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Vivir en una ciudad turística: ¿bendición o maldición?

Para un residente permanente de Barcelona, Venecia o Mar del Plata, que cada tanto la ciudad se llene de turistas ¿es una buena o una mala noticia? Depende. Un juez nacional, con sede en algunas de las localidades mencionadas, lo mismo que un jubilado de la Anses, tienen respuestas muy diferentes a las de quienes venden pizza, chombas o son propietarios de hoteles.

¿Cómo puede ser? No se trata, obviamente, de que los jueces y los jubilados sufren de “turismofobia” y los comerciantes padecen de “turismomanía”, sino de la fuente de los ingresos de unos y otros.

En efecto, tanto para los jueces como para los jubilados, la fuente de ingresos es “supralocal” y –por consiguiente– no depende de la actividad económica que se desarrolla en cada ciudad. Para ellos, la llegada de los turistas implica mayores dificultades para estacionar o encontrar mesas libres en los bares. Mientras que, para los comerciantes, cuanto más turismo haya, mejor. Nótese que los primeros derivan ingresos del sector público, mientras que los segundos, de la lucha por la vida.

Estamos delante de un nuevo ejemplo del conflicto que plantea la convivencia urbana. ¿Le ocurrió, alguna vez viajar plácidamente en un vagón de ferrocarril hasta que justo paró en una estación vecina a una cancha de fútbol en el momento en que terminó un partido? Supongo que nadie está proponiendo que los trenes no paren en las referidas estaciones precisamente en el momento en que aumenta la demanda por el servicio.

“Nadie” es una exageración, porque Donald Trump está proponiendo que la universidad Harvard sea reservada para los americanos vía la reducción de la participación de los estudiantes extranjeros. Llevando el argumento al extremo, Harvard debería reservarse para los residentes del Estado de Massachusetts y más aún a los jóvenes que no vivan a más de un kilómetro de la universidad. Con buen criterio de economista, Federico Weinschelbaum sugiere que Harvard se traslade o al menos abra una sucursal en México.

No es para suicidarse, sino para entender. Los llamados a la unión de los seres humanos, inspirada en ideales, no puede ignorar cómo funciona la realidad. La realidad es conflicto; a lo que se debe aspirar es a que las disputas se resuelvan de manera incruenta y dentro de la ley. Dentro de la ley que interfiera lo menos posible en la vida cotidiana de los seres humanos.

Para un residente permanente de Barcelona, Venecia o Mar del Plata, que cada tanto la ciudad se llene de turistas ¿es una buena o una mala noticia? Depende. Un juez nacional, con sede en algunas de las localidades mencionadas, lo mismo que un jubilado de la Anses, tienen respuestas muy diferentes a las de quienes venden pizza, chombas o son propietarios de hoteles.

¿Cómo puede ser? No se trata, obviamente, de que los jueces y los jubilados sufren de “turismofobia” y los comerciantes padecen de “turismomanía”, sino de la fuente de los ingresos de unos y otros.

En efecto, tanto para los jueces como para los jubilados, la fuente de ingresos es “supralocal” y –por consiguiente– no depende de la actividad económica que se desarrolla en cada ciudad. Para ellos, la llegada de los turistas implica mayores dificultades para estacionar o encontrar mesas libres en los bares. Mientras que, para los comerciantes, cuanto más turismo haya, mejor. Nótese que los primeros derivan ingresos del sector público, mientras que los segundos, de la lucha por la vida.

Estamos delante de un nuevo ejemplo del conflicto que plantea la convivencia urbana. ¿Le ocurrió, alguna vez viajar plácidamente en un vagón de ferrocarril hasta que justo paró en una estación vecina a una cancha de fútbol en el momento en que terminó un partido? Supongo que nadie está proponiendo que los trenes no paren en las referidas estaciones precisamente en el momento en que aumenta la demanda por el servicio.

“Nadie” es una exageración, porque Donald Trump está proponiendo que la universidad Harvard sea reservada para los americanos vía la reducción de la participación de los estudiantes extranjeros. Llevando el argumento al extremo, Harvard debería reservarse para los residentes del Estado de Massachusetts y más aún a los jóvenes que no vivan a más de un kilómetro de la universidad. Con buen criterio de economista, Federico Weinschelbaum sugiere que Harvard se traslade o al menos abra una sucursal en México.

No es para suicidarse, sino para entender. Los llamados a la unión de los seres humanos, inspirada en ideales, no puede ignorar cómo funciona la realidad. La realidad es conflicto; a lo que se debe aspirar es a que las disputas se resuelvan de manera incruenta y dentro de la ley. Dentro de la ley que interfiera lo menos posible en la vida cotidiana de los seres humanos.

 Según cuál sea la fuente de sus ingresos, los habitantes de un mismo lugar pueden opiniones encontradas  LA NACION

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