En velero, sola, a la Patagonia, es belga y transformó la enfermedad en desafío al cumplir su sueño a los 56 años: “¿Y por qué no te comprás un barco?”

El mismo año en que sucedía el Mayo Francés y la Primavera de Praga, un 7 de junio, en Suiza nacía Eugénie Nottebohm. La misma que hoy habla en un más que correcto español desde un hotel de Bariloche, mientras planifica un nuevo viaje en velero, cuenta la historia que la impulsó a dejar su patria y escribir libros. Y, sobre todo, explica cuál fue el motivo por el que decidió aventurarse sola al mar.
De madre panameña y padre belga, desde que tuvo uso de razón, mostró una atracción particular por la naturaleza. Creció en Bruselas como la hermana mayor de tres. Sensible, abierta pero a la vez introvertida, desarrolló su mundo interior en soledad. Pronto descubrió que tenía habilidad para el dibujo, era buena alumna y le gustaba leer, así que eligió seguir el camino de las ciencias en la escuela y se orientó hacia la biología.
Pero antes de estudiar una carrera, a los 18 años viajó a América con la intención de quedarse a lo largo de todo un año en Panamá. Para Eugénie, el país de su familia materna fue un reencuentro con sus orígenes. Ahí disfrutó del calor caribeño y se encariñó en especial con su tía abuela, que la comprendió más que nadie y la alentó a inscribirse en una academia de dibujo. Frente a la presión de encontrar un novio y casarse, el reconocimiento de su talento le regaló otro aire.
De regreso a Bélgica, terminó su carrera y eligió un doctorado en neurobiología y genética. Se dedicó a la drosófila, una mosquita pequeña que aparece en la fruta podrida. Mientras tanto, cursaba los fines de semana en la academia de Bellas Artes. Cuando se dio cuenta, de que estar tan encerrada no era lo suyo, había pasado los últimos años concentrada en las neuronas de los insectos, desconectada de lo que pasaba a su alrededor.
Era, y todavía es, idealista. Por eso, cuando su laboratorio cerró las puertas no quiso pasar por la industria farmacéutica, tan determinada por los intereses económicos. Tampoco duró en el área de estudios ambientales, en donde el dinero guiaba el método y generaba conflictos frente a la autoridad pública. Se dedicó a publicar artículos en revistas científicas. Pareciera que su carrera nada tiene que ver con lo que vino después, pero Eugénie agradece a esa mente analítica que le permitió mirar las cosas de otra manera. “Como yo siempre digo, el doctorado es algo que mismo si no ejerces, siempre te acompaña en tu trabajo, es una forma de pensar”.
Se alejó de la ciencia por un tiempo, fue guía en bicicleta y se dedicó a mostrar la naturaleza dentro de la ciudad, aunque no ganara demasiado. Hasta que su familia le propuso trabajar con ellos. En la ciudad de Amberes, habían fundado y convertido un antiguo hospital dermatológico en un hogar para el cuidado de ancianos. Estudió arte terapia, para trabajar en coordinación con un equipo que acompañaba a la gente en sus últimos años, también a quienes habían optado por la eutanasia, que en Bélgica está permitida. “Puede sonar extraño pero ayudé a mucha gente a morir en paz. Es muy lindo, pero es muy fuerte. Ellos me agradecían mucho que yo fuera de las pocas personas con las cuales podían hablar de forma tan abierta de su muerte.”
Había leído un libro que la marcó, El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché. “A mí me gustaba la metáfora de resolver todos los problemas que uno tuvo en vida de forma de no llevárselo al más allá y sea lo que sea, morir en paz”. Su ocupación consistía en ser un “receptáculo” de lo que los ancianos tenían para contarle. Conectaba con ellos a través del arte desde las emociones más que desde la razón.
Llegó en el año 2000 y renunció en 2015. Fue una etapa importante en la que tuvo oportunidad de convertirse en madre, pero no quiso. No se sentía lista ni capaz. No quería ser una mala madre. “Fue como una decisión personal. Estoy muy en paz con esa decisión”. Su vínculo con los niños, sin embargo, era cercano. Su hermana le dio el título de madre postiza de sus sobrinos, ayudó a criarlos, los llevó de vacaciones y se involucró en sus vidas, como también quiso compartir tiempo con el hijo de su hermano.
La tormenta de la enfermedad
Diez años atrás tuvo una pérdida momentánea de memoria y terminó en un hospital. Nunca supo la causa pero fue la primera vez que se sintió débil, fue como perder —dice—, la humanidad. Tiempo después notó un bulto en su pecho y los análisis confirmaron que era cáncer de mama. “Yo nunca pensé que me podía enfermar, que me podía enfermar de una forma tan grave porque en realidad tengo una vida bastante sana”. Fue un shock. Un trueno que desata la tormenta en un día espectacular.
