Selva Alemán y Arturo Puig: una historia de amor que nació en una telenovela y creció a lo largo de 50 años
Las historias de amor no tienen una explicación lógica. Son simplemente eso: historias de amor. Pero en todas hay analogías: flechazo, pasión, respeto, ternura, paciencia. Dicen que cada pareja es un mundo, y que cada cual tiene sus propias reglas, sus propios sus acuerdos. Y un gran ejemplo fue la de Selva Alemán y Arturo Puig, un romance que nació en un set de televisión y fue creciendo a lo largo de más de 50 años.
El amor entre ellos tuvo todos los condimentos: nació en un cruce de miradas pícaras, creció en una ficción y se fortaleció en el día a día. Formaron una de las parejas más estables y longevas del mundo del espectáculo, con algunas idas y vueltas, encuentros y desencuentros, pero juntos, hasta el repentino fallecimiento de la actriz, ocurrido este martes. “No hay recetas para el amor”, coincidían los protagonistas.
Se conocieron en 1974, en la casa de Diana Álvarez, durante la primera lectura de los guiones de Fernanda, Martín y nadie más, telenovela que Selva y Arturo protagonizaron y que no fue un gran éxito pero, para ellos, selló su vida entera. “El flechazo fue mutuo”, se sinceraron ambos tiempo después.
No solamente ellos se dieron cuenta del impacto de ese encuentro, también la directora de la novela y dueña de casa y algunos de los compañeros de elenco fueron testigos de esa incipiente relación. En ese momento, los dos estaban en pareja y el flechazo de Cupido se postergó. Sin embargo, el amor crecía al cobijo de los besos de ficción. Posiblemente, a veces, Fernanda y Martín se confundían con Selva y Arturo. “Pasamos meses disimulando hasta que un día fuimos a tomar un café a un barcito de Olleros y Libertador. Hablamos, pero era todo un tema. Yo tenía dos hijos chiquitos”, detalló Puig, que por entonces ya era padre de Ximena y Juan. “De a poco fuimos arreglando las cosas. Después de esa novela no trabajamos juntos durante muchos años”.
“Los dos tuvimos un matrimonio anterior, y cuando empezamos a salir y luego a convivir, no había divorcio”, admitía Selva. Por eso nos casamos el día del cumpleaños de Selva, un 30 de abril. Y no nos acordamos ni de qué año. Tuvimos nuestras idas y vueltas, pero siempre hubo amor y humor. Nos divertimos mucho juntos”, resumió el actor a LA NACIÓN.
Ellos no llevaban la cuenta, pero el periodismo sí. Se casaron por civil el 30 de abril del 2001 y la reunión fue sin mucha alharaca: sólo familia y amigos íntimos. “No llevamos la cuenta de nada. Ni siquiera teníamos intenciones de casarnos, pero un día estábamos charlando y dijimos: por qué no nos casamos, después de tanto tiempo. Y nos casamos el día del cumpleaños de Selva justamente para tener una referencia, porque si no tampoco lo sabíamos. Somos un desastre”. Así, nadie se ofendía si ese día de aniversario no había saludos ni regalos. “Pasa por otro lado”, decían. Y Selva aclaraba: “Me acuerdo que unos días antes había dejado de fumar. No soportaba más el olor del cigarrillo. Había empezado a los 22 años, por exigencia de un personaje. Y tuve que hacer un tratamiento para dejar. Pasé de la adicción al cigarrillo a la de caramelos de dulce de leche”. “Yo dejé el cigarrillo después, y engordé un montón”, contaba él. Así, las fechas importantes de esta historia se relacionan con anécdotas de su vida cotidiana.
En estos 50 años de amor hubo también tormentas y hasta separaciones. Pero, fieles a su perfil bajo, nunca nadie se enteró. O al menos para los ajenos, esos distanciamientos pasaron desapercibidos. “Seguimos juntos. Evidentemente nos queremos mucho y nos respetamos, aunque nos peleamos mucho también pero jamás fuimos agresivos el uno con el otro”, aclaraba el actor. Se dice que la convivencia y la rutina son grandes enemigas del matrimonio. Sin embargo, no lo son para ellos. “La convivencia fluye de una manera fantástica. Aunque estemos enojados por alguna pavada, igual la cosa funciona. Tenemos una cierta rutina pero no somos muy rutinarios porque todos los días cambia algo: uno graba, otro ensaya, o sale una gira, o tiene funciones de teatro. No, no somos rutinarios”.
