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Todos somos Colapinto

Franco Colapinto es uno de los veinte mejores pilotos del mundo. Joven talentoso, luego de dos temporadas ya sabe que manejar rápido es tan importante como no chocar. Y que a veces el auto no arranca por razones ajenas al piloto.

El programa económico argentino sorprendió con un podio temprano en la carrera fiscal. Sin equilibrio presupuestario, no habría habido segunda temporada. Liberado de la necesidad de financiar al Tesoro, maniobró el volante monetario para frenar la inercia inflacionaria, que iba directo al paredón al 200% anual, y esquivar los pozos que había dejado en pista la administración anterior: deuda por importaciones de USD 44.000 millones y pasivos cuasimonetarios (más otros contingentes) por más de 15% del PBI, muchos con vencimiento a un día.

Hace tres meses abordó el circuito de la normalización cambiaria, liberando el cepo para las personas físicas, pero aún no para las empresas. El primer tramo fue exitoso al evitar oscilaciones bruscas o un derrape peligroso hacia la banquina superior de la pista cambiaria. Pero el circuito no es una autopista, sino un camino sinuoso, donde es prudente desacelerar en las curvas, rotar neumáticos si empieza a llover y hasta usar la banquina en una emergencia. Lo que no tiene retorno es irse al pasto y chocar.

Ingresando al segundo sector aparecieron luces amarillas en el tablero: en el trimestre de abundancia relativa por la cosecha gruesa, el tanque de reservas propias parece pinchado. Apenas logró sumar reservas prestadas (primero por el Fondo, luego por bancos privados) pero incumplió por USD 4.650 millones la meta trimestral de reservas del acuerdo con el Fondo Monetario, que optó por postergar la revisión prevista para mediados de junio.

El balance externo (que incluye el intercambio de bienes, servicios, intereses) pasará de un superávit de 0,8% del PBI en 2024 a un déficit proyectado de 2,1% en 2025. Esto significa que los argentinos, en conjunto, estamos consumiendo más de lo que producimos. No sería tan preocupante el nivel del desequilibrio como la velocidad del deterioro: recuérdese que en 2017, antes de la crisis de 2018, había sido de 4,7% del PBI, casi el doble que el 2,6% del PBI del año anterior.

Es cierto que, esta vez, el faltante es explicado por el exceso de gasto privado (consumo e inversión) y no por el déficit público. Pero eso no lo inmuniza frente a un escenario adverso: si se interrumpiera el crédito externo, obligaría a un recorte del gasto privado (recesión), a una pérdida de reservas (que no hay) o una devaluación (encarecer importaciones y abaratar costos en dólares de exportables). La apuesta a la opción virtuosa de ganar productividad vía baja de impuestos, desregulaciones, menores costos laborales y de capital, antes de que termine la paciencia de los prestamistas, suele ser tan arriesgada como encarar toda la temporada de F1 con neumáticos lisos confiando en que nunca llueva.

La dinámica no es convergente: en los primeros cinco meses del año, las cantidades importadas crecieron 43% interanual y las exportadas apenas 3%. Es cierto que aquellas desde un nivel muy deprimido en el valle recesivo de 2024 y estas afectadas por una cosecha algo menor. Pero si, en fases expansivas, las compras externas suelen triplicar el ritmo de crecimiento del producto interno, ahora lo multiplican por ocho. Y no son solo bienes de capital (multiplican por catorce), sino también los de consumo (por quince) y los vehículos (por treinta).

El déficit por viajes al exterior (6,7 millones de viajeros en cinco meses) aumenta un 60% (USD 8.500 millones en últimos doce meses), inclusive cuando el dólar paralelo para viajar -aun había cepo- era mayor al oficial actual, y ya es mayor al excedente de USD 6.000 millones por intercambio de bienes estimado para 2025 (un tercio de los USD 19.000 millones de 2024).

Así, el mercado cambiario entra al trimestre electoral, donde la demanda suele ser ascendente, con poca nafta (reservas) en el tanque. Desde la liberalización parcial del cepo, la formación de activos externos (dolarización) de las personas (las empresas permanecen inhibidas) trepó a unos USD 2.000 millones en medio mes de abril y a unos USD 3.200 millones en mayo. A la misma altura de 2017 (última elección de medio término sin cepo) rondaba los USD 1.000 millones mensuales.

