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Elecciones que no valen igual para todos

En la superficie ardiente de la política argentina todo es urgente y parece definitivo o amenaza con serlo. Pero en el subsuelo corren ríos a velocidades diversas, cuyas posibilidades de emergencia resultan imprevisibles. La disparidad se acentúa en los años de elecciones legislativas sin cargos ejecutivos en juego, salvo un par de excepcionalidades.

Es lo que se advierte en estos días de furia en los que el Gobierno se desespera por hacer pie (aunque desprecie el equilibrio), después de casi cincuenta días en los que pisó más en falso que con acierto y solvencia.

Mientras tanto, la oposición se divide, por un lado, entre los que se empeñan en mantenerle el piso en movimiento, sin acertar a ofrecer un horizonte alternativo cierto, probable y atractivo, después de haber colapsado hace dos años ante un outsider sin estructuras. Y, por otro, están los que sin ser oficialistas intentan darle soporte al Gobierno, por convicción, conveniencia o temor.

El fenómeno que moldeó la boleta única en Santa Fe: periodistas que saltan a la política

Sin embargo, el oficialismo y el propio Javier Milei no dejan de ofrecerle ocasiones propicias a sus críticos y de dificultarle la tarea a los que intentan ayudarlo. La semana que acaba de empezar será pródiga en ruidos, en la calle, en el Congreso y en Tribunales.

Por ahora, las encuestas más confiables muestran solo una caída leve en la imagen de Milei y de su gestión, sin embargo las conversaciones en las redes sociales cambiaron sensiblemente de signo.

Un informe de la consultora Methodo muestra que en el primer trimestre de 2025 perdió el invicto en esa cancha en la que era local. Por primera vez en lo que va de su mandato las menciones negativas al Presidente superaron a las positivas, por 48% a 46%, después de un promedio de 57% de positivas contra 37,5% de negativas entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024.

Pero el dato más significativo es que el porcentaje dominante de las menciones negativas del trimestre es producto de lo ocurrido en el último mes y medio. El clima favorable había empezado a torcerse con el virulento discurso antiwoke de Davos, se aceleró con el Criptogate, siguió con la tragedia de Bahía Blanca y la violencia y represión en el Congreso, y cerró con el índice de inflación de febrero que interrumpió la celebrada tendencia bajista de los precios.

A pesar de que (o porque) el Gobierno atraviesa uno de los momentos de mayor turbulencia (interna y externa) desde que Milei asumió, en su favor la administración mileísta podría contabilizar, si no se sobregira ni sigue autoinfligiéndose heridas, que en el universo opositor se avecinan más conflictos y fracturas, con epicentro en los desnortados planetas radical y macrista.

Frente al destrato recibido de los primos Macri, la cuestionada gestión del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y la indefinición sobre la posición de Pro frente al Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta madura en estas horas una decisión de cara a las elecciones porteñas del 18 de mayo que pondría en jaque al averiado submarino amarillo, ya acosado en su bastión por los libertarios que responden a Karina Milei.

Salvo algún cambio de último momento, todo indica que se impondrá el ánimo de ruptura. Ni un solo integrante del larretismo (que, como reconocen ellos mismos, hoy cabe en una minivan) cree probable un acuerdo con el macrismo. La incomunicación es casi absoluta. Los muros del bastión macrista se agrietan cada día más.

Larreta dice estar decidido a empezar de cero y a sacar media docena de puntos. La boleta única y las críticas que cosecha la administración de Jorge Macri podrían darle ese piso y reconfigurar el mapa de la Legislatura porteña. Un tiempo nuevo.

En tanto, la cada vez más difuminada y provincializada UCR se encamina a formalizar la ruptura de hecho que padece en la convención nacional por realizarse el 25 del mes próximo. Sin proyecto nacional, el radicalismo está dividido por una doble antinomia. De un lado están los antikirchneristas filomileístas encabezados por los gobernadores Gustavo Valdés, Alfredo Cornejo y Leandro Zdero que, como justificación, agitan la idea de un posible regreso de Cristina Kirchner y los suyos si el gobierno de Milei tropieza.

Del otro lado se ubican los antimileístas, sin poder ni obligaciones territoriales, que se embanderan en el ideario partidario y republicano, aunque sin saber cómo definir posibles alianzas para ganar volumen y superar su delgadez.

