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El infierno que construyó Alberto Fernández

Alberto Fernández logró algo que parecía imposible: pasó de la insignificancia política a la consagración como el expresidente democrático más opaco, sospechado y abandonado a su suerte de los últimos cuarenta años.

El deslizamiento hacia el infierno de Fernández esconde mensajes cifrados que sus destinatarios por ahora prefieren obviar.

El último presidente del kirchnerismo es un hombre sorprendente. Pocos políticos como él han estado en el lugar justo en el momento indicado para alcanzar un objetivo que no habían imaginado. Y ninguno se encontró como Fernández en una situación incómoda como la que atraviesa en estos días. Todo en poco más de cinco años.

Como un resorte que suelta su fuerza de golpe, sus días en el poder han convertido estas horas en un infierno para Alberto Fernández

Solo a Cristina Kirchner se le podía ocurrir poner a Fernández al frente de la fórmula de candidatos que ella eligió integrar desde el segundo lugar, una vez que entrevió que a Mauricio Macri le quedaba un menguado futuro en la presidencia. Consciente de que su propio nombre ya no alcanzaba para ganar una elección, la jefa del peronismo se quedó con el dirigente al que imaginó más obediente y con menos capacidad de maniobra propia.

Se equivocó en ambas cosas. Fernández quiso gobernar por sí mismo fingiendo que le hacía caso a la vice mientras exponía sus torpezas políticas con la intención de construir un espacio de poder propio.

Cristina nunca toleró los amagues de independencia de su candidato y jamás le perdonará que no haya hecho lo suficiente para hacerla zafar de las graves acusaciones por corrupción que ya empezaron a convertirse en condenas.

La desgracia de la vicepresidenta no le sirvió de nada a Fernández, hundido en la inoperancia luego de abusar de la docilidad de los argentinos durante la pandemia. Se fue más débil de lo que entró, sin otro apoyo que el de un ínfimo grupo de allegados.

Como un resorte que suelta su fuerza de golpe, sus días en el poder han convertido estas horas en un infierno para Alberto Fernández.

El peronismo y, en particular, el kirchnerismo, lo señalan como el único responsable de haber generado las condiciones para tener que abandonar el poder, derrotado por un candidato nacido del hartazgo social. El fracaso y la hipocresía de discursos y políticas de ese gobierno hoy agigantan aquella intolerancia.

El país acaba de confirmar que el presidente que declaraba su feminismo y creaba el primer Ministerio de la Mujer está acusado de golpear a su esposa en la Quinta de Olivos.

Sin protección política y con el kirchnerismo interesado en focalizar en él el fracaso que Cristina y los suyos también protagonizaron, Fernández se encuentra hundido en dos acusaciones graves: violencia de género y corrupción

Ya había sido una mancha imborrable aquella fiesta de cumpleaños de Fabiola Yáñez que Fernández primero negó y luego derivó a su pareja, y por la cual terminó aceptando una penalidad monetaria.

Las visitas íntimas de amigas y conocidas del Presidente también a Olivos durante los meses de restricciones impuestas por él mismo formaron parte del conjunto de situaciones inaceptables que en otros países motivaron la caída de gobiernos. Como el de Boris Johnson, en Gran Bretaña.

Sin protección política y con el kirchnerismo interesado en focalizar en su persona el fracaso que Cristina y los suyos también protagonizaron, Fernández se encontró hundido en otra grave acusación antes de sufrir la denuncia de su esposa.

Por habitual que resulte una denuncia de corrupción a un expresidente kirchnerista, la investigación encaminada por las supuestas coimas por la concentración del cobro de comisiones en un vendedor de seguros, su amigo Héctor Martínez Sosa, tiene para Fernández el áspero contexto del desamparo político y judicial. Siempre será más fácil investigar a un dirigente caído en desgracia, al que sus viejos compañeros de ruta tienen interés en cargarle todas las culpas posibles para librarse de las propias.

El discurso, las medidas y sus consecuentes costos perpetrados por el kirchnerismo sobre la brecha de género, la violencia contra las mujeres y su derivación fatal, los femicidios, han resultado completamente ineficaces

La hipocresía no es solo de Fernández. Las mujeres del kirchnerismo descubrieron ahora el costado golpeador del presidente del que usufructuaron cargos y fondos durante cuatro años. Un comunicado de La Cámpora llegó a acusarlo de maltratar a Cristina; en realidad lo que hizo fue desobedecerla.

