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Prometió conocer 100 países y en el camino halló un tesoro que hoy busca en el país: “En Argentina también lo tenemos”

En la casa de su infancia, Esteban Mazzoncini creció con un ritual. En el living, sus padres solían reunir a sus hijos, a la familia extendida, vecinos y amigos cercanos, para ver fotos de viajes y vacaciones en formato de diapositivas. Su papá armaba el proyector y con su Kodak mostraba imágenes de sus travesías, pero también proyectaba las de los viajes de los invitados.

Fue en uno de esos encuentros, en un día de verano cuando todavía era muy chico, que Esteban vio una imagen que cambió el curso de su historia: “Vi una foto que me llegó al alma, me llegó al corazón”, cuenta emocionado. “Apenas la vi me dije: yo quiero estar ahí. No entendía qué era ese lugar, solo experimenté esa sensación”.

Con el paso de las semanas, Esteban comprendió que se trataba de una fotografía del continente africano, más precisamente las pirámides de Giza en las puertas de El Cairo. Ante la revelación, se dirigió a su cuarto, buscó una pequeña mochila, la cargó con algunas prendas de vestir, se acercó a sus padres y les dijo: `Me voy de viaje´. Ellos se rieron ante su ocurrencia y le preguntaron a dónde iba, `Al lugar de la foto´, contestó él. Ante su firme respuesta, mamá y papá decidieron hacer un trato: `Bueno, pero ahora tenés 5 años, cuando crezcas podrá ser. Vas a tener que esperar un poquitito´.

Algunos años pasaron, 1983 estaba en curso, cuando Esteban recibió la segunda señal. Tenía 13 años y estaba preparando un examen de Geografía. Sin internet, se sumergió en el universo de las enciclopedias de la biblioteca del barrio. En los grandes tomos descubrió regiones como el Tíbet o Mongolia, y ahí mismo se hizo una promesa: conocería por lo menos cien países del mundo.

La primera gran odisea y un descubrimiento en el camino: “Era un método que me permitía conocer a las culturas desde adentro”

“Vas a tener que esperar un poquitito”, le habían dicho sus padres cuando tenía 5. Esteban esperó catorce años. A los 19 años, tal como lo había soñado, se paró frente a las pirámides de Egipto y abrazó en ese gesto al niño que alguna vez fue.

A los 19 años, tal como lo había soñado, se paró frente a las pirámides de Egipto y abrazó en ese gesto al niño que alguna vez fue

Egipto había sido un faro para lo que se transformó en una odisea, cuya primera etapa significó pisar la tierra de decenas de países. Había partido de la Argentina con el plan de recorrer África y el Medio Oriente. Al tocar el suelo de las pirámides se propuso cruzar a Sudán, una idea que presentó de inmediato su primer desafío cuando en El Cairo se encontró con una huelga de choferes de micros.

“De manera espontánea me fui a la ruta con la esperanza de que me pare algún micro que ya estuviera en viaje”, cuenta Esteban. “Para mi sorpresa, a los cinco minutos frenó una familia árabe – yo tenía un cartelito que indicaba a dónde me dirigía- y me llevaron hasta su casa, su pueblo, un lugar a 300 kilómetros de donde estábamos, ahí vivencié su último rezo al atardecer mirando hacia La Meca”.

“Para mi sorpresa, a los cinco minutos frenó una familia árabe...

Maravillado por los eventos inesperados, Esteban aceptó quedarse en la casa de la familia durante varios días, donde fotografió sus costumbres, su día a día, para luego seguir viaje. Esta vez, impactado por su experiencia positiva, decidió no dirigirse a ninguna terminal. Simplemente fue a la ruta y atravesó a dedo todos los países que lo esperaban por delante.

“Descubrí que era un método que me permitía conocer a las culturas desde adentro, la esencia de las familias, de los pueblos comunes y corrientes por los que me tocaba pasar. Que podía conocer cada tierra mucho más de cerca que si lo hubiese hecho en auto propio o en un medio de transporte”.

Esteban haciendo dedo en Afganistán

Un regreso a la Argentina, un nuevo viaje revelador y una promesa por cumplir

Tras semejante aventura, había que regresar a la Argentina para forjarse una carrera, un sustento y un porvenir que auspiciara nuevas andanzas. En los siguientes años, Esteban se recibió de profesor de Educación Física, se transformó en instructor de la Cruz Roja, obtuvo el título de coach ontológico y, por supuesto, profesionalizó su gran pasión y su portal mágico desde la infancia: la fotografía, donde se especializó en fotoperiodismo, que en un futuro lo llevaría por países en conflicto como Irán, Irak, Siria, Afganistán y el Líbano. En algún momento, alcanzó la cifra de 87 países, que eran muchos, pero no llegaban a la promesa que se había hecho a los 13 años.

