Francisco, embajador de Milei en el cielo

El queridísimo papa Francisco ha dejado la Tierra sin haber podido volver a su tierra. Glup. Triste y acongojado glup. Cabría acompañar estas palabras con ese emoji que llora copiosamente, o el que se agarra la cabeza, o el que está rojo de furia. Pero la cosa no da para dibujitos. Néstor y Cristina construyeron la grieta –su principal obra pública– y se sentaron a ver cómo nos hundíamos ahí millones de argentinos. No zafó ni Francisco, pastor de la reconciliación y el encuentro. Si ese anhelado regreso se hubiese podido concretar en plena era libertaria, Karina ya tenía listas las pompas del recibimiento en Ezeiza. Al pie del avión, un Javi con sus pelos al viento proclamaría: “Con ustedes, en la Argentina de la libertad… ¡Dios!”. Dicho lo cual, aparecía, ajena a ese anuncio, la blanca figura del Papa. No pudo ser. A cambio, hace dos viernes el Pelu nos avisó, también pomposamente: “¡Con ustedes… ¡20.000 millones de dólares del Fondo Monetario!”. Bueno, no deja de ser una ayuda del cielo.
Allí, en las alturas, pegado a la Providencia, ahora tenemos a un extraordinario intercesor, el mejor que nos podíamos haber dado: el argentinísimo padre Jorge. Los fieles de la Iglesia Maradoniana están convencidos de que el título en Qatar se lo debemos a Diego, que así lo dispuso desde el Más Allá. No estaría en condiciones de desmentirlos, pero mi fe va por otro lado. Confío en que rápidamente empezaremos a sentir que Bergoglio hace lío arriba para conseguirnos milagros acá abajo. ¡A pedir, hermanos! A pedir con amor, con esperanza –como Dani Scioli–, con insistencia y con audacia. ¿Qué pediría yo? Déjenme pensar… A ver, no sé si seguir pensando, porque lo que se me ocurre es demasiado pedir. El fin de la casta, por ejemplo. La desaparición de esa raza de víboras que hace papelones para subirse al vuelo a Roma. Un exceso el mío, evidentemente: si el clamor fuera escuchado, el Pelu vería partir a funcionarios, legisladores, amigos de Caputín, aliados, candidatos a la Corte, operadores de Caputín… Imposible gobernar. OK, me fui de mambo, retrocedo en chancletas. Reformulo mi solicitud: que se le conceda al León la capacidad de discernir entre casta propia y ajena; por cada casta de ellos que caiga, salvaremos a cinco castas nuestros.
Acaso es más sencillo, y no menos necesario, pedir que haya calma en los espíritus; que aprendamos a convivir, que nos tratemos bien. Al Papa le va a encantar eso. ¿Y a Javi? Mmmm, no creo que le parezca una buena idea. Si un día se despierta sin ganas de putear, ofender y calumniar puede ser trágico: pone un tuit y se recluye en un convento. Qué horror, quedaría el campo libre para la vuelta de Cris, de Massita, o para que se anime Kichi, marxistón del subdesarrollo. Nada le agradecemos más al Pelu que ocupar la silla –la silla en la que depredaba el mimoso Alberto– y mantener lejos a los que nos llevaron al infierno. Solo con eso su existencia ya está justificada por los siglos de los siglos. Vuelvo a recular, entonces. No vamos a tirar la primera piedra porque al Presi se le escapen de la boca, muy de tanto en tanto, palabras inconvenientes. Hace años, muchos años, consideró que cierto pontífice era “comunista” y “el representante del maligno en la Tierra”. Con qué elegancia salió después del enredo: “Fake news. El diablo me dateó mal”.
Imaginemos ahora el tenor de las demandas de Cristina al flamante intercesor: que Kichi, “enano maldito”, no se haga el vivo con ella; que Wikipedia elimine que fue vice del Beto; que la Corte, por Dios te lo pido, demore el fallo en el caso Vialidad; que el tiempo no pase tan rápido; que a Maximito se le caiga una idea; que Milei se caiga. “Marche un helicóptero, Francisco”.
