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Facundo Ramírez, entre la curiosa revelación ante la muerte de su admirado padre y el hecho de ser el único pianista que tocó dentro del Vaticano

“Estoy haciendo teatro y música, lo que hago siempre, desde que nací”. Facundo Ramírez logró amalgamar dos artes por las que siente pasión. Dramaturgo, director y actor. Músico y compositor de notables búsquedas que, desde el piano, hace comulgar el clasicismo con sonidos fusión. Desde la semana pasada y durante los próximos viernes 16 y 23 de este mes, el artista se presenta en Clásica y Moderna -espacio enhorabuena recuperado en la ciudad- con su espectáculo Piano argentino, donde toca acompañado por el guitarrista Tato Taján. “Haré un repaso de buena parte de lo que hice”, comienza diciendo mientras ofrece café en el living de su centenaria casa de San Telmo.

Con una temperatura que hace olvidar el frío en las calles de Buenos Aires, recuerdos de viajes, cierto espíritu telúrico y buenos aromas invitan a la charla. Imposible no sumergirse rápidamente en ese mundo. Su mundo. En un lugar destacado los teclados. Más allá la gráfica de Las criadas, la versión de la pieza de Jean Genet que dirigió hasta hace poco y que puso en jaque el texto dramático con el atravesamiento del poder, el sometimiento y la cuestión de género, los domingos al mediodía y a sala llena.

Pero Ramírez prefiere mirar hacia adelante. Además de sus conciertos en Clásica y Moderna, el 25 de octubre volverá a presentarse junto a Julia Zenko en el espacio Torquato Tasso de San Telmo, donde ya realizaron varias presentaciones con muy buena asistencia de público. “Nunca habíamos estado juntos, salvo cuando hicimos María de Buenos Aires en Austria y cuando la invité al cabaret de tango Dímelo al oído. Nos debíamos esta experiencia juntos y estaba seguro que nos íbamos a llevar bien”, relata. Más allá de la música, también en octubre regresará al teatro, en su carácter de actor y director, para hacer Paisaje, pieza de Harold Pinter, donde estará acompañado por la actriz Marcela Ferradás en el escenario de la sala Beckett. “Espacio que yo inauguré hace años”, asegura.

-No es tan habitual la conjunción de un artista que se desarrolla pivoteando entre el teatro y la música.

-No, y a pesar de que en mí es normal, ya que lo hice toda la vida, a mucha gente aún le cuesta entenderlo; es algo que sucede acá, no cuando trabajo en otras partes del mundo. En nuestro país hay una tendencia a encasillar, pero es un problema de los demás, no me hago cargo, yo hago lo que me hace feliz. Soy actor y mejor hombre de teatro gracias a la música y soy mejor compositor y pianista gracias al teatro, las miradas se complementan.

-¿Qué vocación nació primero?

-Creo que la música, por un tema de naturalidad. Era un niño, el piano estaba ahí, al alcance. Mi casa era una sala de ensayos, a los tres años ya tocaba el piano y tenía maestros.

A los siete años conoció a Anita, la madre del pianista Bruno Gelber, quien se convirtió en una de sus profesoras. Antes, Lyl Tiempo había comenzado con esa misma tarea; también Antonio de Raco fue uno de sus formadores, hasta que encausó su formación en Europa.

-La inclinación por el teatro, ¿llegó después?

-Sí, pero es la vocación más auténtica que tengo, ya que no había antecedentes de actores en mi casa.

A los 11 años conoció ese universo ficcional que se abría ante él: “Me dije ´de acá no me voy más´”. Aquellos primeros juegos teatrales con Víctor Bruno devinieron en su posterior vínculo con su gran maestro: Miguel Guerberof. “Me voló la cabeza, llegué a tomar cinco clases por semana. Me daba miedo con su cara de loco. Ni bien me conoció, me pidió que estudiara una escena de Shakespeare y preparara una obra”. Lejos de amedrentarse, Ramírez fue por Romeo y Julieta.

Está claro que el teatro llegó de manera espontánea a su vida, aunque reconoce que “la música no fue menos vocacional”. La diferencia radica, nada menos, en que su padre ha sido Ariel Ramírez, el excelso músico, compositor y pianista, creador de obras monumentales como la Misa criolla, Cantata sudamericana y Mujeres argentinas que incluye partituras de la envergadura de “Alfonsina y el mar” y “Juana Azurduy”.

-En tu infancia y adolescencia, ¿cómo se organizaba la vida familiar?

