Los Premios Gardel rompieron su regla de oro

Nunca sabremos si fue una jugada de último momento o estuvo planeada con bastante antelación, pero lo cierto es que la decisión de Capif, la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas que organiza los Premios Gardel, terminó siendo acertada.
Después de dos años con sede en el Movistar Arena, los premios de la música argentina se “achicaron”: volvieron a un teatro, al Coliseo en este caso, cuya dimensión permitió mayores cruces entre los músicos y un comportamiento en la sala que hacía tiempo no se veía: la gran mayoría se quedó hasta el final, más allá de si en el medio había ganado o perdido su premio. Para ello fue clave conducir la velada a gran velocidad (mérito de la experimentada locutora y periodista musical Gabriela Radice), tener un guion previo cronometrado en casi dos horas quince de ceremonia y, claro está, no extenderse en los agradecimientos.
Por momentos, la 27a. edición de estos premios recordó a noches gloriosas con el Gran Rex o el Ópera como testigos. Por otros, no. Como en el final, cuando en lugar de bajar a camarines para conversar con el ganador de la máxima distinción, debimos conformarnos con “robarles” fotos y videos a CA7RIEL y Paco Amoroso. ¿Es el periodismo musical el que perdió peso o es el periodismo en todas sus ramas el que está siendo avasallado y pisoteado? La respuesta está soplando en el viento, diría Bob Dylan.
Desde temprano, la alfombra roja acaparaba toda la atención en la vereda y en el hall central del Coliseo. Afuera, tras un vallado, unos pocos curiosos (chicas y fanáticas de Lali, en su mayoría) cogoteaban para divisar artistas y gritarles para que se acercaran a sacarse fotos. La noche, menos fría de lo esperado, permitía que cada tanto algún músico saliera a fumar y fuera interceptado por algún medio que no estaba acreditado a la red carpet. Como le pasó a Joaquín Levinton, el cantante de Turf, que no tuvo ningún problema en responder a cada requerimiento.
Adentro, todo era “apretado, microdancing”, como dice la canción de Babasónicos. La mayor parte del hall central estaba tomado por la alfombra roja. En ella, decenas de periodistas, fotógrafos, camarógrafos e influencers aguardaban en su “baldosa” por los músicos. “¿Qué expectativas tenés para hoy? ¿Quién te vistió? ¿Alguna cábala?” y otras preguntas de rigor se repetían una y otra vez sin importar quién era el o la que las respondía. Y si se imponían las sonrisas y la buena onda en esos intercambios al paso, detrás de ellos, detrás de los artistas, el panorama era otro: nervios, apuro para cumplir con todo y muchos “ojalá ganemos” por lo bajo del lado de ese entramado de agentes de prensa, asistentes, managers y personal de discográficas que se despliega a su alrededor.
Así las cosas, solo quedaba una pequeña porción del hall central por la que caminar para llegar a la puerta que divide el adentro del afuera. Con paciencia, caminando lento y saludando mucho, logramos ingresar. Adentro nos esperaba una sala maravillosa, estupendamente iluminada y vestida de gala para la ocasión. A minutos de las 21, de la hora señalada para el comienzo de la ceremonia, Gabriela Radice ya estaba lista en su atril, a un costado del escenario, para conducir la velada. Dos grandes pantallas laterales, un pasillo central y dos niveles utilizados en varios shows musicales, con músicos desplegados tanto sobre el escenario como en un primer piso, componían la puesta en escena.
Son 51 las categorías de los Premios Gardel y, como sucede en los Grammy, solo una porción de ellas está incluida en la ceremonia televisada (esta vez la transmisión corrió por cuenta de TNT y Max). Entonces, es entendible que buena parte se entreguen antes (esta vez en una gala realizada en el Teatro Broadway por la tarde), lo que no es comprensible es que muchos de los nominados no vayan a la ceremonia vespertina y que el ritual de recibir el premio y agradecerlo con unas palabras esté prácticamente reservado a la gala nocturna.
Si bien es cierto que es imposible conformar a todo el entramado del mundillo musical, algunas decisiones son polémicas. Como la de entregar por la tarde el premio a Mejor álbum artista de rock (esta vez fue para La lógica del escorpión, de Charly García), una de las categorías más trascendentes en gran parte de la historia de este premio.