No hay flotación libre, sino administrada. Ya el diseño normativo post liberalización parcial del cepo, calibrado con astucia, estimulaba la oferta y aplazaba la demanda de corto plazo: baja transitoria de retenciones para liquidación temprana del agro, dilación a 2026 de la demanda de utilidades presentes y a 2028 de las anteriores. Trocó prudencias por audacias cuando eliminó plazos mínimos a no residentes para asfaltar el ingreso de inversiones financieras. Pero además intervino con la palabra oficial (y para-oficial), que predicaba una convergencia del dólar a $ 1.000, y con la acción: ventas de dólar futuro por USD 2.000 millones en abril-mayo (junio aun no publicado). No es mala praxis, tiene sentido para evitar una volatilidad infundada de corto plazo, pero no es gratuita ni eficaz para interferir en la tendencia de largo.

Como en otras oportunidades, la reacción oficial ha sido más consistente en los hechos que en las palabras: en los últimos tres meses, la paridad oficial bilateral con el dólar aumento 11% y la multilateral 16% en términos reales; en las últimas semanas la autoridad económica habría empezado a comprar dólares aún por encima del piso de la banda, reconociendo así que el nivel de reservas propias no es indiferente a la confianza de los inversores.

Más confusa ha sido la reacción discursiva. Imagínese que, ante una señal de temperatura excesiva en el tablero, la reacción del box de ingenieros de Franco fuera: “acelera, es bueno, lo estábamos esperando, a Ferrari también le pasó hace 50 años, no importa el aceite sino el agua, es envidia”. Lejos de generar confianza, aumentaría la incertidumbre, porque aleja la posibilidad de corrección antes de la bandera a cuadros. A lo mejor la palabra de algún piloto que en el pasado haya recorrido esas curvas para otra escudería no sea conspirativa, sino cooperativa, sabiendo lo difícil que es volver del pasto. Y los reclamos de “autoridad moral” para opinar públicamente no sean más que el viejo recurso de falacias ad hominem para distraer la atención sobre argumentos incómodos.

En el balance reciente, es más saludable este régimen que la “tablita” del 1% mensual que regía hasta marzo, y más consistente este nivel cambiario que el de hace un mes, aunque pueda retrasar la desinflación. Porque importan los pobres actuales pero no a costa de los futuros si se incubara una distorsión artificial que terminara en choque. Pero tampoco es gratuita la erosión de la credibilidad de la palabra oficial, un activo imprescindible cuando la pista se angosta.

En algún momento, presumiblemente no antes de las elecciones, podrá completarse el circuito de la normalización cambiaria y potenciar la inversión. Si para entonces el desequilibrio externo no revirtiera su tendencia divergente, el tipo de cambio flotante podría ser mayor que el actual, aunque no explosivo en tanto se mantenga el rigor fiscal y la consistencia monetaria.

Las luces amarillas no suelen denunciar una maniobra puntual desafortunada, sino un desgaste acumulado. El estrés cambiario se incuba hace meses, pero recién aparece en el tablero cuando el combustible recurre al tanque de reserva. Si se optara por desconocer las alertas tempranas, podría derivar en un daño más delicado al motor de crecimiento, ya regulando a menos revoluciones: tras un rebote inusual en la segunda mitad de 2024 (3% promedio trimestral), la actividad ha entrado en un serrucho en 2025 (0,8% el primer trimestre, desacelerando el segundo), con buena reacción en sectores favorecidos por el crédito (consumo durable) o por el abaratamiento de importaciones (turismo externo), pero aletargado en actividades dependientes de un ingreso amesetado de las familias. La confianza en que la fuerza laboral se reoriente desde el conurbano textil y metalúrgico a la estepa patagónica energética o la puna mineral norteña parece optimista. Antes de que la minería y la energía puedan proveer empleo y divisas necesarias hay que atravesar cuatro elecciones en un conurbano bonaerense que alberga a la cuarta parte de los argentinos.

En perspectiva, los programas antiinflacionarios con ancla cambiaria son muy eficaces en el corto plazo. Siempre producen apreciación real y resienten el balance externo. Aún con equilibrio fiscal, lo de los superávits gemelos no era una redundancia extravagante: la magnitud y velocidad del deterioro externo importan. Tómese como una experiencia cooperativa. Al fin y al cabo, todos soñamos con un podio de Franco Colapinto que vuelva a hacer flamear la bandera argentina.

