Javier Melloni: “Es necesario reconocer que en el otro hay una verdad que yo no sé ver”

PALMA DE MALLORCA
En tiempos donde abundan los autoproclamados agitadores de conciencia, al jesuita Javier Melloni Ribas (Barcelona, 1962) se le podría llamar despertador de almas. Hace veinticinco años que vive en la Cueva de San Ignacio, en Manresa, Cataluña, donde dirige el centro de espiritualidad e imparte charlas, cursos y talleres que integran la oración contemplativa cristiana con la meditación oriental. Camino de Contemplación es el nombre de esta modalidad que hizo de Melloni un referente en España de una más moderna e integradora forma de abrazar la espiritualidad.
Mucha gente rechaza la religión, pero no la espiritualidad. Y llegan a ella a través de las meditaciones orientales, que no son dogmáticas
Doctor en teología, licenciado en antropología cultural, experto en diálogo interreligioso y mística comparada, es autor de una veintena de libros, entre ellos Caminos para la transformación y Somos su secreto, el último.
Ha enseñado en la Facultad de Teología de Cataluña y lleva una vida predicando el poder sanador del silencio. El particular santuario donde vive, a 60 kilómetros de Barcelona, se construyó sobre la roca de una cueva donde se recluyó San Ignacio de Loyola hace casi 500 años. Allí dio a luz sus conocidos Ejercicios Espirituales.
De padre italiano y madre española, Melloni se ordenó sacerdote a los 18 años. Tan precoz fue su vocación que, con escasos tres años, anunció a sus padres que sería cura, mientras reclamaba espacios de silencio, quizás aturdido por los ruidos propios de un hogar con cinco niños, pero también anticipando lo que sería el gran tema de su vida.
Desde joven, Melloni se sintió atraído por Oriente. Con poco más de treinta años vivió un año en la India, país al que luego volvió siete u ocho veces. Antes de su primer viaje se preguntaba qué era lo que tantos jóvenes occidentales iban a buscar en esa cultura lejana. “Buscaban una experiencia no dogmática de Dios, respetuosa de cada persona –se responde hoy–. Todo lo que en mi familia era mala educación, como ir descalzo o comer con las manos, es lo que se hace allá. Hay una inmediatez con la naturaleza, con la comida, con la experiencia íntima y con la vida. Sin mediaciones. Acá, entre nosotros y el suelo hay una suela de zapato que te protege del frío y la suciedad, pero que también te aísla del contacto con la tierra. Gandhi decía que no hay nada más antiespiritual que una silla”.
–Empecemos por definir espiritualidad.
–La espiritualidad refiere a la inmensidad de lo intangible. El término viene de spiritus, aire. Es la experiencia más sutil de lo material y cada religión la interpreta de un modo diferente.
El diálogo interreligioso no es solo una justa posición pacífica, sino además un verdadero interés por la verdad que hay en el otro, con humildad y coraje”
–¿Religión y espiritualidad van juntas?
–Creo que las religiones son interpretaciones, nunca agotadas, de lo espiritual. Para vivirlo solo se necesita estar vivo. Diría que hoy hay una nueva conciencia, más integral, que asume la ciencia, la psicología, las artes y las diferentes formas religiosas, interpretándolas de una forma no dogmática. Es un salto de conciencia progresivo a nivel planetario. Yo creo que el mundo está cambiando. Hay polarización y resistencia, tanto de algunos políticos como de quienes los votaron, pero eso muestra justamente que hay un cambio. Hay que dejar de criticar y de temer a los políticos y actuar de otro modo. Llevar una vida sobria, sencilla, centrada en el silencio, en el cuidado de la naturaleza.
–¿Hay una espiritualidad laica?
–Mucha gente rechaza la religión, pero no la espiritualidad. Y llegan a ella a través de las meditaciones orientales, que tienen la ventaja de no ser dogmáticas. Cada cual le da a Dios el nombre o la forma que sienta. Es otro modo de entrar en el silencio, en un momento de aceleración del ritmo de vida. Los católicos la abrazan sin dejar su esencia, porque la meditación no va en contra del cristianismo.
–¿Qué función cumplen las religiones, entonces?
–Son interpretaciones geohistóricas de lo inefable, del misterio de la vida y de la muerte, del amor y el desamor, la conducta ética, etcétera. Son pulmones institucionales para respirar lo sagrado, aunque no se agotan allí los caminos espirituales.