En Siria, donde vivió junto a la comunidad

En el camino se casó, los años pasaron, y el gran sueño de la adolescencia comenzó a jugar a las escondidas. Luego llegó el divorcio, y en esa transición de vida, en el 2018, decidió comprarse una moto para conocer toda la Argentina: “de punta a punta, quería conocer mi país”, dice.

Esteban en Argelia.

Fue en ese viaje, que conoció a un joven cordobés, Federico, que estaba casi en la misma sintonía, salvo por un detalle: en vez de viajar en moto, lo hacía en bicicleta. Gracias a él, Esteban decidió que por fin era tiempo de cumplir su promesa de los 13 años: salir al mundo y llegar a conocer más de cien países.

Esta vez, sin embargo, determinó que sus próximos viajes lejos de Argentina ya no serían a dedo, sino en bicicleta: “Me tracé un mapa por lugares remotos en los que no había estado, como Letonia, Estonia, Bielorrusia, Ucrania, Rumania, y también aparecieron muchos países de África que me faltaban conocer”.

En Kirguistán, Esteban vivió con los nómadas.

La segunda gran odisea, pedaleando la hospitalidad: “Ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo”

Con casi 50 años, Esteban le dio comienzo a su segundo gran periplo por el mundo. Una aventura que comenzó en Europa y continuó por el continente africano. Con una carrera profesional sólida, el viaje comenzó con tintes laborales, ya que había sido convocado para dar conferencias en Barcelona y Girona. Desde allí emprendió su aventura hacia el norte, hacia esos destinos en su lista de deseos.

Esteban, recién llegado a Croacia

En el camino, pedalear por los bosques aislados en Eslovenia, en Rumania, Bielorrusia, le quitaron la respiración. Durmió en zonas de osos y se deleitó con los paisajes, pero hubo un suceso que lo maravilló como nada nunca lo había hecho: la hospitalidad de la gente. En un mapa que trazaba sin plan fijo, Esteban descubrió una humanidad que tiempo después inspiró su tercer libro: Pedaleando por la ruta de la hospitalidad.

“Hay una conexión única y universal entre los locales y quien viaja en bicicleta”, asegura Esteban. “Había viajado de otros modos, pero la bicicleta dio un plus, como un imán que permitía que en cada pueblo, comunidad o tribu, la gente te hiciera señas para acercarte y brindarte su hospitalidad. Me maravilló que en los lugares más sufridos, como la región de los Balcanes, hayan sido donde más invitaciones tuve. Me sorprendió Europa, no solo por su belleza, sino por el corazón abierto de la gente”.

En los bosques de Eslovenia

“Yo sabía de la hospitalidad en África y los nuevos países siguieron esa sintonía y la superaron. Pero África tiene algo más: otro concepto del tiempo, ellos dicen: `ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo´. Allí el tiempo transcurre suave, pausado, ideal para vivirlo en bicicleta para observar la cotidianidad. En África la gente tiene tiempo para trabajar, pero siempre tiene tiempo para compartir y para estar feliz. África es alegre, y sin dudas, amable”.

Llegué a Sierra Leona de noche, sin plata local, sin comida, y me acerqué a una canchita de fútbol y cuando terminó el partido un chico se acercó, le conté mi proyecto. Me preguntó dónde iba a dormir hoy. En África es el lugar con menos dudas: siempre hay un lugar en casa de extraños. A veces me invitaban adolescentes, que ni consultaban pero sabían que sus padres me abrirían las puertas de su hogar”.

Cruzando Gambia

Noticias de Argentina, la pandemia, malaria cerebral, y una decisión: “Regresé a Buenos Aires”

En su odisea, Esteban jamás dejó de trabajar. Dictó numerosos cursos de manera remota, tanto de fotografía, como diseño de página web, retoque digital, Photoshop, o armado de fotolibro. Asimismo, en muchos de sus destinos tenía previamente organizados cursos presenciales, que le generaban ingresos que le permitían seguir viaje.

