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Día de la Madre. Adoptar chicos grandes, cuando los adultos ponen el foco en lo que esperan los niños

El deseo de formar una familia es tan importante como la necesidad de otorgar a un niño (en este caso adolescente) la posibilidad de cumplir con su derecho a “ser hijo”. Así coinciden las tres madres adoptivas que hoy conversan con LA NACION, desde su hogar y acompañadas por sus hijos, mientras recuerdan cómo fueron los pasos legales requeridos para ampliar la familia y recibirlos en sus vidas. Sobre los miedos, conflictos y mitos de adoptar niños grandes también hablamos.

“Nunca tuve miedo de adoptar niños grandes. Cuando comprendés realmente qué significa adoptar a un menor, te das cuenta que no se trata de satisfacer el deseo de ser madre, sino el de cumplirle el derecho a ese niño de ser hijo y tener una familia”, cuenta a LA NACION Sofía Pizzi, desde Río Ceballos, Córdoba, quien en 2020 adoptó junto a su pareja, Alejandro, cinco hermanitos de 5, 7, 9, 11 y 13 años.

Para Sofía, la maternidad no estaba determinada por el deseo adulto, sino “por lo que ellos necesitaban”. “Hay que cambiar la mirada adulto céntrica y poner el foco en los niños que están esperando”, dice.

La disponibilidad adoptiva con la que se inscribieron en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruagar) junto a su pareja fue alta desde un primer momento: Se ofrecieron para recibir a tres hermanos entre 4 y 13 años, aunque finalmente se convirtió en la adopción de cinco hermanos de entre 5 y 13. Los cinco vivían en un hogar de la ciudad de Buenos Aires, por lo que tuvieron que viajar para realizar las diversas entrevistas de rutina, test psicológicos y finalmente llegar al primer encuentro. “Nos quedamos más de un mes para conocernos en el periodo de vinculación. En esa etapa, creo que lo que sostiene el proceso es el deseo de formar una familia con ellos, ya que el amor surge después, porque el vínculo es algo que se construye”, reflexiona con un tono suave, pausado, pero contundente.

Sofía forma parte de la Asociación Civil Adopten Niñes Grandes (https://www.adoptenninesgrandes.ar/), donde promueve la adopción de adolescentes, “para que tengan la misma posibilidad que tienen los niños más pequeños”. Los adolescentes son los “menos buscados” para adoptar. “Entre los más de 2000 niños que esperan una familia, el 80% de esas personas se anotan para recibir menores de 3 o 4, el resto va quedando cada vez con menos oportunidades”, dice con seguridad.

En la actualidad, en nuestro país hay 2199 niñas, niños y adolescentes en situación de adoptabilidad, según informó a LA NACION el área de comunicación del Ministerio de Capital Humano, una cifra que pertenece al “último relevamiento realizado en 2022″, publicado de manera conjunta por Unicef y la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación (SeNAF).

De los casi 2200 menores en estado de adoptabilidad, a medida que van creciendo cada vez tienen menos posibilidades de ser elegidos ya que los aspirantes se reducen notablemente. Según la publicación de octubre de este año en el Ruaga hay 1136 solicitantes para niños de hasta 1 año, 1158 para niños de 2 años, 1163 para niños de 3 años, 1015 para niños de 4 años. En tanto, a partir de los 5 años, las inscripciones comienzan disminuir considerablemente con 877 solicitantes. Para niños de 12 años, solo hay 26 solicitantes, para 13 años hay 8 personas dispuestas a adoptar, para 14 años solo 6, para 15 años hay 4, y para el resto de las edades todavía menos.

Al preguntar a Sofía sobre los primeros meses juntos, recuerda que fue un “subibaja de emociones constante: son niños que de repente tienen una familia, en otra provincia, con otras costumbres. Si bien es una etapa muy linda porque recuperan su derecho, también es un proceso muy complejo para todos”. Por eso remarca la importancia de “armar red con otras familias que han pasado por lo mismo para que puedan aportar ‘herramientas’”.