El autor es exministro de Economía de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires

Franco Colapinto es uno de los veinte mejores pilotos del mundo. Joven talentoso, luego de dos temporadas ya sabe que manejar rápido es tan importante como no chocar. Y que a veces el auto no arranca por razones ajenas al piloto.

El programa económico argentino sorprendió con un podio temprano en la carrera fiscal. Sin equilibrio presupuestario, no habría habido segunda temporada. Liberado de la necesidad de financiar al Tesoro, maniobró el volante monetario para frenar la inercia inflacionaria, que iba directo al paredón al 200% anual, y esquivar los pozos que había dejado en pista la administración anterior: deuda por importaciones de USD 44.000 millones y pasivos cuasimonetarios (más otros contingentes) por más de 15% del PBI, muchos con vencimiento a un día.

Hace tres meses abordó el circuito de la normalización cambiaria, liberando el cepo para las personas físicas, pero aún no para las empresas. El primer tramo fue exitoso al evitar oscilaciones bruscas o un derrape peligroso hacia la banquina superior de la pista cambiaria. Pero el circuito no es una autopista, sino un camino sinuoso, donde es prudente desacelerar en las curvas, rotar neumáticos si empieza a llover y hasta usar la banquina en una emergencia. Lo que no tiene retorno es irse al pasto y chocar.

Ingresando al segundo sector aparecieron luces amarillas en el tablero: en el trimestre de abundancia relativa por la cosecha gruesa, el tanque de reservas propias parece pinchado. Apenas logró sumar reservas prestadas (primero por el Fondo, luego por bancos privados) pero incumplió por USD 4.650 millones la meta trimestral de reservas del acuerdo con el Fondo Monetario, que optó por postergar la revisión prevista para mediados de junio.

El balance externo (que incluye el intercambio de bienes, servicios, intereses) pasará de un superávit de 0,8% del PBI en 2024 a un déficit proyectado de 2,1% en 2025. Esto significa que los argentinos, en conjunto, estamos consumiendo más de lo que producimos. No sería tan preocupante el nivel del desequilibrio como la velocidad del deterioro: recuérdese que en 2017, antes de la crisis de 2018, había sido de 4,7% del PBI, casi el doble que el 2,6% del PBI del año anterior.

Es cierto que, esta vez, el faltante es explicado por el exceso de gasto privado (consumo e inversión) y no por el déficit público. Pero eso no lo inmuniza frente a un escenario adverso: si se interrumpiera el crédito externo, obligaría a un recorte del gasto privado (recesión), a una pérdida de reservas (que no hay) o una devaluación (encarecer importaciones y abaratar costos en dólares de exportables). La apuesta a la opción virtuosa de ganar productividad vía baja de impuestos, desregulaciones, menores costos laborales y de capital, antes de que termine la paciencia de los prestamistas, suele ser tan arriesgada como encarar toda la temporada de F1 con neumáticos lisos confiando en que nunca llueva.

La dinámica no es convergente: en los primeros cinco meses del año, las cantidades importadas crecieron 43% interanual y las exportadas apenas 3%. Es cierto que aquellas desde un nivel muy deprimido en el valle recesivo de 2024 y estas afectadas por una cosecha algo menor. Pero si, en fases expansivas, las compras externas suelen triplicar el ritmo de crecimiento del producto interno, ahora lo multiplican por ocho. Y no son solo bienes de capital (multiplican por catorce), sino también los de consumo (por quince) y los vehículos (por treinta).

El déficit por viajes al exterior (6,7 millones de viajeros en cinco meses) aumenta un 60% (USD 8.500 millones en últimos doce meses), inclusive cuando el dólar paralelo para viajar -aun había cepo- era mayor al oficial actual, y ya es mayor al excedente de USD 6.000 millones por intercambio de bienes estimado para 2025 (un tercio de los USD 19.000 millones de 2024).

Así, el mercado cambiario entra al trimestre electoral, donde la demanda suele ser ascendente, con poca nafta (reservas) en el tanque. Desde la liberalización parcial del cepo, la formación de activos externos (dolarización) de las personas (las empresas permanecen inhibidas) trepó a unos USD 2.000 millones en medio mes de abril y a unos USD 3.200 millones en mayo. A la misma altura de 2017 (última elección de medio término sin cepo) rondaba los USD 1.000 millones mensuales.

