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Sebastián Campanario: “La curiosidad es más importante que la inteligencia”

El sociólogo canadiense Malcolm Gladwell sostiene que para que las ideas se esparzan y se propaguen como un virus social, deben alcanzar un “punto de inflexión”, a partir del cual los efectos de esas ideas se potencien al máximo, creando un cambio significativo en la sociedad. En su libro The tipping point describe “ese momento mágico en el que una idea, tendencia o conducta social cruza un umbral, se vuelca y se esparce como un incendio forestal”. Según Gladwell, para que esto ocurra se precisa de personas que describe bajo “la ley de los pocos”: conocedoras, conectoras y persuasivas.

Estas personas están enteradas de lo que ocurre, buscan y comparten información porque todo les produce curiosidad. Además, son muy hábiles para unir al mundo. Conocen a muchas personas que creen en ellas y a gente influyente que pertenece a diversos grupos. Son, también, grandes convencedores: quieren que los demás actúen como les han recomendado, con el convencimiento de que han descubierto algo valioso. Apasionadas de su trabajo, saben aprovechar sus técnicas de persuasión para transmitir ideas y pensamientos.

Desde Rosario. Un “sabio de la humanidad” que revolucionó la cirugía cardiovascular de la Argentina al mundo

Entre esos pocos está Sebastián Campanario. Nacido en La Plata en 1973, es licenciado en Economía por la UBA y periodista de TEA. Divulgador y conferencista internacional, escribe sobre innovación, creatividad, economía del cambio y ciencias de la vida en el diario LA NACION, donde publica los domingos la columna Álter Eco en el suplemento de Economía y Mente en el de Bienestar. Es autor de múltiples libros como La economía de lo insólito (2005); Otra vuelta a la economía, junto con Martín Lousteau (2012); Ideas en la ducha (2014); Modo esponja, con Andrei Vazhnov (2017), Revolución senior (2019) y El futuro del bienestar (2022). Su última propuesta es Proxi +50, 50 ideas para tus próximos 50 años (2024). En 2017 recibió el Premio Konex de Oro a la Divulgación.

Aunque su bio alternativa podría ser: cumplió 50 años en Corea armando cubos Rubik junto a su hijo Nicolás y 1500 participantes más; aprende más de bienestar de su perra adoptada –Lena, de 3 años– que de los principales neurocientíficos del mundo y en el colegio casi se llevó la “vertical” a marzo, si no hubiera sido por la misericordia de su profesor de gimnasia.

–De ser el referente en la agenda de economía no convencional y creatividad, le sumaste la del nuevo bienestar y longevidad, todo bajo el prisma del cambio y la innovación, ¿qué tan intencional fue ese viraje?

–Me encantaría decirte que fue una estrategia, pero en realidad creo que, como en todas las cosas, hubo un componente de azar muy grande, mayor al que uno siempre está dispuesto a reconocer. Hay un punto de mucha curiosidad unido al trabajo periodístico que indaga qué temas están empezando a crecer y a impactar más, en particular todo lo que tiene que ver con bienestar y longevidad, que empecé a trabajar en la última parte de la pandemia. Ahí tenía como dos o tres motores. Por un lado, aumentó mucho la conciencia sobre la importancia de la agenda de bienestar por lo mal que la estábamos pasando nosotros y nuestros seres queridos. Después, veía que había muchos avances en ciencias de la vida que, aunque sale menos en los medios que la inteligencia artificial, tienen mucho impacto, pero están subcontadas. Y después el tema demográfico, que va a la par en impacto con el cambio tecnológico y el cambio climático, pero al que se le da poca importancia relativa. Entonces, las lianas de mis temas fueron de economía no convencional a creatividad e innovación y de ahí a bienestar y longevidad.

–Se cumplen 10 años de tu libro Ideas en la ducha, que se centraba en la importancia de los “momentos afuera” para generar las mejores ideas. Mientras, hoy sigue reinando la cultura de agendas explotadas y burnout. ¿Subestimamos esas formas de creatividad y productividad?

–El otro día vi una nota que le hacían a John Cleese, el comediante inglés miembro del grupo cómico Monty Python, que, además de ser un gran creativo, es como un gran teórico sobre la creatividad. Él hablaba de “la mentalidad de tortuga”, la necesidad de tener momentos en el día de calma y foco, sin distracciones que considera que son el enemigo número uno de la creatividad. Esta idea de que si te distraés, volver a tu flujo te lleva 17 minutos en promedio. Entonces sí, me parece que está subestimado el costo que tiene la cultura de estar siempre ocupados sobre la creatividad. También, desde que escribí el libro hace 10 años, hay muchas cosas nuevas en la agenda de creatividad. El título “ideas en la ducha” buscaba mostrar cómo en los momentos de distracción, en los que aflojás un poco el foco, surgen los momentos Eureka o de epifanía. Pero ahora se descubrieron cosas nuevas a nivel de neurociencias del bienestar y, sobre todo, en la interacción con la inteligencia artificial. Uno de los descubrimientos es que no es tan bueno estar en modo divergente todo el día, que tu cerebro se vaya por las ramas y pensar en cosas que no son reales, que es algo que la literatura de la creatividad promovió mucho, que la gente que está distraída o soñando despierta tiene mejores ideas. Un estudio nuevo, que se llama “Una mente que divaga es una mente infeliz”, explica que la gente que tiene tanta divergencia tiende más a la depresión, porque el cerebro tiene un sesgo a la negatividad. Además, gastás mucha energía. Paradójicamente, cuando estás sin pensar enfocado es cuando más áreas del cerebro se encienden y el 70% de tu energía corporal se va al cerebro, lo que genera un gasto de energía muy grande. Entonces, creo que hay muchos elementos nuevos a tener en cuenta.