“Es complicado hasta que los niños logran apropiarse del lugar y de la familia, en realidad, hasta que nosotros aprendemos a ser padres y ellos a ser nuestros hijos”, repasa su historia.

Cuando piensa en el desafío más grande, no duda en decir que es el de devolverles la infancia, de hacerlos sentir niños otra vez para que puedan vivir todas las cosas que no han vivido hasta ahora. “Todos tenemos que aprender a ser una familia, sin olvidar que los adultos somos quienes tenemos que adaptarnos a sus necesidades”, remarca.

Los niños como sujetos de derecho

Con el cambio de enfoque sobre la concepción de la infancia que introduce la ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, sancionada en 2005, los menores pasan de ser objeto de tutela a sujeto de derechos, ubicándolos en el eje del proceso de adopción que busca hacer efectivo su derecho a vivir en una familia. En tanto, el deseo adulto de ser padre o madre debe resultar funcional al derecho del niño, niña o adolescente, con el Estado como garante de esa condición.

En relación con el camino legal para adoptar existen dos opciones, según indica a LA NACION la abogada especialista en Derecho de Familia Guadalupe Pilar Guerrero: “La inscripción en el Ruaga o la asistencia a convocatorias públicas son las dos vías legales para adoptar en el país. Esta última surge cuando ningún registro nacional de aspirantes encuentra respuesta positiva a una búsqueda de personas o familias dispuestos a adoptar. En esta instancia pueden postularse tanto personas que estén inscriptas en algún registro como aquellas que no. Y en ambos casos, el trámite es gratuito, personal y no es necesario contratar un abogado para iniciarlo”.

“En los dos caminos legales, los postulantes son evaluados con el mismo sistema de entrevistas y exámenes psicológicos antes de avanzar con los encuentros de vinculación con los menores que esperan ser adoptados”, agrega. En el caso de las convocatorias públicas, en general, predominan las publicaciones sobre grupos de hermanos, de adolescentes y de niños y niñas con alguna capacidad diferente.

Cuando el juez otorga la guarda a una persona o una pareja, indica una etapa previa a la convivencia llamada “vinculación”, que es cuando se pacta una serie de encuentros en los que los menores participan acompañados por profesionales. La cantidad de veces que se encuentren antes de convivir dependerá principalmente de las necesidades y deseos de los menores.

En todo el proceso de adopción, según dice Guerrero, se busca “respetar la historia y la realidad biológica de los menores, se evita separar grupos de hermanos y, algo fundamental, se busca encontrar una familia adecuada a las necesidades de esos menores y no al revés, es decir, a las necesidades de la familia que se postula”.

¿Quiénes no pueden anotarse en el Ruaga? Las personas que todavía no tienen 25 años y las que no residen de manera permanente en la Argentina, ya que se necesita un mínimo de cinco años de residencia demostrable.

“Garantizar el derecho al niño de vivir en familia”

Por una convocatoria pública llegó Darío a la familia de Luciana Iasil y Guillermo, su actual pareja. “No fue una decisión pensada”, cuenta sin vueltas, mientras recuerda el día que un mensaje de WhatsApp sorprendió a Guillermo con una convocatoria pública del Juzgado N°2 de Familia de San Miguel: pedían una familia para un niño de 12 años que vivía en un hospital y necesitaba ser externado lo antes posible.

“Se venía el invierno y corría riesgo su vida. Sentimos que debíamos dejar de mirar la realidad por la ventana y debíamos poner el cuerpo”, explica. Luciana ya era madre, tiene otros tres hijos de una pareja anterior. Guillermo tiene dos hijas de una pareja anterior. “Luego de charlarlo con ellos decidimos avanzar”, asegura.

A los 12 años, Darío tuvo que ser internado en un hospital de la zona. Su salud estaba muy delicada, tenía VIH, pero hasta ese momento no había sido detectado. “Si seguía internado en época invernal sumado al riesgo de contagio de cualquier virus interhospitalario, podía resultar letal para su debilitado sistema inmunológico”, señala.