Durante mucho tiempo no hubo motivos para regresar, hasta que algunos llamados desde la Argentina comenzaron a inquietarlo. Esteban podía notarlo y las noticias lo confirmaban día a día: su padre estaba perdiendo la memoria y, finalmente, fue diagnosticado con Alzheimer. Entonces supo que era tiempo de volver a su tierra y estar a su lado la mayor cantidad de tiempo posible, antes de que no lo reconociera.

En el camino, sin embargo, hubo otros dos sucesos trascendentales que afectaron su travesía que ya llevaba casi dos años: la pandemia y la malaria cerebral que contrajo en Costa de Marfil, casi en la frontera con Ghana: “Tomé la decisión rápida de irme a vivir a España durante los siguientes meses. La enfermedad me paralizó, en ese tiempo es que escribí mi tercer libro. Cuando la pandemia se flexibilizó y estuve mejor, armé la bicicleta y recorrí España y Portugal, quise volver a África, pero las fronteras seguían con restricciones. Ese fue el momento del impasse. Regresé a Buenos Aires”.

Los otros dos libros de Esteban son: Desafía tus rutas y Viajero curioso

Encontrar el amor en el lugar menos pensado y hallar el tesoro en lo propio: “Descubrir que en Argentina también tenemos almas generosas”

África había quedado a medio camino, pero volver, de pronto, tuvo todo el sentido. Apenas abordó el avión que lo llevaba a Ezeiza, en Esteban creció una gratitud inédita: necesitaba regresar para devolverle a sus padres y a todos sus seres queridos todo lo que le habían dado: “Todo el amor que recibí”, dice pensativo.

En el viaje, también pensó en esa otra búsqueda que había tenido en sus travesías: la búsqueda del amor, conocer a una mujer: “Tenía la ilusión de encontrarme con un alma femenina para compartir todas estas aventuras, pero no se dio”.

Recorriendo Argentina en moto

Pero entonces, poco después de volver al puerto de partida, fue en Buenos Aires, el lugar que había dejado atrás, donde Esteban encontró lo que había buscado más allá de las fronteras.

Y con Paola, su amor, el fotógrafo argentino comprendió que era tiempo de atender a su propio país, y regresar a su aventura de rutas hospitalarias en bicicleta, pero esta vez en Argentina: “Salimos a recorrer todas las provincias en diferentes etapas, en distintas épocas del año, y en el camino descubrir que en Argentina también tenemos almas generosas, solidarias y hospitalarias”.

Con Paola en Mendoza

“Primero fuimos a Córdoba, Tucumán y Catamarca, provincias que ya conocía, pero no es lo mismo en bicicleta y en pareja”, sonríe. “Y de allí en adelante, nos dispusimos a vivenciar toda esa generosidad y paisajes que viví en especial en África, pero ahora en Argentina. La Cuesta de Portezuelo, en Catamarca, y sus pueblos nos sorprendió mucho”.

“Mendoza fue una ruta muy difícil, más de veinte días sin Internet. Hicimos la ruta del Carqueque, los Castillos de Pincheira, muy complicado por la geografía y los vientos, pero llegamos hasta glaciares vírgenes a 4 mil metros. Mendoza es impresionante. Allí pudimos vivenciar también su hospitalidad cuando un 31 de diciembre nos agarró una tormenta de granizo, y un lugareño nos recibió para pasar Año Nuevo en su refugio en la montaña”.

Glaciar virgen en Mendoza.

Volver al niño, respirar agradecido y los grandes aprendizajes en el mundo: “Me enseñó que no tenemos que compartir lo que nos sobra, sino lo que tenemos”

Como aquel niño de 5 años que empacó algunas prendas por primera vez, el sigue preparando su mochila con la misma ilusión. Hoy sus padres ya no viven y agradece haber regresado para estar juntos a ellos en sus últimos tiempos. Por trabajo, ha vuelto a atravesar fronteras, pero su puerto hoy sigue siendo Argentina, donde puede abrazar a sus seres amados más seguido y compartir imágenes en formatos que ya se alejan de las diapositivas de antaño.

La promesa que se hizo a los trece fue cumplida, Esteban lleva 110 países recorridos. Hoy, con Paola, no siempre necesitan pedalear lejos, también aman salir por los caminos de Buenos Aires y perderse en los tantos pueblos de una provincia llena de riquezas. A veces se suben a un tren y siguen en bicicleta, y entre los paisajes, Esteban respira agradecido y muchas veces rememora sus grandes aventuras por otros continentes, que le ofrendaron un sinfín de aprendizajes.