–¿Cuál es la correlación entre creatividad y bienestar?

–Hay una correlación muy alta con una doble vía: entrar en procesos creativos te hace bien emocionalmente y, cuando estás bien emocionalmente, tendés a ser más creativo.

–En tus últimos tres libros aparece la promesa de la nueva longevidad, hay datos que parecen sostener que estamos viviendo más. ¿Qué pasa con la calidad de esos años que se agregan?

–Hoy hasta pongo en duda la primera afirmación que sostiene que estamos viviendo más. En 2024 hay un nuevo escepticismo, una mirada un poco más negativa. El año pasado hubo un boom de startups que tenían promesas muy futuristas de revertir el envejecimiento celular y, por ahora, hay muchas líneas científicas que están en callejones sin salida y están siendo desinvertidas. Ya no está tan claro que la gente que está naciendo ahora vaya a vivir más de 100 años. El punto seguro de la “revolución senior” es que tenés mucha gente de 80 y 90 años muy bien a nivel físico y cognitivo, esa creo que es la diferencia grande que hay ahora con respecto a lo que pasaba hace 20 o 30 años. Alberto Naisberg, un hombre lleno de proyectos a sus 99 años, siempre me dice: “la ciencia nos dio muchos años en cantidad, ahora está en nosotros llenarlos de calidad”, y para eso hay que tener cuanto antes en el tiempo una mentalidad de longevidad.

Jane McGonigal, diseñadora y futurista que solés citar, dice que la mentalidad de futuro se puede entrenar.

–Claro, la mentalidad de longevidad es tomar decisiones ahora que no solo te sirvan para el corto plazo, sino para estar bien a los a los 80, 90 y 100 años. Cuando vos ves la caja negra de prejuicios que hay con el tema etario, tenés prejuicios a nivel social, a nivel de empresas, a nivel del Estado y a nivel individual, que es como el origen de todos los prejuicios. Y tiene que ver con esa falta de empatía con tu yo de acá a 20 años. Si vos tenés 50, te ponen una imagen tuya a los 70 u 80 y no la reconocés; por eso me parece que hay que empezar por ahí. McGonigal propone hacer esta estrategia de “journaling”, escribir a diario las cosas que te salieron bien o por las que estás agradecido. Es un consejo muy recurrente en la agenda de bienestar, pero ella propone hacerlo hacia adelante, a tu yo de acá a 10 años, que es un mediano plazo con el que podemos empatizar y accionar. Describir cómo sería un día tuyo de acá a 10 años y qué desafíos se presentarían, y qué podés hacer hoy para facilitar ese futuro. De esta manera se activan partes del cerebro que no se activan habitualmente y esto tiene correlación con menores cuadros depresivos y mayor calidad emocional.

–Nuestro cerebro es predominantemente dopaminérgico: las experiencias novedosas ralentizan el tiempo, la rutina lo acelera. Tu investigación con “súpercuriosos” de todas las edades, ¿avala la importancia de seguir haciendo cosas nuevas toda la vida?

–Es muy interesante el tema de la subjetividad de la edad. Hay un matemático inglés que le preguntó a la gente a qué edad se consideraban viejos. Y dio con la fórmula que es: la raíz cuadrada de tu edad multiplicada por 8. Entonces, si tenés 25, una persona de cuarenta te parece vieja. En la Argentina la gente considera que deja de ser joven a los 44 años, y vieja, a los 60 largos. La edad empezó a ser importante recién con los Estados modernos; antes, en la antigüedad, la gente ni sabía la edad que tenía y eso se veía en las tumbas que no marcaban la edad. Es un tema de mucha subjetividad y depende de cada uno. Hablando de súper curiosos, está el caso de Pepe Sánchez, para mí la persona más pionera a nivel mundial en temas de bienestar y longevidad, que hablaba de estos temas hace más de 10 años, cuando no existía el corpus que existe ahora impulsado por científicos como Andrew Huberman. Me acuerdo de una nota que le hice para LA NACION Revista en la que decía que todo lo que hacía en materia de bienestar, lo hacía para poder viajar con su hijo y con su mujer a los 80 y 90 años, para poder leer libros, que no le importaba nada estar lindo o musculoso como un tema hedónico, sino que él lo hacía para estar bien la mayor cantidad de años posible.

Es gente que, además de ser curiosa, aplica todo en su vida. Los humanos, en general, somos muy malos para predecir qué nos hará bien, qué nos hará felices. Nuestra idea respecto a eso está mucho más marcada por el entorno cultural, por lo que nos dijeron nuestros maestros y papás. Quizás alguien te dijo que no eras bueno en matemáticas o que no eras bueno para escribir, pero no es la realidad de lo que te pasa. Entonces, cuando tenés ese insight en la cabeza, que somos malos para predecir en qué somos buenos y qué cosas podemos aprender, y lo combinás con un mundo que cambia cada vez más rápido, el resultado como estrategia óptima es probar y hacer la mayor cantidad de cosas posibles. Porque en la experiencia vas a encontrar seguramente, como me dice Alberto Naisberg, “tu plan personal de bienestar”. Y para eso tenés que estar todo el tiempo probando cosas nuevas. En algún momento tenés que converger, sino caés en un “picoteo de bienestar” sin sentido. Pero al converger tenés que haber probado mucho antes.