Luego de pasar por una serie de entrevistas en el Juzgado, en menos de un mes se conocieron. Darío los esperaba con una lista de preguntas mentales junto a una trabajadora social del hospital donde permanecía internado. “Nos preguntaba si iba a tener su propio cuarto, si yo cocinaba, si había mascotas; mientras hablaba solo me miraba a mí”, cuenta Luciana, que recuerda haber llevado una camiseta de Boca Juniors de regalo porque sabía que era fanático de ese club.

Luego de un par de encuentros mediados por el Juzgado, Darío fue a vivir con su nueva familia a una casa en Ituzaingó. Hasta ese momento no estaba escolarizado, casi no sabía leer ni escribir y, según Luciana, no fue fácil que comprendiera la importancia de asistir a la escuela una vez que su salud se encontraba mejor.

“Supongo que cuándo Darío entendió que el límite es cuidado, que lo que hacíamos era porque lo estábamos cuidando, aceptó nuestras decisiones y opiniones sobre lo que estaba bueno para él y lo que no. Al principio no quería tomar la medicación, tampoco estudiar, eso sí fue difícil, pero fue hace mucho; ahora que estamos hace seis años viviendo juntos, arma solo su propio pastillero de manera responsable y, por suerte, se encuentra mejor, en la etapa indetectable con VIH intransmisible”. añade.

“Los vínculos se van armando y tejiendo con la misma dificultad y amor que existe en cualquier relación y con cualquier hijo, sea adoptado o biológico”, se convence y recuerda cuando le preguntó a su hijo qué era lo peor que le había pasado en su vida, a lo que respondió “no tener familia”. ¿Y lo mejor que le había pasado?, “tenerla”.

Al igual que Sofía, no recuerda haber tenido miedo o dudas sobre adoptar, aunque desliza entre risas que “los miedos aparecieron después y todos juntos, pero ninguno tan grave como para hacerme retroceder”.

“Soy consciente de que era él quien necesitaba una familia, nosotros no necesitábamos un hijo. Nos ofrecimos porque podíamos ser su sostén, abrigo y brindarle cuidado. Y eso fue lo suficientemente fuerte para querer salir de nuestra zona de confort y acompañar a un niño, que ahora es nuestro Darío, a rearmar su infancia, para que pueda crecer en una mesa llena de risas y enojos como pasa en cualquier familia”, concluye con ligereza, aunque se nota que al recordar esos primeros meses su voz se quiebra.

“En tres meses ya estábamos conviviendo”

Para Marcela Rodas la idea de adoptar no era nueva ni ajena, ya que desde muy joven tenía en mente esa posibilidad, pero al quedar embarazada rápido la decisión se diluyó. Treinta años más tarde, con una nueva pareja, tuvo a su segundo hijo, Dante, de 15 años, a quien conoció por Zoom a fines de 2021. El adolescente estaba en un hogar en La Matanza, esperando. “La idea de adoptar surgió de mi actual pareja, con quien volvieron mis ganas de ‘maternar’ y de armar una familia”, cuenta.

Pasado el período de entrevistas psicológicas, Dante pudo ir a visitarlos a su casa para conocerlos. “Teníamos muchos nervios, pero igual charlamos y la pasamos bien, tomamos mate con facturas y jugamos al ajedrez. Para la siguiente salida fuimos a un parque cerca de casa donde hicimos un picnic”, indica.

En menos de un mes llegaron las noches de quedarse a dormir; ya eran vacaciones y él no quería irse. Para la fecha de inicio de clases les pidió quedarse a vivir con ellos y sin dudar aceptaron.

Los primeros meses de convivencia fueron intensos, de mucha “revolución emocional”, dice, y asume que el contexto de aislamiento provocado por la pandemia de Covid-19 complejizó el día a día. Para su hijo, la posibilidad de ser mirado y atendido en exclusividad era toda una novedad. “Al estar obligados a convivir las 24 horas fue difícil, aunque también creo que ayudó a conocernos más rápido y a ganar confianza en poco tiempo”, rememora.