“En especial África, África fue la universidad del aprendizaje. Me enseñó que viajar es evolucionar. También me enseñó a ser más generoso con los demás y lo sigo haciendo. Mi premisa en África era que si alguien me daba algo, como comida, lo aceptaba, pero no me lo guardaba todo, me guardaba un poco para compartirlo con alguien más adelante, porque África me enseñó que no tenemos que compartir lo que nos sobra, sino lo que tenemos”.

En Guinea, donde durmió en una escuela

“Viajar te da la posibilidad de superarte, de desafiarte, de ampliar tus horizontes”, dice Esteban, quien también se dedica a organizar tours de fotografía en diversos países del mundo.

“El año pasado fue Marruecos y este año iremos a la India No solo se trata de enseñarles a sacar una foto, sino de conectar con otra cultura, aprender a mirar otras realidad y no solo quedarnos con lo que aprendimos en nuestro lugar de origen. En esa instancia del viaje salimos de nuestra zona de confort, somos como una esponja, permeables a aprender, a tener experiencias nuevas, y ver cosas desde otros puntos de vista”.

“Cuando tenemos la posibilidad de viajar, lo que sigo aprendiendo es a nunca perder la capacidad de sorpresa, de estar como los niños, que se sorprenden por todo. Y agradecer. Un 24 de diciembre estaba llegando a Sahara y me fracturé el pie, y tuve otra enseñanza: tenía todo, el dinero, las ganas, el medio de transporte, pero no tenía la salud. Estaba en medio del desierto sin poder moverme y tuve que trabajar la fortaleza mental para volver a la bicicleta y pedalear 130 kilómetros fracturado hasta llegar a un hospital, allí estuve paralizado un tiempo, y entendí más que nunca el valor de lo que damos por sentado, no solo la salud, sino una ducha, una comida, una cama cómoda, un vaso de agua fría. Por eso valoro tanto la hospitalidad del mundo entero”, concluye.

*

Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com

En la casa de su infancia, Esteban Mazzoncini creció con un ritual. En el living, sus padres solían reunir a sus hijos, a la familia extendida, vecinos y amigos cercanos, para ver fotos de viajes y vacaciones en formato de diapositivas. Su papá armaba el proyector y con su Kodak mostraba imágenes de sus travesías, pero también proyectaba las de los viajes de los invitados.

Fue en uno de esos encuentros, en un día de verano cuando todavía era muy chico, que Esteban vio una imagen que cambió el curso de su historia: “Vi una foto que me llegó al alma, me llegó al corazón”, cuenta emocionado. “Apenas la vi me dije: yo quiero estar ahí. No entendía qué era ese lugar, solo experimenté esa sensación”.

Con el paso de las semanas, Esteban comprendió que se trataba de una fotografía del continente africano, más precisamente las pirámides de Giza en las puertas de El Cairo. Ante la revelación, se dirigió a su cuarto, buscó una pequeña mochila, la cargó con algunas prendas de vestir, se acercó a sus padres y les dijo: `Me voy de viaje´. Ellos se rieron ante su ocurrencia y le preguntaron a dónde iba, `Al lugar de la foto´, contestó él. Ante su firme respuesta, mamá y papá decidieron hacer un trato: `Bueno, pero ahora tenés 5 años, cuando crezcas podrá ser. Vas a tener que esperar un poquitito´.

Algunos años pasaron, 1983 estaba en curso, cuando Esteban recibió la segunda señal. Tenía 13 años y estaba preparando un examen de Geografía. Sin internet, se sumergió en el universo de las enciclopedias de la biblioteca del barrio. En los grandes tomos descubrió regiones como el Tíbet o Mongolia, y ahí mismo se hizo una promesa: conocería por lo menos cien países del mundo.

La primera gran odisea y un descubrimiento en el camino: “Era un método que me permitía conocer a las culturas desde adentro”

“Vas a tener que esperar un poquitito”, le habían dicho sus padres cuando tenía 5. Esteban esperó catorce años. A los 19 años, tal como lo había soñado, se paró frente a las pirámides de Egipto y abrazó en ese gesto al niño que alguna vez fue.