“Ahora los jóvenes se separan rápidamente. Yo creo que no se tienen paciencia. Pasa por ahí, me parece. Tanto Arturo como yo nos tenemos paciencia, y cuando uno tiene algún momento malo, nos respetamos. De todos modos, las nuestras no fueron separaciones largas. Son cosas que a veces suceden: peleas, agarrás el bolso y te vas, pero enseguida nos reconciliamos. Y tampoco hubo mucho de eso. Sí hicimos terapia de pareja y nos vino muy bien”, contó Selva en Corta por Lozano (Telefe). ¿Quién es el primero en ceder y acercarse en esos momentos? “Depende de la situación. Ninguno de los dos ha tenido ese orgullo tonto. Si me equivoqué, me equivoqué. Al principio, nos peleábamos mucho por el poder en la pareja, por ver quién tenía la verdad”, decía ella. Y él la seguía: “Por eso compartimos muchos trabajos. Nos criticábamos, nos llevábamos pésimo en el ámbito laboral y en determinado momento dijimos ‘basta’, porque iba a terminar afectando nuestra relación. Hasta que volvimos a trabajar en Cristales rotos, la obra de Arthur Miller”. “Tampoco fue tan fácil dejar de trabajar juntos, pero teníamos maneras muy distintas de encarar el trabajo. En Cristales rotos todo funcionó muy bien, quizá porque ninguno se quería perder hacer esa obra”, señalaba ella.
La experiencia de compartir el mismo escenario fue tan buena que siguieron trabajando juntos en El precio y ¿Quién le teme a Virgina Woolf?. “Le hace bien a nuestra pareja coincidir en la carrera, compartir la misma pasión, y tenemos gustos parecidos también en cuanto a películas, series, teatro. Y en todo caso, uno se queda mirando una tele y el otro se va a la otra habitación. A veces pasa, pero en general coincidimos mucho”, cuenta Arturo. Y se sincera: “El trabajo de mantener la llama encendida es diario. Nosotros todavía sentimos cierta pasión. Es algo fuerte lo nuestro. Con los años muchas cosas mejoran. Otras, empeoran. Pero es fundamental divertirse y ser compinches”.
En tiempos de la dictadura militar, Selva y Arturo estuvieron un largo tiempo sin trabajar. “En aquella época estuvimos prohibidos por ser amigos de Piero y alojarlo en nuestra casa. Nosotros lo llevamos a Ezeiza, cuando inició su exilio. Y hemos ayudado también a otros amigos del mundo del espectáculo. Por esa razón no trabajamos durante más de un año. Y hasta recibimos amenazas telefónicas”, relataba Selva. “Simplemente dejaron de llamarnos. No sabíamos bien qué pasaba, hasta que un productor me dijo que estábamos en una lista negra”, aclaraba Arturo.
Casados sin hijos
Los hijos fueron un capítulo aparte. La pareja no los tuvo, pero Selva estuvo muy presente en la crianza de los hijos de Puig. Los conoció cuando Ximena tenía 3 años y Juan, apenas 1. “Selva nunca quiso ocupar el lugar de la madre. Pero los chicos la adoran porque, además, desde muy chicos vinieron a vivir con nosotros durante unos años. Tengo una relación muy fuerte con mis hijos, nos hablamos todos los días, nos vemos seguido. Y con los nietos estamos como locos los dos. La llegada de Nikolai (11), Elizabeta (9) y Santo (1) nos movilizó mucho. Los vemos prácticamente todos los días, y ayudamos a Ximena en lo que podemos”.
