A Boca se le acabó el sueño americano, pero Infantino seguirá de fiesta
La fiesta de la cadena hispana Telemundo comenzaba. “A celebrar, porque falta un año exacto para el Mundial 2026”. El megayate frente a Miami Beach recibía a unos trescientos invitados. Funcionarios de la FIFA y autoridades políticas, como la alcaldesa de Miami-Dade, Daniela Levine-Cava. Deportistas, artistas… Sonaba “Yo voy”, de Zion & Lennox y Daddy Yankee. De repente, tres embarcaciones policiales y un helicóptero rodearon al yate. Y también a los catamaranes que trasladaban a los invitados VIP y al personal de servicio. Podía ser un control de rutina de la Guardia Costera. Eran, ante todo, agentes de Migraciones (ICE). La redada duró más de una hora. Y la fiesta, el 11 de junio pasado, fue cancelada. Tres días después, Miami daba inicio al Mundial de Clubes. “My love has got no money”, comenzó a cantar la italiana Gala, la canción oficial de la “Copa Gianni”. Y Gianni Infantino, presidente de la FIFA, saludó desde el palco. Houdini en el Far West. La fiesta del fútbol en medio de redadas, guerra y calor extremo. “Na-na-na-na-na na, na-na, ná”.
Escribo a solo quince minutos en auto de Mar-a-Lago, allí donde el presidente Donald Trump ordena al mundo. Y allí también donde solo cruzando un puente, la opulencia de las mansiones sobre la playa se trasforma en cientos de migrantes indocumentados y con visas temporales, jardineros, mozos, guatemaltecos, mexicanos y venezolanos ante todo, que fueron o serán deportados, esposados y con cadenas en cinturas y pies, sin cama, sin aseo por varios días, arrestados sin orden judicial por agentes sin identificación que bajan de camionetas sin placa y patrullan escuelas, iglesias, supermercados.
Buena parte de la numerosa población hispana de Lake Worth que vive casi encerrada en sus casas, sin abrir ventanas, sin siquiera enviar a los niños a la escuela, como el adolescente de catorce años que, cuenta una larga crónica en The New York Times, se mató de angustia. Es el Estado de Florida, donde esta semana comenzó a construirse Alligator Alcatraz, un centro de detención para migrantes que estará rodeado de caimanes. “La mayor deportación masiva de la historia”, como la llamó Trump, ambiciona tres mil arrestos por día. Hay que animarse a ir a los estadios mundialistas. Allí seguirá sonando hasta la final del 13 de julio la pegadiza canción oficial que se llama “Freed From Desire” (Liberado del deseo).
El epicentro está en Los Ángeles, ciudad con historia de resistencia social, inmigrantes un tercio de sus residentes, ya cerca de sesenta mil arrestos, y con cuatro mil efectivos de la Guardia Nacional y setecientos marines enviados por Trump para “liberar” a la ciudad de “animales e insurrectos” y también, como dijo la funcionaria Kristi Noem, “de los socialistas” de “liderazgo agobiante” como el gobernador demócrata Gavin Newson, opositor que sufrió amenaza de arresto, como ya les sucedió a congresistas que interfirieron redadas. En paredes de la ciudad (que tiene también a miles de residentes iraníes), se leen carteles de miedo, pero que humanizan a cada víctima de ICE. Dicen los carteles: “Hijo (o “padre”, “abuela”, lo que fuere) desaparecido”. Los Angeles Dodgers, campeones vigentes del béisbol nacional, prohibieron el jueves pasado el ingreso de agentes de ICE en pleno partido en su estadio, propiedad privada, templo de buena parte de la comunidad latina.
Todo esto, y mucho más, como la guerra con Irán, sucede en Estados Unidos en pleno Mundial de Clubes. Y con Trump contándolo como si nada mientras recibe al plantel de Juventus en el cada vez más peligroso Salón Oval de la Casa Blanca. Fue una recepción surrealista, pero “envidiada” (así lo dijo) por Mauricio Pochettino, DT argentino de la selección local, que está jugando la Copa de Oro de la Concacaf, que se celebra también en Estados Unidos y con Arabia Saudita de invitado especial, financista del Mundial de Clubes, nuevo Papá Noel de la pelota ahora que Infantino le concedió el Mundial de 2034. Anoche, por la Copa de Oro, miles de guatemaltecos celebraron victoria (3-2 ante Guadalupe) en el Shall Energy Stadium en Houston. Sin temor a la noticia central del día en el diario Houston Chronicle: una mujer salvadoreña que llamó al 911 por violencia doméstica y terminó detenida por ICE. Deportación inminente.
No hubo redadas, al menos por ahora, en los estadios del Mundial de Clubes. El infierno son las temperaturas bochornosas que crecerán esta semana, como las tormentas eléctricas que, se teme, volverán a suspender partidos cuando se juegue el Mundial 2026. Pero nada modificará la sonrisa eterna de Infantino. Ni siquiera la partida rápida de sus amados hinchas de Boca, cuyo equipo sufrió ayer la fragilidad del sueño americano. Fue valiente para la trinchera versus Europa. Pero impotente cuando, además de luchar, fue obligado a jugar ante un equipo aficionado de Nueva Zelanda que, obviamente, le cedió pelota y territorio. En Nashville, “Ciudad de la Música”, más que el “Dale Boca” que impactó a miles, terminó escuchándose un viejo blues, no solo lamento nacido en los campos de la esclavitud, sino también protesta social. Como “Los invisibles”, de Charlie Musselwhite: “Somos los invisibles que dejaste morir/ los que quedamos afuera”.
