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La antigua residencia de la calle Lafinur que, remodelada, se convirtió en un restaurante sensorial

Como en las historias de conquistadores, primero fue el territorio; después surgió todo lo demás.

Cuando llegó a la casa, Gastón Mandalaoui tenía un objetivo claro: arreglar los techos que se estaban viniendo abajo. Eso le había pedido un familiar que tenía la propiedad cerrada desde hacía años, desvencijándose entre problemas de humedad, deterioro y las consecuencias –apenas revertidas- de un incendio. “Fue amor a primera vista -dice el empresario hoy, sentado cómodamente en una de las mesas del restaurante-. Supe inmediatamente que algo quería hacer acá, aunque no sabía qué. Era un desperdicio no aprovechar este lugar increíble”, asegura y es fácil creerle ahora que luce realmente increíble. Pero para entender su visión, habrá que imaginar estos pisos de madera noble repletos de grasa y rayones, los techos altísimos escondidos detrás de paneles de Durlock, las ventanas tapadas y un laberinto de paredes que no dejaba apreciar el espacio de este pulmón de estilo.

En aquel paisaje deslucido, Gonzalo avizoró un suelo fértil donde no dudó en plantar bandera. Luego vino la transformación y confirmó que su corazonada había sido un acierto.

La fachada se conservó tal como estaba. La ventana del primer piso había sido previamente reemplazada por un panel fijo de vidrio, pero la herrería es original.

La misión, entonces, consistió en poner en valor la construcción y habitarla con una buena idea.

El plan fue mutando hasta alcanzar la forma de Territorio Aura, el nuevo restaurante de concepto innovador que abrió sus puertas en el barrio del ex Zoo porteño y propone viajar a través del paladar, sin salir de una casa.

La utilización de murales, plantas y elementos naturales se conjuga con muebles en materiales nobles y tonos que dan continuidad a los paisajes sugeridos.

La metamorfosis

El edificio centenario ubicado en la calle Lafinur al 3200 fue una residencia familiar, luego albergó oficinas para representación de futbolistas, se convirtió en una tienda de moda con salón de belleza, se prendió fuego por un desperfecto eléctrico y fue una casa vacía durante muchos años hasta resurgir en 2025 como un espacio gastronómico a cargo de uno de los cocineros más prometedores de la escena local: Agustín Brañas.

Agustín Brañas se especializa en las carnes, tiene un restaurante en Suiza y está a cargo de la parrilla Rufino en Brasil. En Argentina, su nueva apuesta recorre todas las regiones del país.

El proyecto fue impulsado por tres socios y amigos de toda la vida: Gonzalo junto a Matías Spilkin y Nicolás Satz. Con el puntapié inicial de hacer “algo” allí, convocaron a su arquitecto de cabecera, Alejandro Brave.

La casa en sí misma y las personas que participaron en su remodelación le fueron dando forma a la idea que finalmente emergió.

Comenzaron por, cuidadosamente, tirar abajo algunas paredes no portantes que dividían múltiples ambientes pequeños.

La etapa de demolición pronto adquirió forma de proceso de descubrimiento.

La casa se encontraba en ruinas y los ambientes tenían separaciones que restaban posibilidades.

Conectar, ampliar e iluminar fueron las consignas.

Empezamos a encontrar espacios nuevos. Al ´pelar´ todo y desnudar la casa llegamos a una estructura de hierro que sostenía muy sólidamente de medianera a medianera”, se entusiasma Brave y agrega: “En el segundo piso las vigas y abovedados directamente se dejaron a la vista para crear un ambiente descontracturado y rústico“.

Los pisos se restauraron por completo, preservando la madera original.

Los techos bajos de Durlock fueron eliminados para recuperar la espacialidad de la altura original. Aunque en el salón principal se reemplazaron por paneles de madera y tela a modo de cielorraso acústico, con el fin de insonorizar el ambiente.

Las puertas de vidrios biselados recobraron esplendor. Las maderas destacaron. Las molduras y gargantas dibujaron siluetas atractivas. De pronto, apareció ante la vista de todos ¡el restaurante!

Las sillas de todas las plantas son de la misma familia. Varían los colores según el sector. Son de Estudio T, fueron elegidas por su durabilidad.

