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Federico Finchelstein: “El aspirante a fascista es una figura autoritaria, un populista extremo”

Hay palabras que no pierden vigencia. Remiten al pasado, pero también sirven para denotar políticas, actitudes y personas del presente. Tal vez esas palabras hoy aluden a fenómenos que no coinciden cien por ciento con aquellos que en su momento les dieron origen, pero ayudan, por la vía de la semejanza o la analogía, a definir. Federico Finchelstein es doctor en Historia y se ha dedicado a estudiar el fascismo, las dictaduras y el populismo, atento a las similitudes y a las diferencias. Desde esa perspectiva, acaba de publicar Aspirantes fascistas. Una guía para entender la principal amenaza de la democracia (Taurus).

Su objetivo en este trabajo fue retratar un nuevo tipo de liderazgo que, aunque muchas veces contradice los principios y valores que hasta aquí han nutrido a la democracia, se ha multiplicado en los últimos tiempos a lo largo de Occidente,

Según este académico, profesor de Historia en la New School for Social Research en Nueva York, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei, por mencionar algunos, son parte de este club de aspirantes a fascistas. “En este tiempo – dice Finchelstein– la política se ha tornado una religión, y este tipo de personajes surgen como grandes sacerdotes o incluso como dioses”.

Esta concepción, típica de los fascismos, aparecía en los populismos, pero aquí estamos ante algo que va más allá de la demagogia, dice Finchelstein. “En los populismos clásicos todo se hacía en nombre del líder, pero no tenía la dosis de racismo y de violencia que vemos hoy”.

El pasado ofrece contexto para interpretar y entender el presente, señala Finchelstein, pero al mismo tiempo previene: “No se puede identificar totalmente lo que pasó con lo que está pasando. En ese sentido, lo que veo es que la actual radicalización de la política es parte de un proceso que parece llevarnos hacia soluciones extremas en términos de la relación entre la política y la democracia que se parecen mucho o que tienen relación con el fascismo. Hay políticos que parecen haber dejado atrás características típicas del populismo para volver a aquello que era históricamente el fascismo. Los aspirantes a fascistas son populistas radicalizados. Son ideológicamente zarpados, minimizan la democracia y la usan cuando les sirve. No son fascistas cien por ciento. Cuando les conviene, no tienen problemas en digerir e incorporar a la vieja política y sus roscas. Y más allá de sus promesas de cambiar todo, tienden a ser temerosos e inseguros. El aspirante a fascista se aleja de la democracia sin llegar al estadío del fascista. Desafía la democracia, pero no la destruye. Al menos, no todavía”.

–Quizá las sociedades logren oponer un freno a esta deriva.

–La historia muestra que cuando muchos reaccionan estos líderes reconsideran sus posturas extremas. El aspirante a fascista es un populista extremo que muchas veces no se anima. Quizá no tiene el fanatismo extremo. Pero hay una incomodidad de este tipo de políticos frente a las instituciones. Estamos viendo que ya ni siquiera la legitimidad electoral representa un elemento central de este tipo de política. Vemos, justamente, algo más cercano al fascismo, que planteaba que la figura del líder a veces iba más allá del sentido común, de la democracia, de la paz.

–Pensemos esto en modo argentino.

–Luego del 45 se da una reformulación histórica del fascismo en clave democrática. Es decir, gente que venía del ámbito de la dictadura o del fascismo que decide reconvertirse porque cambian los paradigmas mundiales. Y al hacerlo se convierten en populistas. En nuestro país un hombre que viene del fascismo y de la dictadura es Perón, un dictador, un hombre fuerte. Y esto no es una opinión, es un dato histórico. Es el hombre fuerte de una dictadura, la del 43. Y hace lo contrario de lo que hacen los fascistas clásicos como Mussolini o Hitler, que usan la democracia para destruirla desde adentro y crear una dictadura. Perón va a destruir la dictadura desde adentro para llamar a elecciones y crear una democracia. Esa democracia, como él mismo lo planteaba con reminiscencias fascistas, tenía que ser contraria a los postulados del demoliberalismo. Perón entendía que las elecciones proporcionaban legitimidad política. Y fue el primer líder populista de la historia en ser elegido jefe de Estado de manera democrática.

