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La historia detrás de la patota de Moreno y las heroínas del Indec

El hostigamiento de Guillermo Moreno a las mujeres había comenzado en mayo de 2006. Fue entonces cuando el poderoso secretario de Comercio Interior las recibió. Abrió las puertas con una sonrisa de oreja a oreja para acompañar el ingreso de la directora nacional de Estadística de Condiciones de Vida, Clyde Trabuchi, y del Índice de Precios al Consumidor, Graciela Bevacqua. Ambas manejaban un dato clave y sumamente sensible para el poder de turno: la inflación del Indec.

Moreno puso música clásica, criticó las estadísticas brasileñas y comenzó a cuestionar la metodología que usaba el IPC. “¿No te das cuenta de que estás haciendo mamarrachos?”, gritó luego de que Bevacqua contara cómo variaban los precios de la ropa. Moreno señaló una pila de zapatos, camisas, de ropa que tenía en una esquina de su oficina, y dijo: “Yo quiero saber si esto está o no en el IPC. Esos pelotudos como (director entonces del Indec) Mármora o Krieger [subdirector] no saben contestar una pregunta bien”.

Luego de dos horas de tensión, Moreno les dijo que trabajaba para pagar menos por los bonos, que se ajustaban por CER (la inflación). “Nosotros, la patria, tenemos que pagar los bonos”, les admitió.

Las técnicas ofrecieron hacerle algunos ejercicios al secretario, pero sin violar el secreto estadístico protegido por ley. “Voy a hacer como en la vieja época peronista”, agregó enojado y a los gritos. “Voy a esperar a cada encuestador del IPC, lo voy a llevar a tomar un café y le voy a tachar lo que no corresponda”, amenazó.

Pasó casi un año. La inflación seguía subiendo y, más allá de los bonos, amenazaba la candidatura de Cristina Kirchner, que iba a reemplazar a su esposo. “Kirchner quiere tu cabeza”, gritó haciendo un esfuerzo por contenerse una desencajada Trabuchi el lunes 29 de enero de 2007, cuando comenzó la intervención. Las palabras eran para Bevacqua. Los datos provisorios de la inflación eran de 2,1%, una variación que el gobierno no aceptaba. Los problemas entonces eran los precios de la lechuga, las prepagas y el turismo.

Trabuchi intentó defenderla frente a la ministra de Economía, Felisa Miceli, y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. No lo logró. Las dos mujeres fueron desplazadas. Otra mujer, cuyo marido había estudiado con Moreno la carrera de Economía en la UADE, se convertía en la interventora de los precios y ocupaba el lugar de Bevacqua. Era Beatriz Paglieri.

Entonces comenzó el “apagón” estadístico, la década de un completo desmantelamiento institucional del Indec -un organismo que era sumamente prestigioso a nivel regional-, y el primer y más grotesco caso luego replicado en otras carteras públicas. A esto se sumó el falseamiento de las estadísticas oficiales para cristalizar un relato político acomodado.

No sólo eso. La patota de Moreno, conocidos como sus “apóstoles” -muchos pertenecientes a su partido Pueblo Peronista-, comenzó a hostigar a muchos de los técnicos, sobre todo a mujeres.

Con licencia psiquiátrica, Bevacqua fue enviada a la biblioteca. Trabuchi se terminó escapando del Indec. A Cynthia Pok, encargada de medir la pobreza, la corrieron y terminó afuera del organismo en 2008. A Marcela Almeida, hoy en el equipo del IPC, le sacaron su escritorio de trabajo y tuvo que pedir la restitución de tareas en la Justicia.

Moreno designó a María Ana Edwin, ex encargada de personal, como la número uno del Indec y se apoyó en UPCN para perseguir a los díscolos en el organismo. La resistencia la ejecutó ATE. La hija de Edwin, María Sol Padin, fue la encargada del censo 2010, el que se realizó el mismo día de la muerte de Néstor Kirchner. Se lo denunció por adulteraciones.

Todos los datos del Indec comenzaron a ser cuestionados. Primero la inflación oficial, pero luego el dato de pobreza, el del PBI, el desempleo y hasta los vinculados al comercio exterior. Tanto es así que los informes del Fondo Monetario Internacional (FMI) pusieron un asterisco para explicar que no eran confiables; lo mismo hizo la publicación The Economist.

