Su trastorno fue un secreto por décadas, hasta que decidió dar la cara en internet

NUEVA YORK.— Sarah Redzikowski inclinó la cabeza y se acercó a la cámara de su teléfono, examinando el enrojecimiento que se extendía desde sus pómulos hasta su barbilla. Recorrió la piel hinchada con los dedos y emitió un sollozo, cubriendo su rostro con las manos.
“Odio que me hago esto a mí misma”, dijo en voz baja.
Redzikowski, de 40 años, hablaba a sus seguidores de TikTok sobre un secreto que había ocultado durante décadas hasta de sus familiares y sus amigos más cercanos: desde los 12 años, se pellizca compulsivamente la piel, a menudo hasta el punto de sangrar y dejar cicatrices. Por mucho que quiera dejarlo, Redzikowski, que padece una enfermedad mental llamada dermatilomanía, no puede parar.
Ella calcula que pasa al menos dos horas a la semana rascándose la piel de la cara, además del cuero cabelludo, los brazos, la espalda, el pecho y las piernas. “He pasado al menos 125 días de mi vida inclinada ante un espejo”, dijo en el video. “Y son 125 días que nunca recuperaré”.
Se secó los ojos y se echó un chorro de limpiador en las palmas de las manos, masajeando su cara con él hasta que empezó a hacer espuma. Luego comenzó la habitual rutina de intentar reparar el daño que se había hecho. Agitó una varita de alta frecuencia sobre la constelación de lesiones que cubría sus mejillas, deseando que sanaran más deprisa. Se untó la cara con tratamientos y sueros.
Con todo, su piel estaba enojada, sangrando en algunos lugares. Y ella estaba enojada consigo misma.
“Es una batalla interna, porque sé que no es mi culpa, y no es que quiera hacer esto”, explicó en una entrevista. “Pero es mi mano. Y yo hice el daño”.
Las personas con dermatilomanía u otras afecciones similares, como arrancarse el pelo o morderse las uñas de forma incontrolable —algo que se conoce como conductas repetitivas centradas en el cuerpo o CRCC—, pueden tener un sentimiento de vergüenza tan debilitante que ni siquiera admiten estas conductas en encuestas anónimas, dijeron los expertos médicos. Al fin y al cabo, son sus dedos los que arrancan mechones de pelo. Son sus uñas las que se clavan en la piel.
Pero esta reserva ha hecho que para muchas personas con CRCC, que afectan al menos al 3 por ciento de la población mundial, sanar sea una meta complicada. “Es difícil avanzar si estás tan atrapado en la vergüenza que no puedes hablar de eso con nadie”, afirmó Suzanne Mouton-Odum, psicóloga especializada en el tratamiento de este problema y que trabaja con una organización sin fines de lucro que apoya a las personas con CRCC.
Es por eso por lo que mostrar su piel en redes sociales fue algo tan radical para Redzikowski. Aceptar que hablar de eso era una forma de curarse fue una lección dolorosa que tardó décadas en aprender.
Un ‘ciclo constante de vergüenza’
Cuando era niña, el único lugar de la casa donde vivía Redzikowski que tenía cerradura era el baño. Allí se refugiaba cuando su madre y su padrastro se peleaban. Fue delante del espejo de ese cuarto de baño donde se dio cuenta de que tenía unos granos en la espalda, así que empezó a exprimirlos y a rascarlos. Con el tiempo, sus dedos se dirigieron a las imperfecciones de la cara, que resaltaban bajo la dura luz del techo. Se rascaba la piel durante horas, poniéndose en cuclillas en el lavabo para acercarse lo más posible al espejo. Esto le proporcionaba cierta comodidad, una sensación de control.
Cuando se detenía, le costaba recordar por qué había empezado.
“Me pongo frente al espejo y de pronto ya pasó el tiempo”, dijo. Pero entonces volvía a mirar su reflejo y veía que ahora su piel estaba mucho peor. “Era un ciclo constante de vergüenza”, dijo.
De adolescente, Redzikowski hizo todo lo que pudo para mantener este hábito en secreto. Se rizaba el pelo hacia la cara para ocultar sus mejillas en carne viva, y a veces tocaba con la plancha caliente las zonas que se había manipulado, para que las quemaduras llamaran más la atención que las costras. Usaba camisetas debajo del uniforme sin mangas de porrista para cubrir las cicatrices en la espalda y el pecho. Una vez, en pánico tras un episodio especialmente severo la noche anterior al día de la foto escolar, se cortó un flequillo para disimular la hinchazón en la frente.