–Y de esos mundos que vamos probando resaltás la relevancia de la diversión y de la amabilidad con nosotros mismos.

–Sí, porque si vos estás hablando de cosas que vas a tener que adoptar como hábito de acá a 10, 20 o 30 años, no podés hacer algo que quieras dejar la semana que viene, y en eso hay que ser piola en el autoconocimiento y la indagación de lo que te motiva. Además, esto nos separa del resto, porque nadie puede competir con alguien que ama lo que hace. Como dice Melina Furman: “si te brillan los ojos, seguí tirando de esa piola, es por ahí”.

–¿Qué estás viendo nuevo para la agenda de longevidad y bienestar?

–Como periodista siempre ves los fuegos artificiales, los descubrimientos medio de ciencia ficción, que de eso hay permanentemente. Pero te diría que, paradójicamente, uno empieza a ver que lo más revolucionario es volver a los orígenes, volver a las bases. El multimillonario de la tecnología, Bryan Johnson, gasta dos millones de dólares al año en un equipo de 30 médicos para rejuvenecerse. Hoy tiene 46 años, con pulmones de alguien de 25 o riñones de alguien de 23. Yo la veo a mi perra Lena, de 3 años, que duerme 10 horas a la noche, se levanta, se hidrata, se estira, bosteza, sale a socializar con otros perros, ladra y expresa sus sentimientos, corre descalza en la tierra, después a la tarde se tira de nuevo el solcito. Todas las cosas que te dije que hace Lena, que es una perra callejera, es un capítulo de un podcast de Andrew Huberman, principal referente de estos temas. Yo lo entrevisté a Huberman hace poco y me decía que hay una puja ahora, porque hay más conciencia de esta agenda, pero a su vez cada vez más sedentarismo. Él tiende a ser pesimista en ese sentido por cómo vivimos, especialmente pospandemia, en el que muchos ni siquiera tienen que moverse para viajar al trabajo.

–Tu curiosidad te hizo saltar a otra liana muy distinta: la del mundo Rubik. ¿Cómo podrías resumir que de regalarle un cubo Rubik a tu hijo del medio hace dos años, terminaron ambos en el mundial de Corea, tu hijo campeón sudamericano en la categoría Multibling y vos compitiendo en cinco categorías?

Mi mujer le regaló a Nico un cubo a los 13 y él empezó a cubear como hobby. Descubrió una pasión, desarrolló una habilidad y se acaba de convertir a sus 15 años en campeón sudamericano de la categoría Multiblind. Esto consiste en memorizar decenas de cubos y resolver la mayor cantidad posible en una hora. La medalla la logró luego de resolver 32 de los 36 cubos que se le presentaron. Y en la categoría Blind 3×3 a ciegas ostenta el séptimo mejor tiempo del mundo, con 14 segundos para analizarlo, recordarlo y resolverlo. Al acompañarlo, me enganché y me topé por primera vez con un hobby en mi vida.

–Aunque practicás solo 15 minutos por día, no vas a ningún lado sin los cubos y ya estás compitiendo en cinco categorías, además de organizar competencias y haber instalado la agenda de manera federal.

–Es un mundo que está explotando. El año que viene es el mundial en Seattle, en los Juegos Olímpicos varios atletas se concentraban antes de sus pruebas resolviendo cubos, y hay muchos cuberos que son buenos gimnastas. Es menos inteligencia cognitiva de lo que en realidad se cree y es más un tema de foco, disciplina, perseverancia y mentalidad de mejora permanente. Esta generación no tiene como nosotros la mentalidad de “la meseta del ok”, donde nos conformamos, entonces es difícil saber hasta dónde van a estirar los límites de lo posible. Se cree que este año vamos a ver resoluciones de cubos en menos de 3 segundos. Nico y todos los cuberos tienen un set de habilidades increíbles para los trabajos del futuro, pensá que es gente focalizada 10 horas por día en resolver un problema, que no se conforma nunca. Entonces, la curiosidad es más importante que la inteligencia, más cuando tenés en cuenta la tasa de cambio que estamos viendo a nivel mundial, unida a un contexto de mayor complejidad. Un mundo que, en varios órdenes de magnitud, es más complejo del que había hasta hace poco, y esto implica lo que el futurólogo Matt Clifford nombra como aumento en la varianza de la realidad.

–¿Por qué aumenta la complejidad?

–Es como un emergente matemático de la realidad que nos rodea. Está todo mucho más ligado entre sí, sobre todo después de la pandemia. Temas digitales y red con nodos más interconectados que aumentan la complejidad, y eso hace que aumente lo que Nassim Taleb llama “los cisnes negros”. La realidad empieza a estar dominada por una ley de potencias y no por una distribución normal, que es la que nuestro cerebro está acostumbrado a procesar. Entonces, ahora es más probable que salgas a la calle y que te topes con una persona que mide dos kilómetros o tres milímetros. Esto explica tanto a outsiders de la política como Milei ganando una elección, como al Covid; todo es más impredecible. Ante estos escenarios, la creatividad gana protagonismo, con la curiosidad como los ladrillos que la construyen. La creatividad es unir puntos que estaban ahí, pero que nadie había unido antes, y hoy hay que ser muy creativo para intuir lo que puede pasar en dos, tres, cinco años. Ya no va más la idea de repetir el mismo plan o presupuesto y corregirlo más o menos 2%, y con eso estabas. Ahora podés necesitar algo muy distinto.