Segundas partes, sí son buenas

No iba a ser la primera vez que los inversores harían pie en el sector gourmet. Los socios al frente de Camello Hospitality Group ya habían incursionado -casi de casualidad- en la gastronomía cuando construyeron un inmenso cowork en Chacarita y, sin saber qué destino darle al garage, pusieron un restaurante que –en manos del chef Maximiliano Rossi– marcó tendencia con la cocina de platitos y fundó un nuevo polo para sibaritas: Picarón. Un exitazo.

El diseño de iluminación fue clave, como así también aprovechar al máximo la luz natural durante el día. La pared lateral cuenta con un panel de telas y led que contribuye a absorber ruidos del ambiente y aporta calidez.

Quizás por eso intuyeron que era buena idea seguir un rumbo similar.

Primero se inclinaron por apostar a la comida japonesa en planta baja, y arriba querían montar un bar. Luego pensaron en conjugar un Omakase con un espacio aparte de carnes para el cual invitaron a Agustín Brañas.

Pero cuando el chef llegó, encontró en la casa la oportunidad de desarrollar una propuesta imbatible que terminó transformándolo todo: el negocio y la remodelación que estaba en curso.

La conquista

El desafío finalmente fue tomar las tres plantas para concebir un solo restaurante que terminó configurándose en una categoría aún no explorada: la cocina de territorio.

La cocina de agua recorre mares y ríos pero también costas y orillas con platos que además de sabrosos y originales, son muy estéticos visualmente

Brañas, con su vasta experiencia geográfica y culinaria, podía integrar todos los medios para habitar esta arquitectura de una manera totalizadora.

Como un cocinero del camino que interpreta distintas regiones de la Argentina, combinó dos propuestas bien diferenciadas que se expanden por la casa con algunas fronteras marcadas y áreas de intersección. Mientras que en la planta baja y el primer piso se sirven platos derivados del agua, en el segundo son productos de la tierra.

Pescados de mar y de río, cultivos de las orillas en las plantas inferiores; en la superior carnes, hortalizas

Barajar y dar de nuevo

Con el plan final en mente se fueron tomando decisiones en la reforma. Ahí donde estaba la vieja biblioteca surgió claramente el lugar ideal para una cava de vinos.

El salón principal evidentemente ofrecía el espacio perfecto para un comedor más íntimo, sólo había que dotar de carácter a este VIP.

No tuve miedo de pintar la boisserie de verde, tal como lo harían en una casa inglesa”, explica Brave.

Los muebles empotrados dieron lugar a amplia cava de vinos.La boisserie se pintó de color y se eligieron obras de arte contrastantes, como el cuadro de Alejandro Brave que, además, acompaña la propuesta de cocina de agua con una imagen de pescado camuflado entre formas orgánicas.

Lo viejo y lo antiguo

Los pisos estaban destruidos y había que recuperarlos. Hubo que desmontar todas las maderas para arreglar la estructura y luego restaurar pieza por pieza.

La idea fue conservar todo lo original, siempre y cuando fuera de valor patrimonial o resultara funcional. “A lo viejo no le tengo mucho cariño ni respeto. A lo antiguo sí”, sostiene el arquitecto.

La casa ya contaba con un ascensor pequeño que había sido añadido en el centro de la escalera y se conservó.

Había un vitral en el salón principal del primer piso que era viejo, no antiguo. Como oscurecía y no aportaba demasiado, fue reemplazado por ventanales que dan a un pequeño patio interno: la pared se pintó de rosado, se iluminó el exterior y se colocaron pasarelas metálicas a altura para poner plantas y crear una vista natural.

La medianera interna, en tono rosado, junto con los vidrios translúcidos y las plantas buscaron darle luz y aire a un ambiente que anteriormente era oscuro.

Interiorismo de paisajes

Cuando la estructura general de la casa estuvo resuelta, hubo que empezar a vestirla y definir qué look tendría. Alejandro Brave aplicó un riguroso criterio estético en el diseño de interiores pero también, coherencia interna y, sobre todo, funcionalidad. Trabajó codo a codo con el equipo.

Un mural con formas del universo subacuático le da entorno a las mesas y a la barra. Está creado por Magdalena Trucco.