Sin embargo, puede ser casi imposible ocultar a todo el mundo los signos de una CRCC: cortes abiertos o llagas en la piel, zonas calvas o sangre bajo las uñas.
Cuando Saharra Dixon comenzó a jalarse el vello púbico poco después de llegar a la pubertad —un detonante frecuente—, su abuelo le preguntó por qué siempre llevaba las manos en los pantalones. Avergonzada, pasó al cabello de su cabeza. Su madre no tardó en regañarla por las zonas calvas de su cuero cabelludo. “Cuando te lleve a la peluquería, ya no vas a tener pelo que te arreglen”, recordó Dixon que le decía su madre. Las preguntas solo hacían que se sintiera peor por su tendencia a arrancarse el pelo, o tricotilomanía.
“Fue el hecho de señalarlo constantemente lo que empezó a avergonzarme”, dijo Dixon, que ahora tiene 29 años, es estudiante de doctorado y asesora de salud que ayuda a personas de color y de otras comunidades marginadas con CRCC.
Mouton-Odum dijo que había trabajado con padres que habían culpado al cáncer de la falta de cabello de sus hijos ocasionada por tirarse del pelo. “Imagina ese nivel de vergüenza”, dijo, “que prefieras decir ‘Mi hijo tiene cáncer’ que ‘Mi hijo se arranca el pelo’”.
Redzikowski aprendió a maquillarse hábilmente para ocultar su piel dañada a su familia y amigos, y para sentirse más segura de sí misma. Así, decidió seguir una carrera como maquillista profesional.
“No importa qué tipo de problemas tenga alguien que se siente en mi silla; soy conocida por hacer que la piel se vea impecable”, dijo.
Pero, especialmente después de los episodios en los que su piel terminaba más dañada, Redzikowski se sentía mortificada al presentarse en un set, y le preocupaba que sus clientes la menospreciaran. Sentía los ojos de las modelos sobre su piel irregular cuando se acercaba para trazar un delineado. “La gente te pierde el respeto porque creen que no puedes controlarte”, dijo.
Una noche, Redzikowski se lastimó tanto la piel que no podía soportar la idea de mostrar su cara en el trabajo al día siguiente. Entonces se tomó un puñado de analgésicos. “Mi manera de rascarme la piel me había creado una situación de tanta angustia que pensé que esa era mi única salida”, dijo. Despertó en su habitación más de 24 horas después.
Reprimiendo el impulso de rascarse
Durante la mayor parte de su vida, Redzikowski pensó que solo se trataba de un mal hábito. No supo lo que era la dermatilomanía hasta que empezó a ir al psiquiatra por su depresión en 2021. El año anterior, se había rascado la piel hasta el punto de sangrar casi todos los días durante los confinamientos de la COVID-19.
Su psiquiatra le recetó un tratamiento que incluía un aminoácido llamado N-acetilcisteína (NAC), que en algunas personas puede reducir el impulso de pellizcarse o jalarse la piel. Le sugirió que cubriera los espejos de su casa y que comprara juguetes antiestrés para mantener las manos ocupadas. Sin embargo, estaban tan enfocados en tratar la depresión de Redzikowski que nunca hablaron a fondo sobre la conducta compulsiva ni intentaron identificar lo que la detonaba. La situación apenas mejoró.
La CRCC no tiene cura, y las intervenciones físicas solo sirven hasta cierto punto si no se aborda “la necesidad subyacente que impulsa el comportamiento”, afirmó Mouton-Odum.
Hace poco, en terapia, Redzikowski ubicó la raíz del problema en su caótica infancia. Rascarse “se convirtió en mi mecanismo para sobrellevar las cosas”, dijo. Actualmente, sigue siendo un comportamiento que la tranquiliza, al que recurre en momentos de estrés, como los recientes incendios forestales cerca de su casa de Los Ángeles. Pero incluso cuando no está agobiada, se siente obligada a pellizcar o rascar cualquier defecto que vea. “Si veo una imperfección, quiero eliminarla”, dijo.
