El diseñador de las prendas ceremoniales de los Papas que tiene el desafío de vestir a León XIV

Absorto y curioso, miró el mundo desde dentro. Su familia era sencilla: su padre, carpintero; su madre, dedicada a la casa y a la limpieza semanal de la iglesia parroquial. “El silencio que huele”, califica a ese espacio Filippo Sorcinelli, diseñador osado y vanguardista que un día se convirtió en un creativo de la indumentaria papal.
“En nuestra casa –recuerda–, el tiempo tenía un ritmo preciso y sagrado”. Cortó, cosió, encendió velas, construyó altares con papel y tela, y organizó sus pensamientos en torno a todo lo que sucedía en esa pequeña iglesia.
Estudió en el Pontificio Instituto de Música Sacra, donde se acercó tanto a la liturgia como a la Teología. El diseño estuvo presente desde siempre.
“Recuerdo el momento solemne del corte de las telas en el pequeño taller de mis tías y mi hermana –cuenta–, la plancha encendida sobre el mantel de fiesta. El diseño era la forma en cómo se disponían las cosas para recibir con amor. Aprendí observando. La composición de una habitación, la forma de un asa y el perfil de una botella me hablaban. Ya desde niño podía reconocer la coherencia y la armonía”.
–¿Cómo surgió la conexión con el mundo eclesiástico?
–El vínculo siempre ha estado ahí, desde que acompañaba a mi madre a limpiar la iglesia. Empecé con el órgano, con la música resonando por los pasillos vacíos. Me atrajo el poder del silencio y la belleza del arte sacro. Le regalé a un sacerdote amigo una prenda diseñada para él y todo creció a partir de allí. Luego vinieron los encargos, hasta llegar a Roma. He diseñado y creado vestiduras sagradas para dos Papas y para parroquias. Lo sagrado es un hogar que conozco. Cada prenda litúrgica que creo es un umbral entre lo visible y lo invisible, entre el gesto y el misterio.
–¿Cómo fue llegar por primera vez al Vaticano?
–La voz se había corrido en la iglesia y me llamaron para crear algunos paramentos del Papa Benedicto XVI. Trabajar allí es muy grande en más de un sentido. Es un sitio donde las formas siguen teniendo mucho peso. No te podés vestir de cualquier manera, por ejemplo. El saco y la corbata son casi ineludibles. Mi imagen con tatuajes y aros atemorizaban un poco, pero sé ponerme el uniforme adecuado al sitio que visito.
–Tu trabajo en este caso no fue solo creatividad…
–No, porque cada detalle en una pieza papal tiene un mensaje. La liturgia es un manual de reglamentaciones, donde cada ornamento y vestimenta es sagrada. No vale cualquier cosa. Una vez que hice los primeros elementos, estuve mucho tiempo sin dormir esperando ver al Papa con ellos. Lo vi por televisión y el comentarista dijo, al ver salir a Benedicto XVI, que por fin veía a un Papa vestido como tal.
–Tu proceso de diseño tiene algo de ceremonia.
–Un ritual. Todo proyecto nace de la escucha y de la cultura de la investigación. Trabajo con respeto, cada detalle tiene sentido. El proyecto se convierte en una oración visual. Construyo cada objeto como si tuviera que hablar, acoger, proteger. Cada tejido es ya una narrativa, cada conjunto de piedras es una lágrima que encuentra un hogar.
–Operativamente, ¿cómo es la tarea?
–Es algo poco tradicional para un diseñador. No se toman medidas ni se hacen pruebas. Los encargos llegan desde el Ufficio delle Celebrazioni Liturgiche del Sommo Pontefice (la Oficina de la Celebración Litúrgica del Sumo Pontífice). Solo se aceptan aquellos que siguen las normas canónicas estrictas. Aun así, tuve contacto tanto con Benedicto XVI y con el Papa Francisco, y gané un espacio de libertad creativa asociada a sus propios estilos y personalidades. La indumentaria, sin embargo, no pertenece a uno de los Papas, sino que el siguiente usa prendas del anterior. También tuve que diseñar prendas para vestir San Celestino V, el primer Papa en abdicar, durante la exhumación de sus reliquias.