Los empapelados son de Enamorada del muro, que trabaja con diversos artistas. Esta ilustración es de Trucco.

Cada espacio se compone como un bioma de artistas curado por Alejandro Brave quien convocó a artistas de un grupo que él mismo integra (clínica de arte con Diana Aisenberg), como a Dana Ferrari y Clara Campañola.

El interiorismo es un paisaje que acompaña la propuesta gastronómica, no solamente desde lo visual sino también a través de los materiales naturales y reciclados.

Ricas Estudio, con Ferrari y Campañola en el liderazco, se encargó de la confección de las luminarias.

Las lámparas se realizaron con chalas (hojas de choclo) y las flores, con plásticos reciclados.

Además de funcionar como pieza de arte y decorar, las lámparas difuminan luz tenue y aportan al ambiente distendido Los nichos existentes en las paredes de la casa eran cuadrados. Con un panel fueron transformados: la nueva abertura en forma de gota deja ver una caja de luz y arte. Son flores realizadas con botellas de plástico recicladas

La artista Campañola, especialista en ambientaciones y realizaciones escenográficas, también realizó un bosque de ramas y hojas secas que flota como una nube sobre la barra del segundo piso de Territorio Aura, donde el agua le da paso a la tierra.

La pieza vegetal que pende sobre la barra compone una textura viva que dialoga con los elementos de la cocina: tierra, fuego y agua.

La intención fue construir un territorio donde la naturaleza no solo decora, sino que acompaña, envuelve y cuenta una historia.

El follaje está armado con la flor de humo —pomposa y salvaje—, mata perro, eucalipto, aguaribay, treifer y lianas.

Los arreglos florales que se usan en todas las mesas del restaurante, también son ramos secos. Y los floreros, de madera. La presencia de este material en Territorio Aura es significativa.

De buena madera

Así como los pisos originales se recuperaron, en la planta alta -que no tenía madera- se hicieron a partir de tablones reciclados.

Las mesas comunitarias son de madera maciza de un taller llamado Notalo, de Tigre, que justamente trabaja reutilizando materiales.

Algunas de las mesas son individuales y otras, comunitarias. No se usan manteles, la madera es protagonista.

La anatomía de los árboles descubre una faceta funcional. Para resolver la necesidad de iluminación sobre las mesas movibles que integra el gran banco de la pared lateral se usaron como lámparas troncos traídos del monte cordobés.

Recolectados en el monte de Córdoba, los troncos caídos fueron cuidadosamente limpiados, secados y transformados para dar luz.

Una escalera clave

La casa, con sus tres niveles, presentaba un gran desafío operativo para dar sustento a este concepto de restaurante integral. “Terminamos teniendo tres cocinas, una en el subsuelo para los platos de agua, en planta baja hay una cocina de fríos -entradas, pescados y postres- y otra en el tercer piso que es la de las carnes”, explica Agustín quien participó junto al arquitecto en el diseño y equipamiento de éstas.

Por eso, la escalera central es considerada la columna vertebral y una pieza clave en la dinámica fluida entre los distintos ambientes y propuestas.

La escalera se pulió y se conservó en madera. En la segunda planta el empapelado apenas insinúa sombras vegetales.

Había que buscar una solución de convivencia y comunicación, “para que los platos lleguen al mismo tiempo a la misma mesa desde tres cocinas diferentes”.

Así, con una sincronizada coreografía de servicio, por la escalera solo suben platos llenos, los vacíos van a la bacha por un montaplatos. Y los comensales son invitados a usar el ascensor.

Agustín diseñó sus productos pensando en cómo circularían entre las plantas, considerando los requerimientos de temperaturas, tiempos y movimientos. También se eligió vajilla lo suficientemente contenedora como para poder trasladar con seguridad, pero sin resignar estilo.

Tiradito de truchón en vajilla Volf. También se usan piedras y platos de madera para servir.

De esta manera, Territorio Aura se presenta como una propuesta gastronómica muy sofisticada que logró habitar una arquitectura distinguida con un estilo fluido, delicado y confortable para vivir una experiencia de alta gama, pero con la sensación de comer como en casa.

Como en las historias de conquistadores, primero fue el territorio; después surgió todo lo demás.

