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La localidad mendocina que combina la épica sanmartiniana con una inolvidable visita de Brad Pitt

Uspallata es una villa de montaña tranquila y amable, que tiene 12.000 habitantes y está al norte de la provincia de Mendoza, entre la precordillera y la Cordillera de los Andes. A una hora y 40 minutos de la capital, los locales dicen “bajamos” o “subimos” cada vez que quieren contar que van y vienen de la ciudad. Uspallata es, además, el último pueblo argentino antes de cruzar a Chile por el paso Cristo Redentor, el más importante de la cordillera. Por eso suele agrupar camiones y motos. La amplitud térmica –tan de la montaña– se hace sentir, sobre todo en verano. De día remera, de noche campera. Y si las nubes y el viento vienen del norte, es que habrá lluvia. Me lo dice José Luis González, el remisero que nos lleva de acá para allá. “Hoy vienen de todos lados”, le contesto. Y deducimos que todo tiene que ver con las lluvias de la mañana anterior, que desataron un alud que cortó la ruta y nos impidió llegar a Uspallata el día que teníamos planeado.

En Uspallata hay una YPF y una oficina de turismo, que están donde la RN 7 dobla, frente a un triángulo que hace las veces de rotonda, y marca la zona comercial de la localidad. Hay también algún que otro almacén, un par de parrillas, casas que venden alfajores, un rental de ropa de montaña y no mucho más. Y hay, además, un bar Tíbet, que evoca el pasado hollywoodense de Uspallata. “Agarraban a cualquiera que tuviera ojos achinados, lo pelaban, le ponían una túnica roja y era extra en la película”, me cuenta alguien al pasar. “Plantaban árboles exóticos y montaban estructuras orientales para que esto se pareciera a la meseta tibetana”, apunta otro. Es que todos en el pueblo recuerdan y comparten anécdotas de los seis meses que Brad Pitt pasó en Uspallata para protagonizar Siete años en el Tíbet. La película se estrenó en 1997, pero se filmó en 1996. La principal locación fue el cerro Tunduqueral y el elenco, directores, productores y crew se alojaban entre el Gran Hotel Uspallata y el Hotel Valle Andino.

¿Brad? Al rubio que en los 90 era furor, le asignaron una casa dentro del Regimiento de Infantería de Montaña 16 “Cazadores de los Andes”. Y hasta acá venía a visitarlo su novia de entonces, Gwyneth Paltrow, con kilos y kilos de valijas. Resabios de aquella experiencia trascendental para Uspallata –casi tan trascendental como el paso de la columna que comandó Las Heras– quedan en el mencionado bar, que expone sombrillas, lámparas, un buda y frisos de la escenografía de la película. “El que mejor la hizo fue El Nani Martín”, coinciden varios en relación con Fernando Miguel Martín, el uspallatino que surgió como doble de Brad y luego lo siguió por Europa. “Era muy parecido y se sabía mover en la montaña”, agregan.

Gesta sanmartiniana

Más allá de su pasado ligado al mundo del espectáculo, Uspallata condensa uno de los capítulos más importantes de nuestra historia. “Si hubiera un conflicto armado, esta edificación no puede ser bombardeada”, enfatiza Verónica Sandez, guía de sitio de Las Bóvedas. Lo mismo dice un cartel que está en la puerta del lugar, junto a un escudo azul que rescata el valor cultural de este edificio protegido por la Unesco desde 2018. Basta con escuchar a Verónica para entender el porqué de semejante reconocimiento. “Las Bóvedas son la edificación más antigua de Uspallata. Fueron ideadas por los jesuitas a fines del siglo XVII y se levantaron con mano de obra huarpe. Servían para fundir cobre, oro, plata y hierro. Los metales eran traídos en capachos de cuero, a lomo de buey, desde de las minas de Paramillos, que están a 25 kilómetros de acá. Se molían, se fundían en los hornos, pasaban a las planchetas y salían para España, porque todavía éramos parte del Virreinato del Perú”, detalla Sandez.