A medida que entraron en confianza y que Dante demostraba sentirse más seguro, su madre recuerda que aparecieron nuevas situaciones conflictivas, las que traía de su propia historia de vida que se sumaban a las lógicas de la etapa adolescente. “En un momento donde todavía estamos desarrollando un vínculo de apego dentro de una etapa vital que implica desapego como es la adolescencia, el desafío es doble. Por eso, a veces aparecían conductas de un niño de 15, y en otros quizás de un niño de 10 o 5: había que adaptarse a lo que se iba poniendo en juego”, plantea.

Cuando LA NACION le consulta sobre los principales mitos sobre adoptar adolescentes, Marcela considera que la idea errónea de que no se va a adaptar a la nueva realidad por ser “demasiado grande”, y “que no va a poder sanar sus heridas psíquicas y emocionales, un temor valido, pero que no es real”. “Se necesita tener mucha confianza en la fuerza de la juventud para sanar y en la determinación adulta de acompañar. La sanación, en verdad, es mutua: las mamás siempre tenemos cosas para sanar. Es un trabajo que se hace en conjunto y día a día, así donde todos crecemos, y no solo en edad”, manifiesta.

Sofía coincide con Marcela y amplía: “Los adolescentes vienen con sus historias como todos y creo que el mayor desafío es darles espacio para ensamblarse con las nuestras y poder formar una nueva familia”. Al ser más grandes, observa como una ventaja la posibilidad de “comunicarnos y que nos puedan contar qué les pasa, a diferencia de cuando los niños que se adoptan son bebés o muy pequeños”.

Otro mito que remarca Marcela apunta a la demora en el proceso de adopción. En realidad, dice que la demora puede ocurrir cuando se busca un bebé y no hay en el sistema, pero que no sucede todo el tiempo ni es igual en todas las edades.

Hoy aún hay casi 2200 niños y adolescentes que esperan encontrar una familia. Las tres madres consultadas aseguran que militan la adopción de adolescentes porque consideran fundamental dar prioridad a los niños grandes ya que son los que tienen menos posibilidades de ser solicitados. A su vez, enfatizan en la importancia de fomentar campañas públicas de concientización para quitar prejuicios e informar mejor a la población sobre datos y escenarios reales.

El deseo de formar una familia es tan importante como la necesidad de otorgar a un niño (en este caso adolescente) la posibilidad de cumplir con su derecho a “ser hijo”. Así coinciden las tres madres adoptivas que hoy conversan con LA NACION, desde su hogar y acompañadas por sus hijos, mientras recuerdan cómo fueron los pasos legales requeridos para ampliar la familia y recibirlos en sus vidas. Sobre los miedos, conflictos y mitos de adoptar niños grandes también hablamos.

“Nunca tuve miedo de adoptar niños grandes. Cuando comprendés realmente qué significa adoptar a un menor, te das cuenta que no se trata de satisfacer el deseo de ser madre, sino el de cumplirle el derecho a ese niño de ser hijo y tener una familia”, cuenta a LA NACION Sofía Pizzi, desde Río Ceballos, Córdoba, quien en 2020 adoptó junto a su pareja, Alejandro, cinco hermanitos de 5, 7, 9, 11 y 13 años.

Para Sofía, la maternidad no estaba determinada por el deseo adulto, sino “por lo que ellos necesitaban”. “Hay que cambiar la mirada adulto céntrica y poner el foco en los niños que están esperando”, dice.

La disponibilidad adoptiva con la que se inscribieron en el Registro Único de Aspirantes a Guarda con Fines Adoptivos (Ruagar) junto a su pareja fue alta desde un primer momento: Se ofrecieron para recibir a tres hermanos entre 4 y 13 años, aunque finalmente se convirtió en la adopción de cinco hermanos de entre 5 y 13. Los cinco vivían en un hogar de la ciudad de Buenos Aires, por lo que tuvieron que viajar para realizar las diversas entrevistas de rutina, test psicológicos y finalmente llegar al primer encuentro. “Nos quedamos más de un mes para conocernos en el periodo de vinculación. En esa etapa, creo que lo que sostiene el proceso es el deseo de formar una familia con ellos, ya que el amor surge después, porque el vínculo es algo que se construye”, reflexiona con un tono suave, pausado, pero contundente.