Son los premios de la industria musical, eso no hay que perderlo de vista, por eso no sorprendió que estilos tan de moda como el RKT, que abrió la noche (La Joaqui fue la primera ganadora), la cumbia y el neo-cuarteto, si se nos permite la expresión, pisaran fuerte desde los shows musicales. Entre ellos se colaron, entre otros, el rock, con Eruca Sativa y el tango, con Ariel Ardit y Carolina Minella, quienes homenajeron a Carlos Gardel a días de que se cumplan 90 años de su muerte.
Las redes sociales, desde afuera y con la impunidad de escribir sin la necesidad de respaldar con datos y fuentes lo que se dice, empezaron a hablar de que a los músicos se les había prohibido expresarse políticamente. Algunos creyeron que el gesto de Dillom, que cantó de espaldas al público y a la cámara que intentó en vano captar en varias ocasiones su rostro (alguna vez la vimos a Cat Power cantar así todo un show completo y en el mismo escenario), era una respuesta a esa supuesta prohibición. Pero esa idea es insostenible. Tan insostenible como que alcanzó con que Teresa Parodi emitiera su opinión para que otros músicos como Lali o Walas de Massacre se sumen luego con palabras concretas. Hablaron de los discursos de odio, defendieron sus derechos como compositores e intérpretes; en fin, se expresaron libre y democráticamente. Nadie dijo que no se “odia lo suficiente” ni ninguna de esas barbaridades que, porque las escuchamos a diario, ya parecieran no sorprendernos.
Pero así como los músicos tiene un micrófono cuando cantan o cuando suben a una entrega de premios como esta, también lo tienen del lado de la prensa. El recuerdo de largas y “regadas” charlas en camarines con Andrés Calamaro, Charly García o Abel Pintos y con el Gardel brillante observándonos de cerca no tuvo esta vez un nuevo capítulo. CA7RIEL y Paco Amoroso celebraron ante nuestros ojos –y merecido lo tienen; felicitaciones muchachos- pero esta la regla de oro de los Gardel se rompió.
Nunca sabremos si fue una jugada de último momento o estuvo planeada con bastante antelación, pero lo cierto es que la decisión de Capif, la Cámara Argentina de Productores de Fonogramas y Videogramas que organiza los Premios Gardel, terminó siendo acertada.
Después de dos años con sede en el Movistar Arena, los premios de la música argentina se “achicaron”: volvieron a un teatro, al Coliseo en este caso, cuya dimensión permitió mayores cruces entre los músicos y un comportamiento en la sala que hacía tiempo no se veía: la gran mayoría se quedó hasta el final, más allá de si en el medio había ganado o perdido su premio. Para ello fue clave conducir la velada a gran velocidad (mérito de la experimentada locutora y periodista musical Gabriela Radice), tener un guion previo cronometrado en casi dos horas quince de ceremonia y, claro está, no extenderse en los agradecimientos.
Por momentos, la 27a. edición de estos premios recordó a noches gloriosas con el Gran Rex o el Ópera como testigos. Por otros, no. Como en el final, cuando en lugar de bajar a camarines para conversar con el ganador de la máxima distinción, debimos conformarnos con “robarles” fotos y videos a CA7RIEL y Paco Amoroso. ¿Es el periodismo musical el que perdió peso o es el periodismo en todas sus ramas el que está siendo avasallado y pisoteado? La respuesta está soplando en el viento, diría Bob Dylan.
Desde temprano, la alfombra roja acaparaba toda la atención en la vereda y en el hall central del Coliseo. Afuera, tras un vallado, unos pocos curiosos (chicas y fanáticas de Lali, en su mayoría) cogoteaban para divisar artistas y gritarles para que se acercaran a sacarse fotos. La noche, menos fría de lo esperado, permitía que cada tanto algún músico saliera a fumar y fuera interceptado por algún medio que no estaba acreditado a la red carpet. Como le pasó a Joaquín Levinton, el cantante de Turf, que no tuvo ningún problema en responder a cada requerimiento.