–Si vamos a un mundo de cisnes negros más habituales, ¿qué estrategias de supervivencia tenemos que desarrollar para ese entorno?

–Una estrategia personal de antifragilidad. Este término que usa Nassin Taleb refiere a que no solo tenés que ser robusto en el sentido de aguantar la crisis, sino que te beneficiás del estrés que provoca y salís fortalecido de ella. Es una resiliencia al cuadrado. Cuando tenés un mundo tan complejo, podés hacerlo, por ejemplo, eligiendo los proyectos en los que te embarcás no por prestigio o dinero, sino priorizando la tasa de retorno de aprendizaje que te proporcionan, que es un concepto de Andrei Vazhnov. Y, por otra parte, no olvidar que la curiosidad es un músculo que se entrena. En el caso de los periodistas, tenemos como herramienta muy útil y a mano que hablamos con personas muy interesantes y distintas. No desperdiciar, escribiendo siempre de lo mismo, esa posibilidad de ampliar mundos. Eso se puede extrapolar a otras profesiones.

–A esta complejidad y nodos cada vez más conectados se suma la promesa de cambio disruptivo de la IA. ¿En qué habilidades deberíamos estar formándonos para tener trabajo en los próximos años?

–Nunca me había pasado como periodista que hubiera algo tan protagónico por tanto tiempo. Viendo el documental de la gimnasta Simone Biles, se decía que nunca hubo en un deporte alguien tan dominante. A mí me hace acordar al ajedrecista Bobby Fischer, que estuvo tanto tiempo tan lejos del resto. Y esto me resuena con lo que pasa con la IA, que no pasaba con la Web3 u otras promesas. Ya van dos años del lanzamiento de ChatGPT y el tema sigue ganando protagonismo. Estoy por un lado fascinado, más allá del escepticismo de algunos porque había expectativas desmesuradas. La habilidad que sigue siendo la trinchera nuestra es la creatividad. Hasta cuando hablás con creativos te dicen que está buenísimo para un montón de pasos iniciales, que hace que desaparezca el temor de la hoja en blanco, pero la “última milla”, las ideas de excelencia, son humanas y hay un valor en eso al día de hoy. Si en el futuro se evoluciona hacia una inteligencia artificial más general, habrá que ver.

–Está la idea de “lo que vamos a perder es la descripción de nuestro trabajo más que nuestro trabajo”. ¿Esa exploración se está haciendo en las empresas o chocamos en cualquier momento?

–Te contesto como un economista: depende. Hay pocos temas que sean más difíciles de predecir que el futuro del trabajo y basta con mirar como la hemos pifiado en aseveraciones anteriores. Es un área donde se mezcla la tecnología con la cultura, con los hábitos, con la familia y más. Entonces no importa que haya una buena tecnología para trabajo remoto. Si hasta Apple está viendo cómo hacer para que la gente vaya al edificio en el que gastaron 500 millones, qué nos queda al resto. Veo una frontera muy escarpada, un mapa que se va haciendo. Cuando hablás con las empresas más avanzadas como Tesla, OpenAI, Perplexity, etcétera, aun ellos te dicen: estamos tres pasos adelantados, si nos quedamos quietos dos meses, nos sobrepasan. Todo es muy sobre la marcha.

–Si bien en algunas profesiones se habla de la IA permitiendo una “imaginación aumentada”, hay un sinfín de tareas repetitivas que tienen los días contados. ¿Qué impacto puede tener esto para la matriz productiva económica?

–Los estudios económicos que salen y los tiempos de la academia acá te quedan súper viejos, así que todo lo que sale hay que tomarlo con pinzas. Los primeros estudios hablaban de un 20, 30 y hasta 70% de automatización dependiendo de la profesión. Hace unos meses salió uno que decía que, en el caso de los abogados juniors, el nivel de reemplazo podría escalar al 99%. La línea de avance tecnológico es muy exponencial, pero hay que ver la línea de procesos y de nosotros acostumbrándonos y adoptando todo esto, que no es la misma. Lo que termina fijando la verdadera velocidad de cambio es cómo la sociedad se adapta a eso. Blockchain es una tecnología realmente revolucionaria, pero si la sociedad no la adopta como propia, que los bancos centrales tomen criptomonedas, etcétera, no se va a terminar de desplegar. Entonces lo difícil es pegarle al timing; en algún momento va a pasar, pero no sabemos si será de acá a dos, tres, cinco, diez o veinte años. Como me dijo un científico de Ciencias Exactas de la UBA hace poco: “A la IA hay que abrazarla fuerte. Abrazarla para usarla y abrazarla para que no se escape”.

Ahora, Campanario está embarcado en la lectura de The Catalyst, del bioquímico estadounidense y ganador del premio Nobel Thomas Cech, para entender cómo el ARN (un ácido nucleico similar en estructura al ADN) es el centro de los mayores misterios de la biología, donde la vida revela los procesos críticos del envejecimiento y la enfermedad, y los espectaculares poderes de las terapias innovadoras, desde Crispr hasta las vacunas de ARNm. Además, empezó a entrenarse en la que será su sexta categoría de Rubik que es Cubo a ciegas 3×3 y la semana pasada se animó a meterse en una cubeta llena de hielo por primera vez, ante los ojos incrédulos de su hija menor, Oli, que le preguntó cuánto le habían pagado por someterse a semejante experiencia. Es que si la curiosidad fuese una disciplina olímpica, tendríamos en la Argentina el oro asegurado.