Trump y Milei están demostrando que este tipo de extremismos rinde políticamente, lo cual es lamentable y se explica por el contexto”

–¿Quiénes encarnan hoy este tipo de liderazgos?

–Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Narendra Modi en la India. Y también podríamos hablar un ratito de Milei, constantemente preocupado por esto de no ser un fenómeno barrial, aunque en un sentido global no deja de tener menor relevancia que estos líderes. Por ejemplo, Trump pierde las elecciones y decide promover un golpe de Estado, un asalto a las instituciones, que después va a ser copiado por Bolsonaro. Si una persona que pierde las elecciones se mantiene en el poder a pesar de que los resultados electorales le jugaron en contra, no hay forma de que esa persona técnicamente no sea un dictador y su gobierno no sea una dictadura. En el caso de Trump falló ese golpe de Estado justamente por la resistencia de las instituciones y de gran parte de la gente. En el caso de Bolsonaro, lo mismo. Imposible entonces no querer indagar en la relación de estos nuevos populismos con el fascismo. Populistas clásicos del siglo XX, digamos un Berlusconi, una Cristina Kirchner, cuando pierden elecciones no les gusta, dicen que el pueblo está equivocado, pero aceptan los resultados. Lo que veo en estos nuevos populismos es un corte respecto de algo que había sido típico de los populismos, pero no de los fascismos, que es que los resultados electorales son importantes y que hay que respetarlos.

–¿Qué es el nuevo fascismo hoy?

–Hay cuatro elementos centrales del fascismo que lo distinguen del populismo clásico y lo acercan a los actuales populistas extremos: la xenofobia, la violencia política, la propaganda y, en última instancia, la dictadura. El nuevo arquetipo contiene los tres primeros, pero no el último. El aspirante a fascista no llega a imponer la dictadura ni suprime por completo el voto popular. Encarna una versión incompleta del fascismo. Es una figura autoritaria, un populista extremo, un ejemplo arquetípico de la antidemocracia que amenaza al pluralismo y a la tolerancia global.

En Estados Unidos hay instituciones fuertes, pero la ciudadanía no sabe bien cómo responder al avasallamiento de un sentido democrático”

–Una diferencia entre Trump y Milei podría ser que todavía el presidente argentino no sufrió ninguna derrota.

–Esa es la gran preocupación que tengo como historiador y como ciudadano. ¿Qué hará ante una eventual derrota esta gente que ya se muestra irracional, y casi diría irresponsable, cuando debería promover un escenario de más concordia y acuerdo justamente porque mucha gente lo apoya? Los populistas tienden a pensar que lo que importa es que aquellos que están con el líder representan al pueblo y aquellos que no estamos con el líder representamos al antipueblo.

–¿Considera a Cristina una populista clásica?

–Diría que sí. Crea un culto al líder, es intolerante. Es una populista clásica, pero que reconoce los resultados electorales.

–Comparte con Milei la necesidad de tener su propio relato de la realidad.

–Para mí eso es típico de un populista clásico. No creo que ella se crea sus mentiras, creo que cuando miente, miente. Como otros políticos, lo hace de forma demagógica. Cuando odia, no odia en términos xenófobos. Pero cuando el populismo de izquierdas, por así decirlo, desemboca en soluciones más autoritarias, deja de ser populismo. Hoy en Venezuela hay una dictadura, eso ya no es populismo. Rechazar resultados electorales no es populismo, es dictadura, pero no es fascismo. La idea es que el populismo también es un proceso, se puede dejar de ser populista para pasar a ser otra cosa, como un dictador en Venezuela o un aspirante a fascista.

–¿Cómo ve en estos términos la relación de Milei con la democracia?

–Tenemos un precedente que no hay que olvidar. Cuando pensaron que perdían la elección, salieron a denunciar fraude. Muchos periodistas preguntaron y pidieron pruebas, y en el campo de Milei no pudieron responder con datos a esas sospechas. Esta es una estrategia copiada del modelo de Trump y de Bolsonaro. Desde la admiración política, uno ve un Milei que copia el modelo de Trump. Cuando pensaron que perdían, copiaron ese modelo. Decía Trump: “Si gano está todo bien, pero si pierdo me la robaron de vuelta”. Un desprecio total por el funcionamiento de una democracia constitucional.

