólares y el Starship busca llevarlo a 1000 dólares por kilo”.
Una “gesta histórica”
Sciammarella, por su parte, marcó la diferencia con la dimensión política de “gesta histórica” del programa Apolo en el que participó.
“Las dificultades que enfrenta SpaceX, más que inconvenientes técnicos o científicos son básicamente una cuestión organizativa. En tiempos de la Guerra Fría, Kennedy organizó a todo un país en función de un objetivo. Fue uno de los presidentes que dio más apoyo al desarrollo científico y técnico. La llegada del Hombre a la Luna en 1969 fue el resultado de un esfuerzo colectivo gigantesco de todo un grupo humano que decidió alcanzar cierto resultado. Musk podrá tener mucho dinero, pero se necesita mucho más que eso para un logro como el de la misión Apolo”.
De todas maneras, Sciammarella minimizó la importancia del hecho en sí de los fracasos de SpaceX, recordando su propia experiencia cuando trabajó en el Apolo. “El avance tecnológico siempre se basa en prueba y error”, dijo.
El ingeniero argentino fue quien desarrolló los tanques de combustible líquido de la tercera etapa del Saturno V. Ese componente se activaba en dos oportunidades. La primera, cuando la nave alcanzaba la órbita lunar e impulsaba el módulo hacia la superficie del satélite. Luego, se volvía a activar para el proceso de retorno a la Tierra.
Sciammarella contó que precisamente a base de prueba y error pudieron en aquel momento “reducir el peso del tanque al mínimo posible y asegurar que no fuera vulnerable a ninguna deformación ni avería durante la etapa de llenado en tierra, despegue y travesía en el espacio”.
Como los objetivos de SpaceX no son los del programa Apolo, su nave también es diferente de aquel Saturno V. Mientras el cohete que puso un total de 12 astronautas en la Luna medía 111 metros de alto, el Starship que cayó semanas atrás en el Océano Índico era el cohete más alto jamás construido con 123 metros y estaba hecho de acero inoxidable en lugar de metales ligeros como el aluminio y el titanio que revestían el Saturno V.
La industria espacial
Más allá de la empresa SpaceX, Gruntman destacó el enorme desarrollo de la industria espacial, una realidad inimaginable en los años del Apolo cuando había un total de solo 138 satélites activos en la órbita terrestre (contra los casi 12.000 actuales).
“La astronáutica tiene logros increíbles. Para nosotros ya es normal saber que de forma permanente hay siete u ocho astronautas que pasan meses en la Estación Espacial Internacional orbitando el planeta a 400 kilómetros de la superficie terrestre. Solo es noticia si algo sale mal. Tampoco es muy difundida, por ejemplo, la enorme variedad de tareas que realizan los satélites, hay incluso nanosatélites, cubos llamados “CubeSats”, que pueden medir hasta 10 cm de lado y que orbitan la Tierra prestando muchísimos servicios”, comentó Gruntman.
El experto diferenció también la gran cantidad de actores que tiene hoy la astronáutica. “En los años 60 se trataba básicamente de una competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy, además de muchísimas empresas privadas, China, la India y la Unión Europea también tienen un programa espacial muy desarrollado. El régimen de Xi Jinping se fijó como objetivo geopolítico competir con Estados Unidos por la hegemonía mundial de la astronáutica y en 2019 ya puso una nave en la Luna”.
En el ámbito privado, además de SpaceX de Musk, la empresa Blue Origin, de Jeff Bezos logró, por ejemplo, avances importantes para abaratar costos de combustible. “Sus cohetes utilizan oxígeno líquido (LOX) y gas natural licuado (GNL), una forma altamente refinada de metano, como propulsor. Y esto les permite un mayor rendimiento a un menor costo que los motores tradicionales de querosén”, explicó Gruntman.
De todas maneras, el especialista concluyó que no cree que Musk pueda llegar a ver en vida su sueño de “colonizar” Marte. “Por lo menos le va a llevar una década poner una persona en el planeta rojo en un viaje que dura unos cuatro meses. El Apolo 11 demoró poco más de tres días en llegar a la Luna. Después los astronautas tienen que esperar allí una ventana de tiempo de alrededor de ocho meses para que el planeta vuelva a colocarse en una posición orbital que permita el regreso. Así que toda la misión durará al menos un año y medio. Pero creo que eso es todo lo que puede aspirar a ver Musk en vida…y sería un logro formidable”.