A menudo, el objetivo del tratamiento es simplemente reducir la compulsión a rascar o pellizcar. Ese impulso puede sentirse como una picadura de mosquito que da una comezón insoportable y que uno simplemente tiene que rascarse, dijo Barbara Lally, quien ha documentado su experiencia con la tricotilomanía en las redes sociales. Una vez que Lally, de 33 años, se arranca el mechón de pelo “correcto” —uno que se sienta áspero o reseco— se siente aliviada. “En realidad no duele”, dijo. “Se siente bien”.
Ella recreó este ritual en un video para sus más de 10.000 seguidores de Instagram, de los que muchos también padecen esta afección. “No puedo creer que haya entendido esto”, escribió una persona. “¿QUÉ? ¿OTRAS PERSONAS PASAN POR ESTO?”, comentó alguien más.
Para ayudar a las personas a aprender a tolerar ese impulso sin actuar en consecuencia, los especialistas suelen recomendar ciertos tipos de terapia, así como grupos de apoyo entre iguales.
Para Jason Yu, de 31 años, el mero hecho de hablar abiertamente de este comportamiento fue una revelación. Llevaba una década intentándolo todo para dejar de rascarse la piel de las manos, como ponerse guantes y atarlos a sus muñecas para que fuera más difícil quitárselos, o cubrirse las manos de loción. Pero no fue sino hasta que se unió a un grupo de apoyo que realmente empezó a encontrar un alivio. Con el tiempo, creó un pódcast sobre CRCC con un amigo de ese grupo.
Ahora, cuando se da cuenta de que está rascándose los nudillos, lo ve como una señal de su cuerpo, de que está ansioso y podría necesitar algo: un tentempié, llamar a un amigo, aire fresco. Aceptar el comportamiento le ayudó a reducirlo, dijo Yu. “No me he dejado de lastimar al 100 por ciento”, dijo. “Pero estoy en un sólido 95, y eso me basta”.
Compartiendo sus cicatrices
Un día, Redzikowski decidió que estaba harta de ocultarse.
Se puso una cinta esponjosa color rosa en la cabeza, se echó el pelo hacia atrás para mostrar su rostro descubierto y miró a la cámara de su teléfono. “Hoy les voy a mostrar cómo voy a cubrir esta piel lastimada que me destrocé el fin de semana”, dijo, y comenzó a mostrar su lucha de décadas mientras se aplicaba un poco de corrector.
El video obtuvo casi 400.000 visitas en TikTok y cientos de comentarios de personas con CRCC. “Gracias por contar esta historia. Creía que estaba sola”, comentó una persona. “Nunca me había sentido tan vista”, decía otra.
Redzikowski no ha dejado de rascarse, y duda que alguna vez lo haga del todo. A menudo se recuerda a sí misma: “Esto es un trastorno, no una elección”.
Esa mentalidad la ha ayudado a convertirse en una influente de belleza a su manera. Habiendo renunciado a los filtros de las redes sociales desde hace tiempo, ha conseguido colaboraciones con marcas cuidando y maquillando su propia piel imperfecta. La respuesta a estos videos “me ha ayudado mucho a curarme”, dijo entre lágrimas.
A veces, su prometido, Kimoon Kim, se une a su rutina nocturna de cuidado de la piel. Cuando empezaron a salir, ella ponía excusas sobre su piel —achacando el enrojecimiento a una reacción alérgica o a una mala erupción— hasta que terminó por sincerarse. Ahora intentan acostarse a la misma hora para que ella no se distraiga frente al espejo. Si él se da cuenta de que se está rascando, no le dice que deje de hacerlo. En lugar de eso, le señala el comportamiento y le pregunta qué siente, un enfoque que aprendió cuando habló con su terapeuta. Y comenta casi todos sus videos de TikTok para apoyarla.
Redzikowski reconoce que, a veces, ver su propia cara sin filtros en su feed puede detonar el impulso de rascarse o generar pensamientos negativos. Aun así, siente la necesidad de seguir publicando de todos modos. “No puedo imaginar cómo habría impactado mi vida si hubiera visto el contenido que creo cuando era más joven”, dijo.
Hace poco vio un comentario de una cara conocida en uno de sus videos: una modelo con la que había trabajado hace unos años. Redzikowski recordaba que la modelo tenía un cutis impecable. Sin embargo, ella escribió bajo el video que también se rascaba la piel. “Me rasco la piel hasta que parece que me han picado 1000 avispas, y luego me arrepiento totalmente”, escribió.
Redzikowski respondió: “¡¡¡Definitivamente no estás sola!!!”.