No hay flotación libre, sino administrada. Ya el diseño normativo post liberalización parcial del cepo, calibrado con astucia, estimulaba la oferta y aplazaba la demanda de corto plazo: baja transitoria de retenciones para liquidación temprana del agro, dilación a 2026 de la demanda de utilidades presentes y a 2028 de las anteriores. Trocó prudencias por audacias cuando eliminó plazos mínimos a no residentes para asfaltar el ingreso de inversiones financieras. Pero además intervino con la palabra oficial (y para-oficial), que predicaba una convergencia del dólar a $ 1.000, y con la acción: ventas de dólar futuro por USD 2.000 millones en abril-mayo (junio aun no publicado). No es mala praxis, tiene sentido para evitar una volatilidad infundada de corto plazo, pero no es gratuita ni eficaz para interferir en la tendencia de largo.

Como en otras oportunidades, la reacción oficial ha sido más consistente en los hechos que en las palabras: en los últimos tres meses, la paridad oficial bilateral con el dólar aumento 11% y la multilateral 16% en términos reales; en las últimas semanas la autoridad económica habría empezado a comprar dólares aún por encima del piso de la banda, reconociendo así que el nivel de reservas propias no es indiferente a la confianza de los inversores.

Más confusa ha sido la reacción discursiva. Imagínese que, ante una señal de temperatura excesiva en el tablero, la reacción del box de ingenieros de Franco fuera: “acelera, es bueno, lo estábamos esperando, a Ferrari también le pasó hace 50 años, no importa el aceite sino el agua, es envidia”. Lejos de generar confianza, aumentaría la incertidumbre, porque aleja la posibilidad de corrección antes de la bandera a cuadros. A lo mejor la palabra de algún piloto que en el pasado haya recorrido esas curvas para otra escudería no sea conspirativa, sino cooperativa, sabiendo lo difícil que es volver del pasto. Y los reclamos de “autoridad moral” para opinar públicamente no sean más que el viejo recurso de falacias ad hominem para distraer la atención sobre argumentos incómodos.

En el balance reciente, es más saludable este régimen que la “tablita” del 1% mensual que regía hasta marzo, y más consistente este nivel cambiario que el de hace un mes, aunque pueda retrasar la desinflación. Porque importan los pobres actuales pero no a costa de los futuros si se incubara una distorsión artificial que terminara en choque. Pero tampoco es gratuita la erosión de la credibilidad de la palabra oficial, un activo imprescindible cuando la pista se angosta.

En algún momento, presumiblemente no antes de las elecciones, podrá completarse el circuito de la normalización cambiaria y potenciar la inversión. Si para entonces el desequilibrio externo no revirtiera su tendencia divergente, el tipo de cambio flotante podría ser mayor que el actual, aunque no explosivo en tanto se mantenga el rigor fiscal y la consistencia monetaria.

Las luces amarillas no suelen denunciar una maniobra puntual desafortunada, sino un desgaste acumulado. El estrés cambiario se incuba hace meses, pero recién aparece en el tablero cuando el combustible recurre al tanque de reserva. Si se optara por desconocer las alertas tempranas, podría derivar en un daño más delicado al motor de crecimiento, ya regulando a menos revoluciones: tras un rebote inusual en la segunda mitad de 2024 (3% promedio trimestral), la actividad ha entrado en un serrucho en 2025 (0,8% el primer trimestre, desacelerando el segundo), con buena reacción en sectores favorecidos por el crédito (consumo durable) o por el abaratamiento de importaciones (turismo externo), pero aletargado en actividades dependientes de un ingreso amesetado de las familias. La confianza en que la fuerza laboral se reoriente desde el conurbano textil y metalúrgico a la estepa patagónica energética o la puna mineral norteña parece optimista. Antes de que la minería y la energía puedan proveer empleo y divisas necesarias hay que atravesar cuatro elecciones en un conurbano bonaerense que alberga a la cuarta parte de los argentinos.

En perspectiva, los programas antiinflacionarios con ancla cambiaria son muy eficaces en el corto plazo. Siempre producen apreciación real y resienten el balance externo. Aún con equilibrio fiscal, lo de los superávits gemelos no era una redundancia extravagante: la magnitud y velocidad del deterioro externo importan. Tómese como una experiencia cooperativa. Al fin y al cabo, todos soñamos con un podio de Franco Colapinto que vuelva a hacer flamear la bandera argentina.