Mientras avanzamos, vemos que de los hornos ya no queda nada. En las tres bóvedas –que es donde se fundían los metales–, ahora está el museo, con herramientas y objetos de época. Al levantar la mirada, observo la forma de chimenea, sólo que el orificio de salida está tapado. Los pisos y los techos fueron remodelados, pero la mayor parte de las paredes permanecen de adobe, ahora pintadas a la cal. Además, hay un patio, con la boca de lo que alguna vez fue túnel jesuítico. También, una capilla consagrada a san Lorenzo mártir, que hace años está en reparación.

“¿Acá estuvo el Ejército de los Andes?”, pregunto. Porque si hablamos de fundición, pienso en armas; y si hablamos de Mendoza, pienso en el gran cruce de San Martín. Con apenas unas horas en Uspallata, ya noté que es una tierra de gendarmes y regimientos. “El Ejército de los Andes no tiene demasiado que ver con Las Bóvedas. Llegaron acá en 1817, 50 años después de la expulsión de los jesuitas, cuando esto había quedado abandonado. Usaron los hornos para fundir algunos herrajes, pero las balas ya se habían confeccionado en El Plumerillo”, repasa Sandez en relación con el Campo Histórico que está próximo a Mendoza capital y fue base para la preparación de los soldados de San Martín.

Entonces, ¿qué tiene que ver el Ejército de los Andes con Uspallata? Parece que, antes del gran cruce, el general Las Heras (quien le da nombre al partido) acampó nueve días en lo que entonces era Estancia Uspallata. Conducía la segunda columna más importante después de la de San Martín, con 800 hombres. Y fue el líder de dos combates fundamentales: Picheuta y Guardia Vieja. Tras el cruce de los Andes, al pie del cerro Aconcagua, la columna de Las Heras se reunió con la de San Martín, que había cruzado por el paso de Los Patos, en San Juan. Poco después, se unió a las otras cuatro que habían salido de otras partes de Mendoza y de La Rioja. Finalmente, el 5 de abril de 1818, tras la batalla de Maipú, liberaron a Chile de las fuerzas realistas.

Para saber más, vamos en busca de Estancia Uspallata y descubrimos que donde alguna vez estuvo el casco de la estancia hoy están la YPF y el informador turístico. Es decir, el centro del pueblo. Los escritos de la época dicen que la estancia fue creada en 1578 por Rodrigo de Quiroga y López de Ulloa, gobernador del Reino de Chile, y entregada en merced real al capitán Pedro Moyano Cornejo. Tras algún que otro cambio de dueños, en 1703 pasó a ser parte de la Compañía de Jesús, que la tuvo que abandonar tras la expulsión (como ocurrió con Las Bóvedas) y una Junta de Temporalidades se la otorgó al general Pedro Molina Sotomayor, para que finalmente la adquiriera el Estado argentino. A nadie le sorprende que en esta zona esté el Regimiento de Infantería de Montaña 16 “Cazadores de los Andes” y el Grupo de Artillería de Montaña 8 “Coronel Pedro Regalado de la Plaza”, que para todos son el RIM 16 y el GAM 8, respectivamente.

Junto al techo de América

Modernos y muy bien equipados, los domos Cinco Cumbres sobresalen si hablamos de dónde dormir en Uspallata. Están muy bien equipados, acondicionados y a pocos minutos del centro de la localidad. Una vez que disfrutamos el desayuno que nos ofrecen –completísimo–, salimos a hacer una excursión de alta montaña con Pedro Flores, guía de la Oficina de Turismo de Uspallata, nacido y criado en la localidad. Después de andar 20 kilómetros por ripio, la primera parada es en el puente colonial Picheuta, que está sobre el arroyo que le da nombre y es afluente del río Mendoza.