Cristina Kirchner es una populista clásica. Crea un culto al líder, es intolerante. No creo que crea en sus mentiras. Lo suyo es demagogia”

–¿Qué lugar tienen las oposiciones en estos procesos?

–En Estados Unidos, por ejemplo, hay instituciones fuertes con una masa ciudadana que no sabe bien cómo comportarse. Hay un sentido común democrático que está siendo avasallado, y hay como una, no diría apatía, pero si una sensación de incertidumbre y de no saber qué hacer para manifestar el desacuerdo. Porque Trump, y esto es típico, considera que la gente que lo votó representa al país en su conjunto, y que todos están de acuerdo con él. Y eso solo se puede creer cuando se piensa que los que no están de acuerdo no son gente decente, ciudadanos de bien. Si sos oposición, o no sos consciente de los intereses del pueblo y de la nación o sos un traidor.

–En la Argentina hay una gran fragmentación de la política, tanto dentro del oficialismo como de la oposición. Con una oposición fuerte, ¿Milei estaría más limitado en sus formas?

–Cuando Milei decidió mostrar realmente quién es, cuando decidió explicitar lo que siente, entró en un discurso prácticamente reaccionario y homofóbico, y mucha gente se manifestó en contra. No digo que lo paró totalmente, pero de alguna forma Milei entendió que ese no era un camino fácil. Lo mismo con el tema de las universidades. La oposición civil, entonces, es más efectiva que la oposición política. Quizás los políticos deberían tratar de entender mejor a la sociedad civil e insistir menos en sus caprichos. En Estados Unidos, donde hay instituciones más sólidas, no hay una tradición de participación ciudadana de ese tipo. Hoy estamos viendo más militarización de la política, más violencia y demonización en Estados Unidos que en la Argentina. Milei piensa como piensa, sigue rodeado por un tipo de intelectuales neofascistas, pero también es un político y entiende que por ahí, por ahora, no puede ir. Milei trata de imitar. Para alguien que vive en Estados Unidos, que es mi caso, hay poco de original en todo esto. Hasta en los lemas. Eso de “lágrimas de zurdo” es el “liberal tears” que existe allá al menos hace 20 años.

–En el libro se pregunta si estamos al borde de una nueva era de fascismo ¿Encontró la respuesta?

–Lo que está claro es que hay políticos que se animan a identificarse con algo que era tabú en otro momento. Si hasta el mismo Perón llamaba a esta gente piantavotos, ¿no? Trump o Milei están demostrando que este tipo de extremismos rinden políticamente. Lo cual es lamentable y forma parte de un contexto. Cuando un discurso antipolítico rinde de esta forma, es que existen falencias de otras alternativas políticas.

–También se refiere en su libro a la “inestabilidad social y emocional” de Milei.

–Es un creyente. Y esto muchas veces es un problema para la democracia. Max Weber planteaba la necesidad de la responsabilidad en la política, es decir, más allá de las ideas que se tenga, la importancia de ser responsable. Milei es altamente ideológico en ese sentido: “Se hace como yo digo o no se hace nada”. Y detrás de eso hay un trasfondo. Lo que debería ser política secular se vuelve política religiosa. La política se torna una religión, y este tipo de personajes surgen como grandes sacerdotes o incluso como dioses. Cosa que era típica de los fascismos, que aparecía en los populismos, pero de vuelta, en estos fenómenos actuales aparece de forma más extrema. En los populismos clásicos todo se hacía en nombre del líder, pero no tenía la dosis de racismo y de violencia que vemos hoy. Estamos ante políticas irresponsables, irracionales. Y esto más allá de las medidas particulares que estos líderes puedan tomar, con las que uno puede estar o no de acuerdo. Lo que sucede es que el modelo político es volátil. Estamos todo el tiempo en tensión.

–¿Cómo lleva el fascismo la idea del mito a la política, asunto que fue tema de un libro suyo anterior?