De Milei sabemos que en febrero del año pasado fue al Muro de los Lamentos y lloró desconsoladamente, sobrepasado más por el bolonqui en el que se había metido que por la emoción. Hoy, con Francisco dispuesto a ayudarlo, no quiere quedarse corto. ¿Reclamará inversiones del exterior? Frío. ¿Que el dólar se deslice hacia el piso de la banda? Frío. ¿Ganarles a los Macri las elecciones en la ciudad? Friísimo. El Presi se la va a jugar por valores más altos: “Jorge, un empujoncito a $Libra”.
Llamé a Mauricio, le expliqué que Bergoglio era ahora el gran embajador argentino en el cielo y que los líderes del país le estaban rezando para manguearle cosas. “¿Qué cosas?”, me preguntó, poco familiarizado con cuestiones que atañen a lo sobrenatural. “¿Fortuna en el bridge? ¿Mis business con el mundo árabe?”. Olvidate, le dije. Ya encontrarás otro mediador no tan demandado.
Cuando estuve con el Papa en Santa Marta, hace diez años, al despedirnos me dijo que no perdiera el buen humor, y casi que se disculpó por no poder seguir leyendo esta columna, como hacía regularmente en Buenos Aires. “Tengo mucho, mucho trabajo”. No sé cómo andará ahora de tiempo, querido padre Jorge, pero por las dudas aprovecho para dejarle un mensaje. “Gracias. Gracias por todo”.
El queridísimo papa Francisco ha dejado la Tierra sin haber podido volver a su tierra. Glup. Triste y acongojado glup. Cabría acompañar estas palabras con ese emoji que llora copiosamente, o el que se agarra la cabeza, o el que está rojo de furia. Pero la cosa no da para dibujitos. Néstor y Cristina construyeron la grieta –su principal obra pública– y se sentaron a ver cómo nos hundíamos ahí millones de argentinos. No zafó ni Francisco, pastor de la reconciliación y el encuentro. Si ese anhelado regreso se hubiese podido concretar en plena era libertaria, Karina ya tenía listas las pompas del recibimiento en Ezeiza. Al pie del avión, un Javi con sus pelos al viento proclamaría: “Con ustedes, en la Argentina de la libertad… ¡Dios!”. Dicho lo cual, aparecía, ajena a ese anuncio, la blanca figura del Papa. No pudo ser. A cambio, hace dos viernes el Pelu nos avisó, también pomposamente: “¡Con ustedes… ¡20.000 millones de dólares del Fondo Monetario!”. Bueno, no deja de ser una ayuda del cielo.
Allí, en las alturas, pegado a la Providencia, ahora tenemos a un extraordinario intercesor, el mejor que nos podíamos haber dado: el argentinísimo padre Jorge. Los fieles de la Iglesia Maradoniana están convencidos de que el título en Qatar se lo debemos a Diego, que así lo dispuso desde el Más Allá. No estaría en condiciones de desmentirlos, pero mi fe va por otro lado. Confío en que rápidamente empezaremos a sentir que Bergoglio hace lío arriba para conseguirnos milagros acá abajo. ¡A pedir, hermanos! A pedir con amor, con esperanza –como Dani Scioli–, con insistencia y con audacia. ¿Qué pediría yo? Déjenme pensar… A ver, no sé si seguir pensando, porque lo que se me ocurre es demasiado pedir. El fin de la casta, por ejemplo. La desaparición de esa raza de víboras que hace papelones para subirse al vuelo a Roma. Un exceso el mío, evidentemente: si el clamor fuera escuchado, el Pelu vería partir a funcionarios, legisladores, amigos de Caputín, aliados, candidatos a la Corte, operadores de Caputín… Imposible gobernar. OK, me fui de mambo, retrocedo en chancletas. Reformulo mi solicitud: que se le conceda al León la capacidad de discernir entre casta propia y ajena; por cada casta de ellos que caiga, salvaremos a cinco castas nuestros.