Alguna vez revelaron en alguna entrevista que en los tiempos de la dictadura militar les ofrecieron adoptar un bebé y no aceptaron. “No podíamos adoptar legalmente porque no estábamos divorciados de nuestros matrimonios anteriores. Para la Ley no éramos aptos para poder adoptar y darles un hogar a los niños. Entonces, había que hacerlo de otra manera. Eran momentos terribles y la sensación de peligro era constante, se vivía con miedo, pero al mismo tiempo no había una conciencia real de lo que sucedía en el país. Decidimos no arriesgarnos. Y no nos arrepentimos para nada”, contó Selva hace algunos años. “Con los hijos de Arturo formamos una familia ensamblada, aunque me hubiera gustado ser madre. Es uno de los dolores más grandes que he tenido en mi vida. No pude tener hijos porque me operaron dos veces, de muy joven. Hoy, con los métodos actuales, podría haber sido madre. Pero, en aquella época, no. Es algo que me ha pesado mucho”.
La vida de la pareja estuvo llena de anécdotas, algunas muy felices, y otras no tanto. “Transitamos la vida de la mejor manera posible. Construimos una relación y la pudimos mantener en el tiempo. Por sobre todas las cosas, nos amamos y nos respetamos. Disfrutamos los momentos, superamos algunas situaciones y apelamos siempre a la comprensión y la tolerancia. Pudimos apreciar lo bueno y sobreponernos a lo malo, y hemos sido muy críticos el uno del otro”, decía Arturo.
Selva volvía a recordar el instante en que se conocieron: “Un día le dije que fuéramos a tomar un café para charlar. Cuando nos dimos la mano yo pensé: ‘Dios mío, qué pasó acá’. Fue química. A veces creo que había una especie de lazos invisibles que nos unían. Y siguen todavía. Desde el primer día tuvimos la sensación de que entre nosotros había algo familiar. Había mucha confianza, me resultaba cómodo y fácil estar con él y, sin embargo, no nos habíamos visto nunca. Lo nuestro fue un amor muy fuerte, inevitable. Pero cada uno tenía treinta años, algo de vida transitada ya y eso nos permitió ver al otro con más objetividad”. Y enseguida él agregaba: “Yo creo somos opuestos y por eso nos atraemos tanto. Algo de eso hay”.
¿Este amor entonces es hasta que la muerte los separe? “No sé. Esa frase es demasiado fuerte. Y uno nunca sabe lo que le puede pasar”, bromeaba Arturo, consultado por LA NACIÓN.
Las historias de amor no tienen una explicación lógica. Son simplemente eso: historias de amor. Pero en todas hay analogías: flechazo, pasión, respeto, ternura, paciencia. Dicen que cada pareja es un mundo, y que cada cual tiene sus propias reglas, sus propios sus acuerdos. Y un gran ejemplo fue la de Selva Alemán y Arturo Puig, un romance que nació en un set de televisión y fue creciendo a lo largo de más de 50 años.
El amor entre ellos tuvo todos los condimentos: nació en un cruce de miradas pícaras, creció en una ficción y se fortaleció en el día a día. Formaron una de las parejas más estables y longevas del mundo del espectáculo, con algunas idas y vueltas, encuentros y desencuentros, pero juntos, hasta el repentino fallecimiento de la actriz, ocurrido este martes. “No hay recetas para el amor”, coincidían los protagonistas.
Se conocieron en 1974, en la casa de Diana Álvarez, durante la primera lectura de los guiones de Fernanda, Martín y nadie más, telenovela que Selva y Arturo protagonizaron y que no fue un gran éxito pero, para ellos, selló su vida entera. “El flechazo fue mutuo”, se sinceraron ambos tiempo después.
No solamente ellos se dieron cuenta del impacto de ese encuentro, también la directora de la novela y dueña de casa y algunos de los compañeros de elenco fueron testigos de esa incipiente relación. En ese momento, los dos estaban en pareja y el flechazo de Cupido se postergó. Sin embargo, el amor crecía al cobijo de los besos de ficción. Posiblemente, a veces, Fernanda y Martín se confundían con Selva y Arturo. “Pasamos meses disimulando hasta que un día fuimos a tomar un café a un barcito de Olleros y Libertador. Hablamos, pero era todo un tema. Yo tenía dos hijos chiquitos”, detalló Puig, que por entonces ya era padre de Ximena y Juan. “De a poco fuimos arreglando las cosas. Después de esa novela no trabajamos juntos durante muchos años”.