A los 19 años, tal como lo había soñado, se paró frente a las pirámides de Egipto y abrazó en ese gesto al niño que alguna vez fue

Egipto había sido un faro para lo que se transformó en una odisea, cuya primera etapa significó pisar la tierra de decenas de países. Había partido de la Argentina con el plan de recorrer África y el Medio Oriente. Al tocar el suelo de las pirámides se propuso cruzar a Sudán, una idea que presentó de inmediato su primer desafío cuando en El Cairo se encontró con una huelga de choferes de micros.

“De manera espontánea me fui a la ruta con la esperanza de que me pare algún micro que ya estuviera en viaje”, cuenta Esteban. “Para mi sorpresa, a los cinco minutos frenó una familia árabe – yo tenía un cartelito que indicaba a dónde me dirigía- y me llevaron hasta su casa, su pueblo, un lugar a 300 kilómetros de donde estábamos, ahí vivencié su último rezo al atardecer mirando hacia La Meca”.

“Para mi sorpresa, a los cinco minutos frenó una familia árabe...

Maravillado por los eventos inesperados, Esteban aceptó quedarse en la casa de la familia durante varios días, donde fotografió sus costumbres, su día a día, para luego seguir viaje. Esta vez, impactado por su experiencia positiva, decidió no dirigirse a ninguna terminal. Simplemente fue a la ruta y atravesó a dedo todos los países que lo esperaban por delante.

“Descubrí que era un método que me permitía conocer a las culturas desde adentro, la esencia de las familias, de los pueblos comunes y corrientes por los que me tocaba pasar. Que podía conocer cada tierra mucho más de cerca que si lo hubiese hecho en auto propio o en un medio de transporte”.

Esteban haciendo dedo en Afganistán

Un regreso a la Argentina, un nuevo viaje revelador y una promesa por cumplir

Tras semejante aventura, había que regresar a la Argentina para forjarse una carrera, un sustento y un porvenir que auspiciara nuevas andanzas. En los siguientes años, Esteban se recibió de profesor de Educación Física, se transformó en instructor de la Cruz Roja, obtuvo el título de coach ontológico y, por supuesto, profesionalizó su gran pasión y su portal mágico desde la infancia: la fotografía, donde se especializó en fotoperiodismo, que en un futuro lo llevaría por países en conflicto como Irán, Irak, Siria, Afganistán y el Líbano. En algún momento, alcanzó la cifra de 87 países, que eran muchos, pero no llegaban a la promesa que se había hecho a los 13 años.

En Siria, donde vivió junto a la comunidad

En el camino se casó, los años pasaron, y el gran sueño de la adolescencia comenzó a jugar a las escondidas. Luego llegó el divorcio, y en esa transición de vida, en el 2018, decidió comprarse una moto para conocer toda la Argentina: “de punta a punta, quería conocer mi país”, dice.

Esteban en Argelia.

Fue en ese viaje, que conoció a un joven cordobés, Federico, que estaba casi en la misma sintonía, salvo por un detalle: en vez de viajar en moto, lo hacía en bicicleta. Gracias a él, Esteban decidió que por fin era tiempo de cumplir su promesa de los 13 años: salir al mundo y llegar a conocer más de cien países.

Esta vez, sin embargo, determinó que sus próximos viajes lejos de Argentina ya no serían a dedo, sino en bicicleta: “Me tracé un mapa por lugares remotos en los que no había estado, como Letonia, Estonia, Bielorrusia, Ucrania, Rumania, y también aparecieron muchos países de África que me faltaban conocer”.

En Kirguistán, Esteban vivió con los nómadas.

La segunda gran odisea, pedaleando la hospitalidad: “Ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo”

Con casi 50 años, Esteban le dio comienzo a su segundo gran periplo por el mundo. Una aventura que comenzó en Europa y continuó por el continente africano. Con una carrera profesional sólida, el viaje comenzó con tintes laborales, ya que había sido convocado para dar conferencias en Barcelona y Girona. Desde allí emprendió su aventura hacia el norte, hacia esos destinos en su lista de deseos.

Esteban, recién llegado a Croacia

En el camino, pedalear por los bosques aislados en Eslovenia, en Rumania, Bielorrusia, le quitaron la respiración. Durmió en zonas de osos y se deleitó con los paisajes, pero hubo un suceso que lo maravilló como nada nunca lo había hecho: la hospitalidad de la gente. En un mapa que trazaba sin plan fijo, Esteban descubrió una humanidad que tiempo después inspiró su tercer libro: Pedaleando por la ruta de la hospitalidad.