-No era normal, pero que era nuestra normalidad. Cenas diarias con gente de la música, la política, la literatura y el arte en general. Era una casa de vampiros, porque nos dormíamos muy tarde. Había un clima bohemio en donde las discusiones vinculadas con lo estético, lo político, la historia y la vida eran enriquecedoras y posibles, cosa que hoy ya no ocurre; ya no se puede hablar más de nada.

-¿Considerás que se perdió el intercambio?

-En términos personales, no tengo ganas de confrontar, nadie va a convencer a nadie. Rita Segato sostiene que el mundo vive un pensamiento binario; entonces prefiero rodearme de personas que me enriquecen en términos espirituales, artísticos, de amor, amistad y fraternidad, y no perder más el tiempo en discusiones que, no deberían ser estériles, pero estamos transitando un momento de la humanidad que es un campo minado. Eso no quiere decir que no tenga mis ideas ni que me autocensure, no soy de callar, pero no malgasto energía, me concentro en los procesos creativos.

-Tu obra habla por vos y dice sobre tus ideas.

-El repertorio y el tipo de arreglos, el teatro que hago y el camino que elegí habla por mí. No fue nada fácil, pero sí auténtico. Jamás toqué la música que no me gustaba ni hice un teatro que no me representara; siempre le he dicho que no a lo que no me interesaba.

-¿Se paga un costo?

-Altísimo, muchas veces no trabajás, no te valoran o no entienden lo que hacés.

-¿Has sentido esa no valoración?

-Sí, sobre todo en la Argentina y eso que soy de los que no se pueden quejar, tengo cierto prestigio y, con voluntad y tenacidad, han reconocido mi trabajo en la música y en el teatro, pero todo el tiempo existe la sensación de remar en dulce de leche.

-¿Afuera no te sucede?

-No, es más, he vivido situaciones que me llevaron a pensar “algo bueno debo haber hecho”. En el exterior hay mucho respeto y reconocimiento hacia mi trabajo y disciplina.

Vivió tres años entre Austria y Francia, países donde profundizó sus estudios. “Luego, en los noventa, acompañaba a papá en las giras y, ya a partir del 2000, lo hice solo con mi música”.

Su padre

Facundo Ramírez define en un vocablo el vínculo que mantuvo con su padre fallecido en el año 2010. “Sublime”.

-Como su música…

-Él y su música eran sublimes. Tenía una virtud extraordinaria, disfrutaba del mundo cotidiano sin pedirle demasiado, dejaba que sea. Como en aquellas premisas de Ítalo Calvino para el cambio de siglo, donde se refería a la levedad, algo de eso ponía en práctica mi padre, pero no en el sentido de superficialidad, sino en entender que ya es demasiado grande la mochila que todos cargamos para tener que complicar, aún más, la vida diaria. Él tenía esa sabiduría. Te invitaba a comer un plato de pastas con una copa de vino y lo disfrutaba como nadie. Además, poseía un gran sentido del humor. Siendo quien fue, era el hombre más sencillo de la tierra, a pesar de haber sido uno de los más grandes compositores de nuestro país junto con Astor Piazzolla, Alberto Ginastera, Atahualpa Yupanqui y Carlos Guastavino. En cambio, he visto gente sin esos dones y con unas ínfulas, si yo te contara…

-¿Hubo algún consejo de tu padre que recuerdes especialmente?

-No sé si se trató de un consejo, pero él siempre hacía hincapié en ir detrás del deseo.

-¿Lo pusiste en práctica?

-Sí, siempre fui muy consecuente y fiel a eso. Una vez me habló que, como único motor, tenía la conciencia de su música, darla a conocer.

-¿Se reconoce a Ariel Ramírez en la dimensión de lo que significó como artista?

-Hoy no tanto. En el caso de los compositores, la muerte tiene algo de ingratitud. En sus últimos años, estuvo muy enfermo, razón por la cual debió dejar los escenarios y, cuando esto sucede, pareciera ser que los artistas dejamos de existir.

-¿Interpretás la música de tu padre?

-Todo el tiempo, no tiene secretos.

-Imagino que es una forma de sentirte cerca suyo.

-No te imaginás cuánto. Cuando murió, esto es increíble, yo había estado con él hasta las once de la noche en la clínica, luego de haber pasado todo el día juntos. A última hora decidí volver a mi casa para darme una ducha y fue cuando recibí el llamado de mi hermana diciéndome que papá acababa de fallecer.