“Los dos tuvimos un matrimonio anterior, y cuando empezamos a salir y luego a convivir, no había divorcio”, admitía Selva. Por eso nos casamos el día del cumpleaños de Selva, un 30 de abril. Y no nos acordamos ni de qué año. Tuvimos nuestras idas y vueltas, pero siempre hubo amor y humor. Nos divertimos mucho juntos”, resumió el actor a LA NACIÓN.
Ellos no llevaban la cuenta, pero el periodismo sí. Se casaron por civil el 30 de abril del 2001 y la reunión fue sin mucha alharaca: sólo familia y amigos íntimos. “No llevamos la cuenta de nada. Ni siquiera teníamos intenciones de casarnos, pero un día estábamos charlando y dijimos: por qué no nos casamos, después de tanto tiempo. Y nos casamos el día del cumpleaños de Selva justamente para tener una referencia, porque si no tampoco lo sabíamos. Somos un desastre”. Así, nadie se ofendía si ese día de aniversario no había saludos ni regalos. “Pasa por otro lado”, decían. Y Selva aclaraba: “Me acuerdo que unos días antes había dejado de fumar. No soportaba más el olor del cigarrillo. Había empezado a los 22 años, por exigencia de un personaje. Y tuve que hacer un tratamiento para dejar. Pasé de la adicción al cigarrillo a la de caramelos de dulce de leche”. “Yo dejé el cigarrillo después, y engordé un montón”, contaba él. Así, las fechas importantes de esta historia se relacionan con anécdotas de su vida cotidiana.
En estos 50 años de amor hubo también tormentas y hasta separaciones. Pero, fieles a su perfil bajo, nunca nadie se enteró. O al menos para los ajenos, esos distanciamientos pasaron desapercibidos. “Seguimos juntos. Evidentemente nos queremos mucho y nos respetamos, aunque nos peleamos mucho también pero jamás fuimos agresivos el uno con el otro”, aclaraba el actor. Se dice que la convivencia y la rutina son grandes enemigas del matrimonio. Sin embargo, no lo son para ellos. “La convivencia fluye de una manera fantástica. Aunque estemos enojados por alguna pavada, igual la cosa funciona. Tenemos una cierta rutina pero no somos muy rutinarios porque todos los días cambia algo: uno graba, otro ensaya, o sale una gira, o tiene funciones de teatro. No, no somos rutinarios”.
“Ahora los jóvenes se separan rápidamente. Yo creo que no se tienen paciencia. Pasa por ahí, me parece. Tanto Arturo como yo nos tenemos paciencia, y cuando uno tiene algún momento malo, nos respetamos. De todos modos, las nuestras no fueron separaciones largas. Son cosas que a veces suceden: peleas, agarrás el bolso y te vas, pero enseguida nos reconciliamos. Y tampoco hubo mucho de eso. Sí hicimos terapia de pareja y nos vino muy bien”, contó Selva en Corta por Lozano (Telefe). ¿Quién es el primero en ceder y acercarse en esos momentos? “Depende de la situación. Ninguno de los dos ha tenido ese orgullo tonto. Si me equivoqué, me equivoqué. Al principio, nos peleábamos mucho por el poder en la pareja, por ver quién tenía la verdad”, decía ella. Y él la seguía: “Por eso compartimos muchos trabajos. Nos criticábamos, nos llevábamos pésimo en el ámbito laboral y en determinado momento dijimos ‘basta’, porque iba a terminar afectando nuestra relación. Hasta que volvimos a trabajar en Cristales rotos, la obra de Arthur Miller”. “Tampoco fue tan fácil dejar de trabajar juntos, pero teníamos maneras muy distintas de encarar el trabajo. En Cristales rotos todo funcionó muy bien, quizá porque ninguno se quería perder hacer esa obra”, señalaba ella.
La experiencia de compartir el mismo escenario fue tan buena que siguieron trabajando juntos en El precio y ¿Quién le teme a Virgina Woolf?. “Le hace bien a nuestra pareja coincidir en la carrera, compartir la misma pasión, y tenemos gustos parecidos también en cuanto a películas, series, teatro. Y en todo caso, uno se queda mirando una tele y el otro se va a la otra habitación. A veces pasa, pero en general coincidimos mucho”, cuenta Arturo. Y se sincera: “El trabajo de mantener la llama encendida es diario. Nosotros todavía sentimos cierta pasión. Es algo fuerte lo nuestro. Con los años muchas cosas mejoran. Otras, empeoran. Pero es fundamental divertirse y ser compinches”.