“Este puente era parte del Camino Real de la Capitanía General de Chile a fines del siglo XVIII y fue fortín de Las Heras, que combatió muy cerca”, señala. Mientras avanzamos junto al río Mendoza por la RN 7, en dirección a Chile, detalla que Uspallata está a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, y no es un valle, sino un bolsón –hundimiento– que corre longitudinalmente. A nuestra izquierda tenemos la precordillera y a nuestra derecha la Cordillera de los Andes, que es más alta y más nueva. “En verano, las nieves se derriten y el agua corre a través de ríos y arroyos. Para aprovecharla se creó el sistema de canales, acequias y surcos, que es made in América, por los aborígenes. Los cuyanos tenemos acequias por todos lados y aprendemos a saltarlas ni bien empezamos a caminar. Los que vienen de afuera a veces le dicen zanja, ¡y nos ofenden!”, comenta Flores, mientras pasamos por Penitentes, el centro de esquí que tuvo su tiempo de gloria, pero hace años fue expropiado y está cerrado.

Llegamos luego al Puente del Inca, donde hay una feria espontánea de objetos “anaranjados” por los minerales del río: latas, botellas y otros objetos sirven de souvenir natural en este tradicional paraje. “Cuenta la leyenda que hasta acá vino un príncipe, hijo del Inca, que estaba enfermo. Llegó atraído por las aguas curativas de esta parte, la más austral, del imperio. Pero tan enfermo estaba que no podía cruzar el río. Entonces los súbditos se abrazaron y formaron un puente humano. Efectivamente, las aguas lo sanaron y cuando quiso regresar, notó que los súbditos se habían convertido en piedra”, relata Flores mientras avanzamos para ver este puente natural de piedras rojizas, anaranjadas y amarillas que pasa sobre el río Cuevas. “Las aguas son termales y están cargadas de sulfatos que producen la costra de colores sobre la roca. Antes había una vertiente, que llamábamos ‘copa de champagne’, pero se secó”, agrega sobre este sitio que en 2014 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Junto al puente, que está protegido y no se puede atravesar, quedan las ruinas de un complejo termal. Y más atrás, los restos de un hotel y una iglesia, que se conserva erguida. El hotel, impulsado por Juan Domingo Perón, tenía 30 habitaciones, casino y una galería interna que lo comunicaba con los baños termales. Fue un éxito hasta 1965, cuando un alud se lo llevó puesto y mató a diez personas. La capilla sobrevivió porque estaba tapada de nieve, y el alud la esquivó. De nuevo en la ruta, el final de este circuito de alta montaña versa alrededor del folclore cuyano, el género más representativo, después de la cueca y el gato. “Son todos ritmos bastante cansinos, porque estamos en altura y con poco aire”, reflexiona Flores.

Cuando llegamos al Parque Provincial Aconcagua, el cerro nos muestra su cara sur, con su cima a 6.962 metros de altura sobre el nivel del mar, la más alta de América. “Hace varios años hice cumbre en el Aconcagua”, cuenta Pedro Flores y recuerda lo abombado –y hasta anestesiado– que se sintió al llegar a la cima. “Se accede por la cara norte, que está del otro lado”, apunta mientras caminamos unos minutos, hasta un mirador accesible. Después paramos en el Cementerio de los Andinistas, con las lápidas de decenas de escaladores famosos del mundo entero. Amantes de la montaña y el riesgo, murieron en su ley en estas latitudes tan implacables como atractivas. Y con tanta historia.