El sociólogo canadiense Malcolm Gladwell sostiene que para que las ideas se esparzan y se propaguen como un virus social, deben alcanzar un “punto de inflexión”, a partir del cual los efectos de esas ideas se potencien al máximo, creando un cambio significativo en la sociedad. En su libro The tipping point describe “ese momento mágico en el que una idea, tendencia o conducta social cruza un umbral, se vuelca y se esparce como un incendio forestal”. Según Gladwell, para que esto ocurra se precisa de personas que describe bajo “la ley de los pocos”: conocedoras, conectoras y persuasivas.

Estas personas están enteradas de lo que ocurre, buscan y comparten información porque todo les produce curiosidad. Además, son muy hábiles para unir al mundo. Conocen a muchas personas que creen en ellas y a gente influyente que pertenece a diversos grupos. Son, también, grandes convencedores: quieren que los demás actúen como les han recomendado, con el convencimiento de que han descubierto algo valioso. Apasionadas de su trabajo, saben aprovechar sus técnicas de persuasión para transmitir ideas y pensamientos.

Desde Rosario. Un “sabio de la humanidad” que revolucionó la cirugía cardiovascular de la Argentina al mundo

Entre esos pocos está Sebastián Campanario. Nacido en La Plata en 1973, es licenciado en Economía por la UBA y periodista de TEA. Divulgador y conferencista internacional, escribe sobre innovación, creatividad, economía del cambio y ciencias de la vida en el diario LA NACION, donde publica los domingos la columna Álter Eco en el suplemento de Economía y Mente en el de Bienestar. Es autor de múltiples libros como La economía de lo insólito (2005); Otra vuelta a la economía, junto con Martín Lousteau (2012); Ideas en la ducha (2014); Modo esponja, con Andrei Vazhnov (2017), Revolución senior (2019) y El futuro del bienestar (2022). Su última propuesta es Proxi +50, 50 ideas para tus próximos 50 años (2024). En 2017 recibió el Premio Konex de Oro a la Divulgación.

Aunque su bio alternativa podría ser: cumplió 50 años en Corea armando cubos Rubik junto a su hijo Nicolás y 1500 participantes más; aprende más de bienestar de su perra adoptada –Lena, de 3 años– que de los principales neurocientíficos del mundo y en el colegio casi se llevó la “vertical” a marzo, si no hubiera sido por la misericordia de su profesor de gimnasia.

–De ser el referente en la agenda de economía no convencional y creatividad, le sumaste la del nuevo bienestar y longevidad, todo bajo el prisma del cambio y la innovación, ¿qué tan intencional fue ese viraje?

–Me encantaría decirte que fue una estrategia, pero en realidad creo que, como en todas las cosas, hubo un componente de azar muy grande, mayor al que uno siempre está dispuesto a reconocer. Hay un punto de mucha curiosidad unido al trabajo periodístico que indaga qué temas están empezando a crecer y a impactar más, en particular todo lo que tiene que ver con bienestar y longevidad, que empecé a trabajar en la última parte de la pandemia. Ahí tenía como dos o tres motores. Por un lado, aumentó mucho la conciencia sobre la importancia de la agenda de bienestar por lo mal que la estábamos pasando nosotros y nuestros seres queridos. Después, veía que había muchos avances en ciencias de la vida que, aunque sale menos en los medios que la inteligencia artificial, tienen mucho impacto, pero están subcontadas. Y después el tema demográfico, que va a la par en impacto con el cambio tecnológico y el cambio climático, pero al que se le da poca importancia relativa. Entonces, las lianas de mis temas fueron de economía no convencional a creatividad e innovación y de ahí a bienestar y longevidad.

–Se cumplen 10 años de tu libro Ideas en la ducha, que se centraba en la importancia de los “momentos afuera” para generar las mejores ideas. Mientras, hoy sigue reinando la cultura de agendas explotadas y burnout. ¿Subestimamos esas formas de creatividad y productividad?

–El otro día vi una nota que le hacían a John Cleese, el comediante inglés miembro del grupo cómico Monty Python, que, además de ser un gran creativo, es como un gran teórico sobre la creatividad. Él hablaba de “la mentalidad de tortuga”, la necesidad de tener momentos en el día de calma y foco, sin distracciones que considera que son el enemigo número uno de la creatividad. Esta idea de que si te distraés, volver a tu flujo te lleva 17 minutos en promedio. Entonces sí, me parece que está subestimado el costo que tiene la cultura de estar siempre ocupados sobre la creatividad. También, desde que escribí el libro hace 10 años, hay muchas cosas nuevas en la agenda de creatividad. El título “ideas en la ducha” buscaba mostrar cómo en los momentos de distracción, en los que aflojás un poco el foco, surgen los momentos Eureka o de epifanía. Pero ahora se descubrieron cosas nuevas a nivel de neurociencias del bienestar y, sobre todo, en la interacción con la inteligencia artificial. Uno de los descubrimientos es que no es tan bueno estar en modo divergente todo el día, que tu cerebro se vaya por las ramas y pensar en cosas que no son reales, que es algo que la literatura de la creatividad promovió mucho, que la gente que está distraída o soñando despierta tiene mejores ideas. Un estudio nuevo, que se llama “Una mente que divaga es una mente infeliz”, explica que la gente que tiene tanta divergencia tiende más a la depresión, porque el cerebro tiene un sesgo a la negatividad. Además, gastás mucha energía. Paradójicamente, cuando estás sin pensar enfocado es cuando más áreas del cerebro se encienden y el 70% de tu energía corporal se va al cerebro, lo que genera un gasto de energía muy grande. Entonces, creo que hay muchos elementos nuevos a tener en cuenta.