Sofía forma parte de la Asociación Civil Adopten Niñes Grandes (https://www.adoptenninesgrandes.ar/), donde promueve la adopción de adolescentes, “para que tengan la misma posibilidad que tienen los niños más pequeños”. Los adolescentes son los “menos buscados” para adoptar. “Entre los más de 2000 niños que esperan una familia, el 80% de esas personas se anotan para recibir menores de 3 o 4, el resto va quedando cada vez con menos oportunidades”, dice con seguridad.

En la actualidad, en nuestro país hay 2199 niñas, niños y adolescentes en situación de adoptabilidad, según informó a LA NACION el área de comunicación del Ministerio de Capital Humano, una cifra que pertenece al “último relevamiento realizado en 2022″, publicado de manera conjunta por Unicef y la Secretaría de Niñez, Adolescencia y Familia de la Nación (SeNAF).

De los casi 2200 menores en estado de adoptabilidad, a medida que van creciendo cada vez tienen menos posibilidades de ser elegidos ya que los aspirantes se reducen notablemente. Según la publicación de octubre de este año en el Ruaga hay 1136 solicitantes para niños de hasta 1 año, 1158 para niños de 2 años, 1163 para niños de 3 años, 1015 para niños de 4 años. En tanto, a partir de los 5 años, las inscripciones comienzan disminuir considerablemente con 877 solicitantes. Para niños de 12 años, solo hay 26 solicitantes, para 13 años hay 8 personas dispuestas a adoptar, para 14 años solo 6, para 15 años hay 4, y para el resto de las edades todavía menos.

Al preguntar a Sofía sobre los primeros meses juntos, recuerda que fue un “subibaja de emociones constante: son niños que de repente tienen una familia, en otra provincia, con otras costumbres. Si bien es una etapa muy linda porque recuperan su derecho, también es un proceso muy complejo para todos”. Por eso remarca la importancia de “armar red con otras familias que han pasado por lo mismo para que puedan aportar ‘herramientas’”.

“Es complicado hasta que los niños logran apropiarse del lugar y de la familia, en realidad, hasta que nosotros aprendemos a ser padres y ellos a ser nuestros hijos”, repasa su historia.

Cuando piensa en el desafío más grande, no duda en decir que es el de devolverles la infancia, de hacerlos sentir niños otra vez para que puedan vivir todas las cosas que no han vivido hasta ahora. “Todos tenemos que aprender a ser una familia, sin olvidar que los adultos somos quienes tenemos que adaptarnos a sus necesidades”, remarca.

Los niños como sujetos de derecho

Con el cambio de enfoque sobre la concepción de la infancia que introduce la ley 26.061 de Protección Integral de los Derechos de los Niños, Niñas y Adolescentes, sancionada en 2005, los menores pasan de ser objeto de tutela a sujeto de derechos, ubicándolos en el eje del proceso de adopción que busca hacer efectivo su derecho a vivir en una familia. En tanto, el deseo adulto de ser padre o madre debe resultar funcional al derecho del niño, niña o adolescente, con el Estado como garante de esa condición.

En relación con el camino legal para adoptar existen dos opciones, según indica a LA NACION la abogada especialista en Derecho de Familia Guadalupe Pilar Guerrero: “La inscripción en el Ruaga o la asistencia a convocatorias públicas son las dos vías legales para adoptar en el país. Esta última surge cuando ningún registro nacional de aspirantes encuentra respuesta positiva a una búsqueda de personas o familias dispuestos a adoptar. En esta instancia pueden postularse tanto personas que estén inscriptas en algún registro como aquellas que no. Y en ambos casos, el trámite es gratuito, personal y no es necesario contratar un abogado para iniciarlo”.

“En los dos caminos legales, los postulantes son evaluados con el mismo sistema de entrevistas y exámenes psicológicos antes de avanzar con los encuentros de vinculación con los menores que esperan ser adoptados”, agrega. En el caso de las convocatorias públicas, en general, predominan las publicaciones sobre grupos de hermanos, de adolescentes y de niños y niñas con alguna capacidad diferente.