Cuando llegó a la casa, Gastón Mandalaoui tenía un objetivo claro: arreglar los techos que se estaban viniendo abajo. Eso le había pedido un familiar que tenía la propiedad cerrada desde hacía años, desvencijándose entre problemas de humedad, deterioro y las consecuencias –apenas revertidas- de un incendio. “Fue amor a primera vista -dice el empresario hoy, sentado cómodamente en una de las mesas del restaurante-. Supe inmediatamente que algo quería hacer acá, aunque no sabía qué. Era un desperdicio no aprovechar este lugar increíble”, asegura y es fácil creerle ahora que luce realmente increíble. Pero para entender su visión, habrá que imaginar estos pisos de madera noble repletos de grasa y rayones, los techos altísimos escondidos detrás de paneles de Durlock, las ventanas tapadas y un laberinto de paredes que no dejaba apreciar el espacio de este pulmón de estilo.

En aquel paisaje deslucido, Gonzalo avizoró un suelo fértil donde no dudó en plantar bandera. Luego vino la transformación y confirmó que su corazonada había sido un acierto.

La fachada se conservó tal como estaba. La ventana del primer piso había sido previamente reemplazada por un panel fijo de vidrio, pero la herrería es original.

La misión, entonces, consistió en poner en valor la construcción y habitarla con una buena idea.

El plan fue mutando hasta alcanzar la forma de Territorio Aura, el nuevo restaurante de concepto innovador que abrió sus puertas en el barrio del ex Zoo porteño y propone viajar a través del paladar, sin salir de una casa.

La utilización de murales, plantas y elementos naturales se conjuga con muebles en materiales nobles y tonos que dan continuidad a los paisajes sugeridos.

La metamorfosis

El edificio centenario ubicado en la calle Lafinur al 3200 fue una residencia familiar, luego albergó oficinas para representación de futbolistas, se convirtió en una tienda de moda con salón de belleza, se prendió fuego por un desperfecto eléctrico y fue una casa vacía durante muchos años hasta resurgir en 2025 como un espacio gastronómico a cargo de uno de los cocineros más prometedores de la escena local: Agustín Brañas.

Agustín Brañas se especializa en las carnes, tiene un restaurante en Suiza y está a cargo de la parrilla Rufino en Brasil. En Argentina, su nueva apuesta recorre todas las regiones del país.

El proyecto fue impulsado por tres socios y amigos de toda la vida: Gonzalo junto a Matías Spilkin y Nicolás Satz. Con el puntapié inicial de hacer “algo” allí, convocaron a su arquitecto de cabecera, Alejandro Brave.

La casa en sí misma y las personas que participaron en su remodelación le fueron dando forma a la idea que finalmente emergió.

Comenzaron por, cuidadosamente, tirar abajo algunas paredes no portantes que dividían múltiples ambientes pequeños.

La etapa de demolición pronto adquirió forma de proceso de descubrimiento.

La casa se encontraba en ruinas y los ambientes tenían separaciones que restaban posibilidades.

Conectar, ampliar e iluminar fueron las consignas.

Empezamos a encontrar espacios nuevos. Al ´pelar´ todo y desnudar la casa llegamos a una estructura de hierro que sostenía muy sólidamente de medianera a medianera”, se entusiasma Brave y agrega: “En el segundo piso las vigas y abovedados directamente se dejaron a la vista para crear un ambiente descontracturado y rústico“.

Los pisos se restauraron por completo, preservando la madera original.

Los techos bajos de Durlock fueron eliminados para recuperar la espacialidad de la altura original. Aunque en el salón principal se reemplazaron por paneles de madera y tela a modo de cielorraso acústico, con el fin de insonorizar el ambiente.

Las puertas de vidrios biselados recobraron esplendor. Las maderas destacaron. Las molduras y gargantas dibujaron siluetas atractivas. De pronto, apareció ante la vista de todos ¡el restaurante!

Las sillas de todas las plantas son de la misma familia. Varían los colores según el sector. Son de Estudio T, fueron elegidas por su durabilidad.

