Un nuevo equilibrio en Medio Oriente: los posibles escenarios que se abren tras el bombardeo de EE.UU. a Irán

DAMASCO.- Tanto en su carrera empresarial como política, Donald Trump se ha caracterizado por apostar fuerte, corriendo a menudo mayores riesgos que los de sus adversarios. Sin embargo, pocas de sus apuestas han sido tan arriesgadas como la de ordenar un bombardeo masivo de las instalaciones nucleares iraníes.
El ataque ha sumido la entera región en una mezcla de estupor y de expectación. La actual guerra representa un capítulo más, quizás el más importante, de la ola de cambios que desencadenaron los ataques de Hamás del 7 de octubre. De una forma u otra, todos los países de Medio Oriente se verán afectados por el nuevo orden regional.
Ahora bien, cuál sea el efecto concreto dependerá del tipo de respuesta de Irán. La opción que señala Trump al liderazgo iraní es una rendición total, que implica renunciar a su programa nuclear independiente y al apoyo a la red de milicias afines que ha ido construyendo durante más de cuatro décadas. A cambio, Washington retiraría las sanciones que han puesto de rodillas a la economía. Hasta ahora, el régimen siempre ha mantenido una actitud desafiante, por lo que una rendición representaría un giro de 180 grados.
Entre las otras opciones, está la de lanzar una ola de represalias contra las bases de EE.UU. en la región, o contra sus intereses a través de las milicias afines, como los hutíes yemeníes, así como cerrar el estrecho de Ormuz, una importante vía marítima. Irán también podría reaccionar saliéndose del Tratado de No Proliferación Nuclear, y quizás buscando la bomba atómica. La duda es si atesora ya suficiente uranio enriquecido para hacerlo.
La administración Trump prometió nuevos ataques si Irán no levanta la bandera blanca. El problema es que una intensificación de las hostilidades podría arrastrar EE.UU. a una nueva larga guerra en la región. En lugar de enviar soldados a Irán, en contra de las promesas de Trump, el presidente estadounidense podría optar por impulsar un cambio de régimen en Irán. ¿Podría tener éxito la apuesta?
Es difícil medir el sentir de la opinión pública iraní. Aunque el régimen haya perdido parte de su cúpula militar, su capacidad de reprimir un levantamiento popular continúa en buena parte intacto. Ahora bien, una campaña de intensos bombardeos contra las infraestructuras civiles, haría la vida de los iraníes más difícil de lo que ya es, por lo que un estallido de rabia no es descartable. Eso podría conducir a una guerra civil, sobre todo si EE.UU. e Israel se dedican a armar milicias opositoras, como las ya existentes en las zonas kurda y baluchi.
Esta posibilidad, asimismo, presenta numerosos riesgos. Si el fruto de la guerra de los soviéticos en Afganistán fue el nacimiento de Al-Qaeda, y el de la guerra de llevó a la creación del Estado Islámico -o ISIS por sus siglas en inglés-, ¿qué monstruo podría generar una caótica guerra civil en Irán con intervención extranjera? Difícilmente, en un escenario de estas características, el caos quedaría limitado dentro de las fronteras de Irán, sino que podría irradiar inestabilidad en toda la región.
Sea como fuere, de lo que no hay duda es que Israel emergerá de esta guerra como la gran potencia regional de Medio Oriente, y con una alianza todavía más estrecha, si cabe, con Estados Unidos. Eso puede significar mayor carta blanca para proseguir su política de tierra quemada en Gaza, o incluso ampliarla a Cisjordania. El gran ganador del conflicto bélico actual es el premier israelí, Benjamin Netanyahu, que siempre puso en el centro de su agenda neutralizar el programa nuclear iraní a través de la fuerza, y a poder ser, con el apoyo de Washington.
Un lugar donde ahora la preocupación es grande es el Golfo Pérsico. A pesar de su proximidad con Trump, las petromonarquías del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza, habían expresado su rechazo a cualquier conflicto bélico que pueda generar inestabilidad y perjudicar su transición a una economía post-petrolífera. Una de las grandes dudas es si Irán o los hutíes atacaran sus refinerías o intentarán desestabilizar el tráfico marítimo. Si así fuera, podrían verse arrastradas a involucrarse en el conflicto que no deseaban.
El impacto de la guerra atraviesa los límites de Medio Oriente y tendrá también consecuencias a nivel global. Es altamente improbable, por no decir imposible, que Rusia y China intervengan para sostener a Teherán. A ninguna de estas potencias les agradaría perder un aliado como la República Islámica, pero no tienen ningún interés en entrar en una guerra. En el caso de Rusia, porque suficiente tiene ya con Ucrania. En cuento a China, su prioridad es Taiwán, y quizás le puede venir bien que Estados Unidos entre en el avispero iraní, ya que las energías que gaste allí no las podrá utilizar en Extremo Oriente.