–Se trata de reemplazar lo racional por la fantasía. Eso también rinde. Más allá de no entender por qué el líder lleva adelante determinadas políticas, si uno cree y tiene fe en lo que dice al margen de resultados concretos, uno está en ese terreno mitológico y no en uno democrático y racional. En principio, deberíamos apoyar a aquellos que toman medidas con las que nos identificamos. Pero lamentablemente eso no funciona así. Porque se intenta que no sea la razón sino la fe lo que despierta el apoyo a un líder o a otro. Los fascismos promueven esto de forma explícita. ¿Cómo alguien puede insistir que es el líder a pesar de que a partir de cierto momento la gente no lo vota? Hitler decía que un líder como él precedía a las elecciones. El vínculo entre el líder y el pueblo es de tipo sagrado, no puede demostrarse, como la fe. Y si vos pedís pruebas, quiere decir que estás en contra. Uno de los sobrenombres de Bolsonaro es justamente “Mit” o “Mito”. Y es esta la idea, la de un líder que trasciende la historia. No se trata de resolver problemas que podemos tener los argentino. Sino de resolver el problema de la Argentina por los próximos cien años. Es un modelo religioso. Vivimos el apocalipsis y mi modelo trae la redención.

Perfil: Federico Finchelstein

Federico Finchelstein nació en Buenos Aires en 1975. Estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Cornell en 2006.

Es profesor de Historia en The New School for Social Research y Eugene Lang College de New School, en la ciudad de Nueva York. Ha impartido docencia en el departamento de Historia de la Universidad de Brown. Es director del Programa Janey de Estudios Latinoamericanos en la NSSR.

Ha publicado numerosos artículos en diversas revistas especializadas, así como ensayos en volúmenes colectivos acerca de fascismo, el Holocausto, la historia de los judíos en América Latina y Europa, el populismo en América Latina y el antisemitismo.

Entre sus libros se destacan El Holocausto y la culpa colectiva; La Argentina fascista; Los orígenes ideológicos de la dictadura; Del fascismo y populismo en la historia y Breve historia de la mentira fascista.

Ha sido colaborador de periódicos y medios estadounidenses, europeos y latinoamericanos, entre ellos The New York Times, The Washington Post, Folha de S.Paulo, Corriere della Sera (Italia) y The Guardian.

Acaba de publicar Aspirantes a fascistas. Una guía para entender la principal amenaza a la democracia (Taurus).

Aspirantes a fascistas. Una guía para entender la principal amenaza a la democracia, de Federico Finchelstein

Hay palabras que no pierden vigencia. Remiten al pasado, pero también sirven para denotar políticas, actitudes y personas del presente. Tal vez esas palabras hoy aluden a fenómenos que no coinciden cien por ciento con aquellos que en su momento les dieron origen, pero ayudan, por la vía de la semejanza o la analogía, a definir. Federico Finchelstein es doctor en Historia y se ha dedicado a estudiar el fascismo, las dictaduras y el populismo, atento a las similitudes y a las diferencias. Desde esa perspectiva, acaba de publicar Aspirantes fascistas. Una guía para entender la principal amenaza de la democracia (Taurus).

Su objetivo en este trabajo fue retratar un nuevo tipo de liderazgo que, aunque muchas veces contradice los principios y valores que hasta aquí han nutrido a la democracia, se ha multiplicado en los últimos tiempos a lo largo de Occidente,

Según este académico, profesor de Historia en la New School for Social Research en Nueva York, Donald Trump, Jair Bolsonaro y Javier Milei, por mencionar algunos, son parte de este club de aspirantes a fascistas. “En este tiempo – dice Finchelstein– la política se ha tornado una religión, y este tipo de personajes surgen como grandes sacerdotes o incluso como dioses”.

Esta concepción, típica de los fascismos, aparecía en los populismos, pero aquí estamos ante algo que va más allá de la demagogia, dice Finchelstein. “En los populismos clásicos todo se hacía en nombre del líder, pero no tenía la dosis de racismo y de violencia que vemos hoy”.

El pasado ofrece contexto para interpretar y entender el presente, señala Finchelstein, pero al mismo tiempo previene: “No se puede identificar totalmente lo que pasó con lo que está pasando. En ese sentido, lo que veo es que la actual radicalización de la política es parte de un proceso que parece llevarnos hacia soluciones extremas en términos de la relación entre la política y la democracia que se parecen mucho o que tienen relación con el fascismo. Hay políticos que parecen haber dejado atrás características típicas del populismo para volver a aquello que era históricamente el fascismo. Los aspirantes a fascistas son populistas radicalizados. Son ideológicamente zarpados, minimizan la democracia y la usan cuando les sirve. No son fascistas cien por ciento. Cuando les conviene, no tienen problemas en digerir e incorporar a la vieja política y sus roscas. Y más allá de sus promesas de cambiar todo, tienden a ser temerosos e inseguros. El aspirante a fascista se aleja de la democracia sin llegar al estadío del fascista. Desafía la democracia, pero no la destruye. Al menos, no todavía”.