En tiempos de la dictadura militar, Selva y Arturo estuvieron un largo tiempo sin trabajar. “En aquella época estuvimos prohibidos por ser amigos de Piero y alojarlo en nuestra casa. Nosotros lo llevamos a Ezeiza, cuando inició su exilio. Y hemos ayudado también a otros amigos del mundo del espectáculo. Por esa razón no trabajamos durante más de un año. Y hasta recibimos amenazas telefónicas”, relataba Selva. “Simplemente dejaron de llamarnos. No sabíamos bien qué pasaba, hasta que un productor me dijo que estábamos en una lista negra”, aclaraba Arturo.
Casados sin hijos
Los hijos fueron un capítulo aparte. La pareja no los tuvo, pero Selva estuvo muy presente en la crianza de los hijos de Puig. Los conoció cuando Ximena tenía 3 años y Juan, apenas 1. “Selva nunca quiso ocupar el lugar de la madre. Pero los chicos la adoran porque, además, desde muy chicos vinieron a vivir con nosotros durante unos años. Tengo una relación muy fuerte con mis hijos, nos hablamos todos los días, nos vemos seguido. Y con los nietos estamos como locos los dos. La llegada de Nikolai (11), Elizabeta (9) y Santo (1) nos movilizó mucho. Los vemos prácticamente todos los días, y ayudamos a Ximena en lo que podemos”.
Alguna vez revelaron en alguna entrevista que en los tiempos de la dictadura militar les ofrecieron adoptar un bebé y no aceptaron. “No podíamos adoptar legalmente porque no estábamos divorciados de nuestros matrimonios anteriores. Para la Ley no éramos aptos para poder adoptar y darles un hogar a los niños. Entonces, había que hacerlo de otra manera. Eran momentos terribles y la sensación de peligro era constante, se vivía con miedo, pero al mismo tiempo no había una conciencia real de lo que sucedía en el país. Decidimos no arriesgarnos. Y no nos arrepentimos para nada”, contó Selva hace algunos años. “Con los hijos de Arturo formamos una familia ensamblada, aunque me hubiera gustado ser madre. Es uno de los dolores más grandes que he tenido en mi vida. No pude tener hijos porque me operaron dos veces, de muy joven. Hoy, con los métodos actuales, podría haber sido madre. Pero, en aquella época, no. Es algo que me ha pesado mucho”.
La vida de la pareja estuvo llena de anécdotas, algunas muy felices, y otras no tanto. “Transitamos la vida de la mejor manera posible. Construimos una relación y la pudimos mantener en el tiempo. Por sobre todas las cosas, nos amamos y nos respetamos. Disfrutamos los momentos, superamos algunas situaciones y apelamos siempre a la comprensión y la tolerancia. Pudimos apreciar lo bueno y sobreponernos a lo malo, y hemos sido muy críticos el uno del otro”, decía Arturo.
Selva volvía a recordar el instante en que se conocieron: “Un día le dije que fuéramos a tomar un café para charlar. Cuando nos dimos la mano yo pensé: ‘Dios mío, qué pasó acá’. Fue química. A veces creo que había una especie de lazos invisibles que nos unían. Y siguen todavía. Desde el primer día tuvimos la sensación de que entre nosotros había algo familiar. Había mucha confianza, me resultaba cómodo y fácil estar con él y, sin embargo, no nos habíamos visto nunca. Lo nuestro fue un amor muy fuerte, inevitable. Pero cada uno tenía treinta años, algo de vida transitada ya y eso nos permitió ver al otro con más objetividad”. Y enseguida él agregaba: “Yo creo somos opuestos y por eso nos atraemos tanto. Algo de eso hay”.
¿Este amor entonces es hasta que la muerte los separe? “No sé. Esa frase es demasiado fuerte. Y uno nunca sabe lo que le puede pasar”, bromeaba Arturo, consultado por LA NACIÓN.
Se conocieron trabajando y, pese a que ambos estaban en casados, decidieron darle una chance a eso que sentían; no se equivocaron y se mantuvieron juntos hasta la muerte de la actriz, ocurrida este martes por la tarde LA NACION