DAMASCO.- Tanto en su carrera empresarial como política, Donald Trump se ha caracterizado por apostar fuerte, corriendo a menudo mayores riesgos que los de sus adversarios. Sin embargo, pocas de sus apuestas han sido tan arriesgadas como la de ordenar un bombardeo masivo de las instalaciones nucleares iraníes.
El ataque ha sumido la entera región en una mezcla de estupor y de expectación. La actual guerra representa un capítulo más, quizás el más importante, de la ola de cambios que desencadenaron los ataques de Hamás del 7 de octubre. De una forma u otra, todos los países de Medio Oriente se verán afectados por el nuevo orden regional.
Ahora bien, cuál sea el efecto concreto dependerá del tipo de respuesta de Irán. La opción que señala Trump al liderazgo iraní es una rendición total, que implica renunciar a su programa nuclear independiente y al apoyo a la red de milicias afines que ha ido construyendo durante más de cuatro décadas. A cambio, Washington retiraría las sanciones que han puesto de rodillas a la economía. Hasta ahora, el régimen siempre ha mantenido una actitud desafiante, por lo que una rendición representaría un giro de 180 grados.
Entre las otras opciones, está la de lanzar una ola de represalias contra las bases de EE.UU. en la región, o contra sus intereses a través de las milicias afines, como los hutíes yemeníes, así como cerrar el estrecho de Ormuz, una importante vía marítima. Irán también podría reaccionar saliéndose del Tratado de No Proliferación Nuclear, y quizás buscando la bomba atómica. La duda es si atesora ya suficiente uranio enriquecido para hacerlo.
La administración Trump prometió nuevos ataques si Irán no levanta la bandera blanca. El problema es que una intensificación de las hostilidades podría arrastrar EE.UU. a una nueva larga guerra en la región. En lugar de enviar soldados a Irán, en contra de las promesas de Trump, el presidente estadounidense podría optar por impulsar un cambio de régimen en Irán. ¿Podría tener éxito la apuesta?
Es difícil medir el sentir de la opinión pública iraní. Aunque el régimen haya perdido parte de su cúpula militar, su capacidad de reprimir un levantamiento popular continúa en buena parte intacto. Ahora bien, una campaña de intensos bombardeos contra las infraestructuras civiles, haría la vida de los iraníes más difícil de lo que ya es, por lo que un estallido de rabia no es descartable. Eso podría conducir a una guerra civil, sobre todo si EE.UU. e Israel se dedican a armar milicias opositoras, como las ya existentes en las zonas kurda y baluchi.
Esta posibilidad, asimismo, presenta numerosos riesgos. Si el fruto de la guerra de los soviéticos en Afganistán fue el nacimiento de Al-Qaeda, y el de la guerra de llevó a la creación del Estado Islámico -o ISIS por sus siglas en inglés-, ¿qué monstruo podría generar una caótica guerra civil en Irán con intervención extranjera? Difícilmente, en un escenario de estas características, el caos quedaría limitado dentro de las fronteras de Irán, sino que podría irradiar inestabilidad en toda la región.
Sea como fuere, de lo que no hay duda es que Israel emergerá de esta guerra como la gran potencia regional de Medio Oriente, y con una alianza todavía más estrecha, si cabe, con Estados Unidos. Eso puede significar mayor carta blanca para proseguir su política de tierra quemada en Gaza, o incluso ampliarla a Cisjordania. El gran ganador del conflicto bélico actual es el premier israelí, Benjamin Netanyahu, que siempre puso en el centro de su agenda neutralizar el programa nuclear iraní a través de la fuerza, y a poder ser, con el apoyo de Washington.
Un lugar donde ahora la preocupación es grande es el Golfo Pérsico. A pesar de su proximidad con Trump, las petromonarquías del Golfo, con Arabia Saudí a la cabeza, habían expresado su rechazo a cualquier conflicto bélico que pueda generar inestabilidad y perjudicar su transición a una economía post-petrolífera. Una de las grandes dudas es si Irán o los hutíes atacaran sus refinerías o intentarán desestabilizar el tráfico marítimo. Si así fuera, podrían verse arrastradas a involucrarse en el conflicto que no deseaban.
El impacto de la guerra atraviesa los límites de Medio Oriente y tendrá también consecuencias a nivel global. Es altamente improbable, por no decir imposible, que Rusia y China intervengan para sostener a Teherán. A ninguna de estas potencias les agradaría perder un aliado como la República Islámica, pero no tienen ningún interés en entrar en una guerra. En el caso de Rusia, porque suficiente tiene ya con Ucrania. En cuento a China, su prioridad es Taiwán, y quizás le puede venir bien que Estados Unidos entre en el avispero iraní, ya que las energías que gaste allí no las podrá utilizar en Extremo Oriente.
El bombardeo a instalaciones nucleares iraníes abre un escenario incierto: desde una posible guerra civil hasta la consolidación de Israel como potencia regional LA NACION