“Hay una conexión única y universal entre los locales y quien viaja en bicicleta”, asegura Esteban. “Había viajado de otros modos, pero la bicicleta dio un plus, como un imán que permitía que en cada pueblo, comunidad o tribu, la gente te hiciera señas para acercarte y brindarte su hospitalidad. Me maravilló que en los lugares más sufridos, como la región de los Balcanes, hayan sido donde más invitaciones tuve. Me sorprendió Europa, no solo por su belleza, sino por el corazón abierto de la gente”.

En los bosques de Eslovenia

“Yo sabía de la hospitalidad en África y los nuevos países siguieron esa sintonía y la superaron. Pero África tiene algo más: otro concepto del tiempo, ellos dicen: `ustedes tienen los relojes, nosotros tenemos el tiempo´. Allí el tiempo transcurre suave, pausado, ideal para vivirlo en bicicleta para observar la cotidianidad. En África la gente tiene tiempo para trabajar, pero siempre tiene tiempo para compartir y para estar feliz. África es alegre, y sin dudas, amable”.

Llegué a Sierra Leona de noche, sin plata local, sin comida, y me acerqué a una canchita de fútbol y cuando terminó el partido un chico se acercó, le conté mi proyecto. Me preguntó dónde iba a dormir hoy. En África es el lugar con menos dudas: siempre hay un lugar en casa de extraños. A veces me invitaban adolescentes, que ni consultaban pero sabían que sus padres me abrirían las puertas de su hogar”.

Cruzando Gambia

Noticias de Argentina, la pandemia, malaria cerebral, y una decisión: “Regresé a Buenos Aires”

En su odisea, Esteban jamás dejó de trabajar. Dictó numerosos cursos de manera remota, tanto de fotografía, como diseño de página web, retoque digital, Photoshop, o armado de fotolibro. Asimismo, en muchos de sus destinos tenía previamente organizados cursos presenciales, que le generaban ingresos que le permitían seguir viaje.

Durante mucho tiempo no hubo motivos para regresar, hasta que algunos llamados desde la Argentina comenzaron a inquietarlo. Esteban podía notarlo y las noticias lo confirmaban día a día: su padre estaba perdiendo la memoria y, finalmente, fue diagnosticado con Alzheimer. Entonces supo que era tiempo de volver a su tierra y estar a su lado la mayor cantidad de tiempo posible, antes de que no lo reconociera.

En el camino, sin embargo, hubo otros dos sucesos trascendentales que afectaron su travesía que ya llevaba casi dos años: la pandemia y la malaria cerebral que contrajo en Costa de Marfil, casi en la frontera con Ghana: “Tomé la decisión rápida de irme a vivir a España durante los siguientes meses. La enfermedad me paralizó, en ese tiempo es que escribí mi tercer libro. Cuando la pandemia se flexibilizó y estuve mejor, armé la bicicleta y recorrí España y Portugal, quise volver a África, pero las fronteras seguían con restricciones. Ese fue el momento del impasse. Regresé a Buenos Aires”.

Los otros dos libros de Esteban son: Desafía tus rutas y Viajero curioso

Encontrar el amor en el lugar menos pensado y hallar el tesoro en lo propio: “Descubrir que en Argentina también tenemos almas generosas”

África había quedado a medio camino, pero volver, de pronto, tuvo todo el sentido. Apenas abordó el avión que lo llevaba a Ezeiza, en Esteban creció una gratitud inédita: necesitaba regresar para devolverle a sus padres y a todos sus seres queridos todo lo que le habían dado: “Todo el amor que recibí”, dice pensativo.

En el viaje, también pensó en esa otra búsqueda que había tenido en sus travesías: la búsqueda del amor, conocer a una mujer: “Tenía la ilusión de encontrarme con un alma femenina para compartir todas estas aventuras, pero no se dio”.

Recorriendo Argentina en moto

Pero entonces, poco después de volver al puerto de partida, fue en Buenos Aires, el lugar que había dejado atrás, donde Esteban encontró lo que había buscado más allá de las fronteras.

Y con Paola, su amor, el fotógrafo argentino comprendió que era tiempo de atender a su propio país, y regresar a su aventura de rutas hospitalarias en bicicleta, pero esta vez en Argentina: “Salimos a recorrer todas las provincias en diferentes etapas, en distintas épocas del año, y en el camino descubrir que en Argentina también tenemos almas generosas, solidarias y hospitalarias”.