Datos útiles

Dónde dormir

Cinco Cumbres. Son domos geodésicos, levantados hace tres años en madera y vidrio espejado. Distribuidos en la finca de la familia Degano, son seis –con capacidad doble– y están muy bien equipados. Reciben, además, en dos casas con techo de quincha –construcción de barro y caña–, que son espaciosas y están muy bien equipadas. Se destacan por el desayuno, con productos frescos y caseros. Tienen pileta y quincho. Desde $150.000 la doble con desayuno. RP 52 s/n. T: (261) 616-5525. IG: @finca_cincocumbresGran Hotel Uspallata. Levantado en 1935, se trata de un hotel histórico, que fue remodelado en varios sectores. Manejado por el Sindicato de Empleados de Comercio, es un clásico que cumple en instalaciones y servicio. Cuenta con 74 habitaciones amplias y un gran jardín. El restaurante tiene menú fijo y ofrece las cuatro comidas. Hay pileta y espacios de recreación. Desde $60.000 la doble con desayuno. RN 7 Km 1149. T: +54 9 2624 42-0067.Inca Roca. Desde 2017, son trece cabañas que están en un predio con dos piletas, asador y horno de barro. La cabaña Ariel es premium, con dos baños y dos habitaciones. Ofrecen desayuno seco. Desde $38.500 la doble con desayuno. RN 149, km 3,5. +54 9 2324 53-0885. IG: @incaroca.uspallata

Dónde comer

Bar El Tibet. En una esquina céntrica, sirven muy buenos sándwiches, lomitos, hamburguesas y pizzas, además de cafetería. Su nombre responde a la escenografía de la película Siete Años en El Tibet, que decora techos y paredes de este lugar atendido con simpatía. Todos los días, de 10 a 23. RP 52 s/n. T: +54 9 2624 42-0612. IG: @tibetbar.mzaEl Rancho. En el centro, parrilla clásica que suele estar llena y tiene mesas al aire libre. Conviene pedir carnes con ensalada, pastas caseras o minutas, más que pollo. Todos los días, de 10 a 23.30 horas. RP 7 s/n. T: (2624) 42-0134.Casa Suiza. Cafetería y chocolatería en el centro de la localidad. Tienen muy buena pastelería y facturas, en un salón sencillo, pero cálido y bien atendido. Abre de 8 a 22 horas. Av. Las Heras 25. T: (261) 573-9777. IG: @casita_suizaLa Juanita. Es un restaurante de carta variada, que tiene mucho de bodegón, de platos abundantes y reconfortantes. “Las pastas están hechas con recetas de mi abuela”, comenta Paola Guzmán, que cocina junto a Ignacio Sánchez, su marido, y lideran un equipo que sabe servir y atender. Se destacan por el ojo de bife a la parrilla con puré especiado, champiñones, cebolla de verdeo y huevo. Tienen muy buenos capeletis de cordero, ñoquis de remolacha, sorrentinos y tallarines. Y la milanesa con papas fritas –crujientes y del tamaño perfecto– es un clásico que no defrauda. Apuestan a materia prima de calidad, y se nota. El ambiente es campestre y tienen estacionamiento. Reciben comensales todos los días, mediodía y noche, porque viven arriba del restaurante. Conviene reservar para asegurarse de que estén disponibles, pero, si no, bastará con tocar la puerta. RP 52, s/n. T: +54 9 (261) 653-4699. IG: @lajuanita.resto

Paseos y excursiones

Las Bóvedas. Visita fundamental para entender la historia de la localidad. Cuentan con guías de sitio que están muy bien preparados. Hay salas con piezas históricas y maquetas que dan cuenta de cómo funcionaban. Todos los días, de 8.30 a 19 horas. Entrada gratis. RN 149 s/n. T: (2624) 42-0410. IG: @patrimoniolhInformador Turístico de Uspallata. En el centro de la localidad, está manejado por Pedro Flores que es guía, tiene trayectoria como hotelero y conoce la localidad como pocos. Se le puede pedir asesoramiento para guiadas históricas, de turismo aventura y el Circuito de Alta Montaña que incluye Puente del Inca. Los horarios son variables, así como los precios de las salidas. RP 7 s/n. T: +54 9 261 694-4274.Parque Provincial Aconcagua. A una hora de Uspallata, tienen un sendero que es gratuito, dura unos minutos y termina en un mirador al cerro Aconcagua. En la entrada al parque hay un centro de interpretación y se orienta sobre el acceso a distintos trekkings que varían en duración y precio. De 8 a 18 horas. RN 7 s/n. T: +54 9 261 425-8751.