–¿Hay espacio para este tipo de diseño?
–Existen ambientes fértiles. El deseo de belleza vive dondequiera que haya intención de belleza. Llevé mi trabajo al Vaticano, a los museos, a los suburbios. La gente reconoce la autenticidad. La liturgia hoy necesita ser tocada nuevamente, respirada, vivida con gestos verdaderos, auténticos y con conciencia de su valor.
–No debe ser sencillo satisfacer a todos en un espacio tan complejo como la Iglesia.
–El mayor desafío ha sido hacer dialogar la tradición y la visión. Siempre he caminado entre el rigor y la libertad. El hábito litúrgico es un cuerpo: respira, cambia, acompaña. El vestido sagrado, por ejemplo, se confunde con la idea de traje teatral. Hay quienes temen a la innovación, quienes confunden respeto con repetición. Es como si hubiera estado caminando sobre una cresta… Puedo ver más lejos desde allí.
–¿Cuáles son los diseños que más te seducen?
–Me gusta crear objetos que queden. Me interesa la huella, lo que permanece después del paso. Me encantan las obras que no gritan, que se hacen presentes a través del poder de la discreción. Las cosas que parecen pequeñas, pero que contienen lo eterno.
–¿Qué despierta tu creatividad?
–Todo puede transformarse en material creativo. Para mí el arte es siempre el tema de toda existencia. La vida alejada del deseo de belleza es un fracaso.
–¿Te gustan las combinaciones no tradicionales?
–Yo creo en el diálogo. Mezclo telas, piedras, ideas. Lo sagrado y lo cotidiano se hablan entre sí. Los tejidos se encuentran con el metal y el hormigón, el incienso se mezcla con el smog. La identidad vive en la complejidad para luego ser transfigurada definitivamente por la idea trascendental de la belleza. Cada proyecto es un acto de reconciliación entre mundos.
Absorto y curioso, miró el mundo desde dentro. Su familia era sencilla: su padre, carpintero; su madre, dedicada a la casa y a la limpieza semanal de la iglesia parroquial. “El silencio que huele”, califica a ese espacio Filippo Sorcinelli, diseñador osado y vanguardista que un día se convirtió en un creativo de la indumentaria papal.
“En nuestra casa –recuerda–, el tiempo tenía un ritmo preciso y sagrado”. Cortó, cosió, encendió velas, construyó altares con papel y tela, y organizó sus pensamientos en torno a todo lo que sucedía en esa pequeña iglesia.
Estudió en el Pontificio Instituto de Música Sacra, donde se acercó tanto a la liturgia como a la Teología. El diseño estuvo presente desde siempre.
“Recuerdo el momento solemne del corte de las telas en el pequeño taller de mis tías y mi hermana –cuenta–, la plancha encendida sobre el mantel de fiesta. El diseño era la forma en cómo se disponían las cosas para recibir con amor. Aprendí observando. La composición de una habitación, la forma de un asa y el perfil de una botella me hablaban. Ya desde niño podía reconocer la coherencia y la armonía”.
–¿Cómo surgió la conexión con el mundo eclesiástico?
–El vínculo siempre ha estado ahí, desde que acompañaba a mi madre a limpiar la iglesia. Empecé con el órgano, con la música resonando por los pasillos vacíos. Me atrajo el poder del silencio y la belleza del arte sacro. Le regalé a un sacerdote amigo una prenda diseñada para él y todo creció a partir de allí. Luego vinieron los encargos, hasta llegar a Roma. He diseñado y creado vestiduras sagradas para dos Papas y para parroquias. Lo sagrado es un hogar que conozco. Cada prenda litúrgica que creo es un umbral entre lo visible y lo invisible, entre el gesto y el misterio.
–¿Cómo fue llegar por primera vez al Vaticano?