Tuvo que hacer quimio, radioterapia. Aunque hubiera trabajado con gente que estaba por morir, nunca se había planteado su propia muerte. Empezó a reflexionar sobre la causa. “Fue algo muy fuerte. No, cambié pero yo siempre ponía al otro antes de mí. Ahora lo hago pero de una forma distinta”. Supo que tenía que tomar decisiones, su cuerpo mismo se lo estaba diciendo. “Fui a ver a un psicoanalista chileno que me decía de broma: ‘tienes que ser más mala’. Y veía que mi cara se me hacía pedazos y me decía: ‘¿sabes qué? Mismo siendo más mala, seguirás siendo muy buena”. No se refería a la maldad, sino más bien a conectarse con sus deseos antes que nada. Así empezó a sanar. Con más fuerza interior, protegiéndose, también pudo hacer más por los otros.
Había pasado un año sin trabajar. Ya no sentía energía para estar rodeada de muerte. Tenía el plan de viajar en barco con su pareja de entonces, pero también eso se estaba terminando. “Me di cuenta que tenía que abrirme a otras cosas. Al separarse, visitó a unos amigos que la habían ayudado cuando perdió la memoria.
Camí y Marco vivían en las islas Azores, la invitaron a quedarse con ellos unos meses después de los tratamientos. Su proyecto de viajar se había frenado, el sueño parecía lejano. Un día en el puerto, a ella se le empañaron sus ojos.
—¿Por qué estás llorando? —le preguntó su amiga Camille.
—Es que se están llevando mi sueño y mi sueño era navegar.
—¿Y por qué no te compras un barco?
La miró como si estuviera loca pero en realidad después lo pensó mejor. Siete años atrás había aprendido pero nunca se le había ocurrido aventurarse sola. ¿Y por qué no? Su amiga navegaba y ni siquiera había hecho los mismos cursos que ella.
Su ex pareja se había convertido en un amigo. Él le ofreció venderle su propio barco: Giulia, pequeño, pero confortable y con gran personalidad. Después de tres semanas de curso con un capitán, le dijo: “Nunca he tenido una alumna tan mala como vos”. En realidad, Eugénie se ponía en el rol de subordinada, cuando en realidad tenía que aprender a ser una capitana. Esa fue la primera lección. “me di cuenta de que en realidad yo tenía que tomar el mando, decisiones. Darle una dirección y animarme”. La metáfora de tomar la vida en sus manos funcionó.
Al principio con amigos, y después ya sola, la primera vez fue a un lugar cercano. la ayudaron a soltar amarras y partió con su vela hacia el mar. “Ahí sentí que podía, que si lo hacía paso a paso lo iba a lograr. Fue en 2017, dos años después de la sanación. “Yo siempre tengo la imagen de que lo peor que me ha pasado en mi vida fue la quimio, entonces eso me da mucha fuerza y ánimo a enfrentar las cosas”.
Su primera meta fue corta, navegar sola. Después una prueba en Holanda, por tres semanas, y volver a los Azores embarcada en su primera gran travesía oceánica durante 13 días. “Nunca lo había hecho, nunca había estado a más de 30 millas, que son poco más de 50 kilómetros de la costa, nunca había pasado una noche sola en el agua, aún menos 13 días”. Los viajes se hicieron más largos, la confianza aumentó.
Escribió la experiencia en su libro Mi transformación, que podría ser la tuya!! Anímate!!, publicada en Argentina por la editorial La Colmena, ahí cuenta ese proceso.
Patagonia, arte, mar y un nuevo amor
Mucha gente le pregunta si siente miedo, pero el miedo solo se vence cuando se lo enfrenta. En 2022 cruzó el Océano Atlántico desde Cabo Verde hasta Brasil y atravesó una tormenta que duró dos días. “Yo nunca había tenido algo así, olas de cinco metros, no es exagerado. Fue un segundo de pensar que nunca lo iba a lograr pero después me dije: si pensás así, es para ir a dormir y morirte”. Lo superó con una fortaleza que desconocía que tenía.
Cada vez que tocaba tierra firme podía analizar la situación, tenía la opción de desandar los pasos y volver pero prefería seguir adelante en su aventura de superación. “Yo me he dado cuenta que no tengo mucha fuerza física pero sí mucha fuerza mental. Cuando hay una situación fuerte mi mente me dice que no te sirve de nada tener miedo porque si le das fuerza y espacio al miedo te va a crear el problema que estás temiendo ahora”.