La Argentina comenzó a medir los precios con los indicadores provinciales: el de la Ciudad, el de Mendoza y el de San Luis que tenían protección en sus provincias. Quienes osaron medir la inflación desde el ámbito privado fueron multados y perseguidos por Moreno. Entre ellos estaban Jorge Todesca, quien transparentó el Indec ya en tiempos de Mauricio Macri como presidente, y el actual director del organismo, Marco Lavagna.

La manipulación del Indec llevó al kirchnerismo a la vergüenza propia. Aníbal Fernández afirmó que en la Argentina había menos pobres que en Alemania; Jorge Capitanich, que se había acabado el hambre y Cristina Kirchner debió usar varias veces en sus diatribas públicas datos y aclarar que no eran del Indec de Moreno.

Axel Kicillof, que reemplazó en el poder económico del kirchnerismo a Guillermo Moreno -el actual gobernador asumió en 2013 como ministro- dijo que discontinuaba los datos de pobreza para no estigmatizar a la gente. El único que se opuso, entre los ministros que pasaron por el Palacio de Hacienda, fue Miguel Peirano. Duró en su cargo de julio a diciembre de 2007.

El equipo legal de Alfonso Prat Gay, cuando asumió como ministro de Hacienda, buscó con un dictamen evitar la catarata de juicios contra la Argentina y negó lo que el periodismo y los académicos decían. Es que vendrían litigios de aquellos con bonos atados al CER (Moreno), pero también por el cambio de base del PBI (Kicillof). No lo logró. Solo le dio aire a Moreno para que continuara negando su intervención al organismo.

Hoy la Justicia condenó a Moreno y también a Paglieri por abuso de autoridad, destrucción de documentos públicos y falsedad ideológica de instrumento público. Aunque el kirchnerismo buscar ocultarla -debajo de datos manipulados- la verdad siempre se impone.

El hostigamiento de Guillermo Moreno a las mujeres había comenzado en mayo de 2006. Fue entonces cuando el poderoso secretario de Comercio Interior las recibió. Abrió las puertas con una sonrisa de oreja a oreja para acompañar el ingreso de la directora nacional de Estadística de Condiciones de Vida, Clyde Trabuchi, y del Índice de Precios al Consumidor, Graciela Bevacqua. Ambas manejaban un dato clave y sumamente sensible para el poder de turno: la inflación del Indec.

Moreno puso música clásica, criticó las estadísticas brasileñas y comenzó a cuestionar la metodología que usaba el IPC. “¿No te das cuenta de que estás haciendo mamarrachos?”, gritó luego de que Bevacqua contara cómo variaban los precios de la ropa. Moreno señaló una pila de zapatos, camisas, de ropa que tenía en una esquina de su oficina, y dijo: “Yo quiero saber si esto está o no en el IPC. Esos pelotudos como (director entonces del Indec) Mármora o Krieger [subdirector] no saben contestar una pregunta bien”.

Luego de dos horas de tensión, Moreno les dijo que trabajaba para pagar menos por los bonos, que se ajustaban por CER (la inflación). “Nosotros, la patria, tenemos que pagar los bonos”, les admitió.

Las técnicas ofrecieron hacerle algunos ejercicios al secretario, pero sin violar el secreto estadístico protegido por ley. “Voy a hacer como en la vieja época peronista”, agregó enojado y a los gritos. “Voy a esperar a cada encuestador del IPC, lo voy a llevar a tomar un café y le voy a tachar lo que no corresponda”, amenazó.

Pasó casi un año. La inflación seguía subiendo y, más allá de los bonos, amenazaba la candidatura de Cristina Kirchner, que iba a reemplazar a su esposo. “Kirchner quiere tu cabeza”, gritó haciendo un esfuerzo por contenerse una desencajada Trabuchi el lunes 29 de enero de 2007, cuando comenzó la intervención. Las palabras eran para Bevacqua. Los datos provisorios de la inflación eran de 2,1%, una variación que el gobierno no aceptaba. Los problemas entonces eran los precios de la lechuga, las prepagas y el turismo.