El autor es exministro de Economía de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires

 Franco Colapinto es uno de los veinte mejores pilotos del mundo. Joven talentoso, luego de dos temporadas ya sabe que manejar rápido es tan importante como no chocar. Y que a veces el auto no arranca por razones ajenas al piloto.El programa económico argentino sorprendió con un podio temprano en la carrera fiscal. Sin equilibrio presupuestario, no habría habido segunda temporada. Liberado de la necesidad de financiar al Tesoro, maniobró el volante monetario para frenar la inercia inflacionaria, que iba directo al paredón al 200% anual, y esquivar los pozos que había dejado en pista la administración anterior: deuda por importaciones de USD 44.000 millones y pasivos cuasimonetarios (más otros contingentes) por más de 15% del PBI, muchos con vencimiento a un día.Hace tres meses abordó el circuito de la normalización cambiaria, liberando el cepo para las personas físicas, pero aún no para las empresas. El primer tramo fue exitoso al evitar oscilaciones bruscas o un derrape peligroso hacia la banquina superior de la pista cambiaria. Pero el circuito no es una autopista, sino un camino sinuoso, donde es prudente desacelerar en las curvas, rotar neumáticos si empieza a llover y hasta usar la banquina en una emergencia. Lo que no tiene retorno es irse al pasto y chocar.Ingresando al segundo sector aparecieron luces amarillas en el tablero: en el trimestre de abundancia relativa por la cosecha gruesa, el tanque de reservas propias parece pinchado. Apenas logró sumar reservas prestadas (primero por el Fondo, luego por bancos privados) pero incumplió por USD 4.650 millones la meta trimestral de reservas del acuerdo con el Fondo Monetario, que optó por postergar la revisión prevista para mediados de junio.El balance externo (que incluye el intercambio de bienes, servicios, intereses) pasará de un superávit de 0,8% del PBI en 2024 a un déficit proyectado de 2,1% en 2025. Esto significa que los argentinos, en conjunto, estamos consumiendo más de lo que producimos. No sería tan preocupante el nivel del desequilibrio como la velocidad del deterioro: recuérdese que en 2017, antes de la crisis de 2018, había sido de 4,7% del PBI, casi el doble que el 2,6% del PBI del año anterior.Es cierto que, esta vez, el faltante es explicado por el exceso de gasto privado (consumo e inversión) y no por el déficit público. Pero eso no lo inmuniza frente a un escenario adverso: si se interrumpiera el crédito externo, obligaría a un recorte del gasto privado (recesión), a una pérdida de reservas (que no hay) o una devaluación (encarecer importaciones y abaratar costos en dólares de exportables). La apuesta a la opción virtuosa de ganar productividad vía baja de impuestos, desregulaciones, menores costos laborales y de capital, antes de que termine la paciencia de los prestamistas, suele ser tan arriesgada como encarar toda la temporada de F1 con neumáticos lisos confiando en que nunca llueva. La dinámica no es convergente: en los primeros cinco meses del año, las cantidades importadas crecieron 43% interanual y las exportadas apenas 3%. Es cierto que aquellas desde un nivel muy deprimido en el valle recesivo de 2024 y estas afectadas por una cosecha algo menor. Pero si, en fases expansivas, las compras externas suelen triplicar el ritmo de crecimiento del producto interno, ahora lo multiplican por ocho. Y no son solo bienes de capital (multiplican por catorce), sino también los de consumo (por quince) y los vehículos (por treinta).El déficit por viajes al exterior (6,7 millones de viajeros en cinco meses) aumenta un 60% (USD 8.500 millones en últimos doce meses), inclusive cuando el dólar paralelo para viajar -aun había cepo- era mayor al oficial actual, y ya es mayor al excedente de USD 6.000 millones por intercambio de bienes estimado para 2025 (un tercio de los USD 19.000 millones de 2024). Así, el mercado cambiario entra al trimestre electoral, donde la demanda suele ser ascendente, con poca nafta (reservas) en el tanque. Desde la liberalización parcial del cepo, la formación de activos externos (dolarización) de las personas (las empresas permanecen inhibidas) trepó a unos USD 2.000 millones en medio mes de abril y a unos USD 3.200 millones en mayo. A la misma altura de 2017 (última elección de medio término sin cepo) rondaba los USD 1.000 millones mensuales. No hay flotación libre, sino administrada. Ya el diseño normativo post liberalización parcial del cepo, calibrado con astucia, estimulaba