En etapas fue bajando hasta Buenos Aires, donde se quedó cuatro meses. Parientes de su padre la recibieron con los brazos abiertos. Vivía en su embarcación, en el puerto de San Isidro, se dedicó a pintar y comenzó a conocer otros navegantes como ella. Mientras se preparaba para viajar a la Patagonia, y reparaba los desperfectos de Giulia, le ofrecieron dar charlas acerca de sus experiencias en el mar. Las historias fueron fuentes de inspiración para muchas mujeres que se vieron reflejadas en su ejemplo.
Eugénie dibujó los árboles de la ciudad en flor, los bailarines de las tanguerías y se dejó sorprender por el arte de los museos. También por la calidez de los argentinos. “A mí me gusta como la gente siempre está lista para hacer un asado, una juntada, me pareció algo muy lindo de que la gente se siente feliz de que estás allí”.
Con viajes cortos probó la embarcación. Cambiaron los paisajes de sus dibujos de otros puertos y zonas industriales, necesitó dejar un registro de las puestas de sol y los colores que la inspiraban. Así llegó al azul imposible del mar de la la Patagonia, sus cielos rojizos y los ocres de las tierras desoladas.
En Puerto Deseado, Santa Cruz, la vida se desplegó con amigos y un nuevo amor. Ahí desde 2023 ancló su embarcación y siguió difundiendo su mensaje a través de charlas, talleres de arte y libros. La escritura presente en su proceso de sanación, cobró un valor diferente, fue el momento de expandir el mensaje. Algunos medios locales que la buscaron para entrevistar, y la invitaron a montar una exhibición de arte en el museo del pueblo.
Viajó por tierra y por aire, recibió la visita de su familia, pasó navidades y cumpleaños con gente querida. Caminó por Buenos Aires como una turista más, pero con la mirada atenta de la artista. Salió a pasear en kayak y probó los platos de la gastronomía rioplatense. Nunca dejó de navegar; en noviembre de 2013 partió de Puerto Deseado a Ushuaia en solitario, en enero de 2024 cruzó Cabo de Hornos con una tripulación de mujeres.
Hoy se siente agradecida por haber cambiado el rumbo de su existencia. Aprendió de las mareas y los vientos fuertes, pero sobre todo, aprendió de su soledad. “Me siento muy tranquila en el agua y el estar sola no me asusta, me gusta en realidad es como para mi es un momento de meditación de contemplación, de estar conmigo”. Puede pasar horas en silencio, sin más estímulo que el movimiento de las olas y los animales marinos, sin más pensamiento que el aquí el ahora.
Mientras planea su próximo destino —la Polinesia francesa—, continúa escribiendo otro libro, y realiza ilustraciones y grabados. “Uno se pone sus propias límites entonces hay que confiar y confiar en el cuerpo, tener la valentía de aislarse y de tomarse el tiempo, sentir lo que uno quiere y planificar los pasos para llegar a la meta. Confiar. Pero más que todo hay que atreverse a un poquito más de lo que uno piensa”.
A sus 56 años, elige la vida que quiere vivir y le gusta compartirla a través del arte, como una fuente de inspiración para quienes necesiten concretar sus sueños.
El mismo año en que sucedía el Mayo Francés y la Primavera de Praga, un 7 de junio, en Suiza nacía Eugénie Nottebohm. La misma que hoy habla en un más que correcto español desde un hotel de Bariloche, mientras planifica un nuevo viaje en velero, cuenta la historia que la impulsó a dejar su patria y escribir libros. Y, sobre todo, explica cuál fue el motivo por el que decidió aventurarse sola al mar.
De madre panameña y padre belga, desde que tuvo uso de razón, mostró una atracción particular por la naturaleza. Creció en Bruselas como la hermana mayor de tres. Sensible, abierta pero a la vez introvertida, desarrolló su mundo interior en soledad. Pronto descubrió que tenía habilidad para el dibujo, era buena alumna y le gustaba leer, así que eligió seguir el camino de las ciencias en la escuela y se orientó hacia la biología.
Pero antes de estudiar una carrera, a los 18 años viajó a América con la intención de quedarse a lo largo de todo un año en Panamá. Para Eugénie, el país de su familia materna fue un reencuentro con sus orígenes. Ahí disfrutó del calor caribeño y se encariñó en especial con su tía abuela, que la comprendió más que nadie y la alentó a inscribirse en una academia de dibujo. Frente a la presión de encontrar un novio y casarse, el reconocimiento de su talento le regaló otro aire.