El doble estándar es tan obvio como burdo. Frente al avance de la acusación de abuso sexual hasta las puertas del enjuiciamiento propiamente dicho del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, el kirchnerismo actúa con una visible solidaridad. El gobernador Axel Kicillof corrió a fotografiarse con él un día después de que la jueza de instrucción María Fabiana Galletti procesara a Espinoza. Fernández fue declarado enemigo; Espinoza tiene la protección que demanda un aliado en un territorio clave.

Hay todavía algo peor. El discurso, las medidas y sus consecuentes costos perpetrados por el kirchnerismo sobre la brecha de género, la violencia contra las mujeres y su derivación fatal, los femicidios, han resultado completamente ineficaces. Dato, no relato: en los últimos 10 años, el número de asesinatos de mujeres se mantiene estable e incluso el año pasado aumentaron, según el registro oficial de la Corte Suprema de Justicia.

Al igual que había hecho con la política de derechos humanos, el kirchnerismo hizo del drama de la desigualdad de género y de la violencia contra las mujeres un arma arrojadiza con la que pretendía acorralar a opositores, acusándolos de insensibles y machistas. Semejante cinismo provoca reacciones equívocas como las que pretenden hacer creer que nada puede ni debe hacerse para afrontar un problema grave y extendido.

Las bien ganadas desgracias de Fernández son la respuesta a su oscuro paso por el poder y a su incapacidad para construir, desde ese lugar privilegiado, un amparo para los tiempos de intemperie. La situación del expresidente también le habla a su sucesor, cuyas formas despreciativas de relacionamiento pueden ser en el futuro excusas para las venganzas siempre incluidas en el ineludible descenso al llano donde caminamos los simples mortales.

Alberto Fernández logró algo que parecía imposible: pasó de la insignificancia política a la consagración como el expresidente democrático más opaco, sospechado y abandonado a su suerte de los últimos cuarenta años.

El deslizamiento hacia el infierno de Fernández esconde mensajes cifrados que sus destinatarios por ahora prefieren obviar.

El último presidente del kirchnerismo es un hombre sorprendente. Pocos políticos como él han estado en el lugar justo en el momento indicado para alcanzar un objetivo que no habían imaginado. Y ninguno se encontró como Fernández en una situación incómoda como la que atraviesa en estos días. Todo en poco más de cinco años.

Como un resorte que suelta su fuerza de golpe, sus días en el poder han convertido estas horas en un infierno para Alberto Fernández

Solo a Cristina Kirchner se le podía ocurrir poner a Fernández al frente de la fórmula de candidatos que ella eligió integrar desde el segundo lugar, una vez que entrevió que a Mauricio Macri le quedaba un menguado futuro en la presidencia. Consciente de que su propio nombre ya no alcanzaba para ganar una elección, la jefa del peronismo se quedó con el dirigente al que imaginó más obediente y con menos capacidad de maniobra propia.

Se equivocó en ambas cosas. Fernández quiso gobernar por sí mismo fingiendo que le hacía caso a la vice mientras exponía sus torpezas políticas con la intención de construir un espacio de poder propio.

Cristina nunca toleró los amagues de independencia de su candidato y jamás le perdonará que no haya hecho lo suficiente para hacerla zafar de las graves acusaciones por corrupción que ya empezaron a convertirse en condenas.

La desgracia de la vicepresidenta no le sirvió de nada a Fernández, hundido en la inoperancia luego de abusar de la docilidad de los argentinos durante la pandemia. Se fue más débil de lo que entró, sin otro apoyo que el de un ínfimo grupo de allegados.

Como un resorte que suelta su fuerza de golpe, sus días en el poder han convertido estas horas en un infierno para Alberto Fernández.

El peronismo y, en particular, el kirchnerismo, lo señalan como el único responsable de haber generado las condiciones para tener que abandonar el poder, derrotado por un candidato nacido del hartazgo social. El fracaso y la hipocresía de discursos y políticas de ese gobierno hoy agigantan aquella intolerancia.

El país acaba de confirmar que el presidente que declaraba su feminismo y creaba el primer Ministerio de la Mujer está acusado de golpear a su esposa en la Quinta de Olivos.

Sin protección política y con el kirchnerismo interesado en focalizar en él el fracaso que Cristina y los suyos también protagonizaron, Fernández se encuentra hundido en dos acusaciones graves: violencia de género y corrupción

Ya había sido una mancha imborrable aquella fiesta de cumpleaños de Fabiola Yáñez que Fernández primero negó y luego derivó a su pareja, y por la cual terminó aceptando una penalidad monetaria.