–¿Qué se trajo de la India?
–La sacralidad de la vida en su inmediatez, sin los artilugios que nos hemos montado y nos separan de la experiencia directa de Dios. Cuando hablamos de Oriente y de Occidente, hablamos de dos categorías existenciales; cognitivas, también. Lo propio de este último es la pulsión de transformar lo exterior, desear y conquistar. La pulsión oriental es transformar lo interior.
–Usted ha hecho una síntesis.
–Bueno, a mí me atraía el zen, pero estando yo en la Cueva y siendo jesuita no podía introducirlo así como así. Tenía que ofrecer algo de origen cristiano que al mismo tiempo fuera abierto. Y ahí fue importantísima la visita que hizo a Manresa un jesuita húngaro llamado Franz Jalics [nacido en Budapest, Jalics enseñó teología en la Argentina, donde estuvo cinco meses en la ESMA, secuestrado por la dictadura militar]. Que un teólogo con un gran recorrido en la vida contemplativa hubiera hecho una síntesis de Oriente y Occidente desde la tradición cristiana me hizo reconocerme en mi grupo de pertenencia.
El papa Francisco puso el acelerador en unos cuantos temas. León XIV sigue esa línea, pero irá más despacio. Creo que fue la mejor opción
–¿Cuál es la diferencia entre la oración y la meditación?
–La oración parte del yo del orante al tú divino, sin acabar de tomar conciencia de quién es ese yo que está orando. En cambio, en la meditación se toma conciencia del yo y del tú. Y en ese yo y en ese tú hay una unidad que es diferente de la unidad que se genera a través de la oración. No hay tú porque tampoco hay yo. Hay un silencio que trasciende el yo en un estado de presencia, donde ya no hay qué pedir. Es un estado de presencia que produce una apertura más allá del propio yo.
–Menciona siempre el silencio.
–Se necesita del silencio para detener el flujo obsesivo de los pensamientos. Cuando uno lo experimenta no vuelve atrás, porque el silencio es una experiencia iniciática.
–Pero la mayoría no parece tener tiempo para esto.
–Pues hemos de ser revolucionarios y decidirnos a estar en silencio, al menos una hora al día, en vez de ver televisión o WhatsApp. Allí comulga lo mejor de cada tradición religiosa. Lo que salvará a la humanidad es su capacidad de abrazar la sabiduría de todas las religiones.
–¿De qué hablamos cuando decimos conciencia?
–La conciencia no es la mente, que es un producto biológico, neuronal; binario, podríamos decir. El gran error de Occidente es pensar que mente y conciencia son lo mismo. Creados a imagen y semejanza de Dios significa que se nos ha dado la conciencia, la conciencia cósmica, total. Y eso está más allá de las religiones y al mismo tiempo está en el interior de las religiones. Es la gran novedad y la gran esperanza de nuestro tiempo.
El primer encuentro con el padre Melloni se produjo pocos días después de la muerte del papa Francisco, y así lo recordó: “Ha sido una vida plena. Creo que hemos tenido doce años inesperados, porque tal como estaba de salud no imaginamos que podría acompañarnos todo este tiempo”.
–¿Qué podría decirnos de la llegada de León XIV?
–Me resuenan sus palabras iniciales: promover una paz desarmada, desarmante, humilde y perseverante. Desarmada significa la no violencia. Desarmante, porque no solo desarma al que comience con esa intención, sino que acaba contagiando a la otra persona también, si Dios quiere. Humilde, porque no es pretenciosa ni altiva, ni da lecciones a nadie. Y perseverante porque el camino de la no violencia es de largo recorrido, como decía Gandhi. Pero hay que estar convencido de que en el otro hay tanta verdad como en mí. Es muy difícil, pero no hay otra. Cuando una parte agrede y convierte a otra en víctima, sabemos que el agresor ha sido antes agredido, y por eso agrede con tanta fuerza, porque ante el pavor de la agresión que recibió tiene una reacción compulsiva. Es necesario poder comprender. Porque si no hay comprensión no puede haber paz tampoco.
–Pensemos en el conflicto en Medio Oriente. ¿Cómo confiar en que el desarme de un lado logrará el desarme del otro?
–De nuevo, paz desarmada y desarmante. Si me desarmo de verdad también ayudaré a desarmar al otro. Es un punto de confianza. Perseverante y a prueba de todo. Pero tiene que ser de los dos lados. Y hay que empezar por algún punto.