De regreso a Bélgica, terminó su carrera y eligió un doctorado en neurobiología y genética. Se dedicó a la drosófila, una mosquita pequeña que aparece en la fruta podrida. Mientras tanto, cursaba los fines de semana en la academia de Bellas Artes. Cuando se dio cuenta, de que estar tan encerrada no era lo suyo, había pasado los últimos años concentrada en las neuronas de los insectos, desconectada de lo que pasaba a su alrededor.
Era, y todavía es, idealista. Por eso, cuando su laboratorio cerró las puertas no quiso pasar por la industria farmacéutica, tan determinada por los intereses económicos. Tampoco duró en el área de estudios ambientales, en donde el dinero guiaba el método y generaba conflictos frente a la autoridad pública. Se dedicó a publicar artículos en revistas científicas. Pareciera que su carrera nada tiene que ver con lo que vino después, pero Eugénie agradece a esa mente analítica que le permitió mirar las cosas de otra manera. “Como yo siempre digo, el doctorado es algo que mismo si no ejerces, siempre te acompaña en tu trabajo, es una forma de pensar”.
Se alejó de la ciencia por un tiempo, fue guía en bicicleta y se dedicó a mostrar la naturaleza dentro de la ciudad, aunque no ganara demasiado. Hasta que su familia le propuso trabajar con ellos. En la ciudad de Amberes, habían fundado y convertido un antiguo hospital dermatológico en un hogar para el cuidado de ancianos. Estudió arte terapia, para trabajar en coordinación con un equipo que acompañaba a la gente en sus últimos años, también a quienes habían optado por la eutanasia, que en Bélgica está permitida. “Puede sonar extraño pero ayudé a mucha gente a morir en paz. Es muy lindo, pero es muy fuerte. Ellos me agradecían mucho que yo fuera de las pocas personas con las cuales podían hablar de forma tan abierta de su muerte.”
Había leído un libro que la marcó, El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché. “A mí me gustaba la metáfora de resolver todos los problemas que uno tuvo en vida de forma de no llevárselo al más allá y sea lo que sea, morir en paz”. Su ocupación consistía en ser un “receptáculo” de lo que los ancianos tenían para contarle. Conectaba con ellos a través del arte desde las emociones más que desde la razón.
Llegó en el año 2000 y renunció en 2015. Fue una etapa importante en la que tuvo oportunidad de convertirse en madre, pero no quiso. No se sentía lista ni capaz. No quería ser una mala madre. “Fue como una decisión personal. Estoy muy en paz con esa decisión”. Su vínculo con los niños, sin embargo, era cercano. Su hermana le dio el título de madre postiza de sus sobrinos, ayudó a criarlos, los llevó de vacaciones y se involucró en sus vidas, como también quiso compartir tiempo con el hijo de su hermano.
La tormenta de la enfermedad
Diez años atrás tuvo una pérdida momentánea de memoria y terminó en un hospital. Nunca supo la causa pero fue la primera vez que se sintió débil, fue como perder —dice—, la humanidad. Tiempo después notó un bulto en su pecho y los análisis confirmaron que era cáncer de mama. “Yo nunca pensé que me podía enfermar, que me podía enfermar de una forma tan grave porque en realidad tengo una vida bastante sana”. Fue un shock. Un trueno que desata la tormenta en un día espectacular.
Tuvo que hacer quimio, radioterapia. Aunque hubiera trabajado con gente que estaba por morir, nunca se había planteado su propia muerte. Empezó a reflexionar sobre la causa. “Fue algo muy fuerte. No, cambié pero yo siempre ponía al otro antes de mí. Ahora lo hago pero de una forma distinta”. Supo que tenía que tomar decisiones, su cuerpo mismo se lo estaba diciendo. “Fui a ver a un psicoanalista chileno que me decía de broma: ‘tienes que ser más mala’. Y veía que mi cara se me hacía pedazos y me decía: ‘¿sabes qué? Mismo siendo más mala, seguirás siendo muy buena”. No se refería a la maldad, sino más bien a conectarse con sus deseos antes que nada. Así empezó a sanar. Con más fuerza interior, protegiéndose, también pudo hacer más por los otros.
Había pasado un año sin trabajar. Ya no sentía energía para estar rodeada de muerte. Tenía el plan de viajar en barco con su pareja de entonces, pero también eso se estaba terminando. “Me di cuenta que tenía que abrirme a otras cosas. Al separarse, visitó a unos amigos que la habían ayudado cuando perdió la memoria.
Camí y Marco vivían en las islas Azores, la invitaron a quedarse con ellos unos meses después de los tratamientos. Su proyecto de viajar se había frenado, el sueño parecía lejano. Un día en el puerto, a ella se le empañaron sus ojos.
