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“¿Hamburguesas? No, gracias”, dicen los italianos del US Open

NUEVA YORK.- “Donde fueres, haz lo que vieres” es un famoso refrán que nos recomienda adaptarnos a las costumbres y hábitos del lugar en el que estemos. La expresión original proviene del latín Cum Romae fueritis, Romano vivite more, y en inglés se mantiene más cercano al original: “When in Rome, do what Romans do”.

Es temporada de US Open y la frase hoy se escucha con cierta indignación. Porque así como es conocida la forma en la que los jugadores norteamericanos disfrutan de la comida italiana cuando van a jugar el Abierto de Roma, parece que los italianos, curiosamente, no se desviven por las hamburguesas cuando llegan aquí. En vez, cada noche, después del Open muchos se juntan, junto a sus entrenadores, fisios y amigos, a comer pasta en Via Della Pace, una cantina italiana del Village.

Porque así como es conocida la forma en la que los jugadores norteamericanos disfrutan de la comida italiana cuando van a jugar el Abierto de Roma, parece que los italianos, curiosamente, no se desviven por las hamburguesas cuando llegan aquí

The New York Times publicó la noticia esta semana, e inmediatamente el relativamente modesto establecimiento se convirtió en el lugar donde ver y ser visto. Los jugadores italianos son cada vez más exitosos, pero desde que Matteo Berrettini firmó para ser la imagen de Hugo Boss, y Janick Sinner de Gucci, el interés por “la squadra azzurra” del Open se extendió mucho más allá de los fanáticos del tenis.

Via Della Pace además, más allá de la pasta con los carbohidratos necesarios para recuperarse tras un partido, tiene credenciales tenísticas poderosas. Uno de sus dueños, Giovanni Bartocci, es un tifosi de los jugadores, en particular de Berretini. El ejemplo más elocuente de su pasión fue durante la pandemia, cuando el torneo se quedó sin espectadores. Bartocci que es alto, tatuado, con múltiples piercings, pelo largo en un rodete, anillos en todos los dedos, motoquero y que –por si quedara alguna duda– se describe a sí mismo como “el loco italiano” del tenis, se plantaba con un megáfono afuera del estadio y gritaba “Dajeeee, Matte”, entre frases en dialecto romanesco, cada vez que Berretini entraba en la cancha.

Ese mismo año el primer local de Via Della Pace se incendió, y es un secreto a voces que los jugadores italianos contribuyeron para que se pudiera volver a abrir. Hoy nada los saca de allí.

“Los jugadores italianos somos todos amigos y nos gusta salir y comer comida italiana dondequiera que viajemos”, dijo Lucia Bronzetti, una de las tenistas mejor ranqueadas. “Normalmente no pruebo otro tipo de comida –explicó a The New York Times, haciéndose eco del sentimiento de varios de los jugadores de su equipo–. Bueno, en Nueva York quizás a veces me gusten las hamburguesas”.

El tema fue que muchos lectores se indignaron, y en las butacas del US Open esto se volvió tema de discusión de rigor. Algunos subrayaron que la Gran Manzana es tanto más que las hamburguesas, que concentra una riqueza culinaria propia pero también del mundo entero, y que es un crimen no hacer como los locales, que se vanaglorian de probarlo todo. Otros retrucaron que eso puede ser un buen consejo para turistas, pero que para atletas en días clave, el no aventurarse es lógico. Y que es parte del ideal italiano el comer lo propio rodeado de amigos. Recordaron al gran tenor napolitano Enrico Caruso —de salsa bautizada en su honor en muchos restaurantes de la Argentina y, sobre todo, Uruguay– que cuando cantaba en el Met mantenía una reserva enorme en su restaurante italiano favorito para después de salir a escena. Las raras noches en que no podía ir, pagaba la cuenta de todos de cualquier manera.

Esta cronista no sabe si los jugadores pagan por otros aún cuando no están. Pero no se pierde de ir a Via Della Pace cada temporada del Open. Ocurre que, para proteger la salud de los jugadores europeos, y que se sientan verdaderamente como en casa, les apagan el aire acondicionado. “Matte” y sus compatriotas tendrán fama de irresistibles, pero en una ciudad donde es imposible no congelarse en cualquier establecimiento, esto lo es aún más.