Así, los primeros agiganten, junto con los amarillos con peluca, la amenaza cristinista, a pesar de que ese espacio cuenta con un rechazo de más del 60% y hasta es cada vez más desafiado dentro del propio peronismo. En tanto, los segundos no ofrecen en su menú más que un rechazo a las formas mileístas. En el medio orbita el santafesino Maximiliano Pullaro, que aspira a un triunfo dentro de un mes en la convención constituyente para empezar a construir su propio proyecto.

Por otro lado, la mayoría de las fuerzas no oficialistas que controlan territorios seguirán y profundizarán los dictados del manual de las elecciones de medio término que ordena preservar el control y evitar desembarcos. Salvo que el electorado lo demande (no parece estar sucediendo en la mayoría de los distritos, con la excepción del conurbano bonaerense) en esta ocasión se volverá a imponer el mandato de no confrontar con el gobierno nacional, lograr la mayor cantidad de recursos de este y neutralizar cualquier avance.

La vieja práctica del peronismo del interior de infiltrar propios en listas ajenas vuelve recargada después de 2023, cuando los candidatos mileístas eran menos libertarios que funcionales al gobierno local. El mileísmo está avisado, pero debe demostrar pericia y evitar las internas. Todavía no aprobó ese examen.

En este escenario, el oficialismo es el único que está y se autopercibe obligado a salir triunfante con solvencia en las elecciones nacionales y a crecer, consolidarse y debilitar a sus adversarios en los territorios que hoy le son adversos. En especial, la crucial provincia de Buenos Aires con su 37% del padrón nacional.

Para los demás, las elecciones de medio término pueden ser el comienzo de una reorganización con miras a las presidenciales, en la creencia de que puede haber 2027 sin 2025. Los actuales movimientos tectónicos podrían favorecer el rediseño del mapa político.

Por eso, al Gobierno le urge enfriar la calle, retomar el control de la agenda pública, prolongar las expectativas sociales y ofrecer resultados, como un acuerdo con el FMI con buena cantidad de fondos frescos, para dar un golpe sobre la mesa, del tipo levantamiento del cepo, aunque sea parcial. En eso están en la Casa Rosada y en Economía. Saben que el camino hasta octubre, cuando llegará el test nacional, es muy largo.

La obligación de salir airoso no es otra singularidad del experimento libertario. Es lo que le ha sucedido a todos los gobiernos que son minoritarios en el Congreso y en las administraciones subnacionales al enfrentar su primer test electoral, tras una elección presidencial que lo llevó a la Casa Rosada sin darle control parlamentario ni territorial.

Un triunfo sólido propio o una debacle de los adversarios le permitiría consolidar su proyecto y fortalecer su construcción de poder. Además, le daría la llave para debilitar aún más a una oposición atomizada, aturdida y culposa. Una mala elección, en cambio, podría tener efectos corrosivos para un oficialismo endeble. Ya se ha demostrado.

Son cumbres imprescindibles de alcanzar para un proyecto que se asume revolucionario, que lleva adelante un proceso radical de reordenamiento económico y un cambio de matriz, pero que tiene fuertes inconsistencias y está frente a una compleja realidad social.

La baja de la pobreza registrada no impide advertir que un 36% de personas en esa crítica situación es un problema tan lamentable como peligroso. La caída del consumo de bienes no durables durante el último mes y la ausencia de perspectivas de creación de empleo, según encuestas recientes hechas entre dadores de trabajo, agregan complejidad y desafíos para el Gobierno en los tiempos por venir.

El regreso de la violencia

Ese contexto amplio, que incluye los errores del propio Gobierno y problemas estructurales que exceden a esta administración, pero que siguen sin solucionarse, parecen haber estimulado la preocupante y deleznable aparición de grupos violentos, donde conviven militantes políticos radicalizados con delincuentes comunes, que se montan sobre reclamos legítimos.

La denuncia (y la creencia) oficial de estar ante un movimiento destituyente aunque pueda tener algún asidero, no soluciona ni encapsula el problema. Algunos sectores del Gobierno empiezan a tomar nota, pero no pesan. El mandato bajado desde la cima, que manda acelerar en las curvas, encuentra más intérpretes que los consejos de revisar algunas prácticas (no solo discursos) para no seguir recalentando la calle.