—¿Por qué estás llorando? —le preguntó su amiga Camille.
—Es que se están llevando mi sueño y mi sueño era navegar.
—¿Y por qué no te compras un barco?
La miró como si estuviera loca pero en realidad después lo pensó mejor. Siete años atrás había aprendido pero nunca se le había ocurrido aventurarse sola. ¿Y por qué no? Su amiga navegaba y ni siquiera había hecho los mismos cursos que ella.
Su ex pareja se había convertido en un amigo. Él le ofreció venderle su propio barco: Giulia, pequeño, pero confortable y con gran personalidad. Después de tres semanas de curso con un capitán, le dijo: “Nunca he tenido una alumna tan mala como vos”. En realidad, Eugénie se ponía en el rol de subordinada, cuando en realidad tenía que aprender a ser una capitana. Esa fue la primera lección. “me di cuenta de que en realidad yo tenía que tomar el mando, decisiones. Darle una dirección y animarme”. La metáfora de tomar la vida en sus manos funcionó.
Al principio con amigos, y después ya sola, la primera vez fue a un lugar cercano. la ayudaron a soltar amarras y partió con su vela hacia el mar. “Ahí sentí que podía, que si lo hacía paso a paso lo iba a lograr. Fue en 2017, dos años después de la sanación. “Yo siempre tengo la imagen de que lo peor que me ha pasado en mi vida fue la quimio, entonces eso me da mucha fuerza y ánimo a enfrentar las cosas”.
Su primera meta fue corta, navegar sola. Después una prueba en Holanda, por tres semanas, y volver a los Azores embarcada en su primera gran travesía oceánica durante 13 días. “Nunca lo había hecho, nunca había estado a más de 30 millas, que son poco más de 50 kilómetros de la costa, nunca había pasado una noche sola en el agua, aún menos 13 días”. Los viajes se hicieron más largos, la confianza aumentó.
Escribió la experiencia en su libro Mi transformación, que podría ser la tuya!! Anímate!!, publicada en Argentina por la editorial La Colmena, ahí cuenta ese proceso.
Patagonia, arte, mar y un nuevo amor
Mucha gente le pregunta si siente miedo, pero el miedo solo se vence cuando se lo enfrenta. En 2022 cruzó el Océano Atlántico desde Cabo Verde hasta Brasil y atravesó una tormenta que duró dos días. “Yo nunca había tenido algo así, olas de cinco metros, no es exagerado. Fue un segundo de pensar que nunca lo iba a lograr pero después me dije: si pensás así, es para ir a dormir y morirte”. Lo superó con una fortaleza que desconocía que tenía.
Cada vez que tocaba tierra firme podía analizar la situación, tenía la opción de desandar los pasos y volver pero prefería seguir adelante en su aventura de superación. “Yo me he dado cuenta que no tengo mucha fuerza física pero sí mucha fuerza mental. Cuando hay una situación fuerte mi mente me dice que no te sirve de nada tener miedo porque si le das fuerza y espacio al miedo te va a crear el problema que estás temiendo ahora”.
En etapas fue bajando hasta Buenos Aires, donde se quedó cuatro meses. Parientes de su padre la recibieron con los brazos abiertos. Vivía en su embarcación, en el puerto de San Isidro, se dedicó a pintar y comenzó a conocer otros navegantes como ella. Mientras se preparaba para viajar a la Patagonia, y reparaba los desperfectos de Giulia, le ofrecieron dar charlas acerca de sus experiencias en el mar. Las historias fueron fuentes de inspiración para muchas mujeres que se vieron reflejadas en su ejemplo.
Eugénie dibujó los árboles de la ciudad en flor, los bailarines de las tanguerías y se dejó sorprender por el arte de los museos. También por la calidez de los argentinos. “A mí me gusta como la gente siempre está lista para hacer un asado, una juntada, me pareció algo muy lindo de que la gente se siente feliz de que estás allí”.
Con viajes cortos probó la embarcación. Cambiaron los paisajes de sus dibujos de otros puertos y zonas industriales, necesitó dejar un registro de las puestas de sol y los colores que la inspiraban. Así llegó al azul imposible del mar de la la Patagonia, sus cielos rojizos y los ocres de las tierras desoladas.
En Puerto Deseado, Santa Cruz, la vida se desplegó con amigos y un nuevo amor. Ahí desde 2023 ancló su embarcación y siguió difundiendo su mensaje a través de charlas, talleres de arte y libros. La escritura presente en su proceso de sanación, cobró un valor diferente, fue el momento de expandir el mensaje. Algunos medios locales que la buscaron para entrevistar, y la invitaron a montar una exhibición de arte en el museo del pueblo.