Las visitas íntimas de amigas y conocidas del Presidente también a Olivos durante los meses de restricciones impuestas por él mismo formaron parte del conjunto de situaciones inaceptables que en otros países motivaron la caída de gobiernos. Como el de Boris Johnson, en Gran Bretaña.

Sin protección política y con el kirchnerismo interesado en focalizar en su persona el fracaso que Cristina y los suyos también protagonizaron, Fernández se encontró hundido en otra grave acusación antes de sufrir la denuncia de su esposa.

Por habitual que resulte una denuncia de corrupción a un expresidente kirchnerista, la investigación encaminada por las supuestas coimas por la concentración del cobro de comisiones en un vendedor de seguros, su amigo Héctor Martínez Sosa, tiene para Fernández el áspero contexto del desamparo político y judicial. Siempre será más fácil investigar a un dirigente caído en desgracia, al que sus viejos compañeros de ruta tienen interés en cargarle todas las culpas posibles para librarse de las propias.

El discurso, las medidas y sus consecuentes costos perpetrados por el kirchnerismo sobre la brecha de género, la violencia contra las mujeres y su derivación fatal, los femicidios, han resultado completamente ineficaces

La hipocresía no es solo de Fernández. Las mujeres del kirchnerismo descubrieron ahora el costado golpeador del presidente del que usufructuaron cargos y fondos durante cuatro años. Un comunicado de La Cámpora llegó a acusarlo de maltratar a Cristina; en realidad lo que hizo fue desobedecerla.

El doble estándar es tan obvio como burdo. Frente al avance de la acusación de abuso sexual hasta las puertas del enjuiciamiento propiamente dicho del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, el kirchnerismo actúa con una visible solidaridad. El gobernador Axel Kicillof corrió a fotografiarse con él un día después de que la jueza de instrucción María Fabiana Galletti procesara a Espinoza. Fernández fue declarado enemigo; Espinoza tiene la protección que demanda un aliado en un territorio clave.

Hay todavía algo peor. El discurso, las medidas y sus consecuentes costos perpetrados por el kirchnerismo sobre la brecha de género, la violencia contra las mujeres y su derivación fatal, los femicidios, han resultado completamente ineficaces. Dato, no relato: en los últimos 10 años, el número de asesinatos de mujeres se mantiene estable e incluso el año pasado aumentaron, según el registro oficial de la Corte Suprema de Justicia.

Al igual que había hecho con la política de derechos humanos, el kirchnerismo hizo del drama de la desigualdad de género y de la violencia contra las mujeres un arma arrojadiza con la que pretendía acorralar a opositores, acusándolos de insensibles y machistas. Semejante cinismo provoca reacciones equívocas como las que pretenden hacer creer que nada puede ni debe hacerse para afrontar un problema grave y extendido.

Las bien ganadas desgracias de Fernández son la respuesta a su oscuro paso por el poder y a su incapacidad para construir, desde ese lugar privilegiado, un amparo para los tiempos de intemperie. La situación del expresidente también le habla a su sucesor, cuyas formas despreciativas de relacionamiento pueden ser en el futuro excusas para las venganzas siempre incluidas en el ineludible descenso al llano donde caminamos los simples mortales.