–Usted es especialista en diálogo interreligioso. ¿En qué punto estamos?
–A comienzos de este siglo había cierto boom, cierta esperanza de que realmente las religiones se podían encontrar. Pero debo admitir, veinte años más tarde, que hay cierto cansancio. ¿Cuál es el siguiente paso del encuentro interreligioso? Ninguna religión va a renunciar, y no lo debe hacer, a su propia creencia. Entonces, ¿dónde nos podemos encontrar? Hay que entender que el diálogo interreligioso no es solo una justa posición pacífica, sino además un verdadero interés por la verdad que hay en el otro, que yo desconozco desde mi propia perspectiva. Eso requiere mucha humildad y mucho coraje.
–¿No cree que el dogmatismo de las religiones conspira contra este diálogo?
–Claro, claro, el gran problema de las religiones es que, siendo un camino hacia el absoluto, convierten en absoluto el camino por el que van hacia al absoluto. Todas las religiones van al mismo lugar, pero no por el mismo camino. Por eso cada religión es diferente.
–Gran tarea le toca a las iglesias.
–Así es. El gran reto es el problema de la identidad. ¿Cómo puedo amar y sostener mi propia identidad, sea religiosa, pero también cultural, étnica, de género, lo que fuere, y al mismo tiempo reconocer la tuya? Ese es el gran tema.
–Parece un asunto más espiritual que religioso.
–Sí, es un tema espiritual, porque se aplica a todos los ámbitos de la persona. El problema de la religión es la tentación suya de apropiarse de lo espiritual. La religión es una organización comunitaria necesaria, pero que no agota los caminos espirituales del ser humano. Este debería ser un tiempo de humildad para las religiones.
–¿La Iglesia dará pasos en ese sentido?
–Los está dando. Pero piense que es una iglesia de más de mil millones de personas. Somos muchísimos. Yo entiendo que la Iglesia está llamada a ser una comunidad de comunidades. Una pertenencia amplia, general, global, atenta a la aceptación de las diferencias
–Parece algo lejano. No dejan de aparecer focos bélicos por el mundo.
–Nunca como ahora ha sido tan necesario un profundo reconocimiento de que en el otro hay una verdad que yo no sé ver, y que necesito aceptarla para que haya paz perdurable. De eso se trata el diálogo.
–La Iglesia tiene además otros desafíos: la presencia de las mujeres, la diversidad sexual, los separados…
–Pues creo que hemos de perder el miedo. Hemos de vivir la vida en toda su posibilidad, en todo su potencial, y escuchar en cada momento la respuesta adecuada que se requiere. Detrás de los tabús hay miedos. Hay que reflexionar sobre la diferencia entre Jesús y los fariseos. Los fariseos, que eran los religiosos de entonces, eran la buena gente que se separaban del impuro para mantener la pureza. Precisamente, esto es lo que significa “fariseo”: separado. Pero claro, una persona que se separa de todo tiene miedo de todo. Una institución como la Iglesia Católica, que vive en esa gran diversidad de más de mil millones de personas, tiene que velar por la unidad, pero también integrar. Porque no se puede esperar a cambiar cuando todos estemos de acuerdo, porque así no cambiaremos nunca nada.
–¿Cree que este Papa seguirá con los cambios que comenzó su antecesor?
–El papa Francisco puso el acelerador en unos cuantos temas. León XIV está en la misma línea y la continuará, pero será más prudente. Irá un poco más despacio. Creo yo que se ha optado por la mejor persona posible.
–¿Qué opina de las experiencias cercanas a la muerte?
–Importantísimas, indispensables. Hoy son un punto de encuentro entre espiritualidad, psicología, biología, neurología. Todo esto está cada vez más abierto. Cada vez vamos a tener más instrumentos para descubrir que el aquí y el allá no están tan separados como creíamos. Hay muchas puertas de acceso al allá desde aquí y del allá hacia el aquí.
–¿Usted lo ha experimentado?
–Sí, pero hasta ahí me quedo.
–¿Existen el cielo y el infierno?
–Por supuesto.
–¿Dónde están?