Trabuchi intentó defenderla frente a la ministra de Economía, Felisa Miceli, y el jefe de Gabinete, Alberto Fernández. No lo logró. Las dos mujeres fueron desplazadas. Otra mujer, cuyo marido había estudiado con Moreno la carrera de Economía en la UADE, se convertía en la interventora de los precios y ocupaba el lugar de Bevacqua. Era Beatriz Paglieri.

Entonces comenzó el “apagón” estadístico, la década de un completo desmantelamiento institucional del Indec -un organismo que era sumamente prestigioso a nivel regional-, y el primer y más grotesco caso luego replicado en otras carteras públicas. A esto se sumó el falseamiento de las estadísticas oficiales para cristalizar un relato político acomodado.

No sólo eso. La patota de Moreno, conocidos como sus “apóstoles” -muchos pertenecientes a su partido Pueblo Peronista-, comenzó a hostigar a muchos de los técnicos, sobre todo a mujeres.

Con licencia psiquiátrica, Bevacqua fue enviada a la biblioteca. Trabuchi se terminó escapando del Indec. A Cynthia Pok, encargada de medir la pobreza, la corrieron y terminó afuera del organismo en 2008. A Marcela Almeida, hoy en el equipo del IPC, le sacaron su escritorio de trabajo y tuvo que pedir la restitución de tareas en la Justicia.

Moreno designó a María Ana Edwin, ex encargada de personal, como la número uno del Indec y se apoyó en UPCN para perseguir a los díscolos en el organismo. La resistencia la ejecutó ATE. La hija de Edwin, María Sol Padin, fue la encargada del censo 2010, el que se realizó el mismo día de la muerte de Néstor Kirchner. Se lo denunció por adulteraciones.

Todos los datos del Indec comenzaron a ser cuestionados. Primero la inflación oficial, pero luego el dato de pobreza, el del PBI, el desempleo y hasta los vinculados al comercio exterior. Tanto es así que los informes del Fondo Monetario Internacional (FMI) pusieron un asterisco para explicar que no eran confiables; lo mismo hizo la publicación The Economist.

La Argentina comenzó a medir los precios con los indicadores provinciales: el de la Ciudad, el de Mendoza y el de San Luis que tenían protección en sus provincias. Quienes osaron medir la inflación desde el ámbito privado fueron multados y perseguidos por Moreno. Entre ellos estaban Jorge Todesca, quien transparentó el Indec ya en tiempos de Mauricio Macri como presidente, y el actual director del organismo, Marco Lavagna.

La manipulación del Indec llevó al kirchnerismo a la vergüenza propia. Aníbal Fernández afirmó que en la Argentina había menos pobres que en Alemania; Jorge Capitanich, que se había acabado el hambre y Cristina Kirchner debió usar varias veces en sus diatribas públicas datos y aclarar que no eran del Indec de Moreno.

Axel Kicillof, que reemplazó en el poder económico del kirchnerismo a Guillermo Moreno -el actual gobernador asumió en 2013 como ministro- dijo que discontinuaba los datos de pobreza para no estigmatizar a la gente. El único que se opuso, entre los ministros que pasaron por el Palacio de Hacienda, fue Miguel Peirano. Duró en su cargo de julio a diciembre de 2007.

El equipo legal de Alfonso Prat Gay, cuando asumió como ministro de Hacienda, buscó con un dictamen evitar la catarata de juicios contra la Argentina y negó lo que el periodismo y los académicos decían. Es que vendrían litigios de aquellos con bonos atados al CER (Moreno), pero también por el cambio de base del PBI (Kicillof). No lo logró. Solo le dio aire a Moreno para que continuara negando su intervención al organismo.

Hoy la Justicia condenó a Moreno y también a Paglieri por abuso de autoridad, destrucción de documentos públicos y falsedad ideológica de instrumento público. Aunque el kirchnerismo buscar ocultarla -debajo de datos manipulados- la verdad siempre se impone.

 El fallo de la Justicia contra el exsecretario de Comercio revuelve la peor historia del kirchnerismo  LA NACION

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