–¿Cuál es la correlación entre creatividad y bienestar?

–Hay una correlación muy alta con una doble vía: entrar en procesos creativos te hace bien emocionalmente y, cuando estás bien emocionalmente, tendés a ser más creativo.

–En tus últimos tres libros aparece la promesa de la nueva longevidad, hay datos que parecen sostener que estamos viviendo más. ¿Qué pasa con la calidad de esos años que se agregan?

–Hoy hasta pongo en duda la primera afirmación que sostiene que estamos viviendo más. En 2024 hay un nuevo escepticismo, una mirada un poco más negativa. El año pasado hubo un boom de startups que tenían promesas muy futuristas de revertir el envejecimiento celular y, por ahora, hay muchas líneas científicas que están en callejones sin salida y están siendo desinvertidas. Ya no está tan claro que la gente que está naciendo ahora vaya a vivir más de 100 años. El punto seguro de la “revolución senior” es que tenés mucha gente de 80 y 90 años muy bien a nivel físico y cognitivo, esa creo que es la diferencia grande que hay ahora con respecto a lo que pasaba hace 20 o 30 años. Alberto Naisberg, un hombre lleno de proyectos a sus 99 años, siempre me dice: “la ciencia nos dio muchos años en cantidad, ahora está en nosotros llenarlos de calidad”, y para eso hay que tener cuanto antes en el tiempo una mentalidad de longevidad.

Jane McGonigal, diseñadora y futurista que solés citar, dice que la mentalidad de futuro se puede entrenar.

–Claro, la mentalidad de longevidad es tomar decisiones ahora que no solo te sirvan para el corto plazo, sino para estar bien a los a los 80, 90 y 100 años. Cuando vos ves la caja negra de prejuicios que hay con el tema etario, tenés prejuicios a nivel social, a nivel de empresas, a nivel del Estado y a nivel individual, que es como el origen de todos los prejuicios. Y tiene que ver con esa falta de empatía con tu yo de acá a 20 años. Si vos tenés 50, te ponen una imagen tuya a los 70 u 80 y no la reconocés; por eso me parece que hay que empezar por ahí. McGonigal propone hacer esta estrategia de “journaling”, escribir a diario las cosas que te salieron bien o por las que estás agradecido. Es un consejo muy recurrente en la agenda de bienestar, pero ella propone hacerlo hacia adelante, a tu yo de acá a 10 años, que es un mediano plazo con el que podemos empatizar y accionar. Describir cómo sería un día tuyo de acá a 10 años y qué desafíos se presentarían, y qué podés hacer hoy para facilitar ese futuro. De esta manera se activan partes del cerebro que no se activan habitualmente y esto tiene correlación con menores cuadros depresivos y mayor calidad emocional.

–Nuestro cerebro es predominantemente dopaminérgico: las experiencias novedosas ralentizan el tiempo, la rutina lo acelera. Tu investigación con “súpercuriosos” de todas las edades, ¿avala la importancia de seguir haciendo cosas nuevas toda la vida?

–Es muy interesante el tema de la subjetividad de la edad. Hay un matemático inglés que le preguntó a la gente a qué edad se consideraban viejos. Y dio con la fórmula que es: la raíz cuadrada de tu edad multiplicada por 8. Entonces, si tenés 25, una persona de cuarenta te parece vieja. En la Argentina la gente considera que deja de ser joven a los 44 años, y vieja, a los 60 largos. La edad empezó a ser importante recién con los Estados modernos; antes, en la antigüedad, la gente ni sabía la edad que tenía y eso se veía en las tumbas que no marcaban la edad. Es un tema de mucha subjetividad y depende de cada uno. Hablando de súper curiosos, está el caso de Pepe Sánchez, para mí la persona más pionera a nivel mundial en temas de bienestar y longevidad, que hablaba de estos temas hace más de 10 años, cuando no existía el corpus que existe ahora impulsado por científicos como Andrew Huberman. Me acuerdo de una nota que le hice para LA NACION Revista en la que decía que todo lo que hacía en materia de bienestar, lo hacía para poder viajar con su hijo y con su mujer a los 80 y 90 años, para poder leer libros, que no le importaba nada estar lindo o musculoso como un tema hedónico, sino que él lo hacía para estar bien la mayor cantidad de años posible.

Es gente que, además de ser curiosa, aplica todo en su vida. Los humanos, en general, somos muy malos para predecir qué nos hará bien, qué nos hará felices. Nuestra idea respecto a eso está mucho más marcada por el entorno cultural, por lo que nos dijeron nuestros maestros y papás. Quizás alguien te dijo que no eras bueno en matemáticas o que no eras bueno para escribir, pero no es la realidad de lo que te pasa. Entonces, cuando tenés ese insight en la cabeza, que somos malos para predecir en qué somos buenos y qué cosas podemos aprender, y lo combinás con un mundo que cambia cada vez más rápido, el resultado como estrategia óptima es probar y hacer la mayor cantidad de cosas posibles. Porque en la experiencia vas a encontrar seguramente, como me dice Alberto Naisberg, “tu plan personal de bienestar”. Y para eso tenés que estar todo el tiempo probando cosas nuevas. En algún momento tenés que converger, sino caés en un “picoteo de bienestar” sin sentido. Pero al converger tenés que haber probado mucho antes.

–Y de esos mundos que vamos probando resaltás la relevancia de la diversión y de la amabilidad con nosotros mismos.

