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Venezuela: cuenta regresiva

Cuando falta menos de una semana para las elecciones presidenciales en Venezuela, se acrecientan los obstáculos y las maniobras represivas interpuestas por el autoritario régimen de Nicolás Maduro, quien procura evitar lo que, en una competencia libre, se presenta como inevitable: el triunfo de Edmundo González Urrutia, principal candidato opositor.

Infundir miedo, silenciar voces, bloquear rutas, aplicar la ley del odio a opositores, limitar la libertad de expresión y generar desconfianza han sido parte de la ingeniería electoral urdida por el dictador Maduro para afectar la transparencia e imparcialidad que deben existir en todo proceso electoral. Una deleznable práctica que, por cierto, no ha sido nueva a lo largo de toda su gestión.

La oposición venezolana enfrentará un desafío monumental: movilizar a un electorado desmotivado durante años por persecuciones, amenazas, detenciones arbitrarias, divisiones internas y luchas violentas que dejaron decenas de muertos y heridos, además de haber provocado una enorme diáspora de ciudadanos venezolanos a otras naciones.

Apenas cinco días restan para que Venezuela acuda a las urnas y ni las calles ni las encuestas sostienen el relato chavista de que ese sector es mayoría en el país. Los últimos sondeos realizados por encuestadoras independientes aumentan incluso la ventaja en favor del principal candidato de la oposición.

Según los datos de la encuestadora ClearPath, González Urrutia cuenta con el 59% de intención de voto, frente al 31% de Maduro, por lo que la brecha alcanza los 28 puntos entre los votantes que confirmaron su participación en la jornada electoral, alrededor del 73% conforme las mediciones de la referida consultora.

En tanto, Poder y Estrategia, otra firma dedicada a realizar sondeos preelectorales, dio cuenta de que el candidato opositor tendría una intención de voto del 64% mientras que Maduro solo obtendría 21%, lo que expone una distancia aún mayor, de 43 puntos, con una participación del 81% de los ciudadanos que manifestaron su voluntad de concurrir a votar.

La distancia entre ambos postulantes no solo anticipa una posible victoria masiva de la oposición, que, de ganar, cerraría un cuarto de siglo de polémico dominio chavista en el país petrolero, sino que le generaría serias dificultades al régimen si intentara manipular los votos, como ha sucedido en elecciones anteriores.

Ante la férrea observación internacional, es de esperar que dichos comicios se realicen de manera transparente, sin los tan habituales como nefastos artilugios de la dictadura chavista para imponer su voluntad sobre la base de presiones, amenazas y del dominio que aún mantiene sobre buena parte de los otros poderes, a los que ha venido manipulando a lo largo de tanto tiempo.

Cuando falta menos de una semana para las elecciones presidenciales en Venezuela, se acrecientan los obstáculos y las maniobras represivas interpuestas por el autoritario régimen de Nicolás Maduro, quien procura evitar lo que, en una competencia libre, se presenta como inevitable: el triunfo de Edmundo González Urrutia, principal candidato opositor.

Infundir miedo, silenciar voces, bloquear rutas, aplicar la ley del odio a opositores, limitar la libertad de expresión y generar desconfianza han sido parte de la ingeniería electoral urdida por el dictador Maduro para afectar la transparencia e imparcialidad que deben existir en todo proceso electoral. Una deleznable práctica que, por cierto, no ha sido nueva a lo largo de toda su gestión.

La oposición venezolana enfrentará un desafío monumental: movilizar a un electorado desmotivado durante años por persecuciones, amenazas, detenciones arbitrarias, divisiones internas y luchas violentas que dejaron decenas de muertos y heridos, además de haber provocado una enorme diáspora de ciudadanos venezolanos a otras naciones.

Apenas cinco días restan para que Venezuela acuda a las urnas y ni las calles ni las encuestas sostienen el relato chavista de que ese sector es mayoría en el país. Los últimos sondeos realizados por encuestadoras independientes aumentan incluso la ventaja en favor del principal candidato de la oposición.