–Quizá las sociedades logren oponer un freno a esta deriva.

–La historia muestra que cuando muchos reaccionan estos líderes reconsideran sus posturas extremas. El aspirante a fascista es un populista extremo que muchas veces no se anima. Quizá no tiene el fanatismo extremo. Pero hay una incomodidad de este tipo de políticos frente a las instituciones. Estamos viendo que ya ni siquiera la legitimidad electoral representa un elemento central de este tipo de política. Vemos, justamente, algo más cercano al fascismo, que planteaba que la figura del líder a veces iba más allá del sentido común, de la democracia, de la paz.

–Pensemos esto en modo argentino.

–Luego del 45 se da una reformulación histórica del fascismo en clave democrática. Es decir, gente que venía del ámbito de la dictadura o del fascismo que decide reconvertirse porque cambian los paradigmas mundiales. Y al hacerlo se convierten en populistas. En nuestro país un hombre que viene del fascismo y de la dictadura es Perón, un dictador, un hombre fuerte. Y esto no es una opinión, es un dato histórico. Es el hombre fuerte de una dictadura, la del 43. Y hace lo contrario de lo que hacen los fascistas clásicos como Mussolini o Hitler, que usan la democracia para destruirla desde adentro y crear una dictadura. Perón va a destruir la dictadura desde adentro para llamar a elecciones y crear una democracia. Esa democracia, como él mismo lo planteaba con reminiscencias fascistas, tenía que ser contraria a los postulados del demoliberalismo. Perón entendía que las elecciones proporcionaban legitimidad política. Y fue el primer líder populista de la historia en ser elegido jefe de Estado de manera democrática.

Trump y Milei están demostrando que este tipo de extremismos rinde políticamente, lo cual es lamentable y se explica por el contexto”

–¿Quiénes encarnan hoy este tipo de liderazgos?

–Donald Trump en Estados Unidos, Jair Bolsonaro en Brasil, Narendra Modi en la India. Y también podríamos hablar un ratito de Milei, constantemente preocupado por esto de no ser un fenómeno barrial, aunque en un sentido global no deja de tener menor relevancia que estos líderes. Por ejemplo, Trump pierde las elecciones y decide promover un golpe de Estado, un asalto a las instituciones, que después va a ser copiado por Bolsonaro. Si una persona que pierde las elecciones se mantiene en el poder a pesar de que los resultados electorales le jugaron en contra, no hay forma de que esa persona técnicamente no sea un dictador y su gobierno no sea una dictadura. En el caso de Trump falló ese golpe de Estado justamente por la resistencia de las instituciones y de gran parte de la gente. En el caso de Bolsonaro, lo mismo. Imposible entonces no querer indagar en la relación de estos nuevos populismos con el fascismo. Populistas clásicos del siglo XX, digamos un Berlusconi, una Cristina Kirchner, cuando pierden elecciones no les gusta, dicen que el pueblo está equivocado, pero aceptan los resultados. Lo que veo en estos nuevos populismos es un corte respecto de algo que había sido típico de los populismos, pero no de los fascismos, que es que los resultados electorales son importantes y que hay que respetarlos.

–¿Qué es el nuevo fascismo hoy?

–Hay cuatro elementos centrales del fascismo que lo distinguen del populismo clásico y lo acercan a los actuales populistas extremos: la xenofobia, la violencia política, la propaganda y, en última instancia, la dictadura. El nuevo arquetipo contiene los tres primeros, pero no el último. El aspirante a fascista no llega a imponer la dictadura ni suprime por completo el voto popular. Encarna una versión incompleta del fascismo. Es una figura autoritaria, un populista extremo, un ejemplo arquetípico de la antidemocracia que amenaza al pluralismo y a la tolerancia global.

En Estados Unidos hay instituciones fuertes, pero la ciudadanía no sabe bien cómo responder al avasallamiento de un sentido democrático”

–Una diferencia entre Trump y Milei podría ser que todavía el presidente argentino no sufrió ninguna derrota.