Segundas partes, sí son buenas

No iba a ser la primera vez que los inversores harían pie en el sector gourmet. Los socios al frente de Camello Hospitality Group ya habían incursionado -casi de casualidad- en la gastronomía cuando construyeron un inmenso cowork en Chacarita y, sin saber qué destino darle al garage, pusieron un restaurante que –en manos del chef Maximiliano Rossi– marcó tendencia con la cocina de platitos y fundó un nuevo polo para sibaritas: Picarón. Un exitazo.

El diseño de iluminación fue clave, como así también aprovechar al máximo la luz natural durante el día. La pared lateral cuenta con un panel de telas y led que contribuye a absorber ruidos del ambiente y aporta calidez.

Quizás por eso intuyeron que era buena idea seguir un rumbo similar.

Primero se inclinaron por apostar a la comida japonesa en planta baja, y arriba querían montar un bar. Luego pensaron en conjugar un Omakase con un espacio aparte de carnes para el cual invitaron a Agustín Brañas.

Pero cuando el chef llegó, encontró en la casa la oportunidad de desarrollar una propuesta imbatible que terminó transformándolo todo: el negocio y la remodelación que estaba en curso.

La conquista

El desafío finalmente fue tomar las tres plantas para concebir un solo restaurante que terminó configurándose en una categoría aún no explorada: la cocina de territorio.

La cocina de agua recorre mares y ríos pero también costas y orillas con platos que además de sabrosos y originales, son muy estéticos visualmente

Brañas, con su vasta experiencia geográfica y culinaria, podía integrar todos los medios para habitar esta arquitectura de una manera totalizadora.

Como un cocinero del camino que interpreta distintas regiones de la Argentina, combinó dos propuestas bien diferenciadas que se expanden por la casa con algunas fronteras marcadas y áreas de intersección. Mientras que en la planta baja y el primer piso se sirven platos derivados del agua, en el segundo son productos de la tierra.

Pescados de mar y de río, cultivos de las orillas en las plantas inferiores; en la superior carnes, hortalizas

Barajar y dar de nuevo

Con el plan final en mente se fueron tomando decisiones en la reforma. Ahí donde estaba la vieja biblioteca surgió claramente el lugar ideal para una cava de vinos.

El salón principal evidentemente ofrecía el espacio perfecto para un comedor más íntimo, sólo había que dotar de carácter a este VIP.

No tuve miedo de pintar la boisserie de verde, tal como lo harían en una casa inglesa”, explica Brave.

Los muebles empotrados dieron lugar a amplia cava de vinos.La boisserie se pintó de color y se eligieron obras de arte contrastantes, como el cuadro de Alejandro Brave que, además, acompaña la propuesta de cocina de agua con una imagen de pescado camuflado entre formas orgánicas.

Lo viejo y lo antiguo

Los pisos estaban destruidos y había que recuperarlos. Hubo que desmontar todas las maderas para arreglar la estructura y luego restaurar pieza por pieza.

La idea fue conservar todo lo original, siempre y cuando fuera de valor patrimonial o resultara funcional. “A lo viejo no le tengo mucho cariño ni respeto. A lo antiguo sí”, sostiene el arquitecto.

La casa ya contaba con un ascensor pequeño que había sido añadido en el centro de la escalera y se conservó.

Había un vitral en el salón principal del primer piso que era viejo, no antiguo. Como oscurecía y no aportaba demasiado, fue reemplazado por ventanales que dan a un pequeño patio interno: la pared se pintó de rosado, se iluminó el exterior y se colocaron pasarelas metálicas a altura para poner plantas y crear una vista natural.

La medianera interna, en tono rosado, junto con los vidrios translúcidos y las plantas buscaron darle luz y aire a un ambiente que anteriormente era oscuro.

Interiorismo de paisajes

Cuando la estructura general de la casa estuvo resuelta, hubo que empezar a vestirla y definir qué look tendría. Alejandro Brave aplicó un riguroso criterio estético en el diseño de interiores pero también, coherencia interna y, sobre todo, funcionalidad. Trabajó codo a codo con el equipo.

Un mural con formas del universo subacuático le da entorno a las mesas y a la barra. Está creado por Magdalena Trucco.

Los empapelados son de Enamorada del muro, que trabaja con diversos artistas. Esta ilustración es de Trucco.