Uspallata es una villa de montaña tranquila y amable, que tiene 12.000 habitantes y está al norte de la provincia de Mendoza, entre la precordillera y la Cordillera de los Andes. A una hora y 40 minutos de la capital, los locales dicen “bajamos” o “subimos” cada vez que quieren contar que van y vienen de la ciudad. Uspallata es, además, el último pueblo argentino antes de cruzar a Chile por el paso Cristo Redentor, el más importante de la cordillera. Por eso suele agrupar camiones y motos. La amplitud térmica –tan de la montaña– se hace sentir, sobre todo en verano. De día remera, de noche campera. Y si las nubes y el viento vienen del norte, es que habrá lluvia. Me lo dice José Luis González, el remisero que nos lleva de acá para allá. “Hoy vienen de todos lados”, le contesto. Y deducimos que todo tiene que ver con las lluvias de la mañana anterior, que desataron un alud que cortó la ruta y nos impidió llegar a Uspallata el día que teníamos planeado.

En Uspallata hay una YPF y una oficina de turismo, que están donde la RN 7 dobla, frente a un triángulo que hace las veces de rotonda, y marca la zona comercial de la localidad. Hay también algún que otro almacén, un par de parrillas, casas que venden alfajores, un rental de ropa de montaña y no mucho más. Y hay, además, un bar Tíbet, que evoca el pasado hollywoodense de Uspallata. “Agarraban a cualquiera que tuviera ojos achinados, lo pelaban, le ponían una túnica roja y era extra en la película”, me cuenta alguien al pasar. “Plantaban árboles exóticos y montaban estructuras orientales para que esto se pareciera a la meseta tibetana”, apunta otro. Es que todos en el pueblo recuerdan y comparten anécdotas de los seis meses que Brad Pitt pasó en Uspallata para protagonizar Siete años en el Tíbet. La película se estrenó en 1997, pero se filmó en 1996. La principal locación fue el cerro Tunduqueral y el elenco, directores, productores y crew se alojaban entre el Gran Hotel Uspallata y el Hotel Valle Andino.

¿Brad? Al rubio que en los 90 era furor, le asignaron una casa dentro del Regimiento de Infantería de Montaña 16 “Cazadores de los Andes”. Y hasta acá venía a visitarlo su novia de entonces, Gwyneth Paltrow, con kilos y kilos de valijas. Resabios de aquella experiencia trascendental para Uspallata –casi tan trascendental como el paso de la columna que comandó Las Heras– quedan en el mencionado bar, que expone sombrillas, lámparas, un buda y frisos de la escenografía de la película. “El que mejor la hizo fue El Nani Martín”, coinciden varios en relación con Fernando Miguel Martín, el uspallatino que surgió como doble de Brad y luego lo siguió por Europa. “Era muy parecido y se sabía mover en la montaña”, agregan.

Gesta sanmartiniana

Más allá de su pasado ligado al mundo del espectáculo, Uspallata condensa uno de los capítulos más importantes de nuestra historia. “Si hubiera un conflicto armado, esta edificación no puede ser bombardeada”, enfatiza Verónica Sandez, guía de sitio de Las Bóvedas. Lo mismo dice un cartel que está en la puerta del lugar, junto a un escudo azul que rescata el valor cultural de este edificio protegido por la Unesco desde 2018. Basta con escuchar a Verónica para entender el porqué de semejante reconocimiento. “Las Bóvedas son la edificación más antigua de Uspallata. Fueron ideadas por los jesuitas a fines del siglo XVII y se levantaron con mano de obra huarpe. Servían para fundir cobre, oro, plata y hierro. Los metales eran traídos en capachos de cuero, a lomo de buey, desde de las minas de Paramillos, que están a 25 kilómetros de acá. Se molían, se fundían en los hornos, pasaban a las planchetas y salían para España, porque todavía éramos parte del Virreinato del Perú”, detalla Sandez.