–Sí, porque si vos estás hablando de cosas que vas a tener que adoptar como hábito de acá a 10, 20 o 30 años, no podés hacer algo que quieras dejar la semana que viene, y en eso hay que ser piola en el autoconocimiento y la indagación de lo que te motiva. Además, esto nos separa del resto, porque nadie puede competir con alguien que ama lo que hace. Como dice Melina Furman: “si te brillan los ojos, seguí tirando de esa piola, es por ahí”.

–¿Qué estás viendo nuevo para la agenda de longevidad y bienestar?

–Como periodista siempre ves los fuegos artificiales, los descubrimientos medio de ciencia ficción, que de eso hay permanentemente. Pero te diría que, paradójicamente, uno empieza a ver que lo más revolucionario es volver a los orígenes, volver a las bases. El multimillonario de la tecnología, Bryan Johnson, gasta dos millones de dólares al año en un equipo de 30 médicos para rejuvenecerse. Hoy tiene 46 años, con pulmones de alguien de 25 o riñones de alguien de 23. Yo la veo a mi perra Lena, de 3 años, que duerme 10 horas a la noche, se levanta, se hidrata, se estira, bosteza, sale a socializar con otros perros, ladra y expresa sus sentimientos, corre descalza en la tierra, después a la tarde se tira de nuevo el solcito. Todas las cosas que te dije que hace Lena, que es una perra callejera, es un capítulo de un podcast de Andrew Huberman, principal referente de estos temas. Yo lo entrevisté a Huberman hace poco y me decía que hay una puja ahora, porque hay más conciencia de esta agenda, pero a su vez cada vez más sedentarismo. Él tiende a ser pesimista en ese sentido por cómo vivimos, especialmente pospandemia, en el que muchos ni siquiera tienen que moverse para viajar al trabajo.

–Tu curiosidad te hizo saltar a otra liana muy distinta: la del mundo Rubik. ¿Cómo podrías resumir que de regalarle un cubo Rubik a tu hijo del medio hace dos años, terminaron ambos en el mundial de Corea, tu hijo campeón sudamericano en la categoría Multibling y vos compitiendo en cinco categorías?

Mi mujer le regaló a Nico un cubo a los 13 y él empezó a cubear como hobby. Descubrió una pasión, desarrolló una habilidad y se acaba de convertir a sus 15 años en campeón sudamericano de la categoría Multiblind. Esto consiste en memorizar decenas de cubos y resolver la mayor cantidad posible en una hora. La medalla la logró luego de resolver 32 de los 36 cubos que se le presentaron. Y en la categoría Blind 3×3 a ciegas ostenta el séptimo mejor tiempo del mundo, con 14 segundos para analizarlo, recordarlo y resolverlo. Al acompañarlo, me enganché y me topé por primera vez con un hobby en mi vida.

–Aunque practicás solo 15 minutos por día, no vas a ningún lado sin los cubos y ya estás compitiendo en cinco categorías, además de organizar competencias y haber instalado la agenda de manera federal.

–Es un mundo que está explotando. El año que viene es el mundial en Seattle, en los Juegos Olímpicos varios atletas se concentraban antes de sus pruebas resolviendo cubos, y hay muchos cuberos que son buenos gimnastas. Es menos inteligencia cognitiva de lo que en realidad se cree y es más un tema de foco, disciplina, perseverancia y mentalidad de mejora permanente. Esta generación no tiene como nosotros la mentalidad de “la meseta del ok”, donde nos conformamos, entonces es difícil saber hasta dónde van a estirar los límites de lo posible. Se cree que este año vamos a ver resoluciones de cubos en menos de 3 segundos. Nico y todos los cuberos tienen un set de habilidades increíbles para los trabajos del futuro, pensá que es gente focalizada 10 horas por día en resolver un problema, que no se conforma nunca. Entonces, la curiosidad es más importante que la inteligencia, más cuando tenés en cuenta la tasa de cambio que estamos viendo a nivel mundial, unida a un contexto de mayor complejidad. Un mundo que, en varios órdenes de magnitud, es más complejo del que había hasta hace poco, y esto implica lo que el futurólogo Matt Clifford nombra como aumento en la varianza de la realidad.

–¿Por qué aumenta la complejidad?

–Es como un emergente matemático de la realidad que nos rodea. Está todo mucho más ligado entre sí, sobre todo después de la pandemia. Temas digitales y red con nodos más interconectados que aumentan la complejidad, y eso hace que aumente lo que Nassim Taleb llama “los cisnes negros”. La realidad empieza a estar dominada por una ley de potencias y no por una distribución normal, que es la que nuestro cerebro está acostumbrado a procesar. Entonces, ahora es más probable que salgas a la calle y que te topes con una persona que mide dos kilómetros o tres milímetros. Esto explica tanto a outsiders de la política como Milei ganando una elección, como al Covid; todo es más impredecible. Ante estos escenarios, la creatividad gana protagonismo, con la curiosidad como los ladrillos que la construyen. La creatividad es unir puntos que estaban ahí, pero que nadie había unido antes, y hoy hay que ser muy creativo para intuir lo que puede pasar en dos, tres, cinco años. Ya no va más la idea de repetir el mismo plan o presupuesto y corregirlo más o menos 2%, y con eso estabas. Ahora podés necesitar algo muy distinto.

–Si vamos a un mundo de cisnes negros más habituales, ¿qué estrategias de supervivencia tenemos que desarrollar para ese entorno?