 Alberto Fernández logró algo que parecía imposible: pasó de la insignificancia política a la consagración como el expresidente democrático más opaco, sospechado y abandonado a su suerte de los últimos cuarenta años.El deslizamiento hacia el infierno de Fernández esconde mensajes cifrados que sus destinatarios por ahora prefieren obviar.El último presidente del kirchnerismo es un hombre sorprendente. Pocos políticos como él han estado en el lugar justo en el momento indicado para alcanzar un objetivo que no habían imaginado. Y ninguno se encontró como Fernández en una situación incómoda como la que atraviesa en estos días. Todo en poco más de cinco años.Como un resorte que suelta su fuerza de golpe, sus días en el poder han convertido estas horas en un infierno para Alberto FernándezSolo a Cristina Kirchner se le podía ocurrir poner a Fernández al frente de la fórmula de candidatos que ella eligió integrar desde el segundo lugar, una vez que entrevió que a Mauricio Macri le quedaba un menguado futuro en la presidencia. Consciente de que su propio nombre ya no alcanzaba para ganar una elección, la jefa del peronismo se quedó con el dirigente al que imaginó más obediente y con menos capacidad de maniobra propia.Se equivocó en ambas cosas. Fernández quiso gobernar por sí mismo fingiendo que le hacía caso a la vice mientras exponía sus torpezas políticas con la intención de construir un espacio de poder propio.Cristina nunca toleró los amagues de independencia de su candidato y jamás le perdonará que no haya hecho lo suficiente para hacerla zafar de las graves acusaciones por corrupción que ya empezaron a convertirse en condenas.La desgracia de la vicepresidenta no le sirvió de nada a Fernández, hundido en la inoperancia luego de abusar de la docilidad de los argentinos durante la pandemia. Se fue más débil de lo que entró, sin otro apoyo que el de un ínfimo grupo de allegados.Como un resorte que suelta su fuerza de golpe, sus días en el poder han convertido estas horas en un infierno para Alberto Fernández.El peronismo y, en particular, el kirchnerismo, lo señalan como el único responsable de haber generado las condiciones para tener que abandonar el poder, derrotado por un candidato nacido del hartazgo social. El fracaso y la hipocresía de discursos y políticas de ese gobierno hoy agigantan aquella intolerancia.El país acaba de confirmar que el presidente que declaraba su feminismo y creaba el primer Ministerio de la Mujer está acusado de golpear a su esposa en la Quinta de Olivos.Sin protección política y con el kirchnerismo interesado en focalizar en él el fracaso que Cristina y los suyos también protagonizaron, Fernández se encuentra hundido en dos acusaciones graves: violencia de género y corrupciónYa había sido una mancha imborrable aquella fiesta de cumpleaños de Fabiola Yáñez que Fernández primero negó y luego derivó a su pareja, y por la cual terminó aceptando una penalidad monetaria.Las visitas íntimas de amigas y conocidas del Presidente también a Olivos durante los meses de restricciones impuestas por él mismo formaron parte del conjunto de situaciones inaceptables que en otros países motivaron la caída de gobiernos. Como el de Boris Johnson, en Gran Bretaña.Sin protección política y con el kirchnerismo interesado en focalizar en su persona el fracaso que Cristina y los suyos también protagonizaron, Fernández se encontró hundido en otra grave acusación antes de sufrir la denuncia de su esposa.Por habitual que resulte una denuncia de corrupción a un expresidente kirchnerista, la investigación encaminada por las supuestas coimas por la concentración del cobro de comisiones en un vendedor de seguros, su amigo Héctor Martínez Sosa, tiene para Fernández el áspero contexto del desamparo político y judicial. Siempre será más fácil investigar a un dirigente caído en desgracia, al que sus viejos compañeros de ruta tienen interés en cargarle todas las culpas posibles para librarse de las propias.El discurso, las medidas y sus consecuentes costos perpetrados por el kirchnerismo sobre la brecha de género, la violencia contra las mujeres y su derivación fatal, los femicidios, han resultado completamente ineficacesLa hipocresía no es solo de Fernández. Las mujeres del kirchnerismo descubrieron ahora el costado golpeador del presidente del que usufructuaron cargos y fondos durante cuatro años. Un comunicado de La Cámpora llegó a acusarlo de maltratar a Cristina; en realidad lo que hizo fue desobedecerla.El doble estándar es tan obvio como burdo. Frente al avance de la acusación de abuso sexual hasta las puertas del enjuiciamiento propiamente dicho del intendente de La Matanza, Fernando Espinoza, el kirchnerismo actúa con una visible solidaridad. El gobernador Axel Kicillof corrió a fotografiarse con él un día después de que la jueza de instrucción María Fabiana Galletti procesara a Espinoza. Fernández fue declarado enemigo; Espinoza tiene la protección que demanda un aliado en un territorio clave.Hay todavía algo peor. El discurso, las medidas y sus consecuentes costos perpetrados por el kirchnerismo sobre la brecha de género, la violencia contra las mujeres y su derivación fatal, los femicidios, han resultado completamente ineficaces. Dato, no relato: en los últimos 10 años, el número de asesinatos de mujeres se mantiene estable e incluso el año pasado aumentaron, según el registro oficial de la Corte Suprema de Justicia.Al igual que había hecho con la política de derechos humanos, el kirchnerismo hizo del drama de la desigualdad de género y de la violencia contra las mujeres un arma arrojadiza con la que pretendía acorralar a opositores, acusándolos de insensibles y machistas. Semejante cinismo provoca reacciones equívocas como las que pretenden hacer creer que nada puede ni debe hacerse para afrontar un problema grave y extendido.Las bien ganadas desgracias de Fernández son la respuesta a su oscuro paso por el poder y a su incapacidad para construir, desde ese lugar privilegiado, un amparo para los tiempos de intemperie. La situación del expresidente también le habla a su sucesor, cuyas formas despreciativas de relacionamiento pueden ser en el futuro excusas para las venganzas siempre incluidas en el ineludible descenso al llano donde caminamos los simples mortales.  LA NACION

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