Acaso es más sencillo, y no menos necesario, pedir que haya calma en los espíritus; que aprendamos a convivir, que nos tratemos bien. Al Papa le va a encantar eso. ¿Y a Javi? Mmmm, no creo que le parezca una buena idea. Si un día se despierta sin ganas de putear, ofender y calumniar puede ser trágico: pone un tuit y se recluye en un convento. Qué horror, quedaría el campo libre para la vuelta de Cris, de Massita, o para que se anime Kichi, marxistón del subdesarrollo. Nada le agradecemos más al Pelu que ocupar la silla –la silla en la que depredaba el mimoso Alberto– y mantener lejos a los que nos llevaron al infierno. Solo con eso su existencia ya está justificada por los siglos de los siglos. Vuelvo a recular, entonces. No vamos a tirar la primera piedra porque al Presi se le escapen de la boca, muy de tanto en tanto, palabras inconvenientes. Hace años, muchos años, consideró que cierto pontífice era “comunista” y “el representante del maligno en la Tierra”. Con qué elegancia salió después del enredo: “Fake news. El diablo me dateó mal”.
Imaginemos ahora el tenor de las demandas de Cristina al flamante intercesor: que Kichi, “enano maldito”, no se haga el vivo con ella; que Wikipedia elimine que fue vice del Beto; que la Corte, por Dios te lo pido, demore el fallo en el caso Vialidad; que el tiempo no pase tan rápido; que a Maximito se le caiga una idea; que Milei se caiga. “Marche un helicóptero, Francisco”.
De Milei sabemos que en febrero del año pasado fue al Muro de los Lamentos y lloró desconsoladamente, sobrepasado más por el bolonqui en el que se había metido que por la emoción. Hoy, con Francisco dispuesto a ayudarlo, no quiere quedarse corto. ¿Reclamará inversiones del exterior? Frío. ¿Que el dólar se deslice hacia el piso de la banda? Frío. ¿Ganarles a los Macri las elecciones en la ciudad? Friísimo. El Presi se la va a jugar por valores más altos: “Jorge, un empujoncito a $Libra”.
Llamé a Mauricio, le expliqué que Bergoglio era ahora el gran embajador argentino en el cielo y que los líderes del país le estaban rezando para manguearle cosas. “¿Qué cosas?”, me preguntó, poco familiarizado con cuestiones que atañen a lo sobrenatural. “¿Fortuna en el bridge? ¿Mis business con el mundo árabe?”. Olvidate, le dije. Ya encontrarás otro mediador no tan demandado.
Cuando estuve con el Papa en Santa Marta, hace diez años, al despedirnos me dijo que no perdiera el buen humor, y casi que se disculpó por no poder seguir leyendo esta columna, como hacía regularmente en Buenos Aires. “Tengo mucho, mucho trabajo”. No sé cómo andará ahora de tiempo, querido padre Jorge, pero por las dudas aprovecho para dejarle un mensaje. “Gracias. Gracias por todo”.
El queridísimo papa Francisco ha dejado la Tierra sin haber podido volver a su tierra. Glup. Triste y acongojado glup. Cabría acompañar estas palabras con ese emoji que llora copiosamente, o el que se agarra la cabeza, o el que está rojo de furia. Pero la cosa no da para dibujitos. Néstor y Cristina construyeron la grieta –su principal obra pública– y se sentaron a ver cómo nos hundíamos ahí millones de argentinos. No zafó ni Francisco, pastor de la reconciliación y el encuentro. Si ese anhelado regreso se hubiese podido concretar en plena era libertaria, Karina ya tenía listas las pompas del recibimiento en Ezeiza. Al pie del avión, un Javi con sus pelos al viento proclamaría: “Con ustedes, en la Argentina de la libertad… ¡Dios!”. Dicho lo cual, aparecía, ajena a ese anuncio, la blanca figura del Papa. No pudo ser. A cambio, hace dos viernes el Pelu nos avisó, también pomposamente: “¡Con ustedes… ¡20.000 millones de dólares del Fondo Monetario!”