Cuando el juez otorga la guarda a una persona o una pareja, indica una etapa previa a la convivencia llamada “vinculación”, que es cuando se pacta una serie de encuentros en los que los menores participan acompañados por profesionales. La cantidad de veces que se encuentren antes de convivir dependerá principalmente de las necesidades y deseos de los menores.

En todo el proceso de adopción, según dice Guerrero, se busca “respetar la historia y la realidad biológica de los menores, se evita separar grupos de hermanos y, algo fundamental, se busca encontrar una familia adecuada a las necesidades de esos menores y no al revés, es decir, a las necesidades de la familia que se postula”.

¿Quiénes no pueden anotarse en el Ruaga? Las personas que todavía no tienen 25 años y las que no residen de manera permanente en la Argentina, ya que se necesita un mínimo de cinco años de residencia demostrable.

“Garantizar el derecho al niño de vivir en familia”

Por una convocatoria pública llegó Darío a la familia de Luciana Iasil y Guillermo, su actual pareja. “No fue una decisión pensada”, cuenta sin vueltas, mientras recuerda el día que un mensaje de WhatsApp sorprendió a Guillermo con una convocatoria pública del Juzgado N°2 de Familia de San Miguel: pedían una familia para un niño de 12 años que vivía en un hospital y necesitaba ser externado lo antes posible.

“Se venía el invierno y corría riesgo su vida. Sentimos que debíamos dejar de mirar la realidad por la ventana y debíamos poner el cuerpo”, explica. Luciana ya era madre, tiene otros tres hijos de una pareja anterior. Guillermo tiene dos hijas de una pareja anterior. “Luego de charlarlo con ellos decidimos avanzar”, asegura.

A los 12 años, Darío tuvo que ser internado en un hospital de la zona. Su salud estaba muy delicada, tenía VIH, pero hasta ese momento no había sido detectado. “Si seguía internado en época invernal sumado al riesgo de contagio de cualquier virus interhospitalario, podía resultar letal para su debilitado sistema inmunológico”, señala.

Luego de pasar por una serie de entrevistas en el Juzgado, en menos de un mes se conocieron. Darío los esperaba con una lista de preguntas mentales junto a una trabajadora social del hospital donde permanecía internado. “Nos preguntaba si iba a tener su propio cuarto, si yo cocinaba, si había mascotas; mientras hablaba solo me miraba a mí”, cuenta Luciana, que recuerda haber llevado una camiseta de Boca Juniors de regalo porque sabía que era fanático de ese club.

Luego de un par de encuentros mediados por el Juzgado, Darío fue a vivir con su nueva familia a una casa en Ituzaingó. Hasta ese momento no estaba escolarizado, casi no sabía leer ni escribir y, según Luciana, no fue fácil que comprendiera la importancia de asistir a la escuela una vez que su salud se encontraba mejor.

“Supongo que cuándo Darío entendió que el límite es cuidado, que lo que hacíamos era porque lo estábamos cuidando, aceptó nuestras decisiones y opiniones sobre lo que estaba bueno para él y lo que no. Al principio no quería tomar la medicación, tampoco estudiar, eso sí fue difícil, pero fue hace mucho; ahora que estamos hace seis años viviendo juntos, arma solo su propio pastillero de manera responsable y, por suerte, se encuentra mejor, en la etapa indetectable con VIH intransmisible”. añade.

“Los vínculos se van armando y tejiendo con la misma dificultad y amor que existe en cualquier relación y con cualquier hijo, sea adoptado o biológico”, se convence y recuerda cuando le preguntó a su hijo qué era lo peor que le había pasado en su vida, a lo que respondió “no tener familia”. ¿Y lo mejor que le había pasado?, “tenerla”.

Al igual que Sofía, no recuerda haber tenido miedo o dudas sobre adoptar, aunque desliza entre risas que “los miedos aparecieron después y todos juntos, pero ninguno tan grave como para hacerme retroceder”.