–Continuamente creamos el cielo o el infierno con nuestras reacciones. Hay un relato zen precioso. Había un guerrero preocupado por todas las personas que había matado, y por el tema del cielo y el infierno. Un amigo lo envía a consultar con un anciano sabio, ermitaño. “¿Existe realmente el infierno? ¿Existe el cielo? ¿O son un invento nuestro?”, pregunta el guerrero, ataviado con sus mejores honores. El sabio le pregunta a qué se dedica. “Lo veo vestido de payaso”, le dice. “¿Cómo de payaso? ¿No ve que soy un capitán del emperador?”, responde indignado el guerrero. “No sé, usted me ha parecido un payaso”. Entonces el capitán saca el sable para cortarle la cabeza. “Ve, en estos momentos usted está abriendo las puertas del infierno”, le dice el ermitaño. El samurái se serena y envaina el sable. “Ve –le dice el anciano– . Ahora usted ha abierto las puertas del cielo”.
EXPERTO EN DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
PERFIL: Javier Melloni
Javier Melloni Ribas (Barcelona, 1962) es antropólogo, doctor en Teología y fenomenólogo de la religión. Varias inmersiones en la India le han permitido poner en contacto elementos de la mística hindú con la cristiana.
Jesuita y estudioso de los ejercicios espirituales ignacianos, Melloni tiene un amplio conocimiento de los textos de las diversas religiones. En su tarea como acompañante espiritual integra elementos de distintas tradiciones.
Es miembro de Cristianismo y Justicia y profesor en la Facultad de Teología de Cataluña. Vive en el centro espiritual La Cueva de San Ignacio, en Manresa.
Fundó Camino de contemplación, una red de personas para una espiritualidad a través del silencio, que promueve la oración contemplativa cristiana inspirada en la propuesta del jesuita Franz Jalics.
Entre otros libros escribió El Uno en lo múltiple (2003), Relaciones humanas y relaciones con Dios (2006), Vislumbres de lo real (2007), El deseo esencial (2009), Voces de la mística. Invitación a la contemplación (2009) y El Cristo interior (2010), Hacia un tiempo de síntesis (2020), Caminos para la transformación (2025).
Su último libro es Somos su secreto (Herder, 2025), que postula que la realidad misma es manifestación de Dios.
PALMA DE MALLORCA
En tiempos donde abundan los autoproclamados agitadores de conciencia, al jesuita Javier Melloni Ribas (Barcelona, 1962) se le podría llamar despertador de almas. Hace veinticinco años que vive en la Cueva de San Ignacio, en Manresa, Cataluña, donde dirige el centro de espiritualidad e imparte charlas, cursos y talleres que integran la oración contemplativa cristiana con la meditación oriental. Camino de Contemplación es el nombre de esta modalidad que hizo de Melloni un referente en España de una más moderna e integradora forma de abrazar la espiritualidad.
Mucha gente rechaza la religión, pero no la espiritualidad. Y llegan a ella a través de las meditaciones orientales, que no son dogmáticas
Doctor en teología, licenciado en antropología cultural, experto en diálogo interreligioso y mística comparada, es autor de una veintena de libros, entre ellos Caminos para la transformación y Somos su secreto, el último.
Ha enseñado en la Facultad de Teología de Cataluña y lleva una vida predicando el poder sanador del silencio. El particular santuario donde vive, a 60 kilómetros de Barcelona, se construyó sobre la roca de una cueva donde se recluyó San Ignacio de Loyola hace casi 500 años. Allí dio a luz sus conocidos Ejercicios Espirituales.
De padre italiano y madre española, Melloni se ordenó sacerdote a los 18 años. Tan precoz fue su vocación que, con escasos tres años, anunció a sus padres que sería cura, mientras reclamaba espacios de silencio, quizás aturdido por los ruidos propios de un hogar con cinco niños, pero también anticipando lo que sería el gran tema de su vida.
Desde joven, Melloni se sintió atraído por Oriente. Con poco más de treinta años vivió un año en la India, país al que luego volvió siete u ocho veces. Antes de su primer viaje se preguntaba qué era lo que tantos jóvenes occidentales iban a buscar en esa cultura lejana. “Buscaban una experiencia no dogmática de Dios, respetuosa de cada persona –se responde hoy–. Todo lo que en mi familia era mala educación, como ir descalzo o comer con las manos, es lo que se hace allá. Hay una inmediatez con la naturaleza, con la comida, con la experiencia íntima y con la vida. Sin mediaciones. Acá, entre nosotros y el suelo hay una suela de zapato que te protege del frío y la suciedad, pero que también te aísla del contacto con la tierra. Gandhi decía que no hay nada más antiespiritual que una silla”.