NUEVA YORK.— Sarah Redzikowski inclinó la cabeza y se acercó a la cámara de su teléfono, examinando el enrojecimiento que se extendía desde sus pómulos hasta su barbilla. Recorrió la piel hinchada con los dedos y emitió un sollozo, cubriendo su rostro con las manos.
“Odio que me hago esto a mí misma”, dijo en voz baja.
Redzikowski, de 40 años, hablaba a sus seguidores de TikTok sobre un secreto que había ocultado durante décadas hasta de sus familiares y sus amigos más cercanos: desde los 12 años, se pellizca compulsivamente la piel, a menudo hasta el punto de sangrar y dejar cicatrices. Por mucho que quiera dejarlo, Redzikowski, que padece una enfermedad mental llamada dermatilomanía, no puede parar.
Ella calcula que pasa al menos dos horas a la semana rascándose la piel de la cara, además del cuero cabelludo, los brazos, la espalda, el pecho y las piernas. “He pasado al menos 125 días de mi vida inclinada ante un espejo”, dijo en el video. “Y son 125 días que nunca recuperaré”.
Se secó los ojos y se echó un chorro de limpiador en las palmas de las manos, masajeando su cara con él hasta que empezó a hacer espuma. Luego comenzó la habitual rutina de intentar reparar el daño que se había hecho. Agitó una varita de alta frecuencia sobre la constelación de lesiones que cubría sus mejillas, deseando que sanaran más deprisa. Se untó la cara con tratamientos y sueros.
Con todo, su piel estaba enojada, sangrando en algunos lugares. Y ella estaba enojada consigo misma.
“Es una batalla interna, porque sé que no es mi culpa, y no es que quiera hacer esto”, explicó en una entrevista. “Pero es mi mano. Y yo hice el daño”.
Las personas con dermatilomanía u otras afecciones similares, como arrancarse el pelo o morderse las uñas de forma incontrolable —algo que se conoce como conductas repetitivas centradas en el cuerpo o CRCC—, pueden tener un sentimiento de vergüenza tan debilitante que ni siquiera admiten estas conductas en encuestas anónimas, dijeron los expertos médicos. Al fin y al cabo, son sus dedos los que arrancan mechones de pelo. Son sus uñas las que se clavan en la piel.
Pero esta reserva ha hecho que para muchas personas con CRCC, que afectan al menos al 3 por ciento de la población mundial, sanar sea una meta complicada. “Es difícil avanzar si estás tan atrapado en la vergüenza que no puedes hablar de eso con nadie”, afirmó Suzanne Mouton-Odum, psicóloga especializada en el tratamiento de este problema y que trabaja con una organización sin fines de lucro que apoya a las personas con CRCC.
Es por eso por lo que mostrar su piel en redes sociales fue algo tan radical para Redzikowski. Aceptar que hablar de eso era una forma de curarse fue una lección dolorosa que tardó décadas en aprender.
Un ‘ciclo constante de vergüenza’
Cuando era niña, el único lugar de la casa donde vivía Redzikowski que tenía cerradura era el baño. Allí se refugiaba cuando su madre y su padrastro se peleaban. Fue delante del espejo de ese cuarto de baño donde se dio cuenta de que tenía unos granos en la espalda, así que empezó a exprimirlos y a rascarlos. Con el tiempo, sus dedos se dirigieron a las imperfecciones de la cara, que resaltaban bajo la dura luz del techo. Se rascaba la piel durante horas, poniéndose en cuclillas en el lavabo para acercarse lo más posible al espejo. Esto le proporcionaba cierta comodidad, una sensación de control.
Cuando se detenía, le costaba recordar por qué había empezado.
“Me pongo frente al espejo y de pronto ya pasó el tiempo”, dijo. Pero entonces volvía a mirar su reflejo y veía que ahora su piel estaba mucho peor. “Era un ciclo constante de vergüenza”, dijo.
De adolescente, Redzikowski hizo todo lo que pudo para mantener este hábito en secreto. Se rizaba el pelo hacia la cara para ocultar sus mejillas en carne viva, y a veces tocaba con la plancha caliente las zonas que se había manipulado, para que las quemaduras llamaran más la atención que las costras. Usaba camisetas debajo del uniforme sin mangas de porrista para cubrir las cicatrices en la espalda y el pecho. Una vez, en pánico tras un episodio especialmente severo la noche anterior al día de la foto escolar, se cortó un flequillo para disimular la hinchazón en la frente.