Adentro, todo era “apretado, microdancing”, como dice la canción de Babasónicos. La mayor parte del hall central estaba tomado por la alfombra roja. En ella, decenas de periodistas, fotógrafos, camarógrafos e influencers aguardaban en su “baldosa” por los músicos. “¿Qué expectativas tenés para hoy? ¿Quién te vistió? ¿Alguna cábala?” y otras preguntas de rigor se repetían una y otra vez sin importar quién era el o la que las respondía. Y si se imponían las sonrisas y la buena onda en esos intercambios al paso, detrás de ellos, detrás de los artistas, el panorama era otro: nervios, apuro para cumplir con todo y muchos “ojalá ganemos” por lo bajo del lado de ese entramado de agentes de prensa, asistentes, managers y personal de discográficas que se despliega a su alrededor.
Así las cosas, solo quedaba una pequeña porción del hall central por la que caminar para llegar a la puerta que divide el adentro del afuera. Con paciencia, caminando lento y saludando mucho, logramos ingresar. Adentro nos esperaba una sala maravillosa, estupendamente iluminada y vestida de gala para la ocasión. A minutos de las 21, de la hora señalada para el comienzo de la ceremonia, Gabriela Radice ya estaba lista en su atril, a un costado del escenario, para conducir la velada. Dos grandes pantallas laterales, un pasillo central y dos niveles utilizados en varios shows musicales, con músicos desplegados tanto sobre el escenario como en un primer piso, componían la puesta en escena.
Son 51 las categorías de los Premios Gardel y, como sucede en los Grammy, solo una porción de ellas está incluida en la ceremonia televisada (esta vez la transmisión corrió por cuenta de TNT y Max). Entonces, es entendible que buena parte se entreguen antes (esta vez en una gala realizada en el Teatro Broadway por la tarde), lo que no es comprensible es que muchos de los nominados no vayan a la ceremonia vespertina y que el ritual de recibir el premio y agradecerlo con unas palabras esté prácticamente reservado a la gala nocturna.
Si bien es cierto que es imposible conformar a todo el entramado del mundillo musical, algunas decisiones son polémicas. Como la de entregar por la tarde el premio a Mejor álbum artista de rock (esta vez fue para La lógica del escorpión, de Charly García), una de las categorías más trascendentes en gran parte de la historia de este premio.
Son los premios de la industria musical, eso no hay que perderlo de vista, por eso no sorprendió que estilos tan de moda como el RKT, que abrió la noche (La Joaqui fue la primera ganadora), la cumbia y el neo-cuarteto, si se nos permite la expresión, pisaran fuerte desde los shows musicales. Entre ellos se colaron, entre otros, el rock, con Eruca Sativa y el tango, con Ariel Ardit y Carolina Minella, quienes homenajeron a Carlos Gardel a días de que se cumplan 90 años de su muerte.
Las redes sociales, desde afuera y con la impunidad de escribir sin la necesidad de respaldar con datos y fuentes lo que se dice, empezaron a hablar de que a los músicos se les había prohibido expresarse políticamente. Algunos creyeron que el gesto de Dillom, que cantó de espaldas al público y a la cámara que intentó en vano captar en varias ocasiones su rostro (alguna vez la vimos a Cat Power cantar así todo un show completo y en el mismo escenario), era una respuesta a esa supuesta prohibición. Pero esa idea es insostenible. Tan insostenible como que alcanzó con que Teresa Parodi emitiera su opinión para que otros músicos como Lali o Walas de Massacre se sumen luego con palabras concretas. Hablaron de los discursos de odio, defendieron sus derechos como compositores e intérpretes; en fin, se expresaron libre y democráticamente. Nadie dijo que no se “odia lo suficiente” ni ninguna de esas barbaridades que, porque las escuchamos a diario, ya parecieran no sorprendernos.
Pero así como los músicos tiene un micrófono cuando cantan o cuando suben a una entrega de premios como esta, también lo tienen del lado de la prensa. El recuerdo de largas y “regadas” charlas en camarines con Andrés Calamaro, Charly García o Abel Pintos y con el Gardel brillante observándonos de cerca no tuvo esta vez un nuevo capítulo. CA7RIEL y Paco Amoroso celebraron ante nuestros ojos –y merecido lo tienen; felicitaciones muchachos- pero esta la regla de oro de los Gardel se rompió.
Anoche se realizó la edición número 27 de los galardones a la música argentina; ganadores, perdedores y un gesto que no debe pasar inadvertido LA NACION