–Empecemos por definir espiritualidad.
–La espiritualidad refiere a la inmensidad de lo intangible. El término viene de spiritus, aire. Es la experiencia más sutil de lo material y cada religión la interpreta de un modo diferente.
El diálogo interreligioso no es solo una justa posición pacífica, sino además un verdadero interés por la verdad que hay en el otro, con humildad y coraje”
–¿Religión y espiritualidad van juntas?
–Creo que las religiones son interpretaciones, nunca agotadas, de lo espiritual. Para vivirlo solo se necesita estar vivo. Diría que hoy hay una nueva conciencia, más integral, que asume la ciencia, la psicología, las artes y las diferentes formas religiosas, interpretándolas de una forma no dogmática. Es un salto de conciencia progresivo a nivel planetario. Yo creo que el mundo está cambiando. Hay polarización y resistencia, tanto de algunos políticos como de quienes los votaron, pero eso muestra justamente que hay un cambio. Hay que dejar de criticar y de temer a los políticos y actuar de otro modo. Llevar una vida sobria, sencilla, centrada en el silencio, en el cuidado de la naturaleza.
–¿Hay una espiritualidad laica?
–Mucha gente rechaza la religión, pero no la espiritualidad. Y llegan a ella a través de las meditaciones orientales, que tienen la ventaja de no ser dogmáticas. Cada cual le da a Dios el nombre o la forma que sienta. Es otro modo de entrar en el silencio, en un momento de aceleración del ritmo de vida. Los católicos la abrazan sin dejar su esencia, porque la meditación no va en contra del cristianismo.
–¿Qué función cumplen las religiones, entonces?
–Son interpretaciones geohistóricas de lo inefable, del misterio de la vida y de la muerte, del amor y el desamor, la conducta ética, etcétera. Son pulmones institucionales para respirar lo sagrado, aunque no se agotan allí los caminos espirituales.
–¿Qué se trajo de la India?
–La sacralidad de la vida en su inmediatez, sin los artilugios que nos hemos montado y nos separan de la experiencia directa de Dios. Cuando hablamos de Oriente y de Occidente, hablamos de dos categorías existenciales; cognitivas, también. Lo propio de este último es la pulsión de transformar lo exterior, desear y conquistar. La pulsión oriental es transformar lo interior.
–Usted ha hecho una síntesis.
–Bueno, a mí me atraía el zen, pero estando yo en la Cueva y siendo jesuita no podía introducirlo así como así. Tenía que ofrecer algo de origen cristiano que al mismo tiempo fuera abierto. Y ahí fue importantísima la visita que hizo a Manresa un jesuita húngaro llamado Franz Jalics [nacido en Budapest, Jalics enseñó teología en la Argentina, donde estuvo cinco meses en la ESMA, secuestrado por la dictadura militar]. Que un teólogo con un gran recorrido en la vida contemplativa hubiera hecho una síntesis de Oriente y Occidente desde la tradición cristiana me hizo reconocerme en mi grupo de pertenencia.
El papa Francisco puso el acelerador en unos cuantos temas. León XIV sigue esa línea, pero irá más despacio. Creo que fue la mejor opción
–¿Cuál es la diferencia entre la oración y la meditación?
–La oración parte del yo del orante al tú divino, sin acabar de tomar conciencia de quién es ese yo que está orando. En cambio, en la meditación se toma conciencia del yo y del tú. Y en ese yo y en ese tú hay una unidad que es diferente de la unidad que se genera a través de la oración. No hay tú porque tampoco hay yo. Hay un silencio que trasciende el yo en un estado de presencia, donde ya no hay qué pedir. Es un estado de presencia que produce una apertura más allá del propio yo.
–Menciona siempre el silencio.
–Se necesita del silencio para detener el flujo obsesivo de los pensamientos. Cuando uno lo experimenta no vuelve atrás, porque el silencio es una experiencia iniciática.
–Pero la mayoría no parece tener tiempo para esto.
–Pues hemos de ser revolucionarios y decidirnos a estar en silencio, al menos una hora al día, en vez de ver televisión o WhatsApp. Allí comulga lo mejor de cada tradición religiosa. Lo que salvará a la humanidad es su capacidad de abrazar la sabiduría de todas las religiones.