Viajó por tierra y por aire, recibió la visita de su familia, pasó navidades y cumpleaños con gente querida. Caminó por Buenos Aires como una turista más, pero con la mirada atenta de la artista. Salió a pasear en kayak y probó los platos de la gastronomía rioplatense. Nunca dejó de navegar; en noviembre de 2013 partió de Puerto Deseado a Ushuaia en solitario, en enero de 2024 cruzó Cabo de Hornos con una tripulación de mujeres.
Hoy se siente agradecida por haber cambiado el rumbo de su existencia. Aprendió de las mareas y los vientos fuertes, pero sobre todo, aprendió de su soledad. “Me siento muy tranquila en el agua y el estar sola no me asusta, me gusta en realidad es como para mi es un momento de meditación de contemplación, de estar conmigo”. Puede pasar horas en silencio, sin más estímulo que el movimiento de las olas y los animales marinos, sin más pensamiento que el aquí el ahora.
Mientras planea su próximo destino —la Polinesia francesa—, continúa escribiendo otro libro, y realiza ilustraciones y grabados. “Uno se pone sus propias límites entonces hay que confiar y confiar en el cuerpo, tener la valentía de aislarse y de tomarse el tiempo, sentir lo que uno quiere y planificar los pasos para llegar a la meta. Confiar. Pero más que todo hay que atreverse a un poquito más de lo que uno piensa”.
A sus 56 años, elige la vida que quiere vivir y le gusta compartirla a través del arte, como una fuente de inspiración para quienes necesiten concretar sus sueños.
El mismo año en que sucedía el Mayo Francés y la Primavera de Praga, un 7 de junio, en Suiza nacía Eugénie Nottebohm. La misma que hoy habla en un más que correcto español desde un hotel de Bariloche, mientras planifica un nuevo viaje en velero, cuenta la historia que la impulsó a dejar su patria y escribir libros. Y, sobre todo, explica cuál fue el motivo por el que decidió aventurarse sola al mar.De madre panameña y padre belga, desde que tuvo uso de razón, mostró una atracción particular por la naturaleza. Creció en Bruselas como la hermana mayor de tres. Sensible, abierta pero a la vez introvertida, desarrolló su mundo interior en soledad. Pronto descubrió que tenía habilidad para el dibujo, era buena alumna y le gustaba leer, así que eligió seguir el camino de las ciencias en la escuela y se orientó hacia la biología.Pero antes de estudiar una carrera, a los 18 años viajó a América con la intención de quedarse a lo largo de todo un año en Panamá. Para Eugénie, el país de su familia materna fue un reencuentro con sus orígenes. Ahí disfrutó del calor caribeño y se encariñó en especial con su tía abuela, que la comprendió más que nadie y la alentó a inscribirse en una academia de dibujo. Frente a la presión de encontrar un novio y casarse, el reconocimiento de su talento le regaló otro aire.De regreso a Bélgica, terminó su carrera y eligió un doctorado en neurobiología y genética. Se dedicó a la drosófila, una mosquita pequeña que aparece en la fruta podrida. Mientras tanto, cursaba los fines de semana en la academia de Bellas Artes. Cuando se dio cuenta, de que estar tan encerrada no era lo suyo, había pasado los últimos años concentrada en las neuronas de los insectos, desconectada de lo que pasaba a su alrededor.Era, y todavía es, idealista. Por eso, cuando su laboratorio cerró las puertas no quiso pasar por la industria farmacéutica, tan determinada por los intereses económicos. Tampoco duró en el área de estudios ambientales, en donde el dinero guiaba el método y generaba conflictos frente a la autoridad pública. Se dedicó a publicar artículos en revistas científicas. Pareciera que su carrera nada tiene que ver con lo que vino después, pero Eugénie agradece a esa mente analítica que le permitió mirar las cosas de otra manera. “Como yo siempre digo, el doctorado es algo que mismo si no ejerces, siempre te acompaña en tu trabajo, es una forma de pensar”.Se alejó de la ciencia por un tiempo, fue guía en bicicleta y se dedicó a mostrar la naturaleza dentro de la ciudad, aunque no ganara demasiado. Hasta que su familia le propuso trabajar con ellos. En la ciudad de Amberes, habían fundado y convertido un antiguo hospital dermatológico en un hogar para el cuidado de ancianos. Estudió arte terapia, para trabajar en coordinación con un equipo que acompañaba a la gente en sus últimos años, también a quienes habían optado por la eutanasia, que en Bélgica está permitida. “Puede sonar extraño