Sin embargo, puede ser casi imposible ocultar a todo el mundo los signos de una CRCC: cortes abiertos o llagas en la piel, zonas calvas o sangre bajo las uñas.
Cuando Saharra Dixon comenzó a jalarse el vello púbico poco después de llegar a la pubertad —un detonante frecuente—, su abuelo le preguntó por qué siempre llevaba las manos en los pantalones. Avergonzada, pasó al cabello de su cabeza. Su madre no tardó en regañarla por las zonas calvas de su cuero cabelludo. “Cuando te lleve a la peluquería, ya no vas a tener pelo que te arreglen”, recordó Dixon que le decía su madre. Las preguntas solo hacían que se sintiera peor por su tendencia a arrancarse el pelo, o tricotilomanía.
“Fue el hecho de señalarlo constantemente lo que empezó a avergonzarme”, dijo Dixon, que ahora tiene 29 años, es estudiante de doctorado y asesora de salud que ayuda a personas de color y de otras comunidades marginadas con CRCC.
Mouton-Odum dijo que había trabajado con padres que habían culpado al cáncer de la falta de cabello de sus hijos ocasionada por tirarse del pelo. “Imagina ese nivel de vergüenza”, dijo, “que prefieras decir ‘Mi hijo tiene cáncer’ que ‘Mi hijo se arranca el pelo’”.
Redzikowski aprendió a maquillarse hábilmente para ocultar su piel dañada a su familia y amigos, y para sentirse más segura de sí misma. Así, decidió seguir una carrera como maquillista profesional.
“No importa qué tipo de problemas tenga alguien que se siente en mi silla; soy conocida por hacer que la piel se vea impecable”, dijo.
Pero, especialmente después de los episodios en los que su piel terminaba más dañada, Redzikowski se sentía mortificada al presentarse en un set, y le preocupaba que sus clientes la menospreciaran. Sentía los ojos de las modelos sobre su piel irregular cuando se acercaba para trazar un delineado. “La gente te pierde el respeto porque creen que no puedes controlarte”, dijo.
Una noche, Redzikowski se lastimó tanto la piel que no podía soportar la idea de mostrar su cara en el trabajo al día siguiente. Entonces se tomó un puñado de analgésicos. “Mi manera de rascarme la piel me había creado una situación de tanta angustia que pensé que esa era mi única salida”, dijo. Despertó en su habitación más de 24 horas después.
Reprimiendo el impulso de rascarse
Durante la mayor parte de su vida, Redzikowski pensó que solo se trataba de un mal hábito. No supo lo que era la dermatilomanía hasta que empezó a ir al psiquiatra por su depresión en 2021. El año anterior, se había rascado la piel hasta el punto de sangrar casi todos los días durante los confinamientos de la COVID-19.
Su psiquiatra le recetó un tratamiento que incluía un aminoácido llamado N-acetilcisteína (NAC), que en algunas personas puede reducir el impulso de pellizcarse o jalarse la piel. Le sugirió que cubriera los espejos de su casa y que comprara juguetes antiestrés para mantener las manos ocupadas. Sin embargo, estaban tan enfocados en tratar la depresión de Redzikowski que nunca hablaron a fondo sobre la conducta compulsiva ni intentaron identificar lo que la detonaba. La situación apenas mejoró.
La CRCC no tiene cura, y las intervenciones físicas solo sirven hasta cierto punto si no se aborda “la necesidad subyacente que impulsa el comportamiento”, afirmó Mouton-Odum.
Hace poco, en terapia, Redzikowski ubicó la raíz del problema en su caótica infancia. Rascarse “se convirtió en mi mecanismo para sobrellevar las cosas”, dijo. Actualmente, sigue siendo un comportamiento que la tranquiliza, al que recurre en momentos de estrés, como los recientes incendios forestales cerca de su casa de Los Ángeles. Pero incluso cuando no está agobiada, se siente obligada a pellizcar o rascar cualquier defecto que vea. “Si veo una imperfección, quiero eliminarla”, dijo.
A menudo, el objetivo del tratamiento es simplemente reducir la compulsión a rascar o pellizcar. Ese impulso puede sentirse como una picadura de mosquito que da una comezón insoportable y que uno simplemente tiene que rascarse, dijo Barbara Lally, quien ha documentado su experiencia con la tricotilomanía en las redes sociales. Una vez que Lally, de 33 años, se arranca el mechón de pelo “correcto” —uno que se sienta áspero o reseco— se siente aliviada. “En realidad no duele”, dijo. “Se siente bien”.