Según los datos de la encuestadora ClearPath, González Urrutia cuenta con el 59% de intención de voto, frente al 31% de Maduro, por lo que la brecha alcanza los 28 puntos entre los votantes que confirmaron su participación en la jornada electoral, alrededor del 73% conforme las mediciones de la referida consultora.

En tanto, Poder y Estrategia, otra firma dedicada a realizar sondeos preelectorales, dio cuenta de que el candidato opositor tendría una intención de voto del 64% mientras que Maduro solo obtendría 21%, lo que expone una distancia aún mayor, de 43 puntos, con una participación del 81% de los ciudadanos que manifestaron su voluntad de concurrir a votar.

La distancia entre ambos postulantes no solo anticipa una posible victoria masiva de la oposición, que, de ganar, cerraría un cuarto de siglo de polémico dominio chavista en el país petrolero, sino que le generaría serias dificultades al régimen si intentara manipular los votos, como ha sucedido en elecciones anteriores.

Ante la férrea observación internacional, es de esperar que dichos comicios se realicen de manera transparente, sin los tan habituales como nefastos artilugios de la dictadura chavista para imponer su voluntad sobre la base de presiones, amenazas y del dominio que aún mantiene sobre buena parte de los otros poderes, a los que ha venido manipulando a lo largo de tanto tiempo.

 Cuando falta menos de una semana para las elecciones presidenciales en Venezuela, se acrecientan los obstáculos y las maniobras represivas interpuestas por el autoritario régimen de Nicolás Maduro, quien procura evitar lo que, en una competencia libre, se presenta como inevitable: el triunfo de Edmundo González Urrutia, principal candidato opositor.Infundir miedo, silenciar voces, bloquear rutas, aplicar la ley del odio a opositores, limitar la libertad de expresión y generar desconfianza han sido parte de la ingeniería electoral urdida por el dictador Maduro para afectar la transparencia e imparcialidad que deben existir en todo proceso electoral. Una deleznable práctica que, por cierto, no ha sido nueva a lo largo de toda su gestión.La oposición venezolana enfrentará un desafío monumental: movilizar a un electorado desmotivado durante años por persecuciones, amenazas, detenciones arbitrarias, divisiones internas y luchas violentas que dejaron decenas de muertos y heridos, además de haber provocado una enorme diáspora de ciudadanos venezolanos a otras naciones. Apenas cinco días restan para que Venezuela acuda a las urnas y ni las calles ni las encuestas sostienen el relato chavista de que ese sector es mayoría en el país. Los últimos sondeos realizados por encuestadoras independientes aumentan incluso la ventaja en favor del principal candidato de la oposición. Según los datos de la encuestadora ClearPath, González Urrutia cuenta con el 59% de intención de voto, frente al 31% de Maduro, por lo que la brecha alcanza los 28 puntos entre los votantes que confirmaron su participación en la jornada electoral, alrededor del 73% conforme las mediciones de la referida consultora. En tanto, Poder y Estrategia, otra firma dedicada a realizar sondeos preelectorales, dio cuenta de que el candidato opositor tendría una intención de voto del 64% mientras que Maduro solo obtendría 21%, lo que expone una distancia aún mayor, de 43 puntos, con una participación del 81% de los ciudadanos que manifestaron su voluntad de concurrir a votar. La distancia entre ambos postulantes no solo anticipa una posible victoria masiva de la oposición, que, de ganar, cerraría un cuarto de siglo de polémico dominio chavista en el país petrolero, sino que le generaría serias dificultades al régimen si intentara manipular los votos, como ha sucedido en elecciones anteriores.Ante la férrea observación internacional, es de esperar que dichos comicios se realicen de manera transparente, sin los tan habituales como nefastos artilugios de la dictadura chavista para imponer su voluntad sobre la base de presiones, amenazas y del dominio que aún mantiene sobre buena parte de los otros poderes, a los que ha venido manipulando a lo largo de tanto tiempo.  LA NACION

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