-¿Estabas acompañado?

-No, me encontraba solo y lo primero que hice fue ir al piano y tocar la primera parte de la melodía de “Allá lejos y hace tiempo”, la zamba que él escribió con Armando Tejada Gómez. Cuando comencé a tocar eso, se me llenaron los ojos de lágrimas y dije “vive”.

Lo sagrado

-¿Cómo fue la experiencia de estar haciendo música frente al Papa Francisco?

-Un flash.

En el día de la Virgen de Guadalupe, patrona del Caribe y de América Latina, en 2014 se celebraron los cincuenta años de la Misa Criolla ante el Papa Francisco en el Vaticano. “El Papa eligió esa fecha, el 12 de diciembre, para reivindicar a nuestros pueblos originarios. La televisación de todo eso la vieron ochocientos millones de personas en todo el mundo, pero, en un punto, como no se puede dimensionar, es como tocar para una sola persona”.

Aquella presentación encerró toda una curiosidad: “Fui el primer pianista del mundo que tocó dentro del Vaticano; pero no dejan de ser datos, no me cambia la vida”.

-Ante semejante acontecimiento se pierde dimensión de su significado.

-Uno dimensiona lo que está por hacer, lo que ya se hizo es una energía que ya pasó.

Afectos

“Mi familia son mis amigos, aunque también tengo madre, hermana, sobrinos y primos hermosos; pero la familia que uno elige es como la elección de la pareja, en mi caso un compañero”, reconoce Facundo Ramírez.

-¿Estás en pareja?

-No, estoy libre.

-Facundo, ¿qué es la música?

-Es como otra persona que te acompaña en la vida, ya sea en los momentos de mierd… personales o del país; cuando todo va bien; o cuando amaste como nunca.

-¿Qué canción te acompañó cuando amaste como nunca?

-Pienso en “De viaje” de Sin Bandera, ya que mi ex, mi compañero, con el que estuve doce años, es brasileño, así que durante todo ese tiempo estuve yendo y viniendo de Brasil.

-¿Doce años de relación en dos países diferentes?

-Lo recomiendo plenamente, es como una aventura. Extrañás y te reencontrás. Llegás, te abrazan; te despedís, llorás.

“Estoy haciendo teatro y música, lo que hago siempre, desde que nací”. Facundo Ramírez logró amalgamar dos artes por las que siente pasión. Dramaturgo, director y actor. Músico y compositor de notables búsquedas que, desde el piano, hace comulgar el clasicismo con sonidos fusión. Desde la semana pasada y durante los próximos viernes 16 y 23 de este mes, el artista se presenta en Clásica y Moderna -espacio enhorabuena recuperado en la ciudad- con su espectáculo Piano argentino, donde toca acompañado por el guitarrista Tato Taján. “Haré un repaso de buena parte de lo que hice”, comienza diciendo mientras ofrece café en el living de su centenaria casa de San Telmo.

Con una temperatura que hace olvidar el frío en las calles de Buenos Aires, recuerdos de viajes, cierto espíritu telúrico y buenos aromas invitan a la charla. Imposible no sumergirse rápidamente en ese mundo. Su mundo. En un lugar destacado los teclados. Más allá la gráfica de Las criadas, la versión de la pieza de Jean Genet que dirigió hasta hace poco y que puso en jaque el texto dramático con el atravesamiento del poder, el sometimiento y la cuestión de género, los domingos al mediodía y a sala llena.

Pero Ramírez prefiere mirar hacia adelante. Además de sus conciertos en Clásica y Moderna, el 25 de octubre volverá a presentarse junto a Julia Zenko en el espacio Torquato Tasso de San Telmo, donde ya realizaron varias presentaciones con muy buena asistencia de público. “Nunca habíamos estado juntos, salvo cuando hicimos María de Buenos Aires en Austria y cuando la invité al cabaret de tango Dímelo al oído. Nos debíamos esta experiencia juntos y estaba seguro que nos íbamos a llevar bien”, relata. Más allá de la música, también en octubre regresará al teatro, en su carácter de actor y director, para hacer Paisaje, pieza de Harold Pinter, donde estará acompañado por la actriz Marcela Ferradás en el escenario de la sala Beckett. “Espacio que yo inauguré hace años”, asegura.

-No es tan habitual la conjunción de un artista que se desarrolla pivoteando entre el teatro y la música.