–La voz se había corrido en la iglesia y me llamaron para crear algunos paramentos del Papa Benedicto XVI. Trabajar allí es muy grande en más de un sentido. Es un sitio donde las formas siguen teniendo mucho peso. No te podés vestir de cualquier manera, por ejemplo. El saco y la corbata son casi ineludibles. Mi imagen con tatuajes y aros atemorizaban un poco, pero sé ponerme el uniforme adecuado al sitio que visito.
–Tu trabajo en este caso no fue solo creatividad…
–No, porque cada detalle en una pieza papal tiene un mensaje. La liturgia es un manual de reglamentaciones, donde cada ornamento y vestimenta es sagrada. No vale cualquier cosa. Una vez que hice los primeros elementos, estuve mucho tiempo sin dormir esperando ver al Papa con ellos. Lo vi por televisión y el comentarista dijo, al ver salir a Benedicto XVI, que por fin veía a un Papa vestido como tal.
–Tu proceso de diseño tiene algo de ceremonia.
–Un ritual. Todo proyecto nace de la escucha y de la cultura de la investigación. Trabajo con respeto, cada detalle tiene sentido. El proyecto se convierte en una oración visual. Construyo cada objeto como si tuviera que hablar, acoger, proteger. Cada tejido es ya una narrativa, cada conjunto de piedras es una lágrima que encuentra un hogar.
–Operativamente, ¿cómo es la tarea?
–Es algo poco tradicional para un diseñador. No se toman medidas ni se hacen pruebas. Los encargos llegan desde el Ufficio delle Celebrazioni Liturgiche del Sommo Pontefice (la Oficina de la Celebración Litúrgica del Sumo Pontífice). Solo se aceptan aquellos que siguen las normas canónicas estrictas. Aun así, tuve contacto tanto con Benedicto XVI y con el Papa Francisco, y gané un espacio de libertad creativa asociada a sus propios estilos y personalidades. La indumentaria, sin embargo, no pertenece a uno de los Papas, sino que el siguiente usa prendas del anterior. También tuve que diseñar prendas para vestir San Celestino V, el primer Papa en abdicar, durante la exhumación de sus reliquias.
–¿Hay espacio para este tipo de diseño?
–Existen ambientes fértiles. El deseo de belleza vive dondequiera que haya intención de belleza. Llevé mi trabajo al Vaticano, a los museos, a los suburbios. La gente reconoce la autenticidad. La liturgia hoy necesita ser tocada nuevamente, respirada, vivida con gestos verdaderos, auténticos y con conciencia de su valor.
–No debe ser sencillo satisfacer a todos en un espacio tan complejo como la Iglesia.
–El mayor desafío ha sido hacer dialogar la tradición y la visión. Siempre he caminado entre el rigor y la libertad. El hábito litúrgico es un cuerpo: respira, cambia, acompaña. El vestido sagrado, por ejemplo, se confunde con la idea de traje teatral. Hay quienes temen a la innovación, quienes confunden respeto con repetición. Es como si hubiera estado caminando sobre una cresta… Puedo ver más lejos desde allí.
–¿Cuáles son los diseños que más te seducen?
–Me gusta crear objetos que queden. Me interesa la huella, lo que permanece después del paso. Me encantan las obras que no gritan, que se hacen presentes a través del poder de la discreción. Las cosas que parecen pequeñas, pero que contienen lo eterno.
–¿Qué despierta tu creatividad?
–Todo puede transformarse en material creativo. Para mí el arte es siempre el tema de toda existencia. La vida alejada del deseo de belleza es un fracaso.
–¿Te gustan las combinaciones no tradicionales?
–Yo creo en el diálogo. Mezclo telas, piedras, ideas. Lo sagrado y lo cotidiano se hablan entre sí. Los tejidos se encuentran con el metal y el hormigón, el incienso se mezcla con el smog. La identidad vive en la complejidad para luego ser transfigurada definitivamente por la idea trascendental de la belleza. Cada proyecto es un acto de reconciliación entre mundos.
El italiano Filippo Sorcinelli, multigenerador de propuestas en el mundo de la moda, ya creó y bordó prendas para Benedicto XVI y Francisco LA NACION