Con Paola en Mendoza

“Primero fuimos a Córdoba, Tucumán y Catamarca, provincias que ya conocía, pero no es lo mismo en bicicleta y en pareja”, sonríe. “Y de allí en adelante, nos dispusimos a vivenciar toda esa generosidad y paisajes que viví en especial en África, pero ahora en Argentina. La Cuesta de Portezuelo, en Catamarca, y sus pueblos nos sorprendió mucho”.

“Mendoza fue una ruta muy difícil, más de veinte días sin Internet. Hicimos la ruta del Carqueque, los Castillos de Pincheira, muy complicado por la geografía y los vientos, pero llegamos hasta glaciares vírgenes a 4 mil metros. Mendoza es impresionante. Allí pudimos vivenciar también su hospitalidad cuando un 31 de diciembre nos agarró una tormenta de granizo, y un lugareño nos recibió para pasar Año Nuevo en su refugio en la montaña”.

Glaciar virgen en Mendoza.

Volver al niño, respirar agradecido y los grandes aprendizajes en el mundo: “Me enseñó que no tenemos que compartir lo que nos sobra, sino lo que tenemos”

Como aquel niño de 5 años que empacó algunas prendas por primera vez, el sigue preparando su mochila con la misma ilusión. Hoy sus padres ya no viven y agradece haber regresado para estar juntos a ellos en sus últimos tiempos. Por trabajo, ha vuelto a atravesar fronteras, pero su puerto hoy sigue siendo Argentina, donde puede abrazar a sus seres amados más seguido y compartir imágenes en formatos que ya se alejan de las diapositivas de antaño.

La promesa que se hizo a los trece fue cumplida, Esteban lleva 110 países recorridos. Hoy, con Paola, no siempre necesitan pedalear lejos, también aman salir por los caminos de Buenos Aires y perderse en los tantos pueblos de una provincia llena de riquezas. A veces se suben a un tren y siguen en bicicleta, y entre los paisajes, Esteban respira agradecido y muchas veces rememora sus grandes aventuras por otros continentes, que le ofrendaron un sinfín de aprendizajes.

“En especial África, África fue la universidad del aprendizaje. Me enseñó que viajar es evolucionar. También me enseñó a ser más generoso con los demás y lo sigo haciendo. Mi premisa en África era que si alguien me daba algo, como comida, lo aceptaba, pero no me lo guardaba todo, me guardaba un poco para compartirlo con alguien más adelante, porque África me enseñó que no tenemos que compartir lo que nos sobra, sino lo que tenemos”.

En Guinea, donde durmió en una escuela

“Viajar te da la posibilidad de superarte, de desafiarte, de ampliar tus horizontes”, dice Esteban, quien también se dedica a organizar tours de fotografía en diversos países del mundo.

“El año pasado fue Marruecos y este año iremos a la India No solo se trata de enseñarles a sacar una foto, sino de conectar con otra cultura, aprender a mirar otras realidad y no solo quedarnos con lo que aprendimos en nuestro lugar de origen. En esa instancia del viaje salimos de nuestra zona de confort, somos como una esponja, permeables a aprender, a tener experiencias nuevas, y ver cosas desde otros puntos de vista”.

“Cuando tenemos la posibilidad de viajar, lo que sigo aprendiendo es a nunca perder la capacidad de sorpresa, de estar como los niños, que se sorprenden por todo. Y agradecer. Un 24 de diciembre estaba llegando a Sahara y me fracturé el pie, y tuve otra enseñanza: tenía todo, el dinero, las ganas, el medio de transporte, pero no tenía la salud. Estaba en medio del desierto sin poder moverme y tuve que trabajar la fortaleza mental para volver a la bicicleta y pedalear 130 kilómetros fracturado hasta llegar a un hospital, allí estuve paralizado un tiempo, y entendí más que nunca el valor de lo que damos por sentado, no solo la salud, sino una ducha, una comida, una cama cómoda, un vaso de agua fría. Por eso valoro tanto la hospitalidad del mundo entero”, concluye.

*

Si querés compartir tu experiencia podés escribir a argentinainesperada@gmail.com

 De niño, el protagonista de esta historia se acercó a sus padres y les dijo: “Me voy de viaje”. Ellos se rieron ante su ocurrencia y le preguntaron a dónde iba, “Al lugar de la foto”, contestó él…  LA NACION

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