-No, y a pesar de que en mí es normal, ya que lo hice toda la vida, a mucha gente aún le cuesta entenderlo; es algo que sucede acá, no cuando trabajo en otras partes del mundo. En nuestro país hay una tendencia a encasillar, pero es un problema de los demás, no me hago cargo, yo hago lo que me hace feliz. Soy actor y mejor hombre de teatro gracias a la música y soy mejor compositor y pianista gracias al teatro, las miradas se complementan.

-¿Qué vocación nació primero?

-Creo que la música, por un tema de naturalidad. Era un niño, el piano estaba ahí, al alcance. Mi casa era una sala de ensayos, a los tres años ya tocaba el piano y tenía maestros.

A los siete años conoció a Anita, la madre del pianista Bruno Gelber, quien se convirtió en una de sus profesoras. Antes, Lyl Tiempo había comenzado con esa misma tarea; también Antonio de Raco fue uno de sus formadores, hasta que encausó su formación en Europa.

-La inclinación por el teatro, ¿llegó después?

-Sí, pero es la vocación más auténtica que tengo, ya que no había antecedentes de actores en mi casa.

A los 11 años conoció ese universo ficcional que se abría ante él: “Me dije ´de acá no me voy más´”. Aquellos primeros juegos teatrales con Víctor Bruno devinieron en su posterior vínculo con su gran maestro: Miguel Guerberof. “Me voló la cabeza, llegué a tomar cinco clases por semana. Me daba miedo con su cara de loco. Ni bien me conoció, me pidió que estudiara una escena de Shakespeare y preparara una obra”. Lejos de amedrentarse, Ramírez fue por Romeo y Julieta.

Está claro que el teatro llegó de manera espontánea a su vida, aunque reconoce que “la música no fue menos vocacional”. La diferencia radica, nada menos, en que su padre ha sido Ariel Ramírez, el excelso músico, compositor y pianista, creador de obras monumentales como la Misa criolla, Cantata sudamericana y Mujeres argentinas que incluye partituras de la envergadura de “Alfonsina y el mar” y “Juana Azurduy”.

-En tu infancia y adolescencia, ¿cómo se organizaba la vida familiar?

-No era normal, pero que era nuestra normalidad. Cenas diarias con gente de la música, la política, la literatura y el arte en general. Era una casa de vampiros, porque nos dormíamos muy tarde. Había un clima bohemio en donde las discusiones vinculadas con lo estético, lo político, la historia y la vida eran enriquecedoras y posibles, cosa que hoy ya no ocurre; ya no se puede hablar más de nada.

-¿Considerás que se perdió el intercambio?

-En términos personales, no tengo ganas de confrontar, nadie va a convencer a nadie. Rita Segato sostiene que el mundo vive un pensamiento binario; entonces prefiero rodearme de personas que me enriquecen en términos espirituales, artísticos, de amor, amistad y fraternidad, y no perder más el tiempo en discusiones que, no deberían ser estériles, pero estamos transitando un momento de la humanidad que es un campo minado. Eso no quiere decir que no tenga mis ideas ni que me autocensure, no soy de callar, pero no malgasto energía, me concentro en los procesos creativos.

-Tu obra habla por vos y dice sobre tus ideas.

-El repertorio y el tipo de arreglos, el teatro que hago y el camino que elegí habla por mí. No fue nada fácil, pero sí auténtico. Jamás toqué la música que no me gustaba ni hice un teatro que no me representara; siempre le he dicho que no a lo que no me interesaba.

-¿Se paga un costo?

-Altísimo, muchas veces no trabajás, no te valoran o no entienden lo que hacés.

-¿Has sentido esa no valoración?

-Sí, sobre todo en la Argentina y eso que soy de los que no se pueden quejar, tengo cierto prestigio y, con voluntad y tenacidad, han reconocido mi trabajo en la música y en el teatro, pero todo el tiempo existe la sensación de remar en dulce de leche.

-¿Afuera no te sucede?

-No, es más, he vivido situaciones que me llevaron a pensar “algo bueno debo haber hecho”. En el exterior hay mucho respeto y reconocimiento hacia mi trabajo y disciplina.

Vivió tres años entre Austria y Francia, países donde profundizó sus estudios. “Luego, en los noventa, acompañaba a papá en las giras y, ya a partir del 2000, lo hice solo con mi música”.

Su padre

Facundo Ramírez define en un vocablo el vínculo que mantuvo con su padre fallecido en el año 2010. “Sublime”.