pero ayudé a mucha gente a morir en paz. Es muy lindo, pero es muy fuerte. Ellos me agradecían mucho que yo fuera de las pocas personas con las cuales podían hablar de forma tan abierta de su muerte.”Había leído un libro que la marcó, El libro tibetano de la vida y de la muerte, de Sogyal Rimpoché. “A mí me gustaba la metáfora de resolver todos los problemas que uno tuvo en vida de forma de no llevárselo al más allá y sea lo que sea, morir en paz”. Su ocupación consistía en ser un “receptáculo” de lo que los ancianos tenían para contarle. Conectaba con ellos a través del arte desde las emociones más que desde la razón.Llegó en el año 2000 y renunció en 2015. Fue una etapa importante en la que tuvo oportunidad de convertirse en madre, pero no quiso. No se sentía lista ni capaz. No quería ser una mala madre. “Fue como una decisión personal. Estoy muy en paz con esa decisión”. Su vínculo con los niños, sin embargo, era cercano. Su hermana le dio el título de madre postiza de sus sobrinos, ayudó a criarlos, los llevó de vacaciones y se involucró en sus vidas, como también quiso compartir tiempo con el hijo de su hermano.La tormenta de la enfermedadDiez años atrás tuvo una pérdida momentánea de memoria y terminó en un hospital. Nunca supo la causa pero fue la primera vez que se sintió débil, fue como perder —dice—, la humanidad. Tiempo después notó un bulto en su pecho y los análisis confirmaron que era cáncer de mama. “Yo nunca pensé que me podía enfermar, que me podía enfermar de una forma tan grave porque en realidad tengo una vida bastante sana”. Fue un shock. Un trueno que desata la tormenta en un día espectacular.Tuvo que hacer quimio, radioterapia. Aunque hubiera trabajado con gente que estaba por morir, nunca se había planteado su propia muerte. Empezó a reflexionar sobre la causa. “Fue algo muy fuerte. No, cambié pero yo siempre ponía al otro antes de mí. Ahora lo hago pero de una forma distinta”. Supo que tenía que tomar decisiones, su cuerpo mismo se lo estaba diciendo. “Fui a ver a un psicoanalista chileno que me decía de broma: ‘tienes que ser más mala’. Y veía que mi cara se me hacía pedazos y me decía: ‘¿sabes qué? Mismo siendo más mala, seguirás siendo muy buena”. No se refería a la maldad, sino más bien a conectarse con sus deseos antes que nada. Así empezó a sanar. Con más fuerza interior, protegiéndose, también pudo hacer más por los otros.Había pasado un año sin trabajar. Ya no sentía energía para estar rodeada de muerte. Tenía el plan de viajar en barco con su pareja de entonces, pero también eso se estaba terminando. “Me di cuenta que tenía que abrirme a otras cosas. Al separarse, visitó a unos amigos que la habían ayudado cuando perdió la memoria.Camí y Marco vivían en las islas Azores, la invitaron a quedarse con ellos unos meses después de los tratamientos. Su proyecto de viajar se había frenado, el sueño parecía lejano. Un día en el puerto, a ella se le empañaron sus ojos.—¿Por qué estás llorando? —le preguntó su amiga Camille.—Es que se están llevando mi sueño y mi sueño era navegar.—¿Y por qué no te compras un barco?La miró como si estuviera loca pero en realidad después lo pensó mejor. Siete años atrás había aprendido pero nunca se le había ocurrido aventurarse sola. ¿Y por qué no? Su amiga navegaba y ni siquiera había hecho los mismos cursos que ella.Su ex pareja se había convertido en un amigo. Él le ofreció venderle su propio barco: Giulia, pequeño, pero confortable y con gran personalidad. Después de tres semanas de curso con un capitán, le dijo: “Nunca he tenido una alumna tan mala como vos”. En realidad, Eugénie se ponía en el rol de subordinada, cuando en realidad tenía que aprender a ser una capitana. Esa fue la primera lección. “me di cuenta de que en realidad yo tenía que tomar el mando, decisiones. Darle una dirección y animarme”. La metáfora de tomar la vida en sus manos funcionó.Al principio con amigos, y después ya sola, la primera vez fue a un lugar cercano. la ayudaron a soltar amarras y partió con su vela hacia el mar. “Ahí sentí que podía, que si lo hacía paso a paso lo iba a lograr. Fue en 2017, dos años después de la sanación. “Yo siempre tengo la imagen de que lo peor que me ha pasado en mi vida fue la quimio, entonces eso me da mucha fuerza y ánimo a enfrentar las cosas”.Su primera meta fue corta, navegar sola. Después una prueba en Holanda, por tres semanas, y volver a los Azores embarcada en su primera