Mientras avanzamos, vemos que de los hornos ya no queda nada. En las tres bóvedas –que es donde se fundían los metales–, ahora está el museo, con herramientas y objetos de época. Al levantar la mirada, observo la forma de chimenea, sólo que el orificio de salida está tapado. Los pisos y los techos fueron remodelados, pero la mayor parte de las paredes permanecen de adobe, ahora pintadas a la cal. Además, hay un patio, con la boca de lo que alguna vez fue túnel jesuítico. También, una capilla consagrada a san Lorenzo mártir, que hace años está en reparación.

“¿Acá estuvo el Ejército de los Andes?”, pregunto. Porque si hablamos de fundición, pienso en armas; y si hablamos de Mendoza, pienso en el gran cruce de San Martín. Con apenas unas horas en Uspallata, ya noté que es una tierra de gendarmes y regimientos. “El Ejército de los Andes no tiene demasiado que ver con Las Bóvedas. Llegaron acá en 1817, 50 años después de la expulsión de los jesuitas, cuando esto había quedado abandonado. Usaron los hornos para fundir algunos herrajes, pero las balas ya se habían confeccionado en El Plumerillo”, repasa Sandez en relación con el Campo Histórico que está próximo a Mendoza capital y fue base para la preparación de los soldados de San Martín.

Entonces, ¿qué tiene que ver el Ejército de los Andes con Uspallata? Parece que, antes del gran cruce, el general Las Heras (quien le da nombre al partido) acampó nueve días en lo que entonces era Estancia Uspallata. Conducía la segunda columna más importante después de la de San Martín, con 800 hombres. Y fue el líder de dos combates fundamentales: Picheuta y Guardia Vieja. Tras el cruce de los Andes, al pie del cerro Aconcagua, la columna de Las Heras se reunió con la de San Martín, que había cruzado por el paso de Los Patos, en San Juan. Poco después, se unió a las otras cuatro que habían salido de otras partes de Mendoza y de La Rioja. Finalmente, el 5 de abril de 1818, tras la batalla de Maipú, liberaron a Chile de las fuerzas realistas.

Para saber más, vamos en busca de Estancia Uspallata y descubrimos que donde alguna vez estuvo el casco de la estancia hoy están la YPF y el informador turístico. Es decir, el centro del pueblo. Los escritos de la época dicen que la estancia fue creada en 1578 por Rodrigo de Quiroga y López de Ulloa, gobernador del Reino de Chile, y entregada en merced real al capitán Pedro Moyano Cornejo. Tras algún que otro cambio de dueños, en 1703 pasó a ser parte de la Compañía de Jesús, que la tuvo que abandonar tras la expulsión (como ocurrió con Las Bóvedas) y una Junta de Temporalidades se la otorgó al general Pedro Molina Sotomayor, para que finalmente la adquiriera el Estado argentino. A nadie le sorprende que en esta zona esté el Regimiento de Infantería de Montaña 16 “Cazadores de los Andes” y el Grupo de Artillería de Montaña 8 “Coronel Pedro Regalado de la Plaza”, que para todos son el RIM 16 y el GAM 8, respectivamente.

Junto al techo de América

Modernos y muy bien equipados, los domos Cinco Cumbres sobresalen si hablamos de dónde dormir en Uspallata. Están muy bien equipados, acondicionados y a pocos minutos del centro de la localidad. Una vez que disfrutamos el desayuno que nos ofrecen –completísimo–, salimos a hacer una excursión de alta montaña con Pedro Flores, guía de la Oficina de Turismo de Uspallata, nacido y criado en la localidad. Después de andar 20 kilómetros por ripio, la primera parada es en el puente colonial Picheuta, que está sobre el arroyo que le da nombre y es afluente del río Mendoza.

