Nuestra alicaída diplomacia

La National Gallery de Londres exhibe un enorme óleo del alemán Hans Holbein El Joven (S XVI), titulado Los Embajadores. que presenta a dos jóvenes distinguidos de la época enviados por el rey de Francia ante Enrique VIII para convencerlo de que desistiera de pedirle al Papa la anulación de su matrimonio. Detrás de los retratados hay un cúmulo de objetos científicos y artísticos plasmados con gran nivel de detalle. Y sobre el piso, difícil de apreciar debido a una distorsión óptica de la imagen, se ve una calavera, como recuerdo de la naturaleza limitada de la vida. Visualmente, se plasmó así uno de los mayores desafíos que enfrentan la política exterior y la diplomacia: considerar correctamente, y sin distorsiones, los acontecimientos del momento.
En este complejo escenario global del siglo XXI, signado por una emergente Inteligencia Artificial, la fugacidad y volatilidad de los hechos, y la proliferación de problemáticas situaciones sin pasaportes, es imprescindible contar con una diplomacia moderna, profesional e idónea al servicio de una política exterior fundada en valores que priorice los intereses nacionales. La política exterior no es una mera sucesión de incidentes: es la forma en que se entrelazan políticas, con un fuerte arraigo en la realidad nacional y un delicado equilibrio entre los intereses y valores nacionales y las tendencias globales, insoslayable como marco de referencia.
El diseño de la política exterior debe ser independiente de consideraciones coyunturales de política interna o de cálculos electorales. Debe basarse sobre una visión estratégica y de largo plazo del interés nacional. En este contexto, la Cancillería tiene que actuar como una institución al margen de los ciclos de alternancia democrática, dedicada a analizar en forma novedosa, certera y reflexiva los desafíos y oportunidades que enfrenta la República. Observar, escuchar, y analizar antes de actuar, y descifrar cómo piensan quienes no lo hacen como nosotros.
La diplomacia profesional se robustece a través del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), creado en 1963 por el entonces canciller Carlos Manuel Muñiz. Su función es formar y capacitar promociones de diplomáticos. Después de revisar la dotación de personal y las necesidades funcionales del ISEN, el Ministerio de Relaciones Exteriores resolvió suspender el llamado a concurso para el ingreso de aspirantes de este año.
Se ha puesto así en riesgo la continuidad de la formación de estos valiosos profesionales, cuyo extendido reemplazo por políticos se ha convertido en una vieja y mala costumbre nacional. Podríamos también encontrarnos ante una situación inédita que conduzca al fin de una carrera que el presidente califica livianamente de “casta diplomática”.
Se incurre de tal modo en el error de no distinguir entre la sobrepoblación de administrativos ingresados en época kirchnerista y los 1000 profesionales de carrera, un número razonable para la Argentina. Imponer la mesura en el uso de los recursos es lo menos que se puede pedir, pero no sin evaluar debidamente los riesgos de cercenar instrumentos valiosos que el país bien necesita para insertarse exitosamente en un mundo difícil y cambiante.
La negociación, el diálogo, la transacción, el consenso, la reserva, los buenos hábitos cívicos jamás podrán ser reemplazados por una plataforma fugaz como X. El valor del despliegue diplomático no habrá de permitir que se subordinen alianzas y lazos especiales que vienen de la historia –particularmente en la región– en aras de alineamientos personales.
El ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Gerardo Werthein, limita su función a la de una polea de transmisión de la visión personal del Presidente y Karina, su hermana, reduciendo a la Cancillería a un ámbito de poca reflexión.
Preocupa, entonces, que a 89 años del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al excanciller Carlos Saavedra Lamas –primer latinoamericano en obtener dicho galardón– el Gobierno se aleje de un noble comportamiento y de las tradiciones internacionales de la patria, que fundamentaron su accionar diplomático.
En un mundo globalizado y altamente complejo se necesita de más diplomacia, nunca de menos. Una diplomacia que esté preparada y verdaderamente al servicio de la política exterior, de sus intereses y valores, debe ir más allá de los matices que caractericen al gobierno de turno. Condicionar cualquier política exterior a la virtuosa temporalidad de la alternancia democrática, terminará restando continuidad y previsibilidad a un proceso como el diplomático, que debe funcionar en el largo plazo sin perder de vista la evolución de la política mundial.
En definitiva, para un país como la Argentina, la diplomacia es uno de los mejores escudos protectores ante los desafíos del siglo XXI. Tiene los instrumentos para actuar en el contexto de una política exterior multilateral, y sin descuido por el pleno respeto a la libertad, al derecho internacional y a los derechos humanos.