la oferta y aplazaba la demanda de corto plazo: baja transitoria de retenciones para liquidación temprana del agro, dilación a 2026 de la demanda de utilidades presentes y a 2028 de las anteriores. Trocó prudencias por audacias cuando eliminó plazos mínimos a no residentes para asfaltar el ingreso de inversiones financieras. Pero además intervino con la palabra oficial (y para-oficial), que predicaba una convergencia del dólar a $ 1.000, y con la acción: ventas de dólar futuro por USD 2.000 millones en abril-mayo (junio aun no publicado). No es mala praxis, tiene sentido para evitar una volatilidad infundada de corto plazo, pero no es gratuita ni eficaz para interferir en la tendencia de largo.Como en otras oportunidades, la reacción oficial ha sido más consistente en los hechos que en las palabras: en los últimos tres meses, la paridad oficial bilateral con el dólar aumento 11% y la multilateral 16% en términos reales; en las últimas semanas la autoridad económica habría empezado a comprar dólares aún por encima del piso de la banda, reconociendo así que el nivel de reservas propias no es indiferente a la confianza de los inversores.Más confusa ha sido la reacción discursiva. Imagínese que, ante una señal de temperatura excesiva en el tablero, la reacción del box de ingenieros de Franco fuera: “acelera, es bueno, lo estábamos esperando, a Ferrari también le pasó hace 50 años, no importa el aceite sino el agua, es envidia”. Lejos de generar confianza, aumentaría la incertidumbre, porque aleja la posibilidad de corrección antes de la bandera a cuadros. A lo mejor la palabra de algún piloto que en el pasado haya recorrido esas curvas para otra escudería no sea conspirativa, sino cooperativa, sabiendo lo difícil que es volver del pasto. Y los reclamos de “autoridad moral” para opinar públicamente no sean más que el viejo recurso de falacias ad hominem para distraer la atención sobre argumentos incómodos.En el balance reciente, es más saludable este régimen que la “tablita” del 1% mensual que regía hasta marzo, y más consistente este nivel cambiario que el de hace un mes, aunque pueda retrasar la desinflación. Porque importan los pobres actuales pero no a costa de los futuros si se incubara una distorsión artificial que terminara en choque. Pero tampoco es gratuita la erosión de la credibilidad de la palabra oficial, un activo imprescindible cuando la pista se angosta.En algún momento, presumiblemente no antes de las elecciones, podrá completarse el circuito de la normalización cambiaria y potenciar la inversión. Si para entonces el desequilibrio externo no revirtiera su tendencia divergente, el tipo de cambio flotante podría ser mayor que el actual, aunque no explosivo en tanto se mantenga el rigor fiscal y la consistencia monetaria.Las luces amarillas no suelen denunciar una maniobra puntual desafortunada, sino un desgaste acumulado. El estrés cambiario se incuba hace meses, pero recién aparece en el tablero cuando el combustible recurre al tanque de reserva. Si se optara por desconocer las alertas tempranas, podría derivar en un daño más delicado al motor de crecimiento, ya regulando a menos revoluciones: tras un rebote inusual en la segunda mitad de 2024 (3% promedio trimestral), la actividad ha entrado en un serrucho en 2025 (0,8% el primer trimestre, desacelerando el segundo), con buena reacción en sectores favorecidos por el crédito (consumo durable) o por el abaratamiento de importaciones (turismo externo), pero aletargado en actividades dependientes de un ingreso amesetado de las familias. La confianza en que la fuerza laboral se reoriente desde el conurbano textil y metalúrgico a la estepa patagónica energética o la puna mineral norteña parece optimista. Antes de que la minería y la energía puedan proveer empleo y divisas necesarias hay que atravesar cuatro elecciones en un conurbano bonaerense que alberga a la cuarta parte de los argentinos.En perspectiva, los programas antiinflacionarios con ancla cambiaria son muy eficaces en el corto plazo. Siempre producen apreciación real y resienten el balance externo. Aún con equilibrio fiscal, lo de los superávits gemelos no era una redundancia extravagante: la magnitud y velocidad del deterioro externo importan. Tómese como una experiencia cooperativa. Al fin y al cabo, todos soñamos con un podio de Franco Colapinto que vuelva a hacer flamear la bandera argentina.El autor es exministro de Economía de la Nación y de la Provincia de Buenos Aires  LA NACION

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