Hace seis décadas la NASA tardó apenas ocho años desde que en mayo de 1961 el presidente John Kennedy prometió poner una nave tripulada en la Luna hasta que lo logró en julio de 1969. Hoy, cuando cualquier teléfono celular cuenta con más desarrollo tecnológico que el de los cohetes Apolo, la empresa SpaceX, que sueña con colonizar el planeta Marte, lleva ya más de cinco años de intentos con su nave Starship, y no ha llegado a alejarse más que 200 kilómetros de la superficie terrestre.
Este miércoles, la enorme Starship explotó en una dramática bola de fuego durante las pruebas en Texas, en el último de una serie de contratiempos para el programa de cohetes a Marte del multimillonario Elon Musk.
Un mes atrás la Starship se desintegró a los 30 minutos de vuelo, a una altitud aproximada de 59 kilómetros sobre el océano Índico durante su reingreso a la atmósfera. La nave de la empresa del magnate entró en un ángulo incorrecto y no logró estabilizarse, lo que provocó cargas térmicas y aerodinámicas que terminaron destruyéndola.
Pero el hombre más rico del mundo describió en aquel momento la pérdida como un “error menor”, aunque reconoció: “No es fácil hacer que la vida sea multiplanetaria”.
¿Es más difícil entonces enviar hoy un cohete al espacio y regresarlo entero a la Tierra que lo que fue en los años 60 poner un hombre en la Luna?
LA NACION consultó sobre el tema al ingeniero argentino César Sciammarella, que actualmente sigue en actividad como conferencista, y fue responsable de los tanques de combustible de un sector clave del cohete Saturno V, que llevó y trajo a los astronautas del satélite terrestre en el programa Apolo, y al estadounidense Mike Gruntman, profesor de Astronáutica en el Departamento de Ingeniería Aeroespacial en la Universidad de South California (USC).
Las opiniones coinciden en el abismo de recursos financieros, humanos y metas que separan a la astronáutica de hoy -y al programa SpaceX, en particular-, de las misiones Apolo.
Si bien la tecnología actual es más económica, solo en cuestión de financiamiento, Apolo dispuso de lo que hoy sería el equivalente a 318.000 millones de dólares, y el presupuesto de SpaceX ronda en cambio los 10.000 millones de dólares.
Otra diferencia gigante entre un programa y el otro es quién lo ejecuta y para qué.
“SpaceX no es un gobierno con metas políticas sino una empresa con objetivos económicos”, comentó Gruntman a LA NACION. “Su mira, más que en llegar a la Luna o a Marte, está puesta en primer lugar en cómo abaratar costos de los viajes espaciales para hacerlos lo más redituables posible”, agregó.
Efectivamente, el espacio es hoy una industria mundial que mueve unos 600.000 millones de dólares anuales, fundamentalmente por los ingresos del sector de las comunicaciones. Y está previsto que para 2035 alcance los 1,8 billones de dólares. Según la Agencia Espacial Europea, cada euro invertido en la industria espacial devuelve alrededor de seis euros a la economía.
Hoy hay una constelación de casi 12.000 satélites que orbitan la Tierra y prestan servicios tan esenciales como WhatsApp, GPS, TV, telefonía, meteorología, investigación científica, uso militar y, entre otras empresas, se encuentra Starlink, también de Musk.
En este sentido, el experto norteamericano detalló los logros económicos de SpaceX. “Además de avanzar en la reusabilidad de los cohetes, los vuelos se hicieron muchísimo más económicos. Hasta comienzos de siglo, lanzar un cohete para poner satélites en órbita costaba unos 10.000 dólares por kilo. Hoy sale alrededor de 2000 dólares y el Starship busca llevarlo a 1000 dólares por kilo”.
Una “gesta histórica”
Sciammarella, por su parte, marcó la diferencia con la dimensión política de “gesta histórica” del programa Apolo en el que participó.