-Como su música…

-Él y su música eran sublimes. Tenía una virtud extraordinaria, disfrutaba del mundo cotidiano sin pedirle demasiado, dejaba que sea. Como en aquellas premisas de Ítalo Calvino para el cambio de siglo, donde se refería a la levedad, algo de eso ponía en práctica mi padre, pero no en el sentido de superficialidad, sino en entender que ya es demasiado grande la mochila que todos cargamos para tener que complicar, aún más, la vida diaria. Él tenía esa sabiduría. Te invitaba a comer un plato de pastas con una copa de vino y lo disfrutaba como nadie. Además, poseía un gran sentido del humor. Siendo quien fue, era el hombre más sencillo de la tierra, a pesar de haber sido uno de los más grandes compositores de nuestro país junto con Astor Piazzolla, Alberto Ginastera, Atahualpa Yupanqui y Carlos Guastavino. En cambio, he visto gente sin esos dones y con unas ínfulas, si yo te contara…

-¿Hubo algún consejo de tu padre que recuerdes especialmente?

-No sé si se trató de un consejo, pero él siempre hacía hincapié en ir detrás del deseo.

-¿Lo pusiste en práctica?

-Sí, siempre fui muy consecuente y fiel a eso. Una vez me habló que, como único motor, tenía la conciencia de su música, darla a conocer.

-¿Se reconoce a Ariel Ramírez en la dimensión de lo que significó como artista?

-Hoy no tanto. En el caso de los compositores, la muerte tiene algo de ingratitud. En sus últimos años, estuvo muy enfermo, razón por la cual debió dejar los escenarios y, cuando esto sucede, pareciera ser que los artistas dejamos de existir.

-¿Interpretás la música de tu padre?

-Todo el tiempo, no tiene secretos.

-Imagino que es una forma de sentirte cerca suyo.

-No te imaginás cuánto. Cuando murió, esto es increíble, yo había estado con él hasta las once de la noche en la clínica, luego de haber pasado todo el día juntos. A última hora decidí volver a mi casa para darme una ducha y fue cuando recibí el llamado de mi hermana diciéndome que papá acababa de fallecer.

-¿Estabas acompañado?

-No, me encontraba solo y lo primero que hice fue ir al piano y tocar la primera parte de la melodía de “Allá lejos y hace tiempo”, la zamba que él escribió con Armando Tejada Gómez. Cuando comencé a tocar eso, se me llenaron los ojos de lágrimas y dije “vive”.

Lo sagrado

-¿Cómo fue la experiencia de estar haciendo música frente al Papa Francisco?

-Un flash.

En el día de la Virgen de Guadalupe, patrona del Caribe y de América Latina, en 2014 se celebraron los cincuenta años de la Misa Criolla ante el Papa Francisco en el Vaticano. “El Papa eligió esa fecha, el 12 de diciembre, para reivindicar a nuestros pueblos originarios. La televisación de todo eso la vieron ochocientos millones de personas en todo el mundo, pero, en un punto, como no se puede dimensionar, es como tocar para una sola persona”.

Aquella presentación encerró toda una curiosidad: “Fui el primer pianista del mundo que tocó dentro del Vaticano; pero no dejan de ser datos, no me cambia la vida”.

-Ante semejante acontecimiento se pierde dimensión de su significado.

-Uno dimensiona lo que está por hacer, lo que ya se hizo es una energía que ya pasó.

Afectos

“Mi familia son mis amigos, aunque también tengo madre, hermana, sobrinos y primos hermosos; pero la familia que uno elige es como la elección de la pareja, en mi caso un compañero”, reconoce Facundo Ramírez.

-¿Estás en pareja?

-No, estoy libre.

-Facundo, ¿qué es la música?

-Es como otra persona que te acompaña en la vida, ya sea en los momentos de mierd… personales o del país; cuando todo va bien; o cuando amaste como nunca.

-¿Qué canción te acompañó cuando amaste como nunca?

-Pienso en “De viaje” de Sin Bandera, ya que mi ex, mi compañero, con el que estuve doce años, es brasileño, así que durante todo ese tiempo estuve yendo y viniendo de Brasil.

-¿Doce años de relación en dos países diferentes?

-Lo recomiendo plenamente, es como una aventura. Extrañás y te reencontrás. Llegás, te abrazan; te despedís, llorás.

 El hijo de Ariel Ramírez construyó una trayectoria virtuosa repartida entre la música y el teatro, un abanico de expresión artística que a muchos les genera extrañeza  LA NACION

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