“Este puente era parte del Camino Real de la Capitanía General de Chile a fines del siglo XVIII y fue fortín de Las Heras, que combatió muy cerca”, señala. Mientras avanzamos junto al río Mendoza por la RN 7, en dirección a Chile, detalla que Uspallata está a 2.000 metros de altura sobre el nivel del mar, y no es un valle, sino un bolsón –hundimiento– que corre longitudinalmente. A nuestra izquierda tenemos la precordillera y a nuestra derecha la Cordillera de los Andes, que es más alta y más nueva. “En verano, las nieves se derriten y el agua corre a través de ríos y arroyos. Para aprovecharla se creó el sistema de canales, acequias y surcos, que es made in América, por los aborígenes. Los cuyanos tenemos acequias por todos lados y aprendemos a saltarlas ni bien empezamos a caminar. Los que vienen de afuera a veces le dicen zanja, ¡y nos ofenden!”, comenta Flores, mientras pasamos por Penitentes, el centro de esquí que tuvo su tiempo de gloria, pero hace años fue expropiado y está cerrado.

Llegamos luego al Puente del Inca, donde hay una feria espontánea de objetos “anaranjados” por los minerales del río: latas, botellas y otros objetos sirven de souvenir natural en este tradicional paraje. “Cuenta la leyenda que hasta acá vino un príncipe, hijo del Inca, que estaba enfermo. Llegó atraído por las aguas curativas de esta parte, la más austral, del imperio. Pero tan enfermo estaba que no podía cruzar el río. Entonces los súbditos se abrazaron y formaron un puente humano. Efectivamente, las aguas lo sanaron y cuando quiso regresar, notó que los súbditos se habían convertido en piedra”, relata Flores mientras avanzamos para ver este puente natural de piedras rojizas, anaranjadas y amarillas que pasa sobre el río Cuevas. “Las aguas son termales y están cargadas de sulfatos que producen la costra de colores sobre la roca. Antes había una vertiente, que llamábamos ‘copa de champagne’, pero se secó”, agrega sobre este sitio que en 2014 fue declarado Patrimonio de la Humanidad por la Unesco.

Junto al puente, que está protegido y no se puede atravesar, quedan las ruinas de un complejo termal. Y más atrás, los restos de un hotel y una iglesia, que se conserva erguida. El hotel, impulsado por Juan Domingo Perón, tenía 30 habitaciones, casino y una galería interna que lo comunicaba con los baños termales. Fue un éxito hasta 1965, cuando un alud se lo llevó puesto y mató a diez personas. La capilla sobrevivió porque estaba tapada de nieve, y el alud la esquivó. De nuevo en la ruta, el final de este circuito de alta montaña versa alrededor del folclore cuyano, el género más representativo, después de la cueca y el gato. “Son todos ritmos bastante cansinos, porque estamos en altura y con poco aire”, reflexiona Flores.

Cuando llegamos al Parque Provincial Aconcagua, el cerro nos muestra su cara sur, con su cima a 6.962 metros de altura sobre el nivel del mar, la más alta de América. “Hace varios años hice cumbre en el Aconcagua”, cuenta Pedro Flores y recuerda lo abombado –y hasta anestesiado– que se sintió al llegar a la cima. “Se accede por la cara norte, que está del otro lado”, apunta mientras caminamos unos minutos, hasta un mirador accesible. Después paramos en el Cementerio de los Andinistas, con las lápidas de decenas de escaladores famosos del mundo entero. Amantes de la montaña y el riesgo, murieron en su ley en estas latitudes tan implacables como atractivas. Y con tanta historia.

Datos útiles

Dónde dormir

Cinco Cumbres. Son domos geodésicos, levantados hace tres años en madera y vidrio espejado. Distribuidos en la finca de la familia Degano, son seis –con capacidad doble– y están muy bien equipados. Reciben, además, en dos casas con techo de quincha –construcción de barro y caña–, que son espaciosas y están muy bien equipadas. Se destacan por el desayuno, con productos frescos y caseros. Tienen pileta y quincho. Desde $150.000 la doble con desayuno. RP 52 s/n. T: (261) 616-5525. IG: @finca_cincocumbresGran Hotel Uspallata. Levantado en 1935, se trata de un hotel histórico, que fue remodelado en varios sectores. Manejado por el Sindicato de Empleados de Comercio, es un clásico que cumple en instalaciones y servicio. Cuenta con 74 habitaciones amplias y un gran jardín. El restaurante tiene menú fijo y ofrece las cuatro comidas. Hay pileta y espacios de recreación. Desde $60.000 la doble con desayuno. RN 7 Km 1149. T: +54 9 2624 42-0067.Inca Roca. Desde 2017, son trece cabañas que están en un predio con dos piletas, asador y horno de barro. La cabaña Ariel es premium, con dos baños y dos habitaciones. Ofrecen desayuno seco. Desde $38.500 la doble con desayuno. RN 149, km 3,5. +54 9 2324 53-0885. IG: @incaroca.uspallata