La fiesta de la cadena hispana Telemundo comenzaba. “A celebrar, porque falta un año exacto para el Mundial 2026”. El megayate frente a Miami Beach recibía a unos trescientos invitados. Funcionarios de la FIFA y autoridades políticas, como la alcaldesa de Miami-Dade, Daniela Levine-Cava. Deportistas, artistas… Sonaba “Yo voy”, de Zion & Lennox y Daddy Yankee. De repente, tres embarcaciones policiales y un helicóptero rodearon al yate. Y también a los catamaranes que trasladaban a los invitados VIP y al personal de servicio. Podía ser un control de rutina de la Guardia Costera. Eran, ante todo, agentes de Migraciones (ICE). La redada duró más de una hora. Y la fiesta, el 11 de junio pasado, fue cancelada. Tres días después, Miami daba inicio al Mundial de Clubes. “My love has got no money”, comenzó a cantar la italiana Gala, la canción oficial de la “Copa Gianni”. Y Gianni Infantino, presidente de la FIFA, saludó desde el palco. Houdini en el Far West. La fiesta del fútbol en medio de redadas, guerra y calor extremo. “Na-na-na-na-na na, na-na, ná”.
Escribo a solo quince minutos en auto de Mar-a-Lago, allí donde el presidente Donald Trump ordena al mundo. Y allí también donde solo cruzando un puente, la opulencia de las mansiones sobre la playa se trasforma en cientos de migrantes indocumentados y con visas temporales, jardineros, mozos, guatemaltecos, mexicanos y venezolanos ante todo, que fueron o serán deportados, esposados y con cadenas en cinturas y pies, sin cama, sin aseo por varios días, arrestados sin orden judicial por agentes sin identificación que bajan de camionetas sin placa y patrullan escuelas, iglesias, supermercados.
Buena parte de la numerosa población hispana de Lake Worth que vive casi encerrada en sus casas, sin abrir ventanas, sin siquiera enviar a los niños a la escuela, como el adolescente de catorce años que, cuenta una larga crónica en The New York Times, se mató de angustia. Es el Estado de Florida, donde esta semana comenzó a construirse Alligator Alcatraz, un centro de detención para migrantes que estará rodeado de caimanes. “La mayor deportación masiva de la historia”, como la llamó Trump, ambiciona tres mil arrestos por día. Hay que animarse a ir a los estadios mundialistas. Allí seguirá sonando hasta la final del 13 de julio la pegadiza canción oficial que se llama “Freed From Desire” (Liberado del deseo).
El epicentro está en Los Ángeles, ciudad con historia de resistencia social, inmigrantes un tercio de sus residentes, ya cerca de sesenta mil arrestos, y con cuatro mil efectivos de la Guardia Nacional y setecientos marines enviados por Trump para “liberar” a la ciudad de “animales e insurrectos” y también, como dijo la funcionaria Kristi Noem, “de los socialistas” de “liderazgo agobiante” como el gobernador demócrata Gavin Newson, opositor que sufrió amenaza de arresto, como ya les sucedió a congresistas que interfirieron redadas. En paredes de la ciudad (que tiene también a miles de residentes iraníes), se leen carteles de miedo, pero que humanizan a cada víctima de ICE. Dicen los carteles: “Hijo (o “padre”, “abuela”, lo que fuere) desaparecido”. Los Angeles Dodgers, campeones vigentes del béisbol nacional, prohibieron el jueves pasado el ingreso de agentes de ICE en pleno partido en su estadio, propiedad privada, templo de buena parte de la comunidad latina.
Todo esto, y mucho más, como la guerra con Irán, sucede en Estados Unidos en pleno Mundial de Clubes. Y con Trump contándolo como si nada mientras recibe al plantel de Juventus en el cada vez más peligroso Salón Oval de la Casa Blanca. Fue una recepción surrealista, pero “envidiada” (así lo dijo) por Mauricio Pochettino, DT argentino de la selección local, que está jugando la Copa de Oro de la Concacaf, que se celebra también en Estados Unidos y con Arabia Saudita de invitado especial, financista del Mundial de Clubes, nuevo Papá Noel de la pelota ahora que Infantino le concedió el Mundial de 2034. Anoche, por la Copa de Oro, miles de guatemaltecos celebraron victoria (3-2 ante Guadalupe) en el Shall Energy Stadium en Houston. Sin temor a la noticia central del día en el diario Houston Chronicle: una mujer salvadoreña que llamó al 911 por violencia doméstica y terminó detenida por ICE. Deportación inminente.
No hubo redadas, al menos por ahora, en los estadios del Mundial de Clubes. El infierno son las temperaturas bochornosas que crecerán esta semana, como las tormentas eléctricas que, se teme, volverán a suspender partidos cuando se juegue el Mundial 2026. Pero nada modificará la sonrisa eterna de Infantino. Ni siquiera la partida rápida de sus amados hinchas de Boca, cuyo equipo sufrió ayer la fragilidad del sueño americano. Fue valiente para la trinchera versus Europa. Pero impotente cuando, además de luchar, fue obligado a jugar ante un equipo aficionado de Nueva Zelanda que, obviamente, le cedió pelota y territorio. En Nashville, “Ciudad de la Música”, más que el “Dale Boca” que impactó a miles, terminó escuchándose un viejo blues, no solo lamento nacido en los campos de la esclavitud, sino también protesta social. Como “Los invisibles”, de Charlie Musselwhite: “Somos los invisibles que dejaste morir/ los que quedamos afuera”.
Ni las redadas migratorias compulsivas ni las inclemencias climáticas le borran la sonrisa al presidente de la FIFA LA NACION