La National Gallery de Londres exhibe un enorme óleo del alemán Hans Holbein El Joven (S XVI), titulado Los Embajadores. que presenta a dos jóvenes distinguidos de la época enviados por el rey de Francia ante Enrique VIII para convencerlo de que desistiera de pedirle al Papa la anulación de su matrimonio. Detrás de los retratados hay un cúmulo de objetos científicos y artísticos plasmados con gran nivel de detalle. Y sobre el piso, difícil de apreciar debido a una distorsión óptica de la imagen, se ve una calavera, como recuerdo de la naturaleza limitada de la vida. Visualmente, se plasmó así uno de los mayores desafíos que enfrentan la política exterior y la diplomacia: considerar correctamente, y sin distorsiones, los acontecimientos del momento.
En este complejo escenario global del siglo XXI, signado por una emergente Inteligencia Artificial, la fugacidad y volatilidad de los hechos, y la proliferación de problemáticas situaciones sin pasaportes, es imprescindible contar con una diplomacia moderna, profesional e idónea al servicio de una política exterior fundada en valores que priorice los intereses nacionales. La política exterior no es una mera sucesión de incidentes: es la forma en que se entrelazan políticas, con un fuerte arraigo en la realidad nacional y un delicado equilibrio entre los intereses y valores nacionales y las tendencias globales, insoslayable como marco de referencia.
El diseño de la política exterior debe ser independiente de consideraciones coyunturales de política interna o de cálculos electorales. Debe basarse sobre una visión estratégica y de largo plazo del interés nacional. En este contexto, la Cancillería tiene que actuar como una institución al margen de los ciclos de alternancia democrática, dedicada a analizar en forma novedosa, certera y reflexiva los desafíos y oportunidades que enfrenta la República. Observar, escuchar, y analizar antes de actuar, y descifrar cómo piensan quienes no lo hacen como nosotros.
La diplomacia profesional se robustece a través del Instituto del Servicio Exterior de la Nación (ISEN), creado en 1963 por el entonces canciller Carlos Manuel Muñiz. Su función es formar y capacitar promociones de diplomáticos. Después de revisar la dotación de personal y las necesidades funcionales del ISEN, el Ministerio de Relaciones Exteriores resolvió suspender el llamado a concurso para el ingreso de aspirantes de este año.
Se ha puesto así en riesgo la continuidad de la formación de estos valiosos profesionales, cuyo extendido reemplazo por políticos se ha convertido en una vieja y mala costumbre nacional. Podríamos también encontrarnos ante una situación inédita que conduzca al fin de una carrera que el presidente califica livianamente de “casta diplomática”.
Se incurre de tal modo en el error de no distinguir entre la sobrepoblación de administrativos ingresados en época kirchnerista y los 1000 profesionales de carrera, un número razonable para la Argentina. Imponer la mesura en el uso de los recursos es lo menos que se puede pedir, pero no sin evaluar debidamente los riesgos de cercenar instrumentos valiosos que el país bien necesita para insertarse exitosamente en un mundo difícil y cambiante.
La negociación, el diálogo, la transacción, el consenso, la reserva, los buenos hábitos cívicos jamás podrán ser reemplazados por una plataforma fugaz como X. El valor del despliegue diplomático no habrá de permitir que se subordinen alianzas y lazos especiales que vienen de la historia –particularmente en la región– en aras de alineamientos personales.
El ministro de Relaciones Exteriores, Comercio Internacional y Culto, Gerardo Werthein, limita su función a la de una polea de transmisión de la visión personal del Presidente y Karina, su hermana, reduciendo a la Cancillería a un ámbito de poca reflexión.
Preocupa, entonces, que a 89 años del otorgamiento del Premio Nobel de la Paz al excanciller Carlos Saavedra Lamas –primer latinoamericano en obtener dicho galardón– el Gobierno se aleje de un noble comportamiento y de las tradiciones internacionales de la patria, que fundamentaron su accionar diplomático.
En un mundo globalizado y altamente complejo se necesita de más diplomacia, nunca de menos. Una diplomacia que esté preparada y verdaderamente al servicio de la política exterior, de sus intereses y valores, debe ir más allá de los matices que caractericen al gobierno de turno. Condicionar cualquier política exterior a la virtuosa temporalidad de la alternancia democrática, terminará restando continuidad y previsibilidad a un proceso como el diplomático, que debe funcionar en el largo plazo sin perder de vista la evolución de la política mundial.
En definitiva, para un país como la Argentina, la diplomacia es uno de los mejores escudos protectores ante los desafíos del siglo XXI. Tiene los instrumentos para actuar en el contexto de una política exterior multilateral, y sin descuido por el pleno respeto a la libertad, al derecho internacional y a los derechos humanos.
La Cancillería debe actuar como una institución al margen de los ciclos de alternancia democrática, sin restar continuidad ni previsibilidad en el largo plazo LA NACION