–Esa es la gran preocupación que tengo como historiador y como ciudadano. ¿Qué hará ante una eventual derrota esta gente que ya se muestra irracional, y casi diría irresponsable, cuando debería promover un escenario de más concordia y acuerdo justamente porque mucha gente lo apoya? Los populistas tienden a pensar que lo que importa es que aquellos que están con el líder representan al pueblo y aquellos que no estamos con el líder representamos al antipueblo.

–¿Considera a Cristina una populista clásica?

–Diría que sí. Crea un culto al líder, es intolerante. Es una populista clásica, pero que reconoce los resultados electorales.

–Comparte con Milei la necesidad de tener su propio relato de la realidad.

–Para mí eso es típico de un populista clásico. No creo que ella se crea sus mentiras, creo que cuando miente, miente. Como otros políticos, lo hace de forma demagógica. Cuando odia, no odia en términos xenófobos. Pero cuando el populismo de izquierdas, por así decirlo, desemboca en soluciones más autoritarias, deja de ser populismo. Hoy en Venezuela hay una dictadura, eso ya no es populismo. Rechazar resultados electorales no es populismo, es dictadura, pero no es fascismo. La idea es que el populismo también es un proceso, se puede dejar de ser populista para pasar a ser otra cosa, como un dictador en Venezuela o un aspirante a fascista.

–¿Cómo ve en estos términos la relación de Milei con la democracia?

–Tenemos un precedente que no hay que olvidar. Cuando pensaron que perdían la elección, salieron a denunciar fraude. Muchos periodistas preguntaron y pidieron pruebas, y en el campo de Milei no pudieron responder con datos a esas sospechas. Esta es una estrategia copiada del modelo de Trump y de Bolsonaro. Desde la admiración política, uno ve un Milei que copia el modelo de Trump. Cuando pensaron que perdían, copiaron ese modelo. Decía Trump: “Si gano está todo bien, pero si pierdo me la robaron de vuelta”. Un desprecio total por el funcionamiento de una democracia constitucional.

Cristina Kirchner es una populista clásica. Crea un culto al líder, es intolerante. No creo que crea en sus mentiras. Lo suyo es demagogia”

–¿Qué lugar tienen las oposiciones en estos procesos?

–En Estados Unidos, por ejemplo, hay instituciones fuertes con una masa ciudadana que no sabe bien cómo comportarse. Hay un sentido común democrático que está siendo avasallado, y hay como una, no diría apatía, pero si una sensación de incertidumbre y de no saber qué hacer para manifestar el desacuerdo. Porque Trump, y esto es típico, considera que la gente que lo votó representa al país en su conjunto, y que todos están de acuerdo con él. Y eso solo se puede creer cuando se piensa que los que no están de acuerdo no son gente decente, ciudadanos de bien. Si sos oposición, o no sos consciente de los intereses del pueblo y de la nación o sos un traidor.

–En la Argentina hay una gran fragmentación de la política, tanto dentro del oficialismo como de la oposición. Con una oposición fuerte, ¿Milei estaría más limitado en sus formas?

–Cuando Milei decidió mostrar realmente quién es, cuando decidió explicitar lo que siente, entró en un discurso prácticamente reaccionario y homofóbico, y mucha gente se manifestó en contra. No digo que lo paró totalmente, pero de alguna forma Milei entendió que ese no era un camino fácil. Lo mismo con el tema de las universidades. La oposición civil, entonces, es más efectiva que la oposición política. Quizás los políticos deberían tratar de entender mejor a la sociedad civil e insistir menos en sus caprichos. En Estados Unidos, donde hay instituciones más sólidas, no hay una tradición de participación ciudadana de ese tipo. Hoy estamos viendo más militarización de la política, más violencia y demonización en Estados Unidos que en la Argentina. Milei piensa como piensa, sigue rodeado por un tipo de intelectuales neofascistas, pero también es un político y entiende que por ahí, por ahora, no puede ir. Milei trata de imitar. Para alguien que vive en Estados Unidos, que es mi caso, hay poco de original en todo esto. Hasta en los lemas. Eso de “lágrimas de zurdo” es el “liberal tears” que existe allá al menos hace 20 años.

–En el libro se pregunta si estamos al borde de una nueva era de fascismo ¿Encontró la respuesta?