gran travesía oceánica durante 13 días. “Nunca lo había hecho, nunca había estado a más de 30 millas, que son poco más de 50 kilómetros de la costa, nunca había pasado una noche sola en el agua, aún menos 13 días”. Los viajes se hicieron más largos, la confianza aumentó.Escribió la experiencia en su libro Mi transformación, que podría ser la tuya!! Anímate!!, publicada en Argentina por la editorial La Colmena, ahí cuenta ese proceso.Patagonia, arte, mar y un nuevo amorMucha gente le pregunta si siente miedo, pero el miedo solo se vence cuando se lo enfrenta. En 2022 cruzó el Océano Atlántico desde Cabo Verde hasta Brasil y atravesó una tormenta que duró dos días. “Yo nunca había tenido algo así, olas de cinco metros, no es exagerado. Fue un segundo de pensar que nunca lo iba a lograr pero después me dije: si pensás así, es para ir a dormir y morirte”. Lo superó con una fortaleza que desconocía que tenía.Cada vez que tocaba tierra firme podía analizar la situación, tenía la opción de desandar los pasos y volver pero prefería seguir adelante en su aventura de superación. “Yo me he dado cuenta que no tengo mucha fuerza física pero sí mucha fuerza mental. Cuando hay una situación fuerte mi mente me dice que no te sirve de nada tener miedo porque si le das fuerza y espacio al miedo te va a crear el problema que estás temiendo ahora”.En etapas fue bajando hasta Buenos Aires, donde se quedó cuatro meses. Parientes de su padre la recibieron con los brazos abiertos. Vivía en su embarcación, en el puerto de San Isidro, se dedicó a pintar y comenzó a conocer otros navegantes como ella. Mientras se preparaba para viajar a la Patagonia, y reparaba los desperfectos de Giulia, le ofrecieron dar charlas acerca de sus experiencias en el mar. Las historias fueron fuentes de inspiración para muchas mujeres que se vieron reflejadas en su ejemplo.Eugénie dibujó los árboles de la ciudad en flor, los bailarines de las tanguerías y se dejó sorprender por el arte de los museos. También por la calidez de los argentinos. “A mí me gusta como la gente siempre está lista para hacer un asado, una juntada, me pareció algo muy lindo de que la gente se siente feliz de que estás allí”.Con viajes cortos probó la embarcación. Cambiaron los paisajes de sus dibujos de otros puertos y zonas industriales, necesitó dejar un registro de las puestas de sol y los colores que la inspiraban. Así llegó al azul imposible del mar de la la Patagonia, sus cielos rojizos y los ocres de las tierras desoladas.En Puerto Deseado, Santa Cruz, la vida se desplegó con amigos y un nuevo amor. Ahí desde 2023 ancló su embarcación y siguió difundiendo su mensaje a través de charlas, talleres de arte y libros. La escritura presente en su proceso de sanación, cobró un valor diferente, fue el momento de expandir el mensaje. Algunos medios locales que la buscaron para entrevistar, y la invitaron a montar una exhibición de arte en el museo del pueblo.Viajó por tierra y por aire, recibió la visita de su familia, pasó navidades y cumpleaños con gente querida. Caminó por Buenos Aires como una turista más, pero con la mirada atenta de la artista. Salió a pasear en kayak y probó los platos de la gastronomía rioplatense. Nunca dejó de navegar; en noviembre de 2013 partió de Puerto Deseado a Ushuaia en solitario, en enero de 2024 cruzó Cabo de Hornos con una tripulación de mujeres.Hoy se siente agradecida por haber cambiado el rumbo de su existencia. Aprendió de las mareas y los vientos fuertes, pero sobre todo, aprendió de su soledad. “Me siento muy tranquila en el agua y el estar sola no me asusta, me gusta en realidad es como para mi es un momento de meditación de contemplación, de estar conmigo”. Puede pasar horas en silencio, sin más estímulo que el movimiento de las olas y los animales marinos, sin más pensamiento que el aquí el ahora.Mientras planea su próximo destino —la Polinesia francesa—, continúa escribiendo otro libro, y realiza ilustraciones y grabados. “Uno se pone sus propias límites entonces hay que confiar y confiar en el cuerpo, tener la valentía de aislarse y de tomarse el tiempo, sentir lo que uno quiere y planificar los pasos para llegar a la meta. Confiar. Pero más que todo hay que atreverse a un poquito más de lo que uno piensa”.A sus 56 años, elige la vida que quiere vivir y le gusta compartirla a través del arte, como una fuente de inspiración para quienes necesiten concretar sus sueños. LA NACION