. Bueno, no deja de ser una ayuda del cielo.Allí, en las alturas, pegado a la Providencia, ahora tenemos a un extraordinario intercesor, el mejor que nos podíamos haber dado: el argentinísimo padre Jorge. Los fieles de la Iglesia Maradoniana están convencidos de que el título en Qatar se lo debemos a Diego, que así lo dispuso desde el Más Allá. No estaría en condiciones de desmentirlos, pero mi fe va por otro lado. Confío en que rápidamente empezaremos a sentir que Bergoglio hace lío arriba para conseguirnos milagros acá abajo. ¡A pedir, hermanos! A pedir con amor, con esperanza –como Dani Scioli–, con insistencia y con audacia. ¿Qué pediría yo? Déjenme pensar… A ver, no sé si seguir pensando, porque lo que se me ocurre es demasiado pedir. El fin de la casta, por ejemplo. La desaparición de esa raza de víboras que hace papelones para subirse al vuelo a Roma. Un exceso el mío, evidentemente: si el clamor fuera escuchado, el Pelu vería partir a funcionarios, legisladores, amigos de Caputín, aliados, candidatos a la Corte, operadores de Caputín… Imposible gobernar. OK, me fui de mambo, retrocedo en chancletas. Reformulo mi solicitud: que se le conceda al León la capacidad de discernir entre casta propia y ajena; por cada casta de ellos que caiga, salvaremos a cinco castas nuestros.Acaso es más sencillo, y no menos necesario, pedir que haya calma en los espíritus; que aprendamos a convivir, que nos tratemos bien. Al Papa le va a encantar eso. ¿Y a Javi? Mmmm, no creo que le parezca una buena idea. Si un día se despierta sin ganas de putear, ofender y calumniar puede ser trágico: pone un tuit y se recluye en un convento. Qué horror, quedaría el campo libre para la vuelta de Cris, de Massita, o para que se anime Kichi, marxistón del subdesarrollo. Nada le agradecemos más al Pelu que ocupar la silla –la silla en la que depredaba el mimoso Alberto– y mantener lejos a los que nos llevaron al infierno. Solo con eso su existencia ya está justificada por los siglos de los siglos. Vuelvo a recular, entonces. No vamos a tirar la primera piedra porque al Presi se le escapen de la boca, muy de tanto en tanto, palabras inconvenientes. Hace años, muchos años, consideró que cierto pontífice era “comunista” y “el representante del maligno en la Tierra”. Con qué elegancia salió después del enredo: “Fake news. El diablo me dateó mal”.Imaginemos ahora el tenor de las demandas de Cristina al flamante intercesor: que Kichi, “enano maldito”, no se haga el vivo con ella; que Wikipedia elimine que fue vice del Beto; que la Corte, por Dios te lo pido, demore el fallo en el caso Vialidad; que el tiempo no pase tan rápido; que a Maximito se le caiga una idea; que Milei se caiga. “Marche un helicóptero, Francisco”. De Milei sabemos que en febrero del año pasado fue al Muro de los Lamentos y lloró desconsoladamente, sobrepasado más por el bolonqui en el que se había metido que por la emoción. Hoy, con Francisco dispuesto a ayudarlo, no quiere quedarse corto. ¿Reclamará inversiones del exterior? Frío. ¿Que el dólar se deslice hacia el piso de la banda? Frío. ¿Ganarles a los Macri las elecciones en la ciudad? Friísimo. El Presi se la va a jugar por valores más altos: “Jorge, un empujoncito a $Libra”.Llamé a Mauricio, le expliqué que Bergoglio era ahora el gran embajador argentino en el cielo y que los líderes del país le estaban rezando para manguearle cosas. “¿Qué cosas?”, me preguntó, poco familiarizado con cuestiones que atañen a lo sobrenatural. “¿Fortuna en el bridge? ¿Mis business con el mundo árabe?”. Olvidate, le dije. Ya encontrarás otro mediador no tan demandado.Cuando estuve con el Papa en Santa Marta, hace diez años, al despedirnos me dijo que no perdiera el buen humor, y casi que se disculpó por no poder seguir leyendo esta columna, como hacía regularmente en Buenos Aires. “Tengo mucho, mucho trabajo”. No sé cómo andará ahora de tiempo, querido padre Jorge, pero por las dudas aprovecho para dejarle un mensaje. “Gracias. Gracias por todo”. LA NACION