No es una tarea fácil. Sondeos y grupos focales hechos por las consultoras Grupo de Opinión Pública y Trespuntozero, de Raúl Timerman y Shila Vilker, muestran que a Milei le va mejor cuando está a la ofensiva que cuando debe defenderse. El Criptogate le expuso claramente y no ha logrado salir de ese laberinto.

La táctica de exponer a los violentos que fueron a copar la protesta por las jubilaciones, con un operativo menos preventivo que represivo, y, al mismo tiempo, subrayar un rol de víctima de un plan destituyente dejó un sabor agridulce en el Gobierno una vez que bajó la espuma.

El rechazo mayoritario a los delincuentes que se apropiaron del reclamo y la exposición de nexos políticos de estos tuvo demasiada competencia con los excesos cometidos por parte de fuerzas de seguridad, así como con desafortunadas o falaces declaraciones de altos funcionarios respecto de algunos hechos.

Las imágenes que mostraron al fotógrafo Pablo Grillo gravemente herido por una cápsula de gas disparada por gendarmes a quemarropa, la caída brutal de la jubilada de 87 años Beatriz Blanco, empujada por un policía, y la trifulca entre diputados libertarios en el recinto de la Cámara baja relativizaron la inicial percepción oficial de que el saldo de lo sucedido en el Congreso le había sido favorable.

Por eso, está en revisión el operativo que se desplegará pasado mañana para afrontar una protesta que amenaza con agrandarse y agravarse.

La apertura de los mercados, hoy, después de la ola de rumores que el viernes hizo saltar la demanda de dólares, será otro testeo al que se enfrentará la administración mileísta, que confía en mantener el control del rubro en el que más logros puede mostrar y que es el sustento fundamental de la continuidad del apoyo social mayoritario que conserva. Pero el camino es largo y ripioso.

Nada de lo que se observa a simple vista en la superficie permite prever efectos o cambios definitivos en lo inmediato. Mucho depende de las perspectivas y expectativas de cada uno y del resultado de la ola de comicios que está por empezar. El valor de las próximas elecciones legislativas no es igual para todos.

En la superficie ardiente de la política argentina todo es urgente y parece definitivo o amenaza con serlo. Pero en el subsuelo corren ríos a velocidades diversas, cuyas posibilidades de emergencia resultan imprevisibles. La disparidad se acentúa en los años de elecciones legislativas sin cargos ejecutivos en juego, salvo un par de excepcionalidades.

Es lo que se advierte en estos días de furia en los que el Gobierno se desespera por hacer pie (aunque desprecie el equilibrio), después de casi cincuenta días en los que pisó más en falso que con acierto y solvencia.

Mientras tanto, la oposición se divide, por un lado, entre los que se empeñan en mantenerle el piso en movimiento, sin acertar a ofrecer un horizonte alternativo cierto, probable y atractivo, después de haber colapsado hace dos años ante un outsider sin estructuras. Y, por otro, están los que sin ser oficialistas intentan darle soporte al Gobierno, por convicción, conveniencia o temor.

El fenómeno que moldeó la boleta única en Santa Fe: periodistas que saltan a la política

Sin embargo, el oficialismo y el propio Javier Milei no dejan de ofrecerle ocasiones propicias a sus críticos y de dificultarle la tarea a los que intentan ayudarlo. La semana que acaba de empezar será pródiga en ruidos, en la calle, en el Congreso y en Tribunales.

Por ahora, las encuestas más confiables muestran solo una caída leve en la imagen de Milei y de su gestión, sin embargo las conversaciones en las redes sociales cambiaron sensiblemente de signo.

Un informe de la consultora Methodo muestra que en el primer trimestre de 2025 perdió el invicto en esa cancha en la que era local. Por primera vez en lo que va de su mandato las menciones negativas al Presidente superaron a las positivas, por 48% a 46%, después de un promedio de 57% de positivas contra 37,5% de negativas entre diciembre de 2023 y diciembre de 2024.

Pero el dato más significativo es que el porcentaje dominante de las menciones negativas del trimestre es producto de lo ocurrido en el último mes y medio. El clima favorable había empezado a torcerse con el virulento discurso antiwoke de Davos, se aceleró con el Criptogate, siguió con la tragedia de Bahía Blanca y la violencia y represión en el Congreso, y cerró con el índice de inflación de febrero que interrumpió la celebrada tendencia bajista de los precios.