NUEVA YORK.- “Donde fueres, haz lo que vieres” es un famoso refrán que nos recomienda adaptarnos a las costumbres y hábitos del lugar en el que estemos. La expresión original proviene del latín Cum Romae fueritis, Romano vivite more, y en inglés se mantiene más cercano al original: “When in Rome, do what Romans do”.

Es temporada de US Open y la frase hoy se escucha con cierta indignación. Porque así como es conocida la forma en la que los jugadores norteamericanos disfrutan de la comida italiana cuando van a jugar el Abierto de Roma, parece que los italianos, curiosamente, no se desviven por las hamburguesas cuando llegan aquí. En vez, cada noche, después del Open muchos se juntan, junto a sus entrenadores, fisios y amigos, a comer pasta en Via Della Pace, una cantina italiana del Village.

Porque así como es conocida la forma en la que los jugadores norteamericanos disfrutan de la comida italiana cuando van a jugar el Abierto de Roma, parece que los italianos, curiosamente, no se desviven por las hamburguesas cuando llegan aquí

The New York Times publicó la noticia esta semana, e inmediatamente el relativamente modesto establecimiento se convirtió en el lugar donde ver y ser visto. Los jugadores italianos son cada vez más exitosos, pero desde que Matteo Berrettini firmó para ser la imagen de Hugo Boss, y Janick Sinner de Gucci, el interés por “la squadra azzurra” del Open se extendió mucho más allá de los fanáticos del tenis.

Via Della Pace además, más allá de la pasta con los carbohidratos necesarios para recuperarse tras un partido, tiene credenciales tenísticas poderosas. Uno de sus dueños, Giovanni Bartocci, es un tifosi de los jugadores, en particular de Berretini. El ejemplo más elocuente de su pasión fue durante la pandemia, cuando el torneo se quedó sin espectadores. Bartocci que es alto, tatuado, con múltiples piercings, pelo largo en un rodete, anillos en todos los dedos, motoquero y que –por si quedara alguna duda– se describe a sí mismo como “el loco italiano” del tenis, se plantaba con un megáfono afuera del estadio y gritaba “Dajeeee, Matte”, entre frases en dialecto romanesco, cada vez que Berretini entraba en la cancha.

Ese mismo año el primer local de Via Della Pace se incendió, y es un secreto a voces que los jugadores italianos contribuyeron para que se pudiera volver a abrir. Hoy nada los saca de allí.

“Los jugadores italianos somos todos amigos y nos gusta salir y comer comida italiana dondequiera que viajemos”, dijo Lucia Bronzetti, una de las tenistas mejor ranqueadas. “Normalmente no pruebo otro tipo de comida –explicó a The New York Times, haciéndose eco del sentimiento de varios de los jugadores de su equipo–. Bueno, en Nueva York quizás a veces me gusten las hamburguesas”.

El tema fue que muchos lectores se indignaron, y en las butacas del US Open esto se volvió tema de discusión de rigor. Algunos subrayaron que la Gran Manzana es tanto más que las hamburguesas, que concentra una riqueza culinaria propia pero también del mundo entero, y que es un crimen no hacer como los locales, que se vanaglorian de probarlo todo. Otros retrucaron que eso puede ser un buen consejo para turistas, pero que para atletas en días clave, el no aventurarse es lógico. Y que es parte del ideal italiano el comer lo propio rodeado de amigos. Recordaron al gran tenor napolitano Enrico Caruso —de salsa bautizada en su honor en muchos restaurantes de la Argentina y, sobre todo, Uruguay– que cuando cantaba en el Met mantenía una reserva enorme en su restaurante italiano favorito para después de salir a escena. Las raras noches en que no podía ir, pagaba la cuenta de todos de cualquier manera.

Esta cronista no sabe si los jugadores pagan por otros aún cuando no están. Pero no se pierde de ir a Via Della Pace cada temporada del Open. Ocurre que, para proteger la salud de los jugadores europeos, y que se sientan verdaderamente como en casa, les apagan el aire acondicionado. “Matte” y sus compatriotas tendrán fama de irresistibles, pero en una ciudad donde es imposible no congelarse en cualquier establecimiento, esto lo es aún más.

 La indignación neoyorquina no les hace mella, y cada noche recuperan fuerzas, entre pastas y amigos, en una conocida cantina italiana del Village  LA NACION

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