–Una estrategia personal de antifragilidad. Este término que usa Nassin Taleb refiere a que no solo tenés que ser robusto en el sentido de aguantar la crisis, sino que te beneficiás del estrés que provoca y salís fortalecido de ella. Es una resiliencia al cuadrado. Cuando tenés un mundo tan complejo, podés hacerlo, por ejemplo, eligiendo los proyectos en los que te embarcás no por prestigio o dinero, sino priorizando la tasa de retorno de aprendizaje que te proporcionan, que es un concepto de Andrei Vazhnov. Y, por otra parte, no olvidar que la curiosidad es un músculo que se entrena. En el caso de los periodistas, tenemos como herramienta muy útil y a mano que hablamos con personas muy interesantes y distintas. No desperdiciar, escribiendo siempre de lo mismo, esa posibilidad de ampliar mundos. Eso se puede extrapolar a otras profesiones.

–A esta complejidad y nodos cada vez más conectados se suma la promesa de cambio disruptivo de la IA. ¿En qué habilidades deberíamos estar formándonos para tener trabajo en los próximos años?

–Nunca me había pasado como periodista que hubiera algo tan protagónico por tanto tiempo. Viendo el documental de la gimnasta Simone Biles, se decía que nunca hubo en un deporte alguien tan dominante. A mí me hace acordar al ajedrecista Bobby Fischer, que estuvo tanto tiempo tan lejos del resto. Y esto me resuena con lo que pasa con la IA, que no pasaba con la Web3 u otras promesas. Ya van dos años del lanzamiento de ChatGPT y el tema sigue ganando protagonismo. Estoy por un lado fascinado, más allá del escepticismo de algunos porque había expectativas desmesuradas. La habilidad que sigue siendo la trinchera nuestra es la creatividad. Hasta cuando hablás con creativos te dicen que está buenísimo para un montón de pasos iniciales, que hace que desaparezca el temor de la hoja en blanco, pero la “última milla”, las ideas de excelencia, son humanas y hay un valor en eso al día de hoy. Si en el futuro se evoluciona hacia una inteligencia artificial más general, habrá que ver.

–Está la idea de “lo que vamos a perder es la descripción de nuestro trabajo más que nuestro trabajo”. ¿Esa exploración se está haciendo en las empresas o chocamos en cualquier momento?

–Te contesto como un economista: depende. Hay pocos temas que sean más difíciles de predecir que el futuro del trabajo y basta con mirar como la hemos pifiado en aseveraciones anteriores. Es un área donde se mezcla la tecnología con la cultura, con los hábitos, con la familia y más. Entonces no importa que haya una buena tecnología para trabajo remoto. Si hasta Apple está viendo cómo hacer para que la gente vaya al edificio en el que gastaron 500 millones, qué nos queda al resto. Veo una frontera muy escarpada, un mapa que se va haciendo. Cuando hablás con las empresas más avanzadas como Tesla, OpenAI, Perplexity, etcétera, aun ellos te dicen: estamos tres pasos adelantados, si nos quedamos quietos dos meses, nos sobrepasan. Todo es muy sobre la marcha.

–Si bien en algunas profesiones se habla de la IA permitiendo una “imaginación aumentada”, hay un sinfín de tareas repetitivas que tienen los días contados. ¿Qué impacto puede tener esto para la matriz productiva económica?

–Los estudios económicos que salen y los tiempos de la academia acá te quedan súper viejos, así que todo lo que sale hay que tomarlo con pinzas. Los primeros estudios hablaban de un 20, 30 y hasta 70% de automatización dependiendo de la profesión. Hace unos meses salió uno que decía que, en el caso de los abogados juniors, el nivel de reemplazo podría escalar al 99%. La línea de avance tecnológico es muy exponencial, pero hay que ver la línea de procesos y de nosotros acostumbrándonos y adoptando todo esto, que no es la misma. Lo que termina fijando la verdadera velocidad de cambio es cómo la sociedad se adapta a eso. Blockchain es una tecnología realmente revolucionaria, pero si la sociedad no la adopta como propia, que los bancos centrales tomen criptomonedas, etcétera, no se va a terminar de desplegar. Entonces lo difícil es pegarle al timing; en algún momento va a pasar, pero no sabemos si será de acá a dos, tres, cinco, diez o veinte años. Como me dijo un científico de Ciencias Exactas de la UBA hace poco: “A la IA hay que abrazarla fuerte. Abrazarla para usarla y abrazarla para que no se escape”.

Ahora, Campanario está embarcado en la lectura de The Catalyst, del bioquímico estadounidense y ganador del premio Nobel Thomas Cech, para entender cómo el ARN (un ácido nucleico similar en estructura al ADN) es el centro de los mayores misterios de la biología, donde la vida revela los procesos críticos del envejecimiento y la enfermedad, y los espectaculares poderes de las terapias innovadoras, desde Crispr hasta las vacunas de ARNm. Además, empezó a entrenarse en la que será su sexta categoría de Rubik que es Cubo a ciegas 3×3 y la semana pasada se animó a meterse en una cubeta llena de hielo por primera vez, ante los ojos incrédulos de su hija menor, Oli, que le preguntó cuánto le habían pagado por someterse a semejante experiencia. Es que si la curiosidad fuese una disciplina olímpica, tendríamos en la Argentina el oro asegurado.

 Especialista en innovación y creatividad, revela por qué los humanos somos malos para predecir lo que nos da más felicidad y cree que es imposible competir con la gente que ama lo que hace  LA NACION

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