A pesar de que (o porque) el Gobierno atraviesa uno de los momentos de mayor turbulencia (interna y externa) desde que Milei asumió, en su favor la administración mileísta podría contabilizar, si no se sobregira ni sigue autoinfligiéndose heridas, que en el universo opositor se avecinan más conflictos y fracturas, con epicentro en los desnortados planetas radical y macrista.

Frente al destrato recibido de los primos Macri, la cuestionada gestión del gobierno de la ciudad de Buenos Aires y la indefinición sobre la posición de Pro frente al Gobierno, Horacio Rodríguez Larreta madura en estas horas una decisión de cara a las elecciones porteñas del 18 de mayo que pondría en jaque al averiado submarino amarillo, ya acosado en su bastión por los libertarios que responden a Karina Milei.

Salvo algún cambio de último momento, todo indica que se impondrá el ánimo de ruptura. Ni un solo integrante del larretismo (que, como reconocen ellos mismos, hoy cabe en una minivan) cree probable un acuerdo con el macrismo. La incomunicación es casi absoluta. Los muros del bastión macrista se agrietan cada día más.

Larreta dice estar decidido a empezar de cero y a sacar media docena de puntos. La boleta única y las críticas que cosecha la administración de Jorge Macri podrían darle ese piso y reconfigurar el mapa de la Legislatura porteña. Un tiempo nuevo.

En tanto, la cada vez más difuminada y provincializada UCR se encamina a formalizar la ruptura de hecho que padece en la convención nacional por realizarse el 25 del mes próximo. Sin proyecto nacional, el radicalismo está dividido por una doble antinomia. De un lado están los antikirchneristas filomileístas encabezados por los gobernadores Gustavo Valdés, Alfredo Cornejo y Leandro Zdero que, como justificación, agitan la idea de un posible regreso de Cristina Kirchner y los suyos si el gobierno de Milei tropieza.

Del otro lado se ubican los antimileístas, sin poder ni obligaciones territoriales, que se embanderan en el ideario partidario y republicano, aunque sin saber cómo definir posibles alianzas para ganar volumen y superar su delgadez.

Así, los primeros agiganten, junto con los amarillos con peluca, la amenaza cristinista, a pesar de que ese espacio cuenta con un rechazo de más del 60% y hasta es cada vez más desafiado dentro del propio peronismo. En tanto, los segundos no ofrecen en su menú más que un rechazo a las formas mileístas. En el medio orbita el santafesino Maximiliano Pullaro, que aspira a un triunfo dentro de un mes en la convención constituyente para empezar a construir su propio proyecto.

Por otro lado, la mayoría de las fuerzas no oficialistas que controlan territorios seguirán y profundizarán los dictados del manual de las elecciones de medio término que ordena preservar el control y evitar desembarcos. Salvo que el electorado lo demande (no parece estar sucediendo en la mayoría de los distritos, con la excepción del conurbano bonaerense) en esta ocasión se volverá a imponer el mandato de no confrontar con el gobierno nacional, lograr la mayor cantidad de recursos de este y neutralizar cualquier avance.

La vieja práctica del peronismo del interior de infiltrar propios en listas ajenas vuelve recargada después de 2023, cuando los candidatos mileístas eran menos libertarios que funcionales al gobierno local. El mileísmo está avisado, pero debe demostrar pericia y evitar las internas. Todavía no aprobó ese examen.

En este escenario, el oficialismo es el único que está y se autopercibe obligado a salir triunfante con solvencia en las elecciones nacionales y a crecer, consolidarse y debilitar a sus adversarios en los territorios que hoy le son adversos. En especial, la crucial provincia de Buenos Aires con su 37% del padrón nacional.

Para los demás, las elecciones de medio término pueden ser el comienzo de una reorganización con miras a las presidenciales, en la creencia de que puede haber 2027 sin 2025. Los actuales movimientos tectónicos podrían favorecer el rediseño del mapa político.

Por eso, al Gobierno le urge enfriar la calle, retomar el control de la agenda pública, prolongar las expectativas sociales y ofrecer resultados, como un acuerdo con el FMI con buena cantidad de fondos frescos, para dar un golpe sobre la mesa, del tipo levantamiento del cepo, aunque sea parcial. En eso están en la Casa Rosada y en Economía. Saben que el camino hasta octubre, cuando llegará el test nacional, es muy largo.