–¿De qué hablamos cuando decimos conciencia?
–La conciencia no es la mente, que es un producto biológico, neuronal; binario, podríamos decir. El gran error de Occidente es pensar que mente y conciencia son lo mismo. Creados a imagen y semejanza de Dios significa que se nos ha dado la conciencia, la conciencia cósmica, total. Y eso está más allá de las religiones y al mismo tiempo está en el interior de las religiones. Es la gran novedad y la gran esperanza de nuestro tiempo.
El primer encuentro con el padre Melloni se produjo pocos días después de la muerte del papa Francisco, y así lo recordó: “Ha sido una vida plena. Creo que hemos tenido doce años inesperados, porque tal como estaba de salud no imaginamos que podría acompañarnos todo este tiempo”.
–¿Qué podría decirnos de la llegada de León XIV?
–Me resuenan sus palabras iniciales: promover una paz desarmada, desarmante, humilde y perseverante. Desarmada significa la no violencia. Desarmante, porque no solo desarma al que comience con esa intención, sino que acaba contagiando a la otra persona también, si Dios quiere. Humilde, porque no es pretenciosa ni altiva, ni da lecciones a nadie. Y perseverante porque el camino de la no violencia es de largo recorrido, como decía Gandhi. Pero hay que estar convencido de que en el otro hay tanta verdad como en mí. Es muy difícil, pero no hay otra. Cuando una parte agrede y convierte a otra en víctima, sabemos que el agresor ha sido antes agredido, y por eso agrede con tanta fuerza, porque ante el pavor de la agresión que recibió tiene una reacción compulsiva. Es necesario poder comprender. Porque si no hay comprensión no puede haber paz tampoco.
–Pensemos en el conflicto en Medio Oriente. ¿Cómo confiar en que el desarme de un lado logrará el desarme del otro?
–De nuevo, paz desarmada y desarmante. Si me desarmo de verdad también ayudaré a desarmar al otro. Es un punto de confianza. Perseverante y a prueba de todo. Pero tiene que ser de los dos lados. Y hay que empezar por algún punto.
–Usted es especialista en diálogo interreligioso. ¿En qué punto estamos?
–A comienzos de este siglo había cierto boom, cierta esperanza de que realmente las religiones se podían encontrar. Pero debo admitir, veinte años más tarde, que hay cierto cansancio. ¿Cuál es el siguiente paso del encuentro interreligioso? Ninguna religión va a renunciar, y no lo debe hacer, a su propia creencia. Entonces, ¿dónde nos podemos encontrar? Hay que entender que el diálogo interreligioso no es solo una justa posición pacífica, sino además un verdadero interés por la verdad que hay en el otro, que yo desconozco desde mi propia perspectiva. Eso requiere mucha humildad y mucho coraje.
–¿No cree que el dogmatismo de las religiones conspira contra este diálogo?
–Claro, claro, el gran problema de las religiones es que, siendo un camino hacia el absoluto, convierten en absoluto el camino por el que van hacia al absoluto. Todas las religiones van al mismo lugar, pero no por el mismo camino. Por eso cada religión es diferente.
–Gran tarea le toca a las iglesias.
–Así es. El gran reto es el problema de la identidad. ¿Cómo puedo amar y sostener mi propia identidad, sea religiosa, pero también cultural, étnica, de género, lo que fuere, y al mismo tiempo reconocer la tuya? Ese es el gran tema.
–Parece un asunto más espiritual que religioso.
–Sí, es un tema espiritual, porque se aplica a todos los ámbitos de la persona. El problema de la religión es la tentación suya de apropiarse de lo espiritual. La religión es una organización comunitaria necesaria, pero que no agota los caminos espirituales del ser humano. Este debería ser un tiempo de humildad para las religiones.
–¿La Iglesia dará pasos en ese sentido?
–Los está dando. Pero piense que es una iglesia de más de mil millones de personas. Somos muchísimos. Yo entiendo que la Iglesia está llamada a ser una comunidad de comunidades. Una pertenencia amplia, general, global, atenta a la aceptación de las diferencias
–Parece algo lejano. No dejan de aparecer focos bélicos por el mundo.
–Nunca como ahora ha sido tan necesario un profundo reconocimiento de que en el otro hay una verdad que yo no sé ver, y que necesito aceptarla para que haya paz perdurable. De eso se trata el diálogo.