“Soy consciente de que era él quien necesitaba una familia, nosotros no necesitábamos un hijo. Nos ofrecimos porque podíamos ser su sostén, abrigo y brindarle cuidado. Y eso fue lo suficientemente fuerte para querer salir de nuestra zona de confort y acompañar a un niño, que ahora es nuestro Darío, a rearmar su infancia, para que pueda crecer en una mesa llena de risas y enojos como pasa en cualquier familia”, concluye con ligereza, aunque se nota que al recordar esos primeros meses su voz se quiebra.

“En tres meses ya estábamos conviviendo”

Para Marcela Rodas la idea de adoptar no era nueva ni ajena, ya que desde muy joven tenía en mente esa posibilidad, pero al quedar embarazada rápido la decisión se diluyó. Treinta años más tarde, con una nueva pareja, tuvo a su segundo hijo, Dante, de 15 años, a quien conoció por Zoom a fines de 2021. El adolescente estaba en un hogar en La Matanza, esperando. “La idea de adoptar surgió de mi actual pareja, con quien volvieron mis ganas de ‘maternar’ y de armar una familia”, cuenta.

Pasado el período de entrevistas psicológicas, Dante pudo ir a visitarlos a su casa para conocerlos. “Teníamos muchos nervios, pero igual charlamos y la pasamos bien, tomamos mate con facturas y jugamos al ajedrez. Para la siguiente salida fuimos a un parque cerca de casa donde hicimos un picnic”, indica.

En menos de un mes llegaron las noches de quedarse a dormir; ya eran vacaciones y él no quería irse. Para la fecha de inicio de clases les pidió quedarse a vivir con ellos y sin dudar aceptaron.

Los primeros meses de convivencia fueron intensos, de mucha “revolución emocional”, dice, y asume que el contexto de aislamiento provocado por la pandemia de Covid-19 complejizó el día a día. Para su hijo, la posibilidad de ser mirado y atendido en exclusividad era toda una novedad. “Al estar obligados a convivir las 24 horas fue difícil, aunque también creo que ayudó a conocernos más rápido y a ganar confianza en poco tiempo”, rememora.

A medida que entraron en confianza y que Dante demostraba sentirse más seguro, su madre recuerda que aparecieron nuevas situaciones conflictivas, las que traía de su propia historia de vida que se sumaban a las lógicas de la etapa adolescente. “En un momento donde todavía estamos desarrollando un vínculo de apego dentro de una etapa vital que implica desapego como es la adolescencia, el desafío es doble. Por eso, a veces aparecían conductas de un niño de 15, y en otros quizás de un niño de 10 o 5: había que adaptarse a lo que se iba poniendo en juego”, plantea.

Cuando LA NACION le consulta sobre los principales mitos sobre adoptar adolescentes, Marcela considera que la idea errónea de que no se va a adaptar a la nueva realidad por ser “demasiado grande”, y “que no va a poder sanar sus heridas psíquicas y emocionales, un temor valido, pero que no es real”. “Se necesita tener mucha confianza en la fuerza de la juventud para sanar y en la determinación adulta de acompañar. La sanación, en verdad, es mutua: las mamás siempre tenemos cosas para sanar. Es un trabajo que se hace en conjunto y día a día, así donde todos crecemos, y no solo en edad”, manifiesta.

Sofía coincide con Marcela y amplía: “Los adolescentes vienen con sus historias como todos y creo que el mayor desafío es darles espacio para ensamblarse con las nuestras y poder formar una nueva familia”. Al ser más grandes, observa como una ventaja la posibilidad de “comunicarnos y que nos puedan contar qué les pasa, a diferencia de cuando los niños que se adoptan son bebés o muy pequeños”.

Otro mito que remarca Marcela apunta a la demora en el proceso de adopción. En realidad, dice que la demora puede ocurrir cuando se busca un bebé y no hay en el sistema, pero que no sucede todo el tiempo ni es igual en todas las edades.

Hoy aún hay casi 2200 niños y adolescentes que esperan encontrar una familia. Las tres madres consultadas aseguran que militan la adopción de adolescentes porque consideran fundamental dar prioridad a los niños grandes ya que son los que tienen menos posibilidades de ser solicitados. A su vez, enfatizan en la importancia de fomentar campañas públicas de concientización para quitar prejuicios e informar mejor a la población sobre datos y escenarios reales.

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