La obligación de salir airoso no es otra singularidad del experimento libertario. Es lo que le ha sucedido a todos los gobiernos que son minoritarios en el Congreso y en las administraciones subnacionales al enfrentar su primer test electoral, tras una elección presidencial que lo llevó a la Casa Rosada sin darle control parlamentario ni territorial.

Un triunfo sólido propio o una debacle de los adversarios le permitiría consolidar su proyecto y fortalecer su construcción de poder. Además, le daría la llave para debilitar aún más a una oposición atomizada, aturdida y culposa. Una mala elección, en cambio, podría tener efectos corrosivos para un oficialismo endeble. Ya se ha demostrado.

Son cumbres imprescindibles de alcanzar para un proyecto que se asume revolucionario, que lleva adelante un proceso radical de reordenamiento económico y un cambio de matriz, pero que tiene fuertes inconsistencias y está frente a una compleja realidad social.

La baja de la pobreza registrada no impide advertir que un 36% de personas en esa crítica situación es un problema tan lamentable como peligroso. La caída del consumo de bienes no durables durante el último mes y la ausencia de perspectivas de creación de empleo, según encuestas recientes hechas entre dadores de trabajo, agregan complejidad y desafíos para el Gobierno en los tiempos por venir.

El regreso de la violencia

Ese contexto amplio, que incluye los errores del propio Gobierno y problemas estructurales que exceden a esta administración, pero que siguen sin solucionarse, parecen haber estimulado la preocupante y deleznable aparición de grupos violentos, donde conviven militantes políticos radicalizados con delincuentes comunes, que se montan sobre reclamos legítimos.

La denuncia (y la creencia) oficial de estar ante un movimiento destituyente aunque pueda tener algún asidero, no soluciona ni encapsula el problema. Algunos sectores del Gobierno empiezan a tomar nota, pero no pesan. El mandato bajado desde la cima, que manda acelerar en las curvas, encuentra más intérpretes que los consejos de revisar algunas prácticas (no solo discursos) para no seguir recalentando la calle.

No es una tarea fácil. Sondeos y grupos focales hechos por las consultoras Grupo de Opinión Pública y Trespuntozero, de Raúl Timerman y Shila Vilker, muestran que a Milei le va mejor cuando está a la ofensiva que cuando debe defenderse. El Criptogate le expuso claramente y no ha logrado salir de ese laberinto.

La táctica de exponer a los violentos que fueron a copar la protesta por las jubilaciones, con un operativo menos preventivo que represivo, y, al mismo tiempo, subrayar un rol de víctima de un plan destituyente dejó un sabor agridulce en el Gobierno una vez que bajó la espuma.

El rechazo mayoritario a los delincuentes que se apropiaron del reclamo y la exposición de nexos políticos de estos tuvo demasiada competencia con los excesos cometidos por parte de fuerzas de seguridad, así como con desafortunadas o falaces declaraciones de altos funcionarios respecto de algunos hechos.

Las imágenes que mostraron al fotógrafo Pablo Grillo gravemente herido por una cápsula de gas disparada por gendarmes a quemarropa, la caída brutal de la jubilada de 87 años Beatriz Blanco, empujada por un policía, y la trifulca entre diputados libertarios en el recinto de la Cámara baja relativizaron la inicial percepción oficial de que el saldo de lo sucedido en el Congreso le había sido favorable.

Por eso, está en revisión el operativo que se desplegará pasado mañana para afrontar una protesta que amenaza con agrandarse y agravarse.

La apertura de los mercados, hoy, después de la ola de rumores que el viernes hizo saltar la demanda de dólares, será otro testeo al que se enfrentará la administración mileísta, que confía en mantener el control del rubro en el que más logros puede mostrar y que es el sustento fundamental de la continuidad del apoyo social mayoritario que conserva. Pero el camino es largo y ripioso.

Nada de lo que se observa a simple vista en la superficie permite prever efectos o cambios definitivos en lo inmediato. Mucho depende de las perspectivas y expectativas de cada uno y del resultado de la ola de comicios que está por empezar. El valor de las próximas elecciones legislativas no es igual para todos.

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