–La Iglesia tiene además otros desafíos: la presencia de las mujeres, la diversidad sexual, los separados…
–Pues creo que hemos de perder el miedo. Hemos de vivir la vida en toda su posibilidad, en todo su potencial, y escuchar en cada momento la respuesta adecuada que se requiere. Detrás de los tabús hay miedos. Hay que reflexionar sobre la diferencia entre Jesús y los fariseos. Los fariseos, que eran los religiosos de entonces, eran la buena gente que se separaban del impuro para mantener la pureza. Precisamente, esto es lo que significa “fariseo”: separado. Pero claro, una persona que se separa de todo tiene miedo de todo. Una institución como la Iglesia Católica, que vive en esa gran diversidad de más de mil millones de personas, tiene que velar por la unidad, pero también integrar. Porque no se puede esperar a cambiar cuando todos estemos de acuerdo, porque así no cambiaremos nunca nada.
–¿Cree que este Papa seguirá con los cambios que comenzó su antecesor?
–El papa Francisco puso el acelerador en unos cuantos temas. León XIV está en la misma línea y la continuará, pero será más prudente. Irá un poco más despacio. Creo yo que se ha optado por la mejor persona posible.
–¿Qué opina de las experiencias cercanas a la muerte?
–Importantísimas, indispensables. Hoy son un punto de encuentro entre espiritualidad, psicología, biología, neurología. Todo esto está cada vez más abierto. Cada vez vamos a tener más instrumentos para descubrir que el aquí y el allá no están tan separados como creíamos. Hay muchas puertas de acceso al allá desde aquí y del allá hacia el aquí.
–¿Usted lo ha experimentado?
–Sí, pero hasta ahí me quedo.
–¿Existen el cielo y el infierno?
–Por supuesto.
–¿Dónde están?
–Continuamente creamos el cielo o el infierno con nuestras reacciones. Hay un relato zen precioso. Había un guerrero preocupado por todas las personas que había matado, y por el tema del cielo y el infierno. Un amigo lo envía a consultar con un anciano sabio, ermitaño. “¿Existe realmente el infierno? ¿Existe el cielo? ¿O son un invento nuestro?”, pregunta el guerrero, ataviado con sus mejores honores. El sabio le pregunta a qué se dedica. “Lo veo vestido de payaso”, le dice. “¿Cómo de payaso? ¿No ve que soy un capitán del emperador?”, responde indignado el guerrero. “No sé, usted me ha parecido un payaso”. Entonces el capitán saca el sable para cortarle la cabeza. “Ve, en estos momentos usted está abriendo las puertas del infierno”, le dice el ermitaño. El samurái se serena y envaina el sable. “Ve –le dice el anciano– . Ahora usted ha abierto las puertas del cielo”.
EXPERTO EN DIÁLOGO INTERRELIGIOSO
PERFIL: Javier Melloni
Javier Melloni Ribas (Barcelona, 1962) es antropólogo, doctor en Teología y fenomenólogo de la religión. Varias inmersiones en la India le han permitido poner en contacto elementos de la mística hindú con la cristiana.
Jesuita y estudioso de los ejercicios espirituales ignacianos, Melloni tiene un amplio conocimiento de los textos de las diversas religiones. En su tarea como acompañante espiritual integra elementos de distintas tradiciones.
Es miembro de Cristianismo y Justicia y profesor en la Facultad de Teología de Cataluña. Vive en el centro espiritual La Cueva de San Ignacio, en Manresa.
Fundó Camino de contemplación, una red de personas para una espiritualidad a través del silencio, que promueve la oración contemplativa cristiana inspirada en la propuesta del jesuita Franz Jalics.
Entre otros libros escribió El Uno en lo múltiple (2003), Relaciones humanas y relaciones con Dios (2006), Vislumbres de lo real (2007), El deseo esencial (2009), Voces de la mística. Invitación a la contemplación (2009) y El Cristo interior (2010), Hacia un tiempo de síntesis (2020), Caminos para la transformación (2025).
Su último libro es Somos su secreto (Herder, 2025), que postula que la realidad misma es manifestación de Dios.
Creador de un método de meditación cristiana, el jesuita español afirma que el gran reto hoy es sostener la propia identidad, sea política, étnica o religiosa, y al mismo tiempo validar la de quien es distinto LA NACION