Cada espacio se compone como un bioma de artistas curado por Alejandro Brave quien convocó a artistas de un grupo que él mismo integra (clínica de arte con Diana Aisenberg), como a Dana Ferrari y Clara Campañola.

El interiorismo es un paisaje que acompaña la propuesta gastronómica, no solamente desde lo visual sino también a través de los materiales naturales y reciclados.

Ricas Estudio, con Ferrari y Campañola en el liderazco, se encargó de la confección de las luminarias.

Las lámparas se realizaron con chalas (hojas de choclo) y las flores, con plásticos reciclados.

Además de funcionar como pieza de arte y decorar, las lámparas difuminan luz tenue y aportan al ambiente distendido Los nichos existentes en las paredes de la casa eran cuadrados. Con un panel fueron transformados: la nueva abertura en forma de gota deja ver una caja de luz y arte. Son flores realizadas con botellas de plástico recicladas

La artista Campañola, especialista en ambientaciones y realizaciones escenográficas, también realizó un bosque de ramas y hojas secas que flota como una nube sobre la barra del segundo piso de Territorio Aura, donde el agua le da paso a la tierra.

La pieza vegetal que pende sobre la barra compone una textura viva que dialoga con los elementos de la cocina: tierra, fuego y agua.

La intención fue construir un territorio donde la naturaleza no solo decora, sino que acompaña, envuelve y cuenta una historia.

El follaje está armado con la flor de humo —pomposa y salvaje—, mata perro, eucalipto, aguaribay, treifer y lianas.

Los arreglos florales que se usan en todas las mesas del restaurante, también son ramos secos. Y los floreros, de madera. La presencia de este material en Territorio Aura es significativa.

De buena madera

Así como los pisos originales se recuperaron, en la planta alta -que no tenía madera- se hicieron a partir de tablones reciclados.

Las mesas comunitarias son de madera maciza de un taller llamado Notalo, de Tigre, que justamente trabaja reutilizando materiales.

Algunas de las mesas son individuales y otras, comunitarias. No se usan manteles, la madera es protagonista.

La anatomía de los árboles descubre una faceta funcional. Para resolver la necesidad de iluminación sobre las mesas movibles que integra el gran banco de la pared lateral se usaron como lámparas troncos traídos del monte cordobés.

Recolectados en el monte de Córdoba, los troncos caídos fueron cuidadosamente limpiados, secados y transformados para dar luz.

Una escalera clave

La casa, con sus tres niveles, presentaba un gran desafío operativo para dar sustento a este concepto de restaurante integral. “Terminamos teniendo tres cocinas, una en el subsuelo para los platos de agua, en planta baja hay una cocina de fríos -entradas, pescados y postres- y otra en el tercer piso que es la de las carnes”, explica Agustín quien participó junto al arquitecto en el diseño y equipamiento de éstas.

Por eso, la escalera central es considerada la columna vertebral y una pieza clave en la dinámica fluida entre los distintos ambientes y propuestas.

La escalera se pulió y se conservó en madera. En la segunda planta el empapelado apenas insinúa sombras vegetales.

Había que buscar una solución de convivencia y comunicación, “para que los platos lleguen al mismo tiempo a la misma mesa desde tres cocinas diferentes”.

Así, con una sincronizada coreografía de servicio, por la escalera solo suben platos llenos, los vacíos van a la bacha por un montaplatos. Y los comensales son invitados a usar el ascensor.

Agustín diseñó sus productos pensando en cómo circularían entre las plantas, considerando los requerimientos de temperaturas, tiempos y movimientos. También se eligió vajilla lo suficientemente contenedora como para poder trasladar con seguridad, pero sin resignar estilo.

Tiradito de truchón en vajilla Volf. También se usan piedras y platos de madera para servir.

De esta manera, Territorio Aura se presenta como una propuesta gastronómica muy sofisticada que logró habitar una arquitectura distinguida con un estilo fluido, delicado y confortable para vivir una experiencia de alta gama, pero con la sensación de comer como en casa.

 En el barrio del ex Zoo, tras hacer una obra radical y diseñar meticulosamente el interiorismo, se inauguró Territorio Aura, un espacio que recrea paisajes del país para dar lugar una propuesta gastronómica innovadora  LA NACION

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