–Lo que está claro es que hay políticos que se animan a identificarse con algo que era tabú en otro momento. Si hasta el mismo Perón llamaba a esta gente piantavotos, ¿no? Trump o Milei están demostrando que este tipo de extremismos rinden políticamente. Lo cual es lamentable y forma parte de un contexto. Cuando un discurso antipolítico rinde de esta forma, es que existen falencias de otras alternativas políticas.

–También se refiere en su libro a la “inestabilidad social y emocional” de Milei.

–Es un creyente. Y esto muchas veces es un problema para la democracia. Max Weber planteaba la necesidad de la responsabilidad en la política, es decir, más allá de las ideas que se tenga, la importancia de ser responsable. Milei es altamente ideológico en ese sentido: “Se hace como yo digo o no se hace nada”. Y detrás de eso hay un trasfondo. Lo que debería ser política secular se vuelve política religiosa. La política se torna una religión, y este tipo de personajes surgen como grandes sacerdotes o incluso como dioses. Cosa que era típica de los fascismos, que aparecía en los populismos, pero de vuelta, en estos fenómenos actuales aparece de forma más extrema. En los populismos clásicos todo se hacía en nombre del líder, pero no tenía la dosis de racismo y de violencia que vemos hoy. Estamos ante políticas irresponsables, irracionales. Y esto más allá de las medidas particulares que estos líderes puedan tomar, con las que uno puede estar o no de acuerdo. Lo que sucede es que el modelo político es volátil. Estamos todo el tiempo en tensión.

–¿Cómo lleva el fascismo la idea del mito a la política, asunto que fue tema de un libro suyo anterior?

–Se trata de reemplazar lo racional por la fantasía. Eso también rinde. Más allá de no entender por qué el líder lleva adelante determinadas políticas, si uno cree y tiene fe en lo que dice al margen de resultados concretos, uno está en ese terreno mitológico y no en uno democrático y racional. En principio, deberíamos apoyar a aquellos que toman medidas con las que nos identificamos. Pero lamentablemente eso no funciona así. Porque se intenta que no sea la razón sino la fe lo que despierta el apoyo a un líder o a otro. Los fascismos promueven esto de forma explícita. ¿Cómo alguien puede insistir que es el líder a pesar de que a partir de cierto momento la gente no lo vota? Hitler decía que un líder como él precedía a las elecciones. El vínculo entre el líder y el pueblo es de tipo sagrado, no puede demostrarse, como la fe. Y si vos pedís pruebas, quiere decir que estás en contra. Uno de los sobrenombres de Bolsonaro es justamente “Mit” o “Mito”. Y es esta la idea, la de un líder que trasciende la historia. No se trata de resolver problemas que podemos tener los argentino. Sino de resolver el problema de la Argentina por los próximos cien años. Es un modelo religioso. Vivimos el apocalipsis y mi modelo trae la redención.

Perfil: Federico Finchelstein

Federico Finchelstein nació en Buenos Aires en 1975. Estudió Historia en la Universidad de Buenos Aires. Obtuvo su doctorado en la Universidad de Cornell en 2006.

Es profesor de Historia en The New School for Social Research y Eugene Lang College de New School, en la ciudad de Nueva York. Ha impartido docencia en el departamento de Historia de la Universidad de Brown. Es director del Programa Janey de Estudios Latinoamericanos en la NSSR.

Ha publicado numerosos artículos en diversas revistas especializadas, así como ensayos en volúmenes colectivos acerca de fascismo, el Holocausto, la historia de los judíos en América Latina y Europa, el populismo en América Latina y el antisemitismo.

Entre sus libros se destacan El Holocausto y la culpa colectiva; La Argentina fascista; Los orígenes ideológicos de la dictadura; Del fascismo y populismo en la historia y Breve historia de la mentira fascista.

Ha sido colaborador de periódicos y medios estadounidenses, europeos y latinoamericanos, entre ellos The New York Times, The Washington Post, Folha de S.Paulo, Corriere della Sera (Italia) y The Guardian.

Acaba de publicar Aspirantes a fascistas. Una guía para entender la principal amenaza a la democracia (Taurus).

Aspirantes a fascistas. Una guía para entender la principal amenaza a la democracia, de Federico Finchelstein Hay líderes que sin imponer una dictadura ni suprimir el voto amenazan el pluralismo y la tolerancia global, advierte el historiador argentino  LA NACION

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