“Las dificultades que enfrenta SpaceX, más que inconvenientes técnicos o científicos son básicamente una cuestión organizativa. En tiempos de la Guerra Fría, Kennedy organizó a todo un país en función de un objetivo. Fue uno de los presidentes que dio más apoyo al desarrollo científico y técnico. La llegada del Hombre a la Luna en 1969 fue el resultado de un esfuerzo colectivo gigantesco de todo un grupo humano que decidió alcanzar cierto resultado. Musk podrá tener mucho dinero, pero se necesita mucho más que eso para un logro como el de la misión Apolo”.
De todas maneras, Sciammarella minimizó la importancia del hecho en sí de los fracasos de SpaceX, recordando su propia experiencia cuando trabajó en el Apolo. “El avance tecnológico siempre se basa en prueba y error”, dijo.
El ingeniero argentino fue quien desarrolló los tanques de combustible líquido de la tercera etapa del Saturno V. Ese componente se activaba en dos oportunidades. La primera, cuando la nave alcanzaba la órbita lunar e impulsaba el módulo hacia la superficie del satélite. Luego, se volvía a activar para el proceso de retorno a la Tierra.
Sciammarella contó que precisamente a base de prueba y error pudieron en aquel momento “reducir el peso del tanque al mínimo posible y asegurar que no fuera vulnerable a ninguna deformación ni avería durante la etapa de llenado en tierra, despegue y travesía en el espacio”.
Como los objetivos de SpaceX no son los del programa Apolo, su nave también es diferente de aquel Saturno V. Mientras el cohete que puso un total de 12 astronautas en la Luna medía 111 metros de alto, el Starship que cayó semanas atrás en el Océano Índico era el cohete más alto jamás construido con 123 metros y estaba hecho de acero inoxidable en lugar de metales ligeros como el aluminio y el titanio que revestían el Saturno V.
La industria espacial
Más allá de la empresa SpaceX, Gruntman destacó el enorme desarrollo de la industria espacial, una realidad inimaginable en los años del Apolo cuando había un total de solo 138 satélites activos en la órbita terrestre (contra los casi 12.000 actuales).
“La astronáutica tiene logros increíbles. Para nosotros ya es normal saber que de forma permanente hay siete u ocho astronautas que pasan meses en la Estación Espacial Internacional orbitando el planeta a 400 kilómetros de la superficie terrestre. Solo es noticia si algo sale mal. Tampoco es muy difundida, por ejemplo, la enorme variedad de tareas que realizan los satélites, hay incluso nanosatélites, cubos llamados “CubeSats”, que pueden medir hasta 10 cm de lado y que orbitan la Tierra prestando muchísimos servicios”, comentó Gruntman.
El experto diferenció también la gran cantidad de actores que tiene hoy la astronáutica. “En los años 60 se trataba básicamente de una competencia entre Estados Unidos y la Unión Soviética. Hoy, además de muchísimas empresas privadas, China, la India y la Unión Europea también tienen un programa espacial muy desarrollado. El régimen de Xi Jinping se fijó como objetivo geopolítico competir con Estados Unidos por la hegemonía mundial de la astronáutica y en 2019 ya puso una nave en la Luna”.
En el ámbito privado, además de SpaceX de Musk, la empresa Blue Origin, de Jeff Bezos logró, por ejemplo, avances importantes para abaratar costos de combustible. “Sus cohetes utilizan oxígeno líquido (LOX) y gas natural licuado (GNL), una forma altamente refinada de metano, como propulsor. Y esto les permite un mayor rendimiento a un menor costo que los motores tradicionales de querosén”, explicó Gruntman.
De todas maneras, el especialista concluyó que no cree que Musk pueda llegar a ver en vida su sueño de “colonizar” Marte. “Por lo menos le va a llevar una década poner una persona en el planeta rojo en un viaje que dura unos cuatro meses. El Apolo 11 demoró poco más de tres días en llegar a la Luna. Después los astronautas tienen que esperar allí una ventana de tiempo de alrededor de ocho meses para que el planeta vuelva a colocarse en una posición orbital que permita el regreso. Así que toda la misión durará al menos un año y medio. Pero creo que eso es todo lo que puede aspirar a ver Musk en vida…y sería un logro formidable”.
Esta semana la empresa SpaceX, de Elon Musk, volvió a fracasar por tercera vez en el año en su intento de reutilizar su nave Starship, que terminó incendiada en una gigantesca bola de fuego en Texas LA NACION