Ella recreó este ritual en un video para sus más de 10.000 seguidores de Instagram, de los que muchos también padecen esta afección. “No puedo creer que haya entendido esto”, escribió una persona. “¿QUÉ? ¿OTRAS PERSONAS PASAN POR ESTO?”, comentó alguien más.
Para ayudar a las personas a aprender a tolerar ese impulso sin actuar en consecuencia, los especialistas suelen recomendar ciertos tipos de terapia, así como grupos de apoyo entre iguales.
Para Jason Yu, de 31 años, el mero hecho de hablar abiertamente de este comportamiento fue una revelación. Llevaba una década intentándolo todo para dejar de rascarse la piel de las manos, como ponerse guantes y atarlos a sus muñecas para que fuera más difícil quitárselos, o cubrirse las manos de loción. Pero no fue sino hasta que se unió a un grupo de apoyo que realmente empezó a encontrar un alivio. Con el tiempo, creó un pódcast sobre CRCC con un amigo de ese grupo.
Ahora, cuando se da cuenta de que está rascándose los nudillos, lo ve como una señal de su cuerpo, de que está ansioso y podría necesitar algo: un tentempié, llamar a un amigo, aire fresco. Aceptar el comportamiento le ayudó a reducirlo, dijo Yu. “No me he dejado de lastimar al 100 por ciento”, dijo. “Pero estoy en un sólido 95, y eso me basta”.
Compartiendo sus cicatrices
Un día, Redzikowski decidió que estaba harta de ocultarse.
Se puso una cinta esponjosa color rosa en la cabeza, se echó el pelo hacia atrás para mostrar su rostro descubierto y miró a la cámara de su teléfono. “Hoy les voy a mostrar cómo voy a cubrir esta piel lastimada que me destrocé el fin de semana”, dijo, y comenzó a mostrar su lucha de décadas mientras se aplicaba un poco de corrector.
El video obtuvo casi 400.000 visitas en TikTok y cientos de comentarios de personas con CRCC. “Gracias por contar esta historia. Creía que estaba sola”, comentó una persona. “Nunca me había sentido tan vista”, decía otra.
Redzikowski no ha dejado de rascarse, y duda que alguna vez lo haga del todo. A menudo se recuerda a sí misma: “Esto es un trastorno, no una elección”.
Esa mentalidad la ha ayudado a convertirse en una influente de belleza a su manera. Habiendo renunciado a los filtros de las redes sociales desde hace tiempo, ha conseguido colaboraciones con marcas cuidando y maquillando su propia piel imperfecta. La respuesta a estos videos “me ha ayudado mucho a curarme”, dijo entre lágrimas.
A veces, su prometido, Kimoon Kim, se une a su rutina nocturna de cuidado de la piel. Cuando empezaron a salir, ella ponía excusas sobre su piel —achacando el enrojecimiento a una reacción alérgica o a una mala erupción— hasta que terminó por sincerarse. Ahora intentan acostarse a la misma hora para que ella no se distraiga frente al espejo. Si él se da cuenta de que se está rascando, no le dice que deje de hacerlo. En lugar de eso, le señala el comportamiento y le pregunta qué siente, un enfoque que aprendió cuando habló con su terapeuta. Y comenta casi todos sus videos de TikTok para apoyarla.
Redzikowski reconoce que, a veces, ver su propia cara sin filtros en su feed puede detonar el impulso de rascarse o generar pensamientos negativos. Aun así, siente la necesidad de seguir publicando de todos modos. “No puedo imaginar cómo habría impactado mi vida si hubiera visto el contenido que creo cuando era más joven”, dijo.
Hace poco vio un comentario de una cara conocida en uno de sus videos: una modelo con la que había trabajado hace unos años. Redzikowski recordaba que la modelo tenía un cutis impecable. Sin embargo, ella escribió bajo el video que también se rascaba la piel. “Me rasco la piel hasta que parece que me han picado 1000 avispas, y luego me arrepiento totalmente”, escribió.
Redzikowski respondió: “¡¡¡Definitivamente no estás sola!!!”.
Millones de personas se rascan la piel o se tiran del pelo compulsivamente; las redes sociales están ayudando a algunas de ellas a recuperarse LA NACION