Dónde comer

Bar El Tibet. En una esquina céntrica, sirven muy buenos sándwiches, lomitos, hamburguesas y pizzas, además de cafetería. Su nombre responde a la escenografía de la película Siete Años en El Tibet, que decora techos y paredes de este lugar atendido con simpatía. Todos los días, de 10 a 23. RP 52 s/n. T: +54 9 2624 42-0612. IG: @tibetbar.mzaEl Rancho. En el centro, parrilla clásica que suele estar llena y tiene mesas al aire libre. Conviene pedir carnes con ensalada, pastas caseras o minutas, más que pollo. Todos los días, de 10 a 23.30 horas. RP 7 s/n. T: (2624) 42-0134.Casa Suiza. Cafetería y chocolatería en el centro de la localidad. Tienen muy buena pastelería y facturas, en un salón sencillo, pero cálido y bien atendido. Abre de 8 a 22 horas. Av. Las Heras 25. T: (261) 573-9777. IG: @casita_suizaLa Juanita. Es un restaurante de carta variada, que tiene mucho de bodegón, de platos abundantes y reconfortantes. “Las pastas están hechas con recetas de mi abuela”, comenta Paola Guzmán, que cocina junto a Ignacio Sánchez, su marido, y lideran un equipo que sabe servir y atender. Se destacan por el ojo de bife a la parrilla con puré especiado, champiñones, cebolla de verdeo y huevo. Tienen muy buenos capeletis de cordero, ñoquis de remolacha, sorrentinos y tallarines. Y la milanesa con papas fritas –crujientes y del tamaño perfecto– es un clásico que no defrauda. Apuestan a materia prima de calidad, y se nota. El ambiente es campestre y tienen estacionamiento. Reciben comensales todos los días, mediodía y noche, porque viven arriba del restaurante. Conviene reservar para asegurarse de que estén disponibles, pero, si no, bastará con tocar la puerta. RP 52, s/n. T: +54 9 (261) 653-4699. IG: @lajuanita.resto

Paseos y excursiones

Las Bóvedas. Visita fundamental para entender la historia de la localidad. Cuentan con guías de sitio que están muy bien preparados. Hay salas con piezas históricas y maquetas que dan cuenta de cómo funcionaban. Todos los días, de 8.30 a 19 horas. Entrada gratis. RN 149 s/n. T: (2624) 42-0410. IG: @patrimoniolhInformador Turístico de Uspallata. En el centro de la localidad, está manejado por Pedro Flores que es guía, tiene trayectoria como hotelero y conoce la localidad como pocos. Se le puede pedir asesoramiento para guiadas históricas, de turismo aventura y el Circuito de Alta Montaña que incluye Puente del Inca. Los horarios son variables, así como los precios de las salidas. RP 7 s/n. T: +54 9 261 694-4274.Parque Provincial Aconcagua. A una hora de Uspallata, tienen un sendero que es gratuito, dura unos minutos y termina en un mirador al cerro Aconcagua. En la entrada al parque hay un centro de interpretación y se orienta sobre el acceso a distintos trekkings que varían en duración y precio. De 8 a 18 horas. RN 7 s/n. T: +54 9 261 425-8751.

 Sobre la RN 7, es una ciudad que propone aventura, relatos